I. Maderuelo en su rincón

En otro de mis viajes moteros sin destino, salgo de Madrid más ligero que nunca de equipaje y con una sola idea como guía: dejar atrás el calor, que ya en junio suele señorearse de la meseta castellana.

Pasado Somosierra –aún ventoso y frío, con sus cielos nublados– me aparto de la inhóspita autovía en Boceguillas y empiezo a culebrear rumbo norte por las carretras locales, que ensartan los pueblos como desiguales cuentas de un collar. Los nombres desgastados y sonoros, un día llenos de significado, dicen una España campesina que ya nadie comprende: Grajera, Pajarejos, Bercimuel, Fuentemizarra, Valdevarnés…

En la antigüedad, todas estas tierras fueron habitadas de los arévacos (pueblo celtíbero) y conquistadas por los árabes durante la alta edad media. Recobrólas en el siglo X el poderoso Fernán González, conde de Castilla, y en el mismo siglo se perdieron de nuevo al moro Almanzor. Sigue leyendo

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¿Por qué el matrimonio homosexual importa?

En mi último viaje a Estados Unidos me vi forzado a escuchar, sin escapatoria posible, varios programas del locutor Rush Limbaugh, un insoportable reaccionario ultraderechista. No obstante, en uno de aquells radio talk-show se descolgó con un pequeño discurso que no puedo sino suscribir. Si lo hubiese escrito yo, lo habría hecho menos iterativo y lo habría reforzado con algunas consideraciones antropológicas de mucha autoridad y difíciles de refutar (que a lo mejor algún día me tomo la molestia de incorporar a este artículo), pero de momento me he limitado a resumirlo y darle una traducción libre, que ofrezco a continuación.

Why gay marriage matters (by Rush Limbaugh)

“Menos del 2% de la población adulta es homosexual y, de éstos, sólo una pequeña fracción quiere casarse entre sí. Así que –dicen algunos– ¿qué más da? ¿A quién le importa que un insignificante porcentaje de la población quiera casarse con alguien del mismo sexo? ¿Cómo puede algo así suponer una amenaza para el matrimonio tradicional o heterosexual? ¿Cómo puede a nadie en realidad preocuparle?”

Pues veréis. A lo largo de milenios, el matrimonio ha sido una institución sobre algo muy específico. No es un acuerdo de tocador para satisfacer superficiales deseos de moda, sino un compromiso muy concreto. Se le puede objetar que a veces no funciona o que rara vez es perfecto; se lo puede atacar de muchos modos; pero el matrimonio es lo que es: básicamente, la unión de un hombre y una mujer con el propósito –nos guste admitirlo o no– de propagar la especie, crear familias, linajes y estirpes –donde la palabra familia es clave– que puedan dar a la descendencia las mejores oportunidades para enfrentarse a la vida y prosperar. Sigue leyendo

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Os presento a los votantes vagina (por Brendan O’Neill)

(Leyendo la prensa online estadounidense me he encontrado en reason.com este curioso artículo de Brendan O’Neill, que bien puede –haciendo abstracción de los personajes implicados– trasladarse a la España de los últimos lustros. Me he limitado aquí a traducirlo.)

“Pienso votar con la vagina”.

¿Habéis escuchado alguna vez una frase más vergonzante? Apareció en la revista Dame, escrita por alguien que tiene una vagina y que va a votar a [Hillary] Clinton porque tambén tiene una. Pero –dejando a un lado la desafortunada imagen que evoca (¿se puede sostener un lápiz con una de ésas?)– el principal problema de este tipo de desvergonzadas declaraciones es que confirman el descenso del feminismo al albañal de la política identitaria, incluso del biologismo, y su abandono del principio que pide valorar a las mujeres por su mente y no por su anatomía.

