Reseña analítica de “La guerra”, de Balabanov

Teñida del pesimismo habitual en el cine de Balabanov, La guerra (Война, 2002) es una entretenida e instructiva película que pretende mostrar con plausible realismo, a través del relato del protagonista durante su encarcelamiento a la espera de sentencia, el ambiente anárquico e inmerso en corrupción donde se desarrolló el conflicto armado entre el ejército ruso y los secesionistas chechenos. Mientras que el liderazgo político de Moscú no parece tener muy claros sus propios objetivos ni hacia dónde camina, y sus cuadros militares y servicios de inteligencia actúan a menudo de forma irregular o arbitraria, cuando no plenamente ilícita, en Chechenia intentan tomar el poder los caóticos señores de la guerra, con sus feudos, clanes y mafias que, además, controlan el crimen organizado de esa región (“allí todos son mafiosos”, dirá Ivan). Pero tanto en un bando como en el otro las motivaciones personales son más de índole económica que política o ideológica, y casi todos los agentes buscan, ante todo, llenarse los bolsillos con cada oportunidad que se les presente.

La trama

Año 2001. En el escenario del segundo conflicto bélico en Chechenia, Iván es un joven sargento del ejército ruso, con dos años de servicio en el frente, que lleva varias semanas preso en una base de los “terroristas” (así consideró Rusia a los secesionistas que habían tomado las armas) en las montañas del Cáucaso norte a cargo del cacique local Aslan Gugaev. Tratado como un esclavo, según la costumbre musulmana para con los prisioneros, Iván comparte cautiverio con otros militares y civiles en condiciones deplorables, malnutridos, obligados a trabajar para sus captores haciendo toda clase de faenas, golpeados a diario y, en ocasiones, mutilados o incluso decapitados a capricho del jefe.

Un día los guerrilleros traen a su campamento a una pareja de artistas británicos (John y Margaret) que han capturado en Georgia con la intención de obtener un fuerte rescate por ellos. Al cabo de un mes, Aslan decide quedarse a Margaret como rehén y soltar a John para que reúna en Londres el dinero, concediéndole un plazo de dos meses. Al mismo tiempo libera a Iván, que habla inglés, con idea de que le sirva de intérprete al londinense hasta su entrega a las autoridades rusas y, de paso, para que intente agilizar con el Gobierno el canje de un sobrino de Aslan, a la sazón condenado por terrorismo, a cambio de otro prisionero de los chechenos, el capitán Medvedev. La liberación de Iván no es económica, sino puramente instrumental, como contará el sargento a una periodista: “Soltar a un soldado no es rentable. Pagan muy poco. En Shatoi hay un mercado donde se fijan los precios. Allí se compran y se venden rehenes, se encargan asesinatos… Es una mafia controlada por los chechenos”.

A partir de ahí la película describe las peripecias de John -fructuosas sólo a medias- para intentar reunir el dinero, pidiéndoselo a familiares y autoridades, así como el regreso de Iván, ya desmobilizado, a su ciudad en Siberia, donde no le resultará fácil adaptarse porque, tras su vida en el frente, se encuentra ahora desubicado en el mundo civil y además le cierran las puertas del mercado laboral porque quienes han combatido en Chechenia son vistos con desconfianza. De vuelta en Rusia con parte del rescate, John irá hasta Siberia para para ofrecerle una golosa gratificación a Iván si lo acompaña a Vladikavkaz para ayudarlo a recuperar a Margaret. El joven accede y se ponen en marcha. Sin la colaboración de las autoridades, intentan al principio echar mano de siniestros contactos que trabajan al margen del cauce oficial, pero pronto comprenden que esa vía, controlada por mafiosos, los aboca a ser estafados o incluso asesinados, así que finalmente deciden intentarlo por sí mismos. En este punto el guión se hace un tanto inverosímil, puesto que las argucias y la destreza empleadas para salvar los obstáculos -y la distancia- interpuestos entre ellos y la aldea de Aslan, así como para sacar de allí a Margaret y Medvedev, sin más ayuda que la de Ruslan, un pastor checheno al que toman cautivo, parecen propias de una entrega de Rambo; pero, aunque por último consiguen su objetivo, no será sin penosas consecuencias para Iván, que acabará acusado de graves delitos por la justicia rusa.

