EL PLANTEAMIENTO
Unas notas sobre este viaje a Bielorrusia. Siempre que escribo este tipo de diarios me asalta la misma pregunta: mis viajes, ¿dónde empiezan? Éste en concreto, ¿dónde y cuándo? ¿Fue al cruzar la frontera entre Polonia y Bielorrusia, dado que este país era mi punto de destino? ¿O fue unos días antes, al tomar el avión de Madrid a Polonia? ¿O tal vez antes aún, cuando cogí el coche desde Azuaga a Madrid? Para determinar esta cuestión pueden aplicarse varios criterios: la llegada a destino, la salida de origen, alguna etapa intermedia, algún momento relevante del proceso, etc. En circunstancias normales, quizá lo suyo sería comenzar cuando aterrizo en Varsovia; pero dado que Polonia es -o más bien fue- mi patria chica y que me encuentro allí casi como en casa, a fuerza de familiaridad se me hace raro considerarme un viajero cuando paso por esas tierras. Hay, además, otro criterio que no he mencionado antes: fijar el inicio en el momento en que pongo el cerebro en “modo viaje”, y tal vez sea el más acertado de todos.
¿Y cuándo fue eso? Esta vez: en Azuaga, durante los preparativos. Así que por ahí empezaré.
La idea me rondaba por la cabeza desde hacía varios meses; en concreto, desde el verano anterior, cuando regresé, precisamente de Bielorrusia, con el pensamiento puesto en que no estaría mal volver por una temporada más larga; aunque cómo conseguir quedarse largo tiempo en los países continuadores del régimen soviético es una cuestión aún no bien resuelta, y bastante complicada. No sólo Rusia y Bielorrusia tienen desde hace décadas una política migratoria muy restrictiva, sino que las actuales “sanciones” impuestas por Occidente a los enemigos de Ucrania no han venido más que a complicar las cosas para los viajeros: sobre todo porque no hay vuelos directos entre aquéllos y la Unión Europea.
Mi idea original -vaga, como todas mis ideas- era visitar ambos países, obteniendo previamente sendos visados en Madrid. Pero si bien el bielorruso te lo preparan en apenas tres o cuatro días, el ruso no tarda menos de diez; y como no pueden solicitarse ambos a la vez (ya que hay que entregar el pasaporte), me tocaba demorar el comienzo de mi viaje en más de dos semanas; pero ya iba demasiado “retrasado” con respecto a mis pensamientos iniciales, que eran haber salido para principios de febrero. Además, había otro inconveniente: de cara a ajustar las fechas y optimizar los gastos del mejor modo, tenía que saber con certeza cuándo dispondría de los visados, para comprar el billete de avión con la mayor antelación posible; y puesto que la forma más económica y rápida de viajar al “mundo enemigo” es volar a Polonia y luego cruzar la frontera terrrestre con Bielorrusia, tenía que comprar el vuelo a Varsovia para uno o dos días antes de comenzar la validez del primer visado. Pero resultó que las tarifas más económicas que encontré eran para una semana después de empezar todos estos preparativos, y en fechas posteriores se encarecían bastante; de modo que, si quería ahorrarme un buen dinero y ponerme en marcha lo antes posible (uno de mis deseos era llegar antes de que se retirasen las nieves), no tenía tiempo de obtener el salvoconducto ruso; así que finalmente decidí obviarlo. En última instancia -me dije- quizá, con un poco de suerte, pueda conseguirlo después, sobre la marcha, tal vez en Bielorrusia. Sigue leyendo