Kate Harding, la votante vagina en cuestión, no sólo piensa votar con la suya, sino que va a decírselo a todo el mundo. “Pienso votar con mi vagina. Sin tapujos. Con entusiasmo… Y pienso hablar del tema,” escribió en Dame. Cree que Hillary sería una gran presidenta porque “sabe lo que es menstruar, estar preñada y dar a luz.” Sigue leyendo

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A través del espejo

A lo largo de este viaje a ninguna parte una idea ha ido poco a poco surgiendo desde la penumbra de mi subconsciente, donde era apenas un embrión, hacia la superficie de mi consciencia, definiéndose ya y redondeándose durante los pasados días, fijándose en la retina de mi mente y adquiriendo la inconfundible categoría de objetivo; un objetivo que –como una aguja imantada– dirige ahora el manillar de Rosaura: presenciar el maelstrom, ese vórtice inspirador de fábulas que se origina en algunas corrientes marinas.

Mi próximo destino es, pues, Saltstraumen (a veinte quilómetros de Bodo), donde según me han dicho se forma el remolino más poderoso de las costas noruegas, y quizá también –si se ha de hacer caso a la información enciclopédica– el mayor que se conozca en todo el orbe. Sea como fuere, y viere allí lo que viere, Bodo va a ser mi última parada en este país, porque demasiado está alargándose mi estancia aquí; que si por un lado me cautivan los espectaculares e inesperados paisajes noruegos (entre los mejores de mi mucho viajar), por otro me echan para atrás estos desorbitados precios (los más elevados del mundo). Así que, después de descender hasta Salstraumen, cogeré la primera carretera que pueda llevarme directo a Suecia.

Mi ruta de hoy, desde Myrlansfjorden hasta Tennfloget

Mi ruta de hoy, desde Myrlansfjorden hasta Tennfloget

Para bajar hacia el sur desde esta encantadora casita junto al Myrlandsfjorden donde he pasado los dos últimos días, sin tener que dar el larguísimo rodeo por el litoral del continente, hay dos rutas alternativas por ferry: el Svolvaer-Skutvik y el Lodingen-Bognes; y aunque la primera parece más corta, mis afables caseros me recomiendan la segunda por rápida y económica, aparte de por tener un horario más nutrido de salidas. Así que me despido de ellos y salgo hacia Lodingen, adonde llego una hora más tarde, justo –suerte la mía– cuando está el ferry a punto de zarpar. Sigue leyendo

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Lofoten: una vez en la vida

Mi casita de alquiler en Myrlandsfjorden

Mi alojamiento en Myrlandsfjorden

Ningún día me han engañado tanto las distancias en Noruega como hoy: sobre el mapa, me pareció que llegar al extremo occidental del archipiélago Lofoten desde mi idílico alojamiento junto al Myrlandsfjorden iba a ser cuestión de un paseo mañanero; pero cuando iba a mitad de camino me di cuenta de que, si no daba media vuelta, la tarde se me escaparía de las manos; y además me iba a mojar, porque a medida que avanzaba hacia el oeste, allá donde las islas se asoman Atlántico, el tiempo empeoraba a ojos vista.

Myrlandsfjorden visto desde mi terraza

Myrlandsfjorden visto desde mi terraza

Por otra parte, y anque parezca mentira, tanto paisaje y belleza han llegado a embotarme los sentidos; tantas vueltas y revueltas de la carretera, tanto detenerme a cada pocos quilómetros para hacer fotos o caminar hasta el recodo de un camino, hasta un promontorio, a la orilla del mar o al extremo de un malecón para disfrutar de esta asombrosa naturaleza, han acabado por agotar mi percepción. Sigue leyendo

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El cazador de barcos

Montañas de Bleik, 5 km al sur de Andenes

Montañas de Bleik

Cinco quilómetros al sur del extraño pueblo de Andenes, en el extremo norte de Andoya, las dentadas crestas de las montañas de Bleik hincan sus colmillos desiguales y afilados en la oscura panza de las nubes una fría y gris mañana de lluvia, proporcionándome una de las visiones más escalofriantes de todo mi tránsito por Noruega; un panorama que, además, me sugiere tomar la carretera de sotavento para ir hacia el sur de la isla, pues colijo que la que discurre por el oeste será más lluviosa y desapacible.

