Antoñana

El sol ya domesticado de finales de agosto, unas pocas nubes veraniegas y un vientecillo del noroeste invitan a coger la moto para una ruta local. No sé dónde me llevarán las dos ruedas: me basta escoger una carretera y dejarme guiar por Rosaura. A horcajadas sobre su asiento, recorro la calzada que cubre, con su negra cinta de asfalto, lo que fuera un camino real que buscaba Campezo y Estella por el collado de Azaceta.

Los rápidos giros del puerto me elevan la adrenalina mientras busco, a riesgo de un resbalón, el límite de adherencia de los neumáticos Continental. Si estoy escribiendo esto es porque aún me quedaba margen en la tumbada.

Ya en la vertiente sur, tras unas curvas enlazadas y al final de una breve pendiente se llena mi vista de un paisaje renacentista: a la izquierda de la carretera, reflejando al cielo el oblicuo sol del mediodía, destacan, contra el fondo verde de los prados y la arboleda, los centenarios tejados y las seculares murallas de Antoñana. Enseguida comprendo que este era mi destino para hoy.

El perfil guerrero de Antoñana

El perfil guerrero de Antoñana

Al otro lado de la vía, alguna Administración ha dedicado un museo al viejo ferrocarril vasco-navarro; pero me ofrece poco interés, así que dirigo el manillar de la BMW a la cuesta que remonta hasta el otero donde se asienta la villa: en un enclave estratégico de la región alavesa fronteriza con Castilla, confluencia de los caminos que comunicaban Logroño con el Cantábrico y la Llanada alavesa con Pamplona, fundóse Antoñana en el corazón del medievo, como villa fortificada, sobre una primitiva fortaleza cuyos antecedentes pueden apenas inferirse por su nombre, Antoñana: durante la romanización, debió existir allí la finca de algún Antonius.

Dejo la montura a la sombra de la historia.

Dejo la montura a la sombra de la historia.

Aparco la moto al pie de un muro, traspaso la puerta de arco apuntado y empiezo a recorrer el arcaico trazado de esta villa. Hay hoy, en ella, ambiente de fin de semana: el club social lleno de gente, unos niños jugando a la pelota junto al frontón y otros persiguiéndose por las callejas, pasadizos y oscuros vericuetos, que ofrecen a sus correrías un sinfín de escondites. Una fragoneta vocifera, a paso de peatón, melocotones de Calanda.

Desde el s XI, debido a las pugnas entre ambos reinos, estas tierras venían pasando de una a otra corona. En el año de 1182, perteneciendo a Navarra, Sancho el sabio fortifica la plaza y le otorga la “Carta puebla” o fuero de población; y tan sólo veinte años más tarde pasa de nuevo, esta vez definitivamente, a la corona de Castilla, siendo rey Alfonso VIII; y castellana permaneció hasta nuestra era.

Por aquella época y hasta que, en el s XIV y bajo el reinado de Alfonso XI, el linaje navarro de los Mendoza pasara al servicio de Castilla, Álava fue un campo de batalla donde, superponiéndose a las luchas entre ambos reinos, las familias señoriales dirimieron sus contiendas durante generaciones: Ayalas, Orozcos y Velascos derramaron sangre y perdieron vidas en escabechinas que podían ser simples emboscadas nocturnas o verdaderas batallas campales. Como en la leyenda hicieran Capuletos y Montescos, los Mendoza y los Guevara batallaron entre sí durante más de un siglo. En esa atmósfera de luchas intestinas, Antoñana permaneció de carácter realengo hasta que en 1367 pasó, por merced de Enrique II de Trastámara, a Ruy Díaz de Rojas; y un siglo más tarde pasaría al linaje de los Hurtado de Mendoza (herederos del afamado almirante de Castilla), cuya jurisdicción sobre la villa fue pleiteada durante largas décadas por sus habitantes, hasta que en 1635 compraron a la Corona el fin de su vasallaje.

Puerta principal, en el extremo sur, defendida por un matacán. El lateral derecho es la iglesia, que originalmente fue también fortaleza.

