13 de julio, cruce de Humberstone, Atacama
En todos los viajes hay jornadas buenas, jornadas malas y jornadas peores; y en este mío la presente me ha parecido de las terceras. Pero, antes, recapitulemos para ponernos al día. Ayer hablé de Pozo Almonte pero no conté cómo llegué hasta ahí desde Calama. Tras salir huyendo de aquella maloliente habitación donde me había hospedado, me fui a la estación de autobuses para comprar el boleto. Como no lo había reservado con antelación, hube de conformarme con un asiento en una fila media que, aunque junto a la ventanilla, no me permitió disfrutar de las panorámicas que ofrece la primera hilada. Una lástima, porque me habría gustado ver, en toda su extensión, los paisajes del inacabable altiplano. Salvo los primeros 40 ó 50 km, a lo largo de los cuales fuimos ascendiendo hasta cotas de unos 3000 m, el resto del viaje transcurrió por una extensísima llanura: cincuenta leguas de terreno llano, siempre con la lejana precordillera hacia levante y alguna pequeña sierra, más cercana, a poniente. El único cambio en la fantasmal monotonía de ese infinito yermo lo trajo Sigue leyendo