Cuando llego a Strand, de donde arranca el puente que lleva a Sortland, no puedo evitar detenerme a hacerle unas fotos. No es que sea bonito, pero su altura y longitud impresionan.

Este puente comunica la isla de Langoya con el resto del país

Este puente de 1 km comunica la isla de Langoya con el resto del país

Noruega parece haber adoptado una filosofía muy pragmáatica en lo que a puentes se refiere, porque veo el mismo modelo repetido una y otra vez. Debe de haber unas cien de estas feas pero imponentes estructuras enlazando la miríada de islas que conforman el accidentado litoral.

En algún lugar de Gullesfjord, isla de Finnoya

En algún lugar de Gullesfjord, isla de Finnoya

Pero entremos en materia. Cualquiera que haya tenido la curiosidad (y la paciencia) de seguir estos capítulos en los que vengo narrando mi cambiante e incierto viaje a ninguna parte y dando cuenta de las vicisitudes e impresiones que voy teniendo a lo largo de él, estará ya familiarizado con el Trollfjord, uno de los barcos que hacen la ruta costera Hurtigrutten. Ya en dos ocasiones me lo he cruzado por casualidad: la primera en el muy septentrional puerto de Kjollefjord y la segunda en el de Tromso, donde estuve incluso tentado de cogerlo para hacer una parte de su recorrido. Según me dijeron en la oficina de turismo, quizá el tramo más bonito sea el tránsito por el angosto canal de Tengelfjorden entre las islas de Hinnoya y Austvagoy, que mide veinte quilómetros de largo y, en algunos tramos, menos de doscientos metros de ancho, y está flanqueado por montañas cuyos picos alcanzan los mil metros de altitud. Sigue leyendo

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Santuario de Urquiola: un buen día de moto

No podía faltar en esta serie Vasconia en dos ruedas una visita al santuario de Urquiola, uno de los lugares más interesantes de la provincia de Vizcaya, que bien merece una referencia por su valor histórico y paisajístico, o aunque sólo sea para dar noticia de una buena ruta que disfrutar con la moto.

Ya su ubicación –sobre una de las vías naturales que comunicaban Castilla con los puertos del Cantábrico– es curiosa y digna de una reseña, pues el santuario está edificado justo sobre la divisoria que separa las dos vertientes de la cadena montañosa cántabra, de modo que las aguas de lluvia que su tejado recoge en ambos aleros acabarán, de un lado, en el Mediterráneo y, del otro, en el Cantábrico.

Transcurso del via crucis bajo los robles junto al monasterio

Transcurso del via crucis bajo los robles junto al santuario

Hay en las inmediaciones del templo un vía crucis que discurre graciosamente entre la fresca arboleda del parque natural de Urquiola y finaliza en un espectacular mirador frente al cual se yerguen, como murallas colosales, las imponentes paredes calizas de los montes del Duranguesado, en cuya mayor elevación –el Amboto– la mitología local sitúa la morada de su principal deidad: Mari. Sigue leyendo

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Una nostalgia de los últimos elfos

Un día ventoso en la isla de Senja

Un día ventoso en la isla de Senja

Estamos a diecinueve de agosto. Llevo diez días conduciendo por Noruega y, escribiendo este diario, ya he agotado mi vocabulario de adjetivos sin haber podido aún transmitir una idea precisa de lo irresistible, lo majestuoso que es este país, pese a tantas fotos que acompaño (y eso que sólo son un tercio de las que hago): tan vistosas son casi todas que tardo más en escogerlas que en redactar los capítulos; y no sé ya qué nuevas palabras usar para dar cauce a mi asombro sin precedentes. Quizá dejando que las imágenes hablen por sí solas… Sigue leyendo

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