Frente a mis ojos humea un cafelito amargo (soluble, por desgracia: en Perú, país productor de café, es difícil encontrar dónde te sirvan uno de cafetera) y me hace guiños un esponjoso bizcocho de choclo que he comprado en un puestecillo del mercado tras tomarme, para desayunar, un sabroso jugo de papaya fresca. ¡Qué diferente de Chile es Perú! ¡Qué contraste tan grande! Hasta está pareciéndome menos desarrollado (dicho sea este adjetivo con todas las reservas) que Centroamérica, con la que estoy más familiarizado. Al contrario que en Chile, aquí la mayoría de la población es indígena y, aunque casi todos se visten a la europea, no escasean viejas centenarias (¿cómo, si no, iban a seguir usando esas ropas tradicionales?) que parecen recién descendidas del Machu Picchu. Sigue leyendo
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