La omnisciencia y el pensamiento son facultades incompatibles. La primera es única, inmutable y estática; constituye per se un equilibrio estacionario, y por tanto no tiene una proyección temporal: al abarcar en sí misma todo el espectro del tiempo, se sitúa en cierto modo más allá de él. El pensamiento, por el contrario, tiene un carácter dinámico y variable; nunca es idéntico a sí mismo. Como todo móvil, requiere de un desequilibrio para producirse (en este caso, el desconocimiento), y su dimensión es sobre todo temporal, proyectándose siempre hacia el pasado y el futuro (que es además, por definición, ignoto). Por tanto:
Un ser que piensa -un dios, pongamos por caso- no puede ser omnisciente.
Un ser omnisciente -un dios, pongamos por caso- no puede pensar.
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Que viene a ser una interpretación metafísica de nuestro dilecto amigo Heisenberg.