Mismo día por la tarde, Pozo Almonte
Si El Salvador es uno de esos lugares remotos cuya apacible existencia parece discurrir al margen del mundo, Pozo Almonte, por contraste, me evoca los pueblos que describió Zane Grey en alguna de sus novelas, surgidos de la noche a la mañana, en medio de la nada, a la sombra de la construcción del ferrocarril o del hallazgo de vetas auríferas: poblaciones temporáneas, sin ley ni orden, levantadas y habitadas por gente que no echa raíces y por desaconsejables sujetosde toda calaña llegados al olor del dinero o a la llamada del bullicio. Lugares que se construyeron y crecieron con rapidez y que un buen día, al agotarse el filón o cesar la actividad que les dio vida, quedaron abandonados y medio desmantelados con igual o mayor premura.
Sito en el cruce de la Longitudinal Norte con la carretera que lleva a la turística zona de Mamiña y Pica, a raíz de unas recientes concesiones mineras Pozo Almonte hierve hoy de actividad comercial y constructora, al llamado de las cuales acuden buscavidas de todo pelaje: pedigüeños, saltimbanquis, vendedores callejeros, prostitutas, rateros, músicos ambulantes… ¡yo qué sé! En sus apenas tres quilómetros cuadrados hay, sin contar los puestos del mercado, al menos medio centenar de tienduchas y arriba de veinte o treinta comedores. Las calles secundarias (es decir, todas salvo la carretera Longitudinal) están infestadas por nada amistosos canes vagabundos (una de las peores plagas de media Iberoamérica) así como domésticos, pues no parece haber vivienda que no tenga su perro guardián; lo cual da una idea de lo poco seguro que debe de ser este sitio. Si esperaba yo encontrar aquí algo remotamente parecido a lo que he dejado atrás, andaba muy equivocado. De hecho, el lugar no invita a quedarse una segunda noche, así que ya veremos qué hago mañana. Y es una lástima, porque su ubicación en el corazón de una inacabable planicie, Sigue leyendo