Los topónimos foráneos

A la hora de referirnos a nombres propios y topónimos foráneos nos encontramos con un par de dificultades lingüísticas, la traducción y la transliteración, que responden a dos facetas diferentes de una misma cuestión.

La transliteración tiene que ver con el aspecto fonético, y básicamente consiste en tratar de escribir con el alfabeto propio el nombre o topónimo del idioma original de modo que se lea lo más parecido posible. Así, por ejemplo, el nombre anglosajón John se transliteraría en español como “Yon”, New York sería “Niu York”, y el país donde nació Yakira Kurosawa, que en su idioma se escribe 日本, se escribiría “Nihon” en español.

Por su parte, la traducción tiene un enfoque más semántico, suponiendo que en el caso de nombres propios y topónimos pueda hablarse de significados. A menudo, más que de la traducción de un nombre estaríamos hablando de su equivalencia. Un nombre propio foráneo sólo puede “traducirse” cuando exista en el idioma objeto uno etimológicamente equivalente. Por ejemplo, el mencionado John inglés sería el Juan español, pues provienen de la misma raíz (probablemente de un mismo y único personaje histórico), mientras que el Reijo finlandés no tiene equivalencia alguna en nuestro idioma. Con los apellidos es algo diferente, pues aunque muchos sí tienen un significado concreto (Smith en inglés y Seppanen en finés significan lo mismo que Herrero), en la práctica nunca se traducen. El caso de los topónimos es, en cambio, bastante distinto, pues rara vez encontramos equivalentes etimológicos o semánticos en el idioma objeto. No hay, por ejemplo, ninguna palabra española que tenga nada que ver con London, y además este topónimo no representa concepto alguno más que el de la ciudad concreta a la que denomina. En cambio, el nombre autóctono de Japón, que como queda dicho es 日本 (nihon), sí que puede traducirse, y significa “origen del sol” (de aquí que a veces digamos “país del sol naciente” para referirnos a él.)

En lo que sigue, y para no extenderme demasiado, me centraré en los topónimos, que son el objeto de este artículo. Sigue leyendo

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El camelo del Green new deal

Como auténtico ecologista que me considero desde la adolescencia -es decir, cuatro décadas antes de empezar a interesarme la política-, no creo que mucha gente pueda darme lecciones sobre qué significa amar la naturaleza y respetar el planeta. Salvo mi pecadillo venial de juventud, que consistió en haber llevado durante un tiempo una chapita de “anti-nuclear” (la recuerdo muy bien: un sonriente y resplandeciente sol colorado sobre fondo amarillo, con la leyenda “¿Nuclear? No, gracias”), y que espero me sea perdonado -pues por entonces era aún más ingenuo y no sabía que, aunque peligrosa, la energía nuclear es una de las más limpias que ha desarrollado nuestra civilización-, el resto de mi vida he adoptado los hábitos más respetuosos con el medio ambiente compatibles con un decente bienestar personal. Además, habiendo estudiado una buena cantidad de química, física, termodinámica y meteorología, creo que tengo una idea bastante aceptable sobre qué es lo que contamina más o menos y qué contribuye al balance energético de la atmósfera lo bastante como para provocar su calientamiento general.

Mucho antes de que el movimiento “verde” adquiriese la popularidad de la que goza hoy en día, yo había desarrollado mi conciencia ecológica de modo espontáneo, motivado por mi propio romanticismo, afición por la naturaleza y una preferencia por la vida rural. De hecho, en mi temprana juventud era tan naíf que, durante muchos años, abrigué la idea de convertirme en un Jeremías Johnson redivivo… ¡Pobre diablo! Pero esa es otra historia. Lo que vengo a decir ahora es que cuando la Agenda verde irrumpió en nuestra realidad sociopolítica yo olí enseguida el engaño y empecé a despreciar a los que, sin serlo, se denominaban ambientalistas. Y no es que piense que el lema principal de dicha agenda sea falso: por razones puramente técnicas (que no desarrollaré aquí), resulta que el calentamiento global es un hecho medido e indisputado entre los científicos libres; y además tengo el convencimiento de que, en su mayor parte, trae causa en la humanidad; pero esto no quita para que la Agenda verde sea un camelo. ¿Por qué? Porque no aborda el problema principal y porque entraña insalvables contradicciones. Para no hacer este artículo excesivamente largo, mencionaré sólo tres de las deficiencias por donde asoma el engaño. Sigue leyendo

