Las blancas abren y… ¿ganan?

Hace poco escuché un programa de radio en el que los participantes discutían una cuestión sobre la que yo, precisamente, venía pensando desde hacía una semana: ¿Cuál es el plan de Putin para cuando Rusia alcance sus objetivos militares en Ucrania? Vista la decidida voluntad de Biden & Asociados de seguir avivando el conflito hasta que no quede un soldado ucraniano vivo, ¿cuándo y cómo puede el Kremlin poner fin a las hostilidades?, ¿cómo salen de esta guerra?

Se me antojaba difícil papeleta; y esos analisttas del programa de radio sacaban a colación las mismas razones y argumentos que yo venía barajando. Por supuesto, ninguno de nosotros está en la cabeza de Putin. En cuanto a cuáles eran sus objetivos cuando lanzó la operación militar en el Donbás, de sus propias declaraciones podemos sacar una idea aproximada: liberar a las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk del acoso del ejército y milicias ucranianas, asegurar ambos territorios como “países colchón” favorables a Rusia y, de algún modo, forzar al gobierno de Kiev al compromiso de que Ucrania nunca será aliada de la OTAN. Pero Zelenski, al parecer, no tiene intención alguna de aceptar esos términos. Acaso Putin, subestimando el empuje del enemigo, contaba con una rápida ocupación de Lugansk y Donetsk y con que las tropas ucranianas capitulasen más o menos pronto; acaso también los analistas del Kremlin no contaban con el firme e ilimitado apoyo -económico y militar- de USEuropa al régimen de Kiev. Sea como sea, en vista de cómo se desarrollan los acontecimientos bélicos, es razonable asumir que, a lo largo de las pasadas semanas, los esquemas de la política rusa deben haber cambiado al respecto; pero sobre esto ya sólo podemos especular. Sigue leyendo

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El asesinato como un derecho legal

En cierta ocasión, durante un curso de psicología que atendí hace décadas, el profesor nos pidió que contestásemos -anónimamente- a la siguiente pregunta: ¿Serías capaz de matar a alguien si supieras con total certeza que jamás ibas a ser considerado responsable o sospechoso, ni sancionado en modo alguno por ello? Una porción no despreciable de alumnos respondimos que sí.

A lo largo de su vida, la mitad de la gente llega a desear alguna vez la muerte de alguien, y muchos estarían, además, dispuestos a causar personalmente esa muerte si tuvieran la absoluta seguridad de no ser descubiertos.

El deseo de librarnos de Fulano o de Mengano es algo perfectamente natural. Tarde o temprano, siempre nos topamos con personas que nos causan padecimientos o trastornos, físicos o emocionales, muy difíciles de sobrellevar: el vecino que nos atormenta con incesantes molestias, el jefe que nos amarga la vida en el trabajo, el matón que nos humilla y agrede, el pandillero que tiene intimidado al barrio, el mafioso que nos extorsiona, el dictador que subyuga a toda una nación, el terrorista que mató a nuestro padre, el salvaje que violó a nuestra hija… La casuística es infinita, y a nadie se le puede reprochar que desee en algún momento la muerte del causante de sus problemas, o incluso que sienta el impulso de matarlo uno mismo. Pero ahí está el código penal castigando duramente el homicidio para disuadirnos de cometerlo; y de un modo u otro todos comprendemos que así debe ser, aunque acatar la ley nos obligue a reprimir nuestro instinto de protección, justicia o venganza. Parece un poco feo ir por ahí matando a la gente que hace el mal o nos estorba.

Ahora bien: entre la incontable cantidad de supuestos en los que querríamos deshacernos de otro ser humano Sigue leyendo

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Legitimidad para deslegitimar

Índice

 

1. Lo legal

 
Según los entendidos, la denominada “operación militar especial” rusa en Ucrania es ilegal porque, por lo visto, contraviene la legislación internacional; y aunque esto parece, en principio, bastante plausible, no faltan autorizadas voces que sostienen y argumentan lo contrario. De hecho quizá haya, en efecto, base para una sana controversia de carácter técnico legal, porque si el gobierno ruso -se me ocurre- ha reconocido formalmente a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, y éstas le piden luego que acuda a ellas con su ejército para ayudarlas a echar al ejército “extranjero” ucraniano, ¿existe en puridad invasión? Mas como no entiendo de esats cosas, para no meterme en camisas de once varas ni alargar esta exposición en demasía asumiré que sí, que se trata de una iniciativa bélica ilegal.

Aun así, quedarme en esa simple afirmación para condenar la acción de Rusia se me antoja sumamente simplista y casi hasta pueril, porque lo importante de las acciones humanas en sociedad, a mi modo de ver, no es tanto su legalidad como su legitimidad. Y aquí tropezamos con un escollo filosófico en el que no hay más remedio que detenerse. Sigue leyendo

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Valencia-Donbass connection

Mucho se ha comparado últimamente el caso del Donbass en Ucrania con el de Cataluña en España, equiparando a aquellos rusohablantes “separatistas” con nuestros secesionistas catalanoparlantes y asimilando Ucrania con España y el Donbass con Cataluña. Pero me parece a mí que tal comparación es bastante desacertada, pues los contextos y antecedentes en ambos casos son esencialmente distintos. En su lugar, yo defiendo una comparación alternativa, y para ilustrarla propongo al lector un pequeño ejercicio de imaginación.