Nada más cruzar bajo el arco de su puerta sur, me encuentro con su iglesia, dedicada a San Vicente Mártir. Está edificada sobre la que había sido iglesia-fortaleza, y contrastan sus sillares con la mampostería de la muralla, a la que está adosada. Las niñas juegan, ajenas a la historia, entre los barrotes de la cancela, bajo los arcos del recogido y umbrío pórtico del s XVIII, llenando de ecos infantiles, alegres y eternos, los muros del ámbito.

Luego exploro con fascinación, casi con reverencia, las vetustas calles de la villa, de inigualable y genuino sabor medieval que comparte con otras localidades de la zona, como Salvatierra; sus rasgos de aquella época permanecen presentes, dotándola del clásico aspecto guerrero; y de no ser por las inevitables manifestaciones de la vida contemporánea creería haber retrocedido nueve siglos: sus tres calles principales, paralelas, comunicadas por callejones, pasadizos y cantones; sus casas-fortaleza, como la casa-torre del s XIII que, se cree, habitaron los Hurtado de Mendoza, o la torre-fortaleza del s XVI erigida por los Elorza; sus otras casas, blasonadas o populares, pero casi todas de piedra…

Mas también hay hogaño, en bello contraste con la adusta y fiera mampostería de sus antiguos muros, algunos detalles de color. ¿Y quién sabe si diez siglos atrás las mujeres también adornaban, cuando podían, sus casas con flores y macetas?

Mientras tanto, el mediodía solar da paso a la tarde, las gentes buscan sus hogares y los niños desaparecen tras las misteriosas esquinas de los pasadizos o bajo las sombras de los soportales. Regreso a la plaza principal. Varios vehículos se han marchado y las mesas del club social están ya vacías. El camarero recoge. El sol ilumina con luz dorada la ladera del monte vecino, a cuyo pie se ubican el cementerio y la ermita. Rosaura me espera al pie del muro; ya no hay sombra que la proteja.

Hacia levante, junto al cementerio, la ermita de Nuestra Señora del Campo, edificada sobre ruinas románicas.

Antes de despedirme de Antoñana llevo a cabo el ritual de mis rutas turísticas: un trago y un pincho en cada pueblo. El camarero del club social me recibe con la característica sobriedad vascuence. Me pone un zurito bien frío y un pincho de tortilla casera hecha con patatas de la huerta y huevos del campo. La disfruto como si la comiese por primera vez en mi vida. El precio me sorprende por lo barato.

Es hora de partir. Cazadora, casco y guantes. Bajo a motor parado hasta el puente sobre el arroyo y echo un último vistazo a la villa medieval. Ahora el sol calienta ya su muralla oeste, que las casas han hecho útil y pintoresca. Arranco y, en unos segundos, el rumor del escape y el silbido del aire en el casco me devuelven al siglo XXI. La carretera es mía.

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Enfoque legal de la detención policial; casos y plazos

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I. Introducción (Nota: se excluyen de este estudio, por su escasa relevancia, las detenciones por delitos de terrorismo y similares.)

Al afectar la detención a dos derechos constitucionales fundamentales, la libertad y la presunción de inocencia, es de suma importancia conocer con precisión cuáles son sus requisitos legales para no incurrir en un delito de detención ilegal.

