Feria agrícola de Tacna y regreso a Chile

Viejo edificio en el centro de Tacna

Chile, misma fecha y lugar

Mis dos últiimas noches en Perú antes de regresar a Chile las pasé en Tacna. Mediante el clásico sistema de patear las calles (es decir, prescindiendo de internet) encontré una pensión más o menos céntrica y de aceptable calidad donde me dieron una habitación amplia y muy soleada, cosa de agradecer en el clima más bien fresco de esa región, en la que los días, debido a la influencia del litoral, suelen amanecer nublados. Precisamente al llegar yo estaban celebrándose dos eventos en la ciudad: uno, el aniversario de su reincorporación al territorio peruano (durante un tiempo estuvo en disputa no sé si con Chile o con Bolivia), y el otro una feria anual agrícola, ganadera y de productos artesanales, cuyo recinto ocupaba una gran explanada en las afueras, y que me acerqué a visitar. Ahí pasé una mañana entera (cinco soles por entrar) curioseando todo lo que se exhibía, degustando chocolates y cafés y comprando algunos regalitos para traerme de vuelta a España. En una caseta que anunciaba “churros valencianos auténticos” me pedí, por curiosidad, una porción; pero no fui capaz de acabármela: estaban hechos con harina de maíz, fritos con sepa Dios qué aceite y, como era de esperar, no tenían nada que ver con nuestros churros, valencianos o no. Sigue leyendo

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Más sobre Ilo y última evaluación del Perú

Flotilla pesquera de Ilo desde la playa

31 de agosto, Pica (Chile)

Hace varios días que no actualizo el diario. Ya quedaron atrás Ilo y el Perú, país que me ha dejado una mezcla de impresiones positivas y negativas un poco desconcertante; y es que, puestos a calificar los rasgos de su sociedad, me resulta difícil establecer una clara distinción entre los favorables y los desfavorables; no sé cuáles debo considerar virtudes o defectos. De momento enumeraré algunos y dejaré para después un esbozo de análisis.

En general, me han parecido gente muy modesta, tirando a tímida, poco o nada expresiva, parca en palabras y directa al grano, como quien no tiene necesidad ni ganas de decir más que lo imprescindible. Aparte, como ya he repetido a lo largo de este relato, parecen carecer del sentido de la estética y desconocer la vanidad (quizá ambos rasgos tengan una íntima relación); más bien ignorantes, en el sentido menos negativo del término; poco cívicos, en referencia a su desprecio por el medio ambiente o  la contaminación acústica. Pero, en realidad, ¿son disociables esos rasgos? Es decir: ser presumido, por ejemplo, ¿es del todo independiente de tener buen gusto? O bien, ¿puede el respeto cívico casar con la ignorancia? Al fin y al cabo todo se aprende. En principio, uno tendería a creer que Sigue leyendo

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Ilo sobre el Pacífico

Atardecer en Ilo

20 de agosto, Ilo

Han pasado ya dos semanas largas desde que tomé alojamiento en el hostal torateño que pagué para un mes entero, si bien, como el cuarto que me dieron resultó ser bastante inhóspito (austero, sucio, frío, ruidoso y con poca luz) finalmente sólo me quedé allí el tiempo suficiente para considerar amortizado el alquiler; o sea, poco más de diez días. Tiempo de sobra, no obstante, para llegar a conocer Torata del derecho y del revés. Un pueblo tan pequeño tiene pocos secretos, y durante esos días pude recorrer todas sus calles y explorar todos sus caminos. Me habría gustado también entrar en todos sus comedores, pero sus horarios resultaron incompatibles con mi hábito de alimentarme sólo cuando tengo hambre (y no cuando “es la hora”), puesto que -salvo uno- abrían sólo para el almuerzo. No es que Torata tenga un desproporcionado número de restaurantes (como tales, sólo tres), pero hay bastantes casas particulares que, sin pauta fija, abren de ordinario sus puertas al público para Sigue leyendo

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Vuelta a Torata desde Arequipa: la Panamericana

3 de agosto, Torata

El viaje de vuelta, antier, desde Arequipa hasta Moquegua, esta vez no por los caminos de la sierra sino por la Panamericana, tampoco tuvo desperdicio. Esta carretera atraviesa cañadas de desoladora belleza e inacabables llanuras, planas como una tabla y perfectamente desérticas, las llamadas pampas (no exclusivas de Argentina), donde la rectilínea cinta del asfalto se difumina en la lejana calima del horizonte. Alguno de esos tramos rectos mide hasta 25 km.

