El cruce de Humberstone y la anitgua salinera

13 de julio, cruce de Humberstone, Atacama

En todos los viajes hay jornadas buenas, jornadas malas y jornadas peores; y en este mío la presente me ha parecido de las terceras. Pero, antes, recapitulemos para ponernos al día. Ayer hablé de Pozo Almonte pero no conté cómo llegué hasta ahí desde Calama. Tras salir huyendo de aquella maloliente habitación donde me había hospedado, me fui a la estación de autobuses para comprar el boleto. Como no lo había reservado con antelación, hube de conformarme con un asiento en una fila media que, aunque junto a la ventanilla, no me permitió disfrutar de las panorámicas que ofrece la primera hilada. Una lástima, porque me habría gustado ver, en toda su extensión, los paisajes del inacabable altiplano. Salvo los primeros 40 ó 50 km, a lo largo de los cuales fuimos ascendiendo hasta cotas de unos 3000 m, el resto del viaje transcurrió por una extensísima llanura: cincuenta leguas de terreno llano, siempre con la lejana precordillera hacia levante y alguna pequeña sierra, más cercana, a poniente. El único cambio en la fantasmal monotonía de ese infinito yermo lo trajo Sigue leyendo

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Tormenta de polvo en el altiplano

Mismo día por la tarde, Pozo Almonte

Si El Salvador es uno de esos lugares remotos cuya apacible existencia parece discurrir al margen del mundo, Pozo Almonte, por contraste, me evoca los pueblos que describió Zane Grey en alguna de sus novelas, surgidos de la noche a la mañana, en medio de la nada, a la sombra de la construcción del ferrocarril o del hallazgo de vetas auríferas: poblaciones temporáneas, sin ley ni orden, levantadas y habitadas por gente que no echa raíces y por desaconsejables sujetosde toda calaña llegados al olor del dinero o a la llamada del bullicio. Lugares que se construyeron y crecieron con rapidez y que un buen día, al agotarse el filón o cesar la actividad que les dio vida, quedaron abandonados y medio desmantelados con igual o mayor premura.

Sito en el cruce de la Longitudinal Norte con la carretera que lleva a la turística zona de Mamiña y Pica, a raíz de unas recientes concesiones mineras Pozo Almonte hierve hoy de actividad comercial y constructora, al llamado de las cuales acuden buscavidas de todo pelaje: pedigüeños, saltimbanquis, vendedores callejeros, prostitutas, rateros, músicos ambulantes… ¡yo qué sé! En sus apenas tres quilómetros cuadrados hay, sin contar los puestos del mercado, al menos medio centenar de tienduchas y arriba de veinte o treinta comedores. Las calles secundarias (es decir, todas salvo la carretera Longitudinal) están infestadas por nada amistosos canes vagabundos (una de las peores plagas de media Iberoamérica) así como domésticos, pues no parece haber vivienda que no tenga su perro guardián; lo cual da una idea de lo poco seguro que debe de ser este sitio. Si esperaba yo encontrar aquí algo remotamente parecido a lo que he dejado atrás, andaba muy equivocado. De hecho, el lugar no invita a quedarse una segunda noche, así que ya veremos qué hago mañana. Y es una lástima, porque su ubicación en el corazón de una inacabable planicie, Sigue leyendo

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En ruta hacia el norte: Antofagasta y Calama

9 de julio, El Salvador

Hoy, por ser mi último día en este pueblo, he dado una caminata más larga que de costumbre, hasta allende la primera línea de colinas hacia el nordeste, allí donde las últimas lomas, en que la piedra cede a la roca, se asoman en empinados peñascales sobre el amplísimo valle, cien metros más abajo. El ancho y suave fondo de la cuenca se extiende aún una o dos leguas más, hasta el arranque de otras nuevas elevaciones, onduladas, no muy altas, formando un mar de montes que allá lejos, en el horizonte difuminado por la bruma, se confunde con el cielo. La tierra es toda de un color marrón apagado, herrumbroso, salvo algunas franjas de tonos crema con vetas azuladas que, supongo, delatan la presencia de mineral cuprífero.

Un detalle que pone de manifiesto, antes que la juventud geológica de estas formaciones montañosas, la falta de precipitaciones es el hecho de que las piedras, que cubren tal vez nueve décimas partes del suelo, sean de caras planas y aristas angulosas y cortantes: no ha erosionado sus bordes el agua, madre de la erosión, y se conservan aún en el mismo estado en que surgieron de las profundidades de la tierra hace millones de años, o quizá tal como se fracturaron y fragmentaron las rocas, sometidas a los acusados contrastes térmicos tan característicos de las zonas desérticas.

Las inmumerables sendas trazadas por la acción del hombre (veredas peatonales las más estrechas, rodadas de motos, quads o pequeños todoterreno las más anchas y polvorientas) sobre el terreno próximo a El Salvador, que van caprichosamente de loma en loma, de collado en collado, a menudo por la cuerda, otras veces faldeando las laderas, sin dirección ni destino concreto, son el testimonio de seis décadas de Sigue leyendo

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Un poblado de gestión privada

7 de julio, El Salvador

Un fastidioso airecillo de poniente, frío, ha soplado durante todo el día por estas altitudes, sin que el puro sol de invierno bastara, con su menguada fuerza, a calentarme el cuerpo. En parte para burlar a ese céfiro traidorzuelo, en parte también por variar la rutina de estos días y cenar algo decente, me he ido hoy a Diego de Almagro a pasar la tarde.