Supongamos que Cataluña, en su ambición expansionista y aprovechando por enésima vez la patológica debilidad de los gobiernos centrales de España, consiguiera de uno de ellos, bajo cualquier pretexto histórico y con la indispensable palanca de nuestra ley electoral, que la Comunidad de Valencia pasara a formar parte de la autonomía catalana. Repito que es un suponer. Si tal evento llegara a darse, lo probable es que, vencidas las lógicas protestas y revuelos iniciales, a la larga se consolidaría el nuevo statu quo: una región habría crecido a costa de otra políticamente más débil, pero el territorio y la unidad española habrían quedado íntegros, que se supone es lo principal. Valencianos y catalanes seguirían siendo españoles, como antes, sólo que ahora formarían una única autonomía. Es probable incluso que muchos valencianos llegasen a encontrar ventajoso el cambio, al menos económicamente -pues ahora disfrutarían de todos los privilegios que tiene Cataluña- y se conformasen con él.

Imaginemos ahora que, unos años o lustros más tarde, por esos avatares históricos y revoluciones de color tan arteramente impulsadas por ciertos sospechosos filántropos, Cataluña lograse por fin su ansiada república independiente… llevándose consigo a lo que antes había sido Valencia; y que una de sus medidas como nación soberana fuese eliminar la oficialidad del español y el valenciano en todo su territorio, y que además enviase a su ejército a masacrar a los insurgentes que, con toda probabilidad, se sublevarían porque una cosa era ser español incorporado a la comunidad catalana y otra muy distinta dejar de ser español y adquirir, por tejemanejes políticos, una nueva nacionalidad.

Seguramente el lector avisado ya vislumbra por dónde voy, pero concluyo: Sigue leyendo

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El país más saludable del planeta

Cuando escuché que Netflix iba a dejar de emitir en Rusia, lo primero que pensé fue: “¡Ah!, ¿pero es que el Kremlin permitía esa emisión? ¡Qué imprudencia!”

A ver: me considero un entusiasta de la libertad y enemigo de prohibiciones y censuras. Creo en el libre mercado y, en principio, soy partidario de que todo el mundo tenga acceso a los bienes y servicios que quiera y pueda; y esto pese a que, en general, la capacidad de la gente para elegir lo que más le conviene suele dejar mucho que desear. Para mí, lo ideal sería que la libertad de elección viniese acompañada de una adecuada educación o, al menos, información… Pero creo que estoy divagando y entrando en un debate muy complicado. De momento, básteme decir que, por mí, si alguien elige ver determinado canal o contenido online, pues que lo vea.

Ahora bien, cuando pienso en Netflix (o Amazon Video, HBO, Disney Channel, DW, etc.), confieso que mi creencia en la libertad flaquea un poco y dejo de estar seguro de hasta qué punto la antepongo a cualquier otra consideración. Y no es porque las producciones de esos proveedores sean peores que infinidad de otras que circulan por ahí, Sigue leyendo

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Buscando el casus belli

Vista la enorme superioridad militar del ejército ruso sobre el ucraniano, parece claro que, por mucho armamento y mercenarios que éste reciba de la OTAN, sin la intervención directa de las tropas atlánticas en el conflicto será totalmente inevitable que Vladimir Putin acabe imponiéndose sobre Volodimir Zelenski; es decir, sobre Joe Biden. Si esa intervención no se produce, de nada les servirá a los soldados ucranianos, con su regimiento Azov declaradamente neonazi, secuestrar a la población civil -por el procedimiento de impedir su pactada evacuación- para protegerse tras ella frente a las tropas rusas, que tienen órdenes rigurosas de minimizar las víctimas civiles; ni les servirá de nada, como no sea para aumentar las muertes y el sufrimiento de la población, las sucesivas remesas de munición y material bélico que tan hipócritamente les enviamos los países de la Alianza no para que tengan una posibilidad de vencer a su enemigo, sino para que resistan todo lo posible y el enfrentamiento se prolonge lo suficiente como para que el pueblo ruso, que es quien injustamente padece el embargo occidental, se levante contra Putin y reclame un cambio de régimen; pues este es, y no otro, el verdadero objetivo de sus verdaderos enemigos.

