Existe la opinión generalizada entre el público más “antiimperialista” o “antiamericano”, por así decir, de que Rusia constituye una especie de baluarte contra, precisamente, el imperialismo estadounidense y una alternativa al modelo hipercapitalista del corporativismo occidental, de que Moscú está en las antípodas políticas, sociales y económicas de Washington, de que el Kremlin persigue objetivos muy alejados de los de la Casa Blanca y, en fin, de que Putin es un karateka-zen, básicamente bienintencionado, que le hace frente a la hegemonía financiera y militar angloamericana, al “orden mundial unipolar” establecido tras el derrumbe de la Unión Soviética, y que intenta liderar la construcción de un nuevo orden multipolar más justo y equilibrado.
Entre esos mismos o parecidos círculos de la -digamos- disidencia formal en Occidente, de la “opinión alternativa” y de quienes cuestionan -o creen cuestionar- más o menos de raíz el actual sistema (esfera que, curiosamente, engloba -entre otros- tanto a los muchos que se dicen a sí mismos comunistas como a los pocos que nos declaramos conservadores) existe igualmente la tendencia a creer que la guerra en Ucrania, contra lo que nos dicen todos nuestros gobiernos y los mass media dominantes, no la libra en realidad una pobre y apabullada nación contra las aspiraciones zaristas (o sovietistas) de su gigante vecino invasor, sino las fuerzas del mal, representadas por la EUSA pero delegando en tropas ucranianas con armamento, entrenamiento e inteligencia OTAN, contra las fuerzas del bien (o del no-tan-mal), representadas por el justiciero ejército de la Federación Rusa, que no hacen sino defenderse del insaciable expansionismo atlantista y defender del nazismo ucraniano a los masacrados y discriminados habitantes rusófonos del Donbás.
Y existe, por último, entre los más escépticos y conscientes antiglobalistas la idea de que Putin se opone o, como mínimo, se mantiene al margen de la conspiración judeomasónica que nos ha traído la falsa pandemia covidiana, que está trayéndonos la restricción de libertades fundamentales y la peor degeneración moral y social de la historia, y que nos traerá la dictadura climática total, el control ciudadano absoluto, las monedas digitales programables y, en fin, el mundo más distópico que hubiesen podido imaginar Orwell y Huxley en una noche de borrachera conjunta; de modo que -según dicha idea- Rusia representaría una suerte de oasis, último refugio de libertades ciudadanas en el desierto global de la esclavitud tecnocrática y la manipulación social. Sigue leyendo