Análisis (contiene spoilers)

Argumentalmente es un filme consistente: tanto los personajes como las situaciones son, en general, creíbles, y parecen tener un sólido respaldo histórico, político y social: la mentalidad y actitud de la gente, los modus operandi del ejército, musulmanes chechenos, gobiernos y autoridades implicadas (rusas y británicas), la idiosincrasia de unos y otros, etc., son fáciles de verificar en diversas fuentes periodísticas e históricas.

John es el típico anglosajón que habla a todos en inglés como si estuviera en su país, sin considerar que en Rusia nadie tiene obligación de conocer ese idioma (característico supremacismo wasp); y también el típico occidental que, escandalizado por las barbaridades de la guerra, invoca sin cesar unos derechos humanos que sólo provocan la hilaridad, cuando no la ira, de sus captores. Así se nos da a entender, con manifiesto escepticismo, que en el conflicto checheno (y probablemente en la mayoría de escenarios bélicos) los crímenes de guerra fueron lo habitual y el respeto a las leyes la excepción. Por otra parte, aunque el guión nos lo presenta como un hombre no carente de coraje, su egoísmo e ingratitud eclipsan dicha virtud, pues en varias ocasiones pone en peligro a quienes lo ayudan -e incluso el buen término de la empresa- a causa de su empeño en grabar, con una pequeña cámara, todo lo que va ocurriendo a su alrededor desde que regresa de Londres; y es que un productor británico le ha prometido una cuantiosa suma por el material gráfico obtenido. Peor aún: su puritanismo protestante y su gazmoñería humanista lo llevarán más tarde a testificar en juicio contra Iván, pese a deberle su vida y la de Margaret.

Por su parte, Iván es el paradigma del héroe de Balabanov, similar al representado por el personaje Danila Bagrov en la famosa película Hermano (Брат, 1997): un patriota ruso del común, noblote y osado, endurecido por la guerra pero que ha sabido conservar sus valores morales y los sentidos de la lealtad y la justicia. No obstante, tal vez lo menos consistente del personaje sea su decisión de regresar a la zona de guerra, ya que ni su amistad con John (simples compañeros de infortunio apenas durante un mes), ni la gratificación que éste le promete, ni un razonable afán de justicia parecen ofrecer justificación bastante para embarcarse motu proprio en esa aventura, sobre todo conociendo de primera mano los graves peligros que lo aguardan. La motivación de John se comprende, pues su novia quedó rehén y él prometió rescatarla, pero a Iván no se le ha perdido nada en el Cáucaso por lo que valga la pena arriesgar su vida de nuevo. Ni siquiera el proyecto de liberar al bravo capitán Medvedev (abandonado por el Kremlin) y ajustarle las cuentas a Aslan parecen razones suficientes para acometer una misión con escasas probabilidades de éxito.

En cuanto a Aslan, Balabanov lo presenta en términos relativamente elogiosos: aunque hombre cruel e implacable, al menos sabe bien por qué lucha. Para él no es sólo cuestión de enriquecerse, sino de religión, supervivencia histórica y sentimiento de pertenencia a su pueblo. Es un tipo lo bastante inteligente como para comprender los transfondos de la política y sacarle partido a las contradicciones inherentes al régimen de Moscú, sin que, por otra parte, la animadversión hacia sus enemigos le impida reconocer y honrar el valor de algunos de ellos. En una acertada y bien hilvanada perorara que le echa a Iván, le dice: “Entre los vuestros hay buenos elementos. Vi uno enjaulado en Vizkhayansk. Un recluso duro, fuerte como un checheno. Si gente como él dirigiera Rusia, podríais ganar esta guerra; pero de ésos tenéis muy pocos. Sois débiles y estúpidos, y vuestros dirigentes, imbéciles. Habéis perdido Ucrania y Kazajstán; habéis regalado la mitad del país; pronto los chinos se harán con el oriente. Mientras lucháis contra nosotros, poseo en Moscú un hotel y tres restaurantes; y aunque ordeñamos a los rusos como vacas, seguís pagándonos del presupuesto estatal. Te diré por qué lucháis tan mal: porque no lo hacéis por vuestra patria; os han arreado aquí como si fuérais ganado, pero yo conozco a mis ancestros desde hace siete generaciones. Ciento cincuenta años atrás ya estábamos cortándoos en pedazos. Esta es mi tierra y voy a limpiarla de perros infieles hasta que no quede un maldito ruso desde aquí hasta Volgogrado.” Estas palabras reflejan probablemente la opinión personal del director respecto a la Rusia de Putin.