Pero la mencionada victoria rusa significaría, de hecho, nada menos que la derrota del imperialismo norteamericano y sus vasallos europeos, amén de un duro revés al globalismo, pues, no nos engañemos, lo que de verdad se dirime aquí no es una Ucrania de más o de menos, sino la supremacía occidental sobre Rusia, esa nación rebelde que no quiere doblegarse ante Usa, el Nuevo Orden Mundial, los designios del Foro de Davos o la Agenda 2030, que todo viene a ser lo mismo. Como ha dicho con gran acierto un analista político, “Estados Unidos va a luchar contra Rusia hasta el último soldado ucraniano”. Y es aquí donde residen mis más aciagos presagios, porque ¿cómo va a tolerar Usa tal derrota sin precedentes?; ¿cómo consentir que Putin le doble el brazo a Occidente? Que el dirigente eslavo se salga aquí con la suya equivale, literalmente, al principio del colapso de la dominación mundial useña, al fin del dólar como moneda de intercambio universal, a un cambio radical en el status quo de las relaciones comerciales internacionales, a la esterilidad de imponer sanciones económicas sobre un país con recursos propios y, en fin, al ridículo mundial más vergonzoso en la historia del arrogante supremacismo useño. ¿Como creer, pues, que el imperio con el ejército más poderoso del planeta vaya a permitir que tal cosa suceda? Porque Putin se saldrá con la suya si el imperio no lo impide; y eso: que se decida a impedirlo, es lo que más miedo me causa.

O mucho me equivoco -y sabe Dios cuánto deseo equivocarme-, o dentro de poco la OTAN se procurará cualquier casus belli para justificar su intervención militar en el presente conflicto, aunque para ello tenga que traspasar la peligrosa y frágil frontera de las hostilidades bélicas contra Rusia, probablemente realizando una operación de falsa bandera; lo cual significaría el inicio de una contienda en toda regla entre ambos ejércitos, es decir una guerra mundial que, por desgracia, puede escalar muy fácilmente a nuclear, con las devastadoras consecuencias que todos imaginamos. De hecho, mientras que ya algunas voces en Occidente empiezan a gritar: “¡Pero debemos hacer algo!” (y hacer algo sólo puede significar una escalada bélica), el ministro de defensa ruso ha alertado de un supuesto plan ucraniano para atentar sobre diplomáticos useños y europeos en Lviv y culpar de ello a Rusia, de cara a conseguir que la OTAN se involucre en la guerra.

Mi única esperanza de que este peligro se conjure y la situación no desemboque en el desastre atómico total reside en que la Agenda Globalista, la que profetiza -y procura- el final de Usa como primera potencia mundial para el año 2030, se imponga sobre la Agenda Hegemónica de ese mismo país, en cuyo caso bienvenido sea, por una vez, aquel proyecto. Pero mi ignorancia sobre los entresijos del poder no me permite imaginar cómo puede esto lograrse, habida cuenta de que, hasta donde creo saber, ambas agendas coinciden actualmente en uno de sus objetivos, que es acabar con Rusia, a quien tanto la una como la otra consideran un fuerte estorbo a sus respectivos proyectos. Y así las cosas, sólo puedo, glosando la letra de aquella canción de Sting, confiar en que los occidentales también amen a sus hijos.

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La Dirección General de Tráfico es ahora un agente comercial

Hace cosa de un año el fabricante de mi automóvil hizo una campaña para que los propietarios de cierto modelo, entre los que me hallo, pasáramos por alguno de sus talleres para que nos efectuaran en el vehículo una “actualización gratuita del software del motor” que, supuestamente, mejoraría su eficiencia. La carta que recibí (por correo ordinario) venía remitida no por la casa, sino por la Dirección General de Tráfico; y como no me pareció lo bastante importante para molestarme en ir al concesionario, la dejé pasar.

No obstante, meses después la DGT me envió la misma carta pero por correo certificado, con el correspondiente sobresalto por mi parte (pues es sabido que los certificados de Tráfico no suelen traer buenas noticias). Tras leerla, la tiré también a la papelera. Pero ahí no acabó la cosa, porque al cabo de un trimestre me llegó otra, también certificada; y otra más al trimestre siguiente, con el mismo tipo de envío. Todas con idéntico contenido, indicándome que me acerque por un taller-concesionario de la casa para la propuesta “actualización”. Y me parece que la broma pasa ya de castaño oscuro.

Y pasa ya de castaño oscuro porque, en primer lugar, me surge la siguiente pregunta: Sigue leyendo

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Cui prodest bellum

Cualquiera que sea el resultado de la “operación militar especial” rusa en Ucrania, esto podemos dar por seguro: el electorado de la Europa atlantista quedará persuadido de la absoluta necesidad de la OTAN y -relegando al olvido cualquier idea de disolver una alianza que, en puridad, perdió su razón de ser hace ya más de tres décadas- dará carta blanca a sus gobernantes para embarcarse en enormes incrementos del presupuesto militar en sus respectivos países. Con la disculpa de que necesitamos perentoriamente defendernos del oso ruso, los miembros europeos de la OTAN gastarán en material bélico fabulosas cantidades de dinero extra que saldrá, por supuesto, del bolsillo de los contribuyentes. Ya el canciller Shcolz ha anunciado su intención de aumentar el gasto militar de Alemania en unos cien mil millones de euros para el próximo año. Los demás países de la Alianza a este lado del Atlántico harán, en mayor o menor medida, otro tanto; e incluso el muy pacifista gobierno de Pedro Sánchez se verá presionado para aumentar nuestro presupuesto de defensa, mal que les pese -al menos de boquilla- a sus socios comunistas.

Y una buena mitad de la multimillonaria cifra que Europa puede llegar a gastar durante los próximos años en armamento, tecnología y material bélicos irá a parar a las arcas del Tío Sam, Sigue leyendo

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