Desde 1945, con el Fuero de los españoles, ha venido entendiéndose la detención como una medida pre-cautelar (i.e., conducente no a garantizar directamente el correcto desarrollo del proceso, sino la posible adopción de las auténticas medidas cautelares). Por tanto, para practicarla sólo se exigía el presupuesto de fumus boni iuris o apariencia de buen derecho; es decir: que haya motivos racionalmente bastantes para creer en la existencia de un delito y para creer que el detenido ha participado en él; y así continúa haciéndose desde entonces: hoy en día las FF y CC de Seguridad aún practican las detenciones como medida pre-cautelar, y ante un hecho que reviste los caracteres de delito los policías interpretan que están obligados a detener.
Sin embargo, a partir de 1978 empezó a entenderse la detención como medida cautelar (y así lo recoge de manera explícita en el art. 34.1 del propio Código Penal, además de confirmarlo el T.C.) Por tanto, ahora hay que tener presentes dos principios esenciales:
Uno, que la detención no constituye un fin en sí misma. (Y, a este respecto, los criterios de eficacia laboral basados en las estadísticas de detenidos pueden constituir una verdadera trampa para los policías.)
Dos, que ha de estar basada no sólo en el presupuesto del fumus boni iuris sino también en el del periculum in mora o peligro en la demora, que viene a resumirse en la creencia razonada de que el presunto autor pueda sustraerse a la acción de la justicia. De hecho, la propia DGP, en su circular número 734, dice que “[…] en aquellos supuestos en los que el denunciado tenga acreditada la identidad, domicilio o residencia habitual, carezca de antecedentes policiales y sea acusado de delito o falta de escasa gravedad, la actuación policial se limitará […] a transmitirle la obligación de comparecer ante el Juzgado competente, a dejar constancia en diligencias de dicha advertencia, y a remitir lo actuado a la Justicia”.

Lamentablemente, no se han creado aún protocolos de actuación que definan con claridad qué requisitos son necesarios para practicar correctamente la detención, y esto hace que los policías se conviertan, en no pocas ocasiones, en víctimas de un sistema judicial incoherente y contradictorio. Si siguen practicando la detención teniendo en cuenta únicamente el fumus boni iuris pueden tener graves problemas; en cambio, si la justifican también en el periculum in mora, nunca serán condenados por detención ilegal.

making-an-arrest-photoII. Casos en que procede la detención.

A modo de guías básicas de actuación, conviene tener en cuenta los siguientes principios, corroborados por la ley y la doctrina:
La libertad ha de ser siempre la regla, y su privación la excepción.
La detención ha de resultar proporcionada e imprescindible para los fines que pretende conseguir, practicándose sólo cuando no sea posible aplicar otras medidas cautelares menos gravosas.

Así, y en virtud de todo lo expuesto, podemos resumir los casos en los que procede la detención policial en los siguientes:

1.- Fuga. Cuando un condenado haya quebrantado una pena privativa (no meramente restrictiva) de libertad, fugándose de la cárcel o al ser conducido a ella; o bien si alguien se fuga estando detenido o preso provisional.
2.- Rebeldía. Cuando un condenado o procesado se encuentre en rebeldía.
3.- In fraganti. Cuando alguien intente cometer un delito o sea sorprendido en el momento de su comisión.
4.- Sospecha. Cuando alguien sea imputado o sospechoso de delito con pena superior a tres años; o bien, si la pena es inferior, siempre que por sus antecedentes o las circunstancias del hecho se pueda presumir que no comparecerá ante la autoridad judicial.

Por último, cabe destacar que no es admisible la detención por faltas, salvo que el presunto reo no tenga domicilio conocido ni dé fianza bastante.