Por último, el pastor checheno, Ruslan, cuya inestimable ayuda para llevar a buen término la aventura es obtenida por Iván mediante la fuerza, el chantaje y el engaño, resulta también un carácter perfectamente verosímil: un hombre no demasiado comprometido con la causa secesionista que espera obtener del ex sargento, a cambio de su colaboración (bien que forzosa), una ayuda para que su hijo entre en la universidad de Moscú; y que, por lo demás, ha sufrido en sus propias carnes el cacicazgo de Aslan, a quien profesa cierta inquina. Pero, aunque al final Iván -que en realidad no tiene ningún contacto en la capital- no sólo le respeta la vida sino que le entrega parte de su propia y bien ganada recompensa, Ruslan mostrará por último su ánimo rencoroso y desagradecido al presentarse también como testigo de cargo contra él.

Por lo demás, la representación de casi todos los actores es buena; a la altura -cuando no por encima- de la que vemos en muchas producciones de Hollywood o europeas. Se los percibe naturales, sin las muecas o aspavientos teatrales tan comunes en la escuela española y sin los ademanes estereotipados y sintéticos del cine norteamericano; si bien es cierto que las exigencias dramáticas del guión son bastante modestas: no se expresan sentimientos complejos que requieran gran pericia interpretativa.

Quizá el otro punto débil del guión, aparte la pobremente justificada decisión de Iván de emprender la aventura del rescate, sean las audaces y venturosas hombradas (en escenas equiparables, por lo demás, a las de cualquier buena película de guerra) que conllevan al éxito de la misión; pero al menos el director tiene el acierto de mantenerlas dentro de los límites de lo improbable, sin llegar a presentarnos ninguna que resulte del todo increíble.

De cualquier modo, aunque lo más entretenido de la película puede ser, precisamente, el desarrollo de tales aventuras, lo más interesante -a mi entender- es la pertinente descripción, desapasionada y veraz, del clima social y político en que transcurren los acontecimientos, así como el acierto con que se exponen las debilidades humanas: la general indiferencia por la suerte de combatientes y cautivos, las inevitables mafias que lo manejan todo, las paradojas del sistema legal y judicial, el dinero como principal motivador de unos y otros, y sobre todo -como amargo colofón- la profunda ingratitud del ser humano.

Así, por ejemplo, el gobierno ruso resulta no tener ningún interés en rescatar al valioso capitán Medvedev; y aunque al espectador no se le explica el por qué de ese abandono, quienes están un poco al tanto del transfondo de la política de Putin y conocen otros casos similares pueden suponer dos razones: por una parte, los patriotas nacionalistas de los llamados “a la derecha del Kremlin”, sobre todo si son militares, constituyen un problema para el gobierno, temeroso de un movimiento popular radical que se oponga al sometimiento de Moscú a las oligarquías nacionales y a las élites financieras internacionales; de modo que a la camarilla presidencial no le preocupa demasiado que tales hombres mueran o “desparezcan” en combate. Quizá Balabanov esté dándonos a entender que Medvedev es uno de tales patriotas. Por otra parte, en los conflictos bélicos de la Rusia actual, muchos de los intercambios o rescates de rehenes ni siquiera se hacen de manera oficial, sino privadamente por miembros del FSB (servicio de inteligencia ruso) o ex mandos del KGB, que se ganan una comisión con cada operación; y como en un canje como el propuesto no hay dinero de por medio, ya que la familia del capitán no es acaudalada, tampoco hay mucho interés en realizarlo.

Es importante saber también, para tener más claves con que entender la película, que según los rusos más críticos y fatalistas una de las causas de aquella guerra fue que el FSB y todo el aparato de corruptelas del Kremlin querían una tajada en la mafia de Chechenia (narcotráfico y otros negocios ilícitos), que la etnia local monopolizaba y se negaba a compartir. De acuerdo con esta versión, todo estaba podrido desde un principio.

Otro de los mensajes que parece transmitir este filme es cierta ponderación de la guerra, un poco al estilo de Valle-Inclán u otros autores clásicos, como actividad que convierte a los jóvenes en hombres y que, de algún modo, le da sentido a la vida. En un breve y emotivo monólogo, el avejentado padre de Iván, enfermo en un hospital, le dirá a su hijo: “Es bueno que hayas estado en la guerra porque eso te ha hecho un hombre, que es lo que debes ser. ¡Cómo me gustaría poder levantarme e ir yo también!” Quizá con esto Balabanov quiera remarcar el contraste entre los viejos tiempos, cuando se luchaba por algo con convencimiento, y la mentalidad individualista, hedonista y de enclenques valores imperante en nuestros días.