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El tormento

Los habían hecho tumbarse boca abajo, en paños menores, en el centro de una ampla pieza redonda y vacía, sobre el frío suelo de marmol grisáceo. A pocos centímetros sobre sus cabezas una plataforma de madera les impedía incorporarse, y le recordó al modo en que transportaban a los esclavos en los barcos negreros rumbo hacia América. En torno a ellos y la tarima, un salvaje de tez oscura guiaba a un caballo del ronzal, dando vueltas a paso ligero. Al extremo de la cola, el caballo tenía atada una cuerda que arrastraba, tres o cuatro metros tras de sí, una pesa de tamaño regular, como la cabeza de un mazo, forrada en apretada gamuza. En su caminar, el caballo agitaba la cola incesantemente de un lado a otro, de modo que la pesa al extremo de la cuerda recorría en zigzag, como un látigo, a gran velocidad y casi sin rozamiento, el suelo del aposento; como el disco en una pista de hockey sobre hielo o como en ese juego en el que dos contrincantes, a ambos extremos de una mesa totalmente lisa y limitada en su perímetro, intentan colar en la meta del oponente una ficha grande que se desliza y rebota con celeridad de vértigo al golpearla con un cilindro plano provisto de un asa. Por alguna extraña razón, entre sus cuerpos y el piso se interponía una escasa pieza de tela basta, pero la frialdad del suelo los atería igualmente. Sigue leyendo

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Slava Ukraini

(Imagen: pinterest.com)

Sí, yo también pronuncié esas palabras en una ocasión. Pero, antes de juzgarme a la ligera, permítanme explicar cómo sucedió.

Fue durante mi primer viaje a Ucrania. No sabía nada de ese país excepto que era una ex república socialista soviética, que casi todo el mundo hablaba ruso y que había guapas mujeres. Aprovechando que a los ciudadanos europeos no nos pedían visado para entrar, simplemente crucé la frontera desde Polonia, donde a la sazón me encontraba, y al cabo de un largo viaje en marshrutka me hallé en Lviv, la “capital occidental” del país. Ahí busqué alojamiento en un youth hostel que, como casi todos, estaba lleno de gente joven -nacionales en su mayoría, en este caso- más algún que otro viajero como yo, y que me acogieron con bastante agrado. Gracias a Couchsurfing (aquella extremadamente útil pero malhadada plataforma), no tardé en trabar contacto con un puñado de cordiales ucranianos deseosos de conocer forasteros (a quienes predicar su causa, según años más tarde comprendí), y en menos de una semana ya tenía una docena y media de personas con quienes juntarme para salir por ahí a tomar algo, charlar y conocer la ciudad. Empero, pronto empecé a percibir, entre esta gente -y, de un modo más vago, en general en Lviv-, cierta atmósfera que me resultaba familiar, por haber visto anteriormente algo parecido en otros dos lugares: Cataluña e Irlanda. Lo que hallé de común entre las tres sociedades fue ese impreciso pero inconfundible espíritu de oposición, de antagonismo y “rebeldía provinciana” -si se me admite la expresión- en virtud del cual la actitud de la gente se centra, antes que en fructífera creación o construcción material o intelectual, en estéril negación y descrédito de “los otros”. Sigue leyendo

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El orden internacional basado en reglas

La “comunidad internacional” que suscribe el orden “basado en reglas”. (Imagen: vk.com)

Durante los últimos meses, los líderes, periodistas, políticos y élites de todo occidente están repitiendo a menudo esta expresión: Un orden internacional basado en reglas.