De cuando en cuando, una brusca bajada hacia una garganta pone de relieve los estratos del subsuelo, en los que la roca adquiere una asombrosa policromía Sigue leyendo

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Inolvidable ruta hasta la decepcionante Arequipa

2 de agosto, Moquegua

El trayecto por la sierra desde Omate hasta Arequipa figurará entre los más inolvidables de mi vida. Algunos de los paisajes que pude contemplar son tan distintos a cualquier otra cosa que yo haya visto, que su descripción escapa a mis habilidades literarias. De hecho, ni siquiera las fotografías y vídeos que tomé desde el autobús le hacen justicia a la pintoresca, a veces fantasmal y casi siempre sobrecogedora naturaleza que esas lamentables carreteras atraviesan. Se trata de una ruta de tierra (salvo en los tramos primero y último) por toda la serranía, de la que el autobús (una tartana que no tendría menos de cuarenta o cincuenta años) sólo se desvía para dar servicio -por otro camino todavía más mísero- a Amata, una minúscula comunidad en mitad de la montaña.

Aparte, el viaje tuvo para mí todo el sabor folclórico de unos aldeanos Sigue leyendo

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Bebiendo chicha jora en una aldea peruana

Alrededores de Quinistacas

30 de julio, Omate

Conocí a Rodrigo dos días atrás, en mi segunda visita a Quinistacas. Es un hombre de ochenta años que vive en Arequipa con su mujer y parte de su familia, pero que gusta de volver con frecuencia por la aldea, donde conserva una chacra (como llaman en esta región a las alquerías) con una casilla. Manifiesta su humilde hospitalidad conmigo invitándome a entrar, ofreciéndome gaseosa y anís de Arequipa, regalándome una lima y una naranja de su chacra, para que pruebe lo que es fruta de verdad, y dándome un rato de conversación. “Mis hijos -me dice sin asomo de tristeza- venderán esto cuando yo muera, porque a ellos no les gusta el campo.” A seis hijos crió, dos varones y cuatro hembras, y a los seis les dio estudios, sin que hoy a ninguno le falte trabajo. Incluso dos de sus doce nietos tienen ya la carrera terminada y están bien colocados. Parece un hombre satisfecho con la vida que ha llevado, y habla de la muerte con total naturalidad: el dinero que ha ahorrado para el entierro, lo que quiere que sus hijos hagan con su cadáver, etcétera. Rodrigo no se muestra pesaroso por el hecho de ser el único en la familia al que Sigue leyendo

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28 de julio en Omate

Las montañas que dominan Omate, con sus parches de piedra pómez que parecen sucios glaciares.

27 de julio, Omate

Omate está rodeado de montañas por sus cuatro costados: en primer y cercano término lo flanquea, en semicírculo, una alta sierra hasta cuya base llegan algunas de las casas del pueblo; en segundo, visibles donde estaría el proscenio de esa suerte de anfiteatro, aparecen los picos de otra sierra, a una distancia como de media hora caminando; y en tercer plano, a unos 15-20 km a vuelo de cóndor, se encuentran las elevadas cumbres volcánicas de la Cordillera Occidental, con altitudes de hasta 5000 m, cubiertas parcialmente por unos parches color gris blanquecino que parecen nieve sucia pero que -según me dice un paisano- son piedra pómez resultante de no sé qué erupción. Me cuenta también que esas cimas solían estar permanentemente nevadas pero que, desde hace un años, ya no lo están. Sigue leyendo

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Paisajística ruta desde Torata hasta Omate

26 de julio, Omate

Después de todo, mi dormida en el Complejo Turístico no estuvo nada mal. La calma fue tan completa que, en algún momento, el propio silencio me despertó, extrañado (supongo) mi subconsciente por no escuchar absolutamente nada; y además no pasé frío ninguno: la larga edificación de una sola planta, calentada por el sol a lo largo del día, se mantuvo templada durante la noche. Por la mañana me levanté con tiempo sobrado para bajar hasta el grifo (como llaman en Perú a las gasolineras) de Torata y esperar allí al bus de Omate, que vino con media hora de retraso y prácticamente lleno; pero gracias a Dios me habían respetado la plaza que reservé por teléfono la tarde anterior; si bien, para variar, me tocó ir al lado de un gordo, hecho que me veo inclinado a atribuir a alguna sobrenatural influencia diabólica, dado que hasta ahora he visto muy pocos gordos en Perú y es, por tanto, estadísticamente improbable que tan a menudo me toque sentarme junto a uno de ellos.

El viaje, de más de 100 km, no tuvo desperdicio. Durante el primer tramo la carretera asciende hasta casi 3000 m de altitud, y el pasajero que tenga la suerte de ir en el lado correcto del vehículo Sigue leyendo

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