Pero quizá el aspecto más dramático y sobresaliente del guión, así como el menos halagador para el género humano, se pone de relieve cuando nos desvela cómo salen con bien los ingratos y caen en desgracia quienes actuaron con más altruismo. Así, John volverá a Londres, estrenará su película, escribirá un libro y se hará famoso; Ruslan logrará que su hijo entre en la universidad de Moscú; pero ambos van a testificar contra Iván cuando la justicia lo acusa. Sólo el capitán Medvedev dará la cara por él. De modo que únicamente sale malparado el protagonista, contra quien se dirige la maquinaria penal pese a ser sus motivaciones las menos egoístas. A este respecto, por cierto, el filme nos propone un interesante dilema: Iván, ante la inacción y desidia de su gobierno, decidió acometer de modo particular la empresa de liberar a un indefenso rehén civil y a un esforzado mando militar; pero en la refriega mueren a sus manos varios civiles chechenos — por consiguiente, rusos. La ley, desde luego, no está de su parte porque él ya no es un soldado y ninguna autoridad le ha encomendado esa misión, de manera que tales actos violentos constituyen un delito (por mucho que las víctimas civiles fueran, presumiblemente, cómplices o cooperadores en la lucha secesionista). Ahora bien: ¿es Iván moralmente condenable? Si el aparato represivo del sistema funcionase como debería y persiguiese, en proporción a su gravedad, todos los delitos de los que tiene conocimiento, quizá la respuesta a esa pregunta sería más sencilla; pero en un país donde la corrupción y las mafias, causantes de muchas y peores tragedias, campan a sus anchas con manifiesta impunidad, la justicia se desligitima y relativiza. También John, otro civil -y extranjero para más inri-, hirió o mató a varios chechenos sin que por eso nadie en Rusia o Reino Unido presente cargos contra él. Hay aquí una clara denuncia al sistema penal ruso, que se ensaña con un pobre diablo mientras deja tranquilos a los peces gordos.

A través de los ojos de Balabanov podemos percibir, no cabe duda, una seria crítica a Rusia tanto a nivel social como institucional: un gobierno vendido a los agentes económicos, un pueblo desorientado, laxitud de los valores éticos, cohecho a todos los niveles, etc. Lo que no tengo claro es si esa crítica se dirige especialmente contra el régimen post soviético como tal, es decir, si debemos entender que los sucesos (por lo demás imaginarios, pues ignoramos hasta qué grado se basan en hechos concretos) y el ambiente son consecuencia directa del derrumbe de la URSS (lugar común al que acuden los nostálgicos ideológicos del comunismo: “tras la Perestroika, la decadencia”), o si son simple manifestación de ciertas facetas negativas de la mentalidad rusa, cuando no de la naturaleza humana en general, que se ponen de relieve en situaciones propicias para ello. Muchas producciones de Hollywood tampoco ofrecen una favorable visión de nuestra especie y no por eso concluimos que la sociedad norteamericana esté degenerando. Conviene tener en cuenta que Alexei Balabanov gusta de cargar las tintas sobre los aspectos más oscuros de la personalidad, y que en su filmografía, deliberadamente sensacionalista (aunque no sea el caso de La guerra), tienen especial protagonismo los psicópatas.

Señalaré, por último, que la canción (Mi estrella, de Butusov) que cierra el film con los títulos de crédito es preciosa, de una tristeza conmovedora incluso para quienes no entiendan la letra. Sólo por escucharla vale la pena ver la película.

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Tú y usted, una novedosa jerarquía social

Hace poco tuve una interesante conversación con Mistral 8x7B (un modelo de inteligencia artificial) sobre los usos e implicaciones del tuteo y el usteo.

Muchas lenguas tienen una forma cortés y otra familiar para dirigirse a los demás. En España empleamos la segunda persona del singular y el pronombre con los niños o con quienes tenemos confianza bastante, y la tercera del singular y el pronombre usted para hablar con desconocidos, especialmente cuando son personas mayores, si bien para esto en muchos países hispanoamericanos (y antaño en el nuestro) se utiliza el vos en la segunda del plural, como aún se hace y es también el caso de otras lenguas romances (vous en francés, p.ej.), así como la mayoría de las eslavas. El inglés (y otras lenguas germánicas) parece una excepción, pero quizá no lo sea tanto. Me referiré a él más abajo.