Aunque el término se acuñó al acabar la Guerra Fría, ha saltado a la actualidad cotidiana tras el reconocimiento por parte de Moscú, el 21 de febrero de 2022, de las RR.PP. de Lugansk y Donetsk como estados independientes, llegando a todos los rincones del planeta y resonando a lo largo y ancho de todo el Occidente Colectivo desde Alaska hasta Nueva Zelanda. En particular, esta consigna la repiten con especial frecuencia tanto el dudosamente legítimo 46º presidente de los Estados Unidos de América, José Bocazas Robinette Biden, cada vez que se encuentra delante de un micrófono, hasta esa cyborg globalista y loro de la Casa Blanca que es la Sra. Úrsula Vonderleyen, actual presidente de la Comisión Europea. “Debemos congregarnos en torno a un orden internacional basado en reglas”, eruptan cada día los altavoces de nuestros televisores y dispositivos electrónicos; “Aspiramos a un orden mundial basado en reglas”, leemos en todas las terminales mediáticas propiedad de los heraldos de dicha divisa.

Y desde luego suena bien, como no podía ser de otro modo habida cuenta la habilidad de esa gente para idear y presentarnos bonitas frases que acarician el oído y encandilan la mente. El orden internacional basado en reglas… Hmm… A primera vista, uno sólo puede pensar: “Claro que sí; ¿por qué íbamos a desear nada diferente?” Siempre que pensamos en “orden”, subconscientemente contrastamos esa idea con su contraria: “caos”; ¿y quién quiere el caos? Luego está lo de “internacional”, que suena también la mar de justo: queremos el orden no sólo para nosotros, sino para todas las naciones del mundo. ¿No es generoso por nuestra parte, los occidentales? Aspiramos a traer el orden a todo el planeta; y no un orden cualquiera, no, sino uno basado en reglas…

Pero… espera un momento… ¿Reglas? Sigue leyendo

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Ejercicios de sociopolítica

(Imagen: latest-law-news.blogspot.com)

Hoy voy a proponerle al lector algunos ejercicios (que espero encuentre entretenidos) relativos a una situación sociopolítica. Expondré un escenario ficticio, aunque verosímil, y haré algunas preguntas. Creo que esta puede ser una buena forma de razonar y desarrollar nuestros propios puntos de vista sin que el sesgo ideológico que cada uno de notros tiene nos estorbe demasiado.

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Érase una vez un joven país llamado República de Katlunya (RK); tan joven que aún estaba aprendiendo a conocerse y construirse a sí mismo. Pese a los anhelos, albergados durante décadas por gran parte de su población, de segregarse de Iberka (el reino del que había formado parte desde la noche de los tiempos), esta república se hizo por fin realidad aprovechando una época de fuerte declive de su madre patria más el apoyo de la Confederación de Uropia, una alianza de países ricos adversaria política y económica de Iberka.

Sin embargo, no todos los ciudadanos de la RK estaban tan contentos con su nuevo estatus, Sigue leyendo

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Agenda globalista y guerra en el Donbass

Klaus Schwab y Volodimir Zelenski. (Fuente: flickr.com)

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Los varios canales de información que sigo habitualmente para enterarme del progreso de la guerra en el Donbass y de las vicisitudes políticas que lo rodean coinciden habitualmente en una idea que a mí, en cambio, no acaba de convencerme: la asombrosa estupidez o miopía de los gobiernos occidentales. Esta noción se deriva del desastroso fracaso de las sanciones económicas impuestas a Rusia, que no sólo no le han hecho apenas mella sino que le han servido para robustecer su moneda y desbordar, literalmente, sus arcas públicas con las divisas extranjeras provenientes del exorbitado precio que el gas y el petróleo han alcanzado a causa, precisamente, de esas mismas sanciones; las cuales, además, están resultando ruinosas, en términos económicos y de bienestar social, para los propios países que las han impuesto. Ya hemos comenzado a pader escaseces energéticas y de suministros (includos los alimentos), así como un deterioro de nuestra industria y agricultura, lo cual ha disparado la inflación a unos valores sin precedentes en las pasadas décadas y está provocando un estancamiento general de la economía. Han comenzado ha producirse ya convulsiones en varios estados europeos, con acerbas protestas sociales y debilitamiento de sus gobiernos.