III. Duración de la detención.

También desde el Fuero de los españoles ha habido una contradicción entre los distintos preceptos legales respecto a los plazos para la detención, ya que aquél establecía un máximo de 72 horas mientras que el art. 496 LECr lo establecía de 24 horas. Durante décadas ha prevalecido el primero, viéndose tal criterio reforzado por los distintos códigos penales de aquel tiempo e incluso por una desacertada sentencia del T.S. en que manifestaba que, en caso de antinomia, debía prevalecer la Constitución (que también establece un máximo de 72 horas), aunque matizando que se trataba de un plazo máximo, y que la detención no podría durar más del tiempo necesario para la realización de las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos.
No obstante, la redacción del Código Penal de 1995, al tipificar la detención ilegal, dice que será reo de la misma “el funcionario público que prolongare cualquier privación de libertad de un detenido con violación de los plazos o demás garantías constitucionales o legales. Esta redacción fuerza a dar un giro a la interpretación de los textos, entendiéndose ahora que el plazo que fija la Constitución (72 horas) sólo tiene por fin impedir que otras normas de rango inferior puedan alargarlo, pero no impide que lo acorten. Cobra, por tanto, nueva vigencia la centenaria redacción del art. 496 LECr, que establece para la detención un plazo máximo de 24 horas (el agente de la policía judicial que detuviere a una persona deberá ponerla en libertad o a disposición judicial dentro de las veinticuatro horas siguientes al acto de la misma. Si demorare la entrega, incurrirá en responsabilidad penal si la dilación hubiere excedido de veinticuatro horas).
Sin embargo, como consecuencia de la contradicción normativa expuesta, ha seguido prevaleciendo la interpretación de las 72 horas y, durante décadas, los policías y jueces de instrucción han organizado su sistema de trabajo relativo a los detenidos (reconocimientos, declaraciones, turnos, conducciones, guardias, etc) procurando no sobrepasar dicho plazo, pero sin darse ninguna prisa en finalizar antes las detenciones. De hecho, muchos policías, jueces de instrucción y abogados defensores aún no se han percatado de los cambios, y siguen realizando su trabajo en la creencia de que disponen de 72 horas para poner fin a la detención. Pero conviene ponerse al día, pues el TC ya está aplicando el art. 496 LECr en sus sentencias, reconociendo con ello su plena vigencia. Lo que, en la práctica, significa que no se deben superar las 24 horas.

Así, desde un punto de vista policial, hay tres plazos legales para la detención que no se deben violar:

1.- El tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos.

2.- El plazo máximo de veinticuatro horas del art. 496 de la LECr.

3.- Las cuarenta y ocho horas del art. 496 LECr a partir de las cuales la demora acarrea responsabilidad penal.

En cuanto al plazo de setenta y dos horas que establecen la Constitución y el art 520.1 LECr, resultan de escaso o nulo interés policial, ya que están reservados a la Autoridad Judicial.

Respecto a cuándo cuentan los plazos, debe quedar claro que las detenciones duran desde el preciso instante en que un sujeto es privado de su libertad ambulatoria, y no la hora en que se cumplimenta el acta de información de derechos, hasta el momento en que es puesto en libertad o presentado ante la autoridad judicial, y no cuando abandona los calabozos.

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Peñacerrada

(Haz clic sobre cualquier imagen para verla con detalle.)

Es un espléndido día soleado de mediados del verano en Álava, ideal para una pequeña excursión en moto. Cojo el mapa y elijo al azar una ruta. Me pongo en marcha. La carretera culebrea en una sucesión de divertidas curvas que la horquilla delantera de Rosaura toma con aplomo. Asciendo un pequeño puerto y noto, traspasándome la ropa, el aire fresco y húmedo de la fronda que atravieso, impregnado de un aroma verde y tonificante. Cambia el paisaje: fértiles campos, ajedrezados de pastos y agostados cereales, coronados con manchas de oscuro boscaje. Ahora huele a paja y estío. Al cabo de un rato diviso en la distancia, sobre un promontorio, el campanario de una iglesia y, a su alrededor, el racimo de los tejados: es la pequeña villa medieval de Peñacerrada.

Carretera a Treviño y Vitoria

Carretera a Treviño y Vitoria

Rebautizada Urizaharra, con escaso fundamento, por parte de las autoridades regionales (en su orwelliano proyecto de crear una nueva historia), tiene el pueblo su origen, al parecer, en una aldea navarra (Uria-Zarra) del s. VIII que se emplazaba en un monte vecino, hasta que fue abandonado por sus habitantes para trasladarse a la nueva población, Peñacerrada, donde el vascuence, andando el tiempo, cayó en total desuso. Primero, en el s. XII, se erigió la iglesia y, en torno a ella, pronto creció la que sería villa de Peñacerrada al recibir en el s. XII los fueros por parte de Alfonso X “El Sabio”. Y aunque durante el primer siglo tras su fundación hubo décadas en que perteneció a la corona de Navarra, fue aldea eminentemente castellana y conservó siempre el mismo nombre (hasta nuestros días, en que quieren eclipsarse setecientos años de historia con un decreto administrativo).

Tierras al pie