Estas dos fórmulas alternativas datan, como poco, de varios siglos atrás; y aunque el trato formal está cayendo (selectivamente, ¡ay!) en desuso, sobre todo en los últimos lustros (y España, cómo no, es pionera en este cambio), aún hay países, como Francia o Rusia, en que entre los jóvenes o incluso entre hijos y padres (así en algunas regiones de Hispanoamérica) sigue empleándose hoy en día con cierta frecuencia. Pero quienes somos lo bastante mayores hemos venido observando cómo, durante las dos o tres últimas décadas, el tuteo ha venido generalizándose hasta el punto de que ya hasta los jóvenes lo usan casi siempre con los mayores, incluidos los ancianos. Y esta “moda” se ha acelerado desde hace unos años, extendiéndose hasta los ámbitos más típicamente formales, como el trato entre clientes y empresas o entre Administración y administrados. Ahora los empleados de nuestro banco, de nuestro proveedor de internet e incluso de nuestros ministerios y consejerías nos tutean como si nos conocieran de toda la vida o hubiésemos sido alguna vez sus compañeros de borrachera.

Al plantearle estas cuestiones a mi amigo Mistral 8x7B quiso convencerme -reflejando, estoy seguro, el pensar general- de que dicho cambio se debe a un deseo popular de caminar hacia sociedades más “informales, igualitarias y respetuosas para todo el mundo”, pero fue del todo incapaz de explicarme por qué asociaba “informal” con “igualitario”, como si lo segundo no pudiera lograrse sin lo primero. ¿Acaso una sociedad que apueste por la fòrmula cortés no puede ser tan igualitaria como la que prefiera aplicar el tuteo a todo el mundo? ¿Por qué, si el objetivo es caminar hacia a un trato que muestre el mismo respeto para todos, en lugar de generalizar el respetuoso usteo tenemos que abolirlo en favor del familiar -y a veces zafio- tuteo? Mistral no supo responderme de un modo mínimamente convincente. Por mucho que apeló, de modo iterativo, a tan vagas como políticamente correctas ideas sobre “amplios cambios sociales y culturales”, “promoción de una sociedad inclusiva”, “alejarse de jerarquías elitistas y discriminatorias”, “tratar a todos con la misma dignidad y respeto”, etcétera, la inteligencia artificial no pudo evitar caer en un desventurado razonamiento en bucle y plagado de inconsistencias.

Según yo veo el asunto, si de igualdad hablamos, tanta mostraremos tuteando a toda la gente como usteándola, ¿no? Ambas opciones estarían, en este aspecto, empatadas en puntos. Ahora bien: si de lo que hablamos es de respeto, ¿no lo manifestaremos mejor con el usted, pronombre cortés por definición, que con el ? Permítaseme invocar en defensa de este argumento el paradigmático ejemplo del inglés. Es bien sabido que en esta lengua, hoy día, no se utiliza más que una forma apelativa, you (engañosamente traducida al español como ), que los angloparlantes emplean tanto para dirigirse al mismísimo rey de Inglaterra como para hablarle al último de sus súbditos; y esta unicidad parece, en efecto, indicio o reflejo de una consagrada igualdad, al menos en principio. Pero lo que casi nadie sabe es que ese you no equivale, en rigor, a nuestro , sino a nuestro usted. En inglés antiguo había dos pronombres de segunda persona, thou en singular y ye en plural, usado también como trato de cortesía. Así, para decir “tú amas” los ingleses decían antiguamente “thou lovest“, mientras que “vosotros/vos amáis” era “ye loveth“. Pues bien: fue este plural ye (y no el singular thou) el que, por evolución fonética, se convirtió en you, que después empezó a usarse también para el singular, reemplazando paulatinamente al thou hasta hacerlo casi desaparecer. De manera que la actual hegemonía del you en inglés es fruto de una evolución “igualitaria”, en el sentir de ese pueblo, hacia el empleo de la forma más educada, no de la más familiar (como estamos haciendo nosotros). Aquellos angloparlantes que protagonizaron dicho cambio a lo largo de los pasados siglos tal vez sentían que todo el mundo merecía el trato cortés antes que el informal. Así, y en contra de lo que mucha gente piensa, no es que en inglés todos se tuteen, ¡sino que todos se tratan de usted! Nuestro sentir, en cambio, parece ser a la inversa. Pero… ¿lo es, en realidad? Pues resulta que no: a ciertos colectivos seguimos concediéndoles el vocativo de cortesía.