A dichas consecuencias hay que sumar, además, el incremento en gastos de defensa que tendrán que acometer los países europeos de la OTAN, la necesidad de hacernos cargo de millones de refugiados ucranianos, una mayor inseguridad social, el frío que vamos a pasar este próximo invierno y, lo más peligroso de todo, el riesgo de provocar una guerra mundial de impredecibles consecuencias. ¿Y todo por qué? Por alinearnos y apoyar a un determinado bando en un conflicto bélico que ni nos va ni nos viene y que se desarrolla en un país donde nada se nos ha perdido. Y, para colmo, sin fruto alguno, porque Ucrania va a ser derrotada igualmente.

Es indudable -por volver a mi punto de partida- que todas estas repercusiones, acarreadas sobre nosotros mismos, pueden a primera vista sugerir una pasmosa imbecilidad por parte de nuestra clase política; y no digo que esto sea del todo falso: como poco, desde el más necio de nuestros gobernantes hasta el más espabilado, están todos demostrando ser una mancha de lacayos al servicio de unos intereses supranacionales que puentean la democracia y esquivan por completo la declarada soberanía de los pueblos. Pero precisamente por eso me pregunto si las sanciones económicas -y medidas políticas concomitantes- se han adoptado únicamente a dictado de la presunta estulticia de tales gobernantes; si sólo a una incompetencia supina se debe este sufrimiento autoimpuesto, o bien si obedece a otros designios de los que aquéllos son meros ejecutores. Y si se trata de esto último, como yo postulo, entonces hay que descartar la hipótesis de la torpeza, pues no cabría imputársela ni a nuestros subordinados políticos, que no harían más que seguir órdenes, ni a quienes se las dictan, que -es de suponer- saben bien lo que hacen y persiguen. A los poderes globalistas podrá llamárseles todo lo que se quiera: malvados, codiciosos, ambiciosos, faltos de escrúpulos o -en no pocos casos- iluminados mesiánicos con una extravagante y muy particular visión del mundo; pero no puede pensarse que sean tontos. Me niego a aceptar esta última suposición; entre otras cosas porque ningún tonto es capaz de amasar las fortunas y adquirir el poder que ellos detentan.

Por eso, basándome en la certidumbre de que esas castas privilegiadas son un puñado de inteligentes, refinados y maquiavélicos personajes, no puedo evitar formular la tesis de que gran parte de lo que está ocurriendo actualmente en torno al conflicto en el Donbass ha sido deliberadamente planificado y, en buena medida, previsto. Pero hay algo en todo ello que no me encaja. Sirvan estas notas para intentar poner en orden mis ideas, exponer mi visión del presente escenario y formular la aparente contradicción, la incógnita que me estorba una adecuada comprensión de lo que sucede y sus porqués. Sigue leyendo

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El sueño europeo de los ucranianos

Imagen de https://bluzz.org/eu-backs-ukraine-s-european-dream-as-russia-cuts-gas-supplies-3433471.html

Una vez más, la señora Úrsula Vonderleyen nos ha conmovido a todos con sus elocuentes palabras: “Sabemos que los ucranianos están dispuestos a morir por el enfoque europeo. Queremos que vivan con nosotros el sueño europeo.” Éstas fueron, a mi entender, las dos frases clave del discurso que, literalmente envuelta en los colores de la bandera ucraniana, espetó a los oyentes en una conferencia de prensa en Bruselas el pasado 17 de junio. Y ambas frases merecen, también a mi entender, una reflexión.

“Sabemos que los ucranianos están dispuestos a morir por el enfoque europeo”, dijo. Para empezar, me resulta curiosa y algo enigmática su elección de la palabra “enfoque” (si se me admite esta traducción del vocablo inglés perspective, que es el que usó). Este detalle me tiene algo intrigado. ¿Por qué “enfoque” (perspective) en lugar de, por ejemplo, “ideales” o “valores”? Tengo entendido que las palabras, en los discursos políticos, se escogen muy cuidadosamente para transmitir significados y matices muy concretos; de modo que si Úrsula dijo “enfoque”, eso quiso decir y no otra cosa. Pero la connotación, cualquiera que fuese, que quiso imprimir a su frase con esa palabra me parece tan sutil y difícil de adivinar que no me veo capaz de acometer la tarea con éxito; así que no lo intentaré.

En cualquier caso, Sigue leyendo

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