Hago un paréntesis para anotar que cada día comprendo menos los criterios que las empresas de transporte, en Chile, usan para establecer sus precios. De hecho, me tienen un poco perplejo. Según la web de Pullman, el billete desde El Salvador a Almagro cuesta 3600 pesos, pero el trayecto inverso sale por 6700 (ambos con el descuento aplicado del 10% por compra online), lo cual supone ya, de entrada, una asimetría difícil de entender. Pero luego, al comprar el pasaje de ida en la taquilla (donde pregunté por mera curiosidad), no sólo no perdí ese 10% de descuento, sino que me cobraron 100 pesos menos, o sea 3500. En vista de esto, parecía claro que, al volver, debería hacer lo mismo. Pero resultó que en la taquilla de Almagro no venden billetes a El Salvador (otra asimetría incomprensible), sino que el viajero debe comprárselo al conductor del bus. ¿Por cuánto? Por 3000 pesos. O sea que no sólo es falso ese descuento por compra online, sino que el pasaje pagado a bordo sale a menos de la mitad respecto al precio en la web. En cualquier caso, todo el sistema parece enormemente arbitrario, y el único elemento que por lo visto no falta es Sigue leyendo

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Charlatanes, sociópatas y misántropos

Me cuenta un vecino que el supermercado del pueblo está subvencionado por Codelco, la explotadora estatal de la mina, que saca a concurso la concesión cada equis años con el fin de mantenerlo abierto a cambio de unos fondos, pues de lo contrario, por lo visto, el negocio trabajaría a pérdidas. Pero no sé yo lo cuantiosas que serán éstas y aquéllos, ni qué corruptelas habrá, porque, por lo que observo, la superficie (muy extensa, por cierto) tiene un movimiento considerable. Es el único lugar de El Salvador donde proveerse de comestibles y otros suministros, y todo el mundo acude ahí a llenar la despensa.

Esta mañana, en otra de mis charlas con don Mario (así lo interpelo yo porque le gusta al hombre que lo traten de don, y él me corresponde con igual deferencia), hemos hablado sobre el blanqueo y normalización social de la paidofilia que, poco a poco, Sigue leyendo

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Comienza el invierno en el sur de Atacama

4 de julio, misma localidad

Sólo me quedaré dos días más en El Salvador. Hoy es martes y tengo el hostal pagado hasta el jueves. Podría alargar la estancia otra semana, pero en esta región del planeta, a esta altitud y latitud, pasado el solsticio de invierno comienzan los días a refrescar; y yo no traigo ropa adecuada. Las máximas diarias por encima de los 20 grados han quedado atrás, y ahora se siente ya fresco desde antes del ocaso. El pronóstico meteorológico para la próxima semana mantiene una paulatina bajada de temperaturas, y si decidiera quedarme un poco más tendría que resignarme a no salir del hotel a partir de media tarde, desperdiciando así varias horas de luz. No obstante, aún no me he resuelto del todo a marcharme, porque me tira con fuerza esta vida perezosa y apacible.

En principio, mi idea es continuar viajando hacia el mediodía y pasar al Perú, donde, según me dicen, la vida es mucho más barata y considerablemente más segura. Por lo visto, la Tercera Región (antes llamada Antofagasta), que ahora debo atravesar en mi ruta hacia el norte, es algo peligrosa a causa del elevado número Sigue leyendo

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Peculiaridades de la democracia chilena

3 de julio, mismo lugar y hora

Hoy hay más actividad por la calle. Ayer fue domingo y, en este país, se toman los festivos bastante en serio.

Acabo de regresar de mi caminata diaria por el campo. Abro paréntesis: ¿Se le puede llamar “campo” al desierto?, ¿a una sucesión inacabable de lomas y cerros pelados, sin el más mínimo vestigio de vegetación? Supongo que sí, aunque el vocablo latino campus significa “terreno llano” y, aparte, parece que en general asociamos el campo con las tierras de labor o productivas desde un punto de vista agrario. Pero aquí, obviamente, digo “campo” por oposición a “urbe”. Cierro paréntesis. Pues resulta que, según entraba al poblado, me ha llamado la atención (que no sorprendido) la cantidad de barberías que hay en El Salvador. Para ser un lugar tan poco habitado, el número de ellas me parece algo desproporcionado. Tal vez haya cerca de diez. Desde que, hace ya medio siglo, oí a mi padre decir Sigue leyendo

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Aclimatándome al desierto

2 de julio, El Salvador

Poco a poco voy conociéndome los rincones de este pueblo (dicho sea rincón en sentido traslaticio, pues las anchas y espaciosas calles de El Salvador no esconden rincón alguno propiamente dicho). Sobre la avenida principal hay un pequeño restaurante en la acera suroeste, donde da la sombra de las fachadas casi todo el día; y, como por las mañanas está cerrado, sus mesas –que dejan siempre en la calle– me vienen de perlas para sentarme a escribir si no me apetece consumir nada, como suele ser el caso a estas horas, poco después de mi desayuno o colación (graciosa pero impropia palabra que usan mis recepcionistas para referirse a la bolsita con porquerías artificiales que me entregan cuando salgo de la habitación por la mañana). Según me explicó el mapuche, desde que se declaró la emergencia covidiana –y hasta la fecha, aunque hace tiempo que fue decretada su finalización– el hotel dejó de servir desayunos, sustituyéndolos por Sigue leyendo

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