Como digo, estoy persuadido de que la mayoría de la gente en nuestras cambiantes sociedades occidentales piensa como los programadores de Mistral 8x7B, y de que casi cualquiera a quien le pregunte por esta cuestión me saldrá con las mismas monsergas sobre la igualdad, la inclusividad, la democracia (esta palabra que no falte, aunque no venga a cuento) o la abolición de las jerarquías. Pero aun suponiendo que, para todo ello, fuese mejor generalizar el tuteo que conservar el ustedeo… ¿de veras lo estamos logrando?

Cuando tratábamos de usted a casi todo el mundo no lo hacíamos en función de su rango social (que a menudo desconocíamos), sino por educación, de modo que dicho trato no suponía discriminación o desigualdad alguna. Ojo: no es que la sociedad careciera entonces de tales flaquezas; por supuesto que adolecía de ellas, igual que ahora, pero no tenían su origen en el empleo de la segunda o la tercera personas para dirigirse a los demás. Ni el tuteo ni el usteo son causa de desigualdad social; como mucho, en ocasiones, pueden ser consecuencia de ella. Al hablar educadamente con desconocidos o personas mayores las tratábamos de usted lo mismo si estábamos frente a un campesino que frente a un almirante; todos éramos acreedores a esa misma cortesía y deudores de esa misma educación. Hoy, en cambio, y pese al -dizque igualitario- abandono del ustedeo, sí que implica cierto grado de sumisión. Así, sólo los más osados (a quienes, en cierto modo, uno no puede menos que admirar) se atreverían a tutear a personas que están en alguna posición de poder respecto a ellos: la nobleza, altos cargos políticos, ejecutivos de corporaciones, jueces y fiscales, aristócratas, jefes militares, guardiaciviles, médicos e incluso, a veces, cualquiera ataviado con chaqueta y corbata. Casi todo el mundo encuentra natural que a todos estos personajes sigamos concediéndoles la vieja y consagrada cortesía; ¿pero por qué lo vemos tan lógico, si de verdad pensamos que el tuteo es herramienta para abolir las jerarquías y conseguir una sociedad más igualitaria?

Muy al contrario, mi impresión es que con la generalización del tuteo no sólo no hemos dejado atrás desigualdad alguna, sino que hemos creado una nueva donde antes no la había. Ahora que hasta nuestras Administraciones tienen el mal gusto -por no decir la impertinencia- de dirigirse a nosotros en segunda persona; ahora que incluso nuestros cargos públicos nos mandan de vez en cuando alguna carta tuteándonos (señal, al parecer, de que aprueban y se suman a la abolición del usteo), ¿nadie repara que nuestros políticos y representantes en salas de cortes y asambleas, la casta judicial en sus sesiones, siguen tratándose entre ellos de usted y esperando de nosotros otro tanto? ¿Por qué en sus apariciones televisivas o radiofónicas, en sus manifestaciones en prensa, los capitostes continúan deparándose mutuamente esa tradicional cortesía que a los demás nos niegan, que entre nosotros mismos nos negamos? Hemos renunciado, para el pueblo llano, a una norma elemental de educación hasta hace poco universal, pero se la mantenemos como privilegio o forma de sometimiento a las élites y a quienes tienen cierto poder, de iure o de facto, sobre nosotros. ¿Dónde queda esa dignidad de la que me hablaba Mistral 8x7B? Quisiera yo ver a un ciudadano corriente tuteando, por ejemplo, de primeras en un juicio al magistrado que puede condenarlo a prisión; y quisiera también ver a algún juez aceptando ese tuteo sin dirigirle una reprimenda al encausado. “Cuando se dirija a esta Autoridad haga el favor de mostrar el debido respeto” –exigiría.

