En busca del lat perdido.

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Los dioses, mostrándose generosos, me regalaron ayer una experiencia entrañable y cálida en Panevezys; pero bien sabe un veterano errante como yo que nunca hay en el camino dos días iguales y que no es sensato querer pisar por segunda vez la misma senda. No hay que demorarse sobre el escenario de los recuerdos so pena de que éstos pierdan su pureza, igual que se pierde una imagen cuando se impresiona dos veces el mismo negativo.

Pese a mi empeño por evitar las ciudades, hoy no he tenido más remedio que pasar por Riga, pues a Riga llevan todas las carreteras en esta zona. Saliendo de Panevezys, he tomado hacia el norte una carretera secundaria que va por Birzai, un tranquilo pueblo junto a un lago y donde, por su proximidad a la frontera, esperaba encontrar una oficina de cambio donde vender mis últimas litas y comprar algunos lats, la moneda de Letonia. Y a cuenta de estos lats me ha ocurrido hoy una anécdota bastante graciosa.

Curiosa casa de madera en Birzai.

Curiosa casa de madera en Birzai.

Por cualquier parte en Lituania no dejo de admirar, y en cierto modo envidiar, la autenticidad y hermosura de sus casas, y ese estilo de vida que guarda aún frescos los aromas del siglo XX.

Birzai junto al lago Sirvenos.

Birzai junto al lago Sirvenos. La orilla llena de barquitas.

Vieja barca entre los juncos.

Vieja barca entre los juncos. Genuino sabor lituano.

Según iba explorando Birzai en busca del cambista que no encontré, di en cambio con uno de esos comedores de leche que, viva herencia del período soviético, tan familiares me son por Polonia. Ignoraba que también los hubiese en Lituania, así que he aprovechado para almorzar algo en él. Nunca desperdicio una ocasión para disfrutar de estos lugares, no sólo por su comida casera a precios ridículos, sino sobre todo porque tengo la sensación — más bien la certeza, de que muy pronto van a desaparecer los que quedan, engullidos por la fiebre del “progreso” y el ansia occidentalizadora. El día menos pensado ya no quedará ni uno, así que cualquiera de mis visitas a estos restaurantes puede ser la última.

Una de esas magníficas casas lituanas. Birzai.

Una de esas magníficas casas lituanas. Birzai.

Al acabar mi breve colación subí a la moto y me encaminé hacia la décima frontera que cruzo en este viaje. Discurre ésta a lo largo del río Memele, donde el mapa indica dos pequeñas localidaes, una en la orilla lituana y otra en la letona. Ahí tiene que haber a la fuerza –me he dicho– dónde comprar moneda.

Pero al llegar me encuentro con que el paso fronterizo (sin el menor rastro de nada que a ello apunte, por cierto) es apenas una aldea agrícola con un centenar de casas y una pequeña tiendecita en el lado de Letonia. Le pregunté a la tendera si me compraba moneda lituana, pero me respondió que sólo cogía euros; así que, como lo que yo quería era deshacerme de mis litas sobrantes y comprar lats, continué viaje.

Me habría gustado encontrar un sitio majo para pecnoctar antes de entrar en Riga, pero pronto me he visto sobre la ruta principal y no he hallado un lugar de mi agrado, de manera que me he resignado a dormir en dicha ciudad.

Riga es la cpaital de Letonia. He escogido un hotel céntrico sobre la calle Gertrudes, no muy lejos del río; y una vez candada la moto frente a la puerta he ido paseando hacia el casco antiguo, de indiscutible belleza y espléndidamente conservado. Es curioso caminar por estas anchas calles adoquinadas, flanqueadas por viejos pero elegantes edificios y subrayadas por los rieles del tranvía, cuyo frecuente paso le da a esta ciudad –que resultó indemne durante la SGM– un romántico aire de película. El centro histórico, patrimonio de la humanidad, pese a ser también admirable se me antoja un verdadero decorado de teatro, donde todo es artificial salvo los edificios. Capital europea de la cultura para 2014, y operada por varias líneas low-cost desde 2004, el turismo invade hasta el último de sus rincones. Por doquier hay restaurantes y terrazas con llamativos reclamos, música en vivo, empleados ataviados con ropajes de época, gente repartiendo publicidad, tiendas rebosantes de souvenirs, clubes de dudoso gusto, sublimes chavalas con la promesa de goces divinos esculpida en su figura, buscavidas de todo pelaje y, como jugo vital, una Babel de turistas dejándose las divisas en este gigantesco parque de atracciones.

Y aquí viene la anécdota: Me llamaba la atención el que todos los precios, doquiera que fuese, estuviesen tanto en lats como en euros, pero lo atribuí al abundante turismo europeo. Recordando que aún no había comprado moneda local, me acerqué a una oficina de cambio y le dije a la cajera que quería cambiar litas a lats, pero –al igual que en la tiendecita de frontera– me dijo que no, que sólo euros. Esta excesiva avidez por la moneda única europea empezaba a fastidiarme. A continuación probé en una tienda de souvenirs cercana, que tenía un pequeño mostrador de cambio, y por fin me dijeron que sí; de modo que le doy todas las litas que me quedan pero, para mi desesperación, resulta que ¡me las cambia por euros! ¿Será posible? No quiero euros, quiero lats. ¿Es que nadie está dispuesto a vender lats en Letonia? Entonces la señora, mirándome con cierta sorpresa, me dice: en Letonia ya sólo hay euros.

Me quedo de una pieza y tardo unos instantes en comprender; entretanto, la mujer recaba la ayuda de otro empleado que habla mejor inglés para que me confirme la noticia: desde enero del 2014, el euro es moneda oficial y única en Letonia.

Pasado el primer momento de desconcierto me entra la risa. ¡Eso lo explicaba todo!: la relativa ausencia de oficinas de cambio, los precios traducidos, la negativa universal a venderme lats… ¡He pasado el día entero intentando comprar una moneda que ya no existe! ¿Habráse visto despiste semejante? Esto es, amigos míos, lo que ocurre cuando quiere uno vivir demasiado al margen de la actualidad

Por cierto que, al fijarme bien, observo que la mayoría de los precios presentan caprichosos decimales, evidencia de que esta gente ha respetado la conversión al euro sin caer en la tentación del redondeo al alza. ¿Recomendaciones acaso de su gobierno para contener la inflación? Puede ser, pero en cualquier caso, ¡bendita falta de picardía! Me pregunto cuánto tiempo aguantarán aún sin malearse.

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Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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