
Algunas casas de Torata en primer plano. El Complejo Turístico a media altura, a la izquierda del todo.
25 de julio, Torata
Sigo en Torata, pero me he cambiado de alojamiento. La última habitación que ocupé era una verdadera caca: me la entregaron sin barrer ni fregar, con pelos por todas partes, lleno el cuarto de baño de churretes, fría por la noche y sin una mala barrera que oponer a los muchos ruidos a que estaba expuesta: voces y televisores de otros huéspedes, ladridos de perros nocturnos, música de los gamberretes locales, tráfico local, etc. Así que pasé en ella (procurando, eso sí, minimizar el contacto con sus puercas superficies) las dos noches que había cancelado (palabra que en Hispanoamérica significa “pagado”) de antemano, y me he venido al Complejo Turístico (de gestión municipal), situado en las afueras del pueblo, sobre la ladera opuesta de la quebrada y a quince minutos a pie por pendientes caminos; con lo cual he ganado infinitamente en tranquilidad (hoy soy el único huésped y, además, esto queda bastante alejado) y también en vistas (de las que, por desgracia, apenas he podido disfrutar), un poco en comodidad (tengo una silla como Dios manda, y el edificio está mejor aislado), muy poco en limpieza (que no parece ser el punto fuerte de los peruanos: la ducha está sucia, el suelo barrido pero no fregado), y he perdido en precio (60 soles, frente a los 40 de la otra). El lugar se resiente de los mismos problemas que la mayoría de los servicicios del mundo hispano gestionados por entes públicos: indolencia e ineficacia. Sigue leyendo