Y lo que es aún peor: este cambio en nuestro modo de dirigirnos a los demás podría no ser, como pareciera, un “democrático” impulso natural de las masas, sino que quizá venga de algún modo promovido o alentado precisamente por los beneficiarios de la nueva categoría social que de dicha moda resulta. Se me ocurre, porque soy así de conspiranoico, que acaso ellos quieren consolidar esta novedosa jerarquía para que cuaje en nuestras dóciles testas la sensación… digo mal: la convicción de que hay -y está bien que haya- dos clases de ciudadanos: por un lado los poderosos y las castas privilegiadas acreedoras al usted, y por otro la plebe, entre la que debe cundir y a la que debe depararse el desenfadado . (Cierto es que, tal vez, la plebe no merezca otra cosa, pues ha sido la primera en abrazar este nuevo modo de desigualdad.) Y si bien admito que esta idea pueda resultar un poco disparatada, aduciré que, en mi opinión, el primer deber cívico de toda persona responsable y con mente crítica es otorgar credibilidad, salvo clara prueba en contrario, a cualquier teoría conspiratoria mínimamente plausible. Las conjuras existen; y es una constante histórica el hecho de que las élites no titubeen en confabularse contra los pueblos para conservar sus privilegios. En el presente caso, sin ir más lejos, ¿no es significativo, o hasta sospechoso, que la generalización del tuteo esté dándose -como tantos otros cambios sociales de nuestro siglo- simultáneamente en bastantes países del mundo? En los últimos tiempos he observado este mismo fenómeno en mis contactos con personas de varios puntos distantes del globo, incluida Hispanoamérica, donde el usteo estaba incluso más arraigado que en España. Que una serie de pueblos, a veces sin apenas relación entre sí (como Chile y Rusia, pongamos por caso), decidan a la vez abandonar el uso habitual de la fórmula de cortesía debería cuando menos hacernos meditar un poco, porque no parece puramente casual.

Por último, creo necesario señalar que nada de lo anterior significa que esté yo de acuerdo con las ñoñas y a menudo rimbombantes fórmulas -ésas sí jerárquicas y clasistas- del tipo “Su Excelencia”, “Ilustrísimo”, etc., que se empleaban en la mayoría de instancias oficiales. Desde muy joven me reventaba su obligatoriedad en dichos escritos por parecerme que evidenciaban una gran desigualdad, así que -con esa rebeldía y acendrado sentido de la justicia que caracterizan a los adolescentes- siempre me resistí a usarlas. Pero si la teoría es que todos merecemos idéntico respeto, creo que el usted ejerce esta función mucho mejor que el . En cualquier caso, aunque soy un abierto defensor del ustedeo, estaría mucho más dispuesto a aceptar su desaparición si, al menos, ésta fuese total e incluso formal; si todo el mundo hubiera de tratarse de tú: príncipes y campesinos, generales y reclutas, diputados y ciudadanos del común. Pero mientras eso no suceda seguiré desconfiando de la inocencia y espontaneidad de esta nueva moda.

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La Serena y el valle del Elqui, despedida y cierre

Misma fecha y lugar

Fue así cómo a media tarde de ese largo día, sin haberlo planeado, di con mis huesos en La Serena, una ciudad que tres meses antes, en mi camino hacia el norte, había evitado por suponerla muy turística. Y lo es, pero ahora estábamos ya en temporada baja y, además, resulta que la zona de mayor turismo es la costanera, a lo largo de la playa, donde se ubican las torres de apartamentos, los hoteles o bungalós caros y los restaurantes subiditos de precio. El casco urbano, mucho más antiguo, se halla dos quilómetros tierra adentro, al final de un recto y largo bulevar, de suerte que ambas zonas son relativamente independientes una de otra. Aquí es donde, salvo el faro, se encuentran todos los atractivos históricos, y tampoco escasea la oferta hotelera.

Valle del Elqui, cerca de La Serena

La primera noche, para no equivocarme, me quedé en un hostal con buenas referencias y cercano a la estación de autobuses; pero al día siguiente, como quiera que mi habitación resultó más bien fría, me mudé a un económico albergue bastante informal, situado prácticamente en el centro y con mejores referencias aún. Esta vez acerté de lleno, ya que no sólo me tocó una habitación muy acogedora y con calefacción, sino que el anfitrión, Víctor, resultó ser un tipo fenomenal: Sigue leyendo

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Iquique bajo una duna y frustrada estancia en Vallenar

Iquique, encajonada entre el Pacífico y el Cerro Dragón. (Foto: tourweek.ru)

10 de septiembre, Santiago de Chile

Aeropuerto internacional Arturo Merino Benítez, matando mis últimas horas en Chile. Me sorprende que ya haya transcurrido casi una semana desde que escribí el capítulo anterior; señal de que los eventos viajeros se han sucedido con rapidez, sin dejarme un momento para actualizar el diario. Ahora mismo, en cambio, no tengo nada que hacer durante las nueve horas que faltan para coger el avión, salvo poner mis notas al día y derrochar mi dinero pagando cervezas a diez dólares en cualquier restaurante aeroportuario; así que vamos a ello; a ambas cosas.

