Acerca del blog y su autor

Pablo A. Calviño, trotamundos, escritor converso, emigrante, pensador, libertino y poeta nació durante los sesenta en un pequeño pueblo español de Sierra Morena una fría mañana de invierno. Hijo mediano en una familia de cinco, pasó los años tempranos de su vida en el bucólico entorno de su tierra natal, entre campesinos, olivos, ganado y caballerías, hasta que un día su familia se mudó a Madrid, donde cursó la mayor parte de sus estudios y se graduó como maquinista naval. Más tarde se hizo meteorólogo y trabajó algunos años para el servicio meteorológico nacional, mientras se licenciaba en ciencias policiales. Posteriormente ha trabajado también como administrador de sistemas.

Pero, como corresponde al hijo, nieto y biznieto de marinos, su verdadera pasión ha sido siempre viajar. Desde que, con su primer coche, hizo un viaje por Europa central cuando era aún adolescente, ha sido un viajero incansable (aunque él prefiere considerarse un trotamundos, o incluso un romero). Ha visitado bastantes países y ha vivido en algunos de ellos; y, hasta el presente, es un aplicado observador de la gente, su cultura y sus vidas, por las que siente una curiosidad casi antropológica. Actualmente no tiene aún una residencia permanente; pero, cuando está en España, suele repartir su tiempo entre Madrid y su pueblo extremeño.

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Con este blog pretendo dar salida a varios aspectos de mi actividad intelectual… o a lo que queda de ella.

Por un lado, en el aspecto literario, intento cuidar el continente en igual o superior medida que el contenido. La tendencia social a descuidar el uso del lenguaje redunda, en última instancia, en una merma de la libertad personal, ya que dificulta la comunicación y la transmisión de los pensamientos, e incluso su propia elaboración, si tenemos en cuenta que el pensamiento se estructura en torno al lenguaje y que la riqueza de éste se traduce en riqueza de ideas y conceptos.

Hay también en mis artículos una vertiente de crítica social. ¡Ojo!: social más que política: habida cuenta de la inexistencia de verdaderas democracias stricto sensu y de la suciedad moral inherente a la política, ésta me interesa poco. Pero, sabedor de la invulnerabiliad de los sistemas y de la esterilidad de cualquier esfuerzo por cambiarlos, no renuncio a la diversión o al desahogo de ejercitar mi puntería disparando contra ellos a discreción; en particular contra nuestro sistema judicial, al que considero uno de los peores obstáculos para el progreso social y la pacífica convivencia en España.

Sin embargo, no soy un rebelde, un revolucionario ni un inconformista. Consciente de mi propia insignificancia y mi total falta de voluntad para abandonar el sofá en pro de una auténtica revolución, mi vida de occidental es lo bastante cómoda como para aceptar el sistema. Me conformo con ser en alguna ocasión una china en el zapato y con calar, en unas pocas (muy pocas) voluntades, algunas de mis opiniones. En este sentido, soy también un apologeta del cinismo, que me parece una de las actitudes vitales más recomendables.

Por último, hay una vertiente del blog orientada hacia el pensamiento. Aunque no me considero un filósofo, soy vulnerable a la necesidad humana de expresar o dar rienda suelta, de vez en cuando, a inquietudes metafísicas e incluso de orden religioso.

En cualquier caso, donde sea posible trato de ejercitar la autocrítica, que es una de las pautas de higiene personal más saludables que puedan adoptarse. Consciente de ser un pensador barato, un escritor mediocre y un peor poeta, a nadie quiero convencer de lo contrario. Más bien me gustaría ser capaz de reírme de mí mismo al menos una vez al día, sobre todo teniendo en cuenta que el humor es una cosa muy seria.