Vuelta a Torata desde Arequipa: la Panamericana

3 de agosto, Torata

El viaje de vuelta, antier, desde Arequipa hasta Moquegua, esta vez no por los caminos de la sierra sino por la Panamericana, tampoco tuvo desperdicio. Esta carretera atraviesa cañadas de desoladora belleza e inacabables llanuras, planas como una tabla y perfectamente desérticas, las llamadas pampas (no exclusivas de Argentina), donde la rectilínea cinta del asfalto se difumina en la lejana calima del horizonte. Alguno de esos tramos rectos mide hasta 25 km.

De cuando en cuando, una brusca bajada hacia una garganta pone de relieve los estratos del subsuelo, en los que la roca adquiere una asombrosa policromía Sigue leyendo

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Inolvidable ruta hasta la decepcionante Arequipa

2 de agosto, Moquegua

El trayecto por la sierra desde Omate hasta Arequipa figurará entre los más inolvidables de mi vida. Algunos de los paisajes que pude contemplar son tan distintos a cualquier otra cosa que yo haya visto, que su descripción escapa a mis habilidades literarias. De hecho, ni siquiera las fotografías y vídeos que tomé desde el autobús le hacen justicia a la pintoresca, a veces fantasmal y casi siempre sobrecogedora naturaleza que esas lamentables carreteras atraviesan. Se trata de una ruta de tierra (salvo en los tramos primero y último) por toda la serranía, de la que el autobús (una tartana que no tendría menos de cuarenta o cincuenta años) sólo se desvía para dar servicio -por otro camino todavía más mísero- a Amata, una minúscula comunidad en mitad de la montaña.

Aparte, el viaje tuvo para mí todo el sabor folclórico de unos aldeanos Sigue leyendo

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Bebiendo chicha jora en una aldea peruana

Alrededores de Quinistacas

30 de julio, Omate

Conocí a Rodrigo dos días atrás, en mi segunda visita a Quinistacas. Es un hombre de ochenta años que vive en Arequipa con su mujer y parte de su familia, pero que gusta de volver con frecuencia por la aldea, donde conserva una chacra (como llaman en esta región a las alquerías) con una casilla. Manifiesta su humilde hospitalidad conmigo invitándome a entrar, ofreciéndome gaseosa y anís de Arequipa, regalándome una lima y una naranja de su chacra, para que pruebe lo que es fruta de verdad, y dándome un rato de conversación. “Mis hijos -me dice sin asomo de tristeza- venderán esto cuando yo muera, porque a ellos no les gusta el campo.” A seis hijos crió, dos varones y cuatro hembras, y a los seis les dio estudios, sin que hoy a ninguno le falte trabajo. Incluso dos de sus doce nietos tienen ya la carrera terminada y están bien colocados. Parece un hombre satisfecho con la vida que ha llevado, y habla de la muerte con total naturalidad: el dinero que ha ahorrado para el entierro, lo que quiere que sus hijos hagan con su cadáver, etcétera. Rodrigo no se muestra pesaroso por el hecho de ser el único en la familia al que Sigue leyendo

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28 de julio en Omate

Las montañas que dominan Omate, con sus parches de piedra pómez que parecen sucios glaciares.

27 de julio, Omate

Omate está rodeado de montañas por sus cuatro costados: en primer y cercano término lo flanquea, en semicírculo, una alta sierra hasta cuya base llegan algunas de las casas del pueblo; en segundo, visibles donde estaría el proscenio de esa suerte de anfiteatro, aparecen los picos de otra sierra, a una distancia como de media hora caminando; y en tercer plano, a unos 15-20 km a vuelo de cóndor, se encuentran las elevadas cumbres volcánicas de la Cordillera Occidental, con altitudes de hasta 5000 m, cubiertas parcialmente por unos parches color gris blanquecino que parecen nieve sucia pero que -según me dice un paisano- son piedra pómez resultante de no sé qué erupción. Me cuenta también que esas cimas solían estar permanentemente nevadas pero que, desde hace un años, ya no lo están. Sigue leyendo

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Paisajística ruta desde Torata hasta Omate

26 de julio, Omate

Después de todo, mi dormida en el Complejo Turístico no estuvo nada mal. La calma fue tan completa que, en algún momento, el propio silencio me despertó, extrañado (supongo) mi subconsciente por no escuchar absolutamente nada; y además no pasé frío ninguno: la larga edificación de una sola planta, calentada por el sol a lo largo del día, se mantuvo templada durante la noche. Por la mañana me levanté con tiempo sobrado para bajar hasta el grifo (como llaman en Perú a las gasolineras) de Torata y esperar allí al bus de Omate, que vino con media hora de retraso y prácticamente lleno; pero gracias a Dios me habían respetado la plaza que reservé por teléfono la tarde anterior; si bien, para variar, me tocó ir al lado de un gordo, hecho que me veo inclinado a atribuir a alguna sobrenatural influencia diabólica, dado que hasta ahora he visto muy pocos gordos en Perú y es, por tanto, estadísticamente improbable que tan a menudo me toque sentarme junto a uno de ellos.

El viaje, de más de 100 km, no tuvo desperdicio. Durante el primer tramo la carretera asciende hasta casi 3000 m de altitud, y el pasajero que tenga la suerte de ir en el lado correcto del vehículo Sigue leyendo

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El Complejo Turístico de Torata

Algunas casas de Torata en primer plano. El Complejo Turístico a media altura, a la izquierda del todo.

25 de julio, Torata

Sigo en Torata, pero me he cambiado de alojamiento. La última habitación que ocupé era una verdadera caca: me la entregaron sin barrer ni fregar, con pelos por todas partes, lleno el cuarto de baño de churretes, fría por la noche y sin una mala barrera que oponer a los muchos ruidos a que estaba expuesta: voces y televisores de otros huéspedes, ladridos de perros nocturnos, música de los gamberretes locales, tráfico local, etc. Así que pasé en ella (procurando, eso sí, minimizar el contacto con sus puercas superficies) las dos noches que había cancelado (palabra que en Hispanoamérica significa “pagado”) de antemano, y me he venido al Complejo Turístico (de gestión municipal), situado en las afueras del pueblo, sobre la ladera opuesta de la quebrada y a quince minutos a pie por pendientes caminos; con lo cual he ganado infinitamente en tranquilidad (hoy soy el único huésped y, además, esto queda bastante alejado) y también en vistas (de las que, por desgracia, apenas he podido disfrutar), un poco en comodidad (tengo una silla como Dios manda, y el edificio está mejor aislado), muy poco en limpieza (que no parece ser el punto fuerte de los peruanos: la ducha está sucia, el suelo barrido pero no fregado), y he perdido en precio (60 soles, frente a los 40 de la otra). El lugar se resiente de los mismos problemas que la mayoría de los servicicios del mundo hispano gestionados por entes públicos: indolencia e ineficacia. Sigue leyendo

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Comidas y bebidas en Perú

23 de julio, Torata

Hoy se celebran las elecciones presidenciales en España, y, aunque tendría uno que ser muy ingenuo para creer, en vista del rumbo antidemocrático que viene siguiendo la nación desde hace bastantes años, que algo vaya a mejorar salga el gobierno que salga, no puedo evitar sentir cierta curiosidad por los resultados de los comicios de hoy –que conoceré dentro de muy poco– ni dejar de desear que las urnas logren, pese a las trampas electorales que probablemente se producirán, expulsar de su poltrona a Pedro Sánchez Pérez, el dirigente más infame que ha padecido España desde la Segunda República.


Por fin me he puesto al día con este cuaderno de bitácora, de modo que ya no llevo el retraso en su escritura que venía arrastrando desde casi el principio del viaje; cosa que he conseguido gracias a mi larga estancia (más de una semana) en Moquegua y a la falta de novedades que contar sobre las últimas jornadas. En esa ciudad apenas hice otra cosa –aparte de la mencionada escritura– que explorar las calles, seguir conociendo la gastronomía peruana, leer, escuchar las noticias internacionales y despachar mis habituales gestiones online. Y aprovecho esta relativa escasez de material narrativo para, entre otras cosas, corregir en parte lo que había escrito sobre Torata referente al canon minero y las regalías. Y es que, al informarme como es debido Sigue leyendo

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Dos pinceladas sobre Arica y una pincelada social

Ya he contado, en un capítulo anterior de este relato, mi llegada a Arica, última etapa antes de cruzar la frontera con Perú. A su vez, mis primeros pasos en este país los publiqué hace ya tiempo. Así que en el presente post, para no repetirme, contaré sólo lo referente a mi breve estancia en Arica.


Como llegué a Arica a última hora de la tarde y quería tener tiempo para planear lo mejor posible el cruce de la frontera y mi primera estancia en Perú, pasé allí dos noches. La mañana siguiente a mi llegada, después de desayunar en el hostal, salí a dar una vuelta para conocer un poco la ciudad, curiosear un poco, hacer mi cuota diaria de ejercicio y comprar el cuaderno en el que ahora escribo, que por cierto me costó Dios y ayuda encontrar, y aun así no era lo que buscaba: tras preguntar en ocho o diez papelerías no hubo manera de dar con un simple cuadernillo grapado y con hojas rayadas: los de papel rayado tenían todos espiral (muy incómoda para escribir), y los de grapas eran de papel cuadriculado (inservible para la escritura); al final, como mal menor, lo compré grapado pero con hojas blancas.

La tarde anterior había estado leyendo que el medio más cómodo –y el más bonito– de cruzar a Chile era coger un “tren” (en realidad, un tranvía monocoche) que salva el trayecto Arica-Tacna, pues al parecer el trámite fronterizo se realiza en el propio vagón y, además, se ahorra uno la larga espera que, según me dijo el recepcionista de mi hostal, había siempre en el punto fronterizo por carretera. Pero leí también que los boletos para ese tren Sigue leyendo

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