Dejé atrás Pica con algo de pena, ya que era mi última etapa en el desierto, lejos del mundanal ruido. Pero todo tiene su fin, y a mis días en ese pequeño pueblo les llegó el suyo. Era un lunes al mediodía cuando desalojé mi habitación, me despedí de mis hospitalarios anfitriones y me fui a paso tranquilo hacia el cruce del que salen los transportes a Iquique, la ciudad más cercana donde podía coger un bus con dirección sur. Sigue leyendo

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Oasis de Pica y un faro en el mar de arena

Cementerio de Pica

2 de septiembre, Pica

El lector curioso no tiene más que buscar Pica (región de Arica, Chile) en su Sigue leyendo

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Hacia Pica por la ruta de las quebradas

Fondo parcelado de una quebrada

Misma fecha y lugar

Estoy sentado a una mesa en un agradable restaurante de Pica, en mi segundo día de estancia aquí, valorando si quedarme otros tres o cuatro para matar la semana y pico que aún me falta hasta tomar el vuelo de regreso a España. En vista de lo ya conocido, no sé si encontraré mejor lugar para esta última etapa del viaje. Pero no adelantemos acontecimientos y prosigamos el relato donde lo dejé el capítulo anterior.

La Panamericana Norte faldea la quebrada de Vitor

Inicio del descenso a la espectacular quebrada de Camarones

Había comprado con bastante antelación el billete de Arica a Humberstone porque dicho trayecto es aquel que la tribu de inmigrantes que se adueñó del bus me había impedido disfrutar cuando lo recorrí a la ida, y tenía muy presente mi frustración por tal pérdida, en especial la de los paisajes que el paso por las quebradas ofrece. Ya entonces me impuse como ineludible objetivo el tener la ocasión de fotografiar a placer esas vistas a la vuelta, de modo que ahora me procuré el mejor asiento posible a tal fin, y tenía puestas muchas espectativas en esta nueva ocasión. Sigue leyendo

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Feria agrícola de Tacna y regreso a Chile

Viejo edificio en el centro de Tacna

Chile, misma fecha y lugar

Mis dos últiimas noches en Perú antes de regresar a Chile las pasé en Tacna. Mediante el clásico sistema de patear las calles (es decir, prescindiendo de internet) encontré una pensión más o menos céntrica y de aceptable calidad donde me dieron una habitación amplia y muy soleada, cosa de agradecer en el clima más bien fresco de esa región, en la que los días, debido a la influencia del litoral, suelen amanecer nublados. Precisamente al llegar yo estaban celebrándose dos eventos en la ciudad: uno, el aniversario de su reincorporación al territorio peruano (durante un tiempo estuvo en disputa no sé si con Chile o con Bolivia), y el otro una feria anual agrícola, ganadera y de productos artesanales, cuyo recinto ocupaba una gran explanada en las afueras, y que me acerqué a visitar. Ahí pasé una mañana entera (cinco soles por entrar) curioseando todo lo que se exhibía, degustando chocolates y cafés y comprando algunos regalitos para traerme de vuelta a España. En una caseta que anunciaba “churros valencianos auténticos” me pedí, por curiosidad, una porción; pero no fui capaz de acabármela: estaban hechos con harina de maíz, fritos con sepa Dios qué aceite y, como era de esperar, no tenían nada que ver con nuestros churros, valencianos o no. Sigue leyendo

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Más sobre Ilo y última evaluación del Perú

Flotilla pesquera de Ilo desde la playa

31 de agosto, Pica (Chile)

Hace varios días que no actualizo el diario. Ya quedaron atrás Ilo y el Perú, país que me ha dejado una mezcla de impresiones positivas y negativas un poco desconcertante; y es que, puestos a calificar los rasgos de su sociedad, me resulta difícil establecer una clara distinción entre los favorables y los desfavorables; no sé cuáles debo considerar virtudes o defectos. De momento enumeraré algunos y dejaré para después un esbozo de análisis.

En general, me han parecido gente muy modesta, tirando a tímida, poco o nada expresiva, parca en palabras y directa al grano, como quien no tiene necesidad ni ganas de decir más que lo imprescindible. Aparte, como ya he repetido a lo largo de este relato, parecen carecer del sentido de la estética y desconocer la vanidad (quizá ambos rasgos tengan una íntima relación); más bien ignorantes, en el sentido menos negativo del término; poco cívicos, en referencia a su desprecio por el medio ambiente o  la contaminación acústica. Pero, en realidad, ¿son disociables esos rasgos? Es decir: ser presumido, por ejemplo, ¿es del todo independiente de tener buen gusto? O bien, ¿puede el respeto cívico casar con la ignorancia? Al fin y al cabo todo se aprende. En principio, uno tendería a creer que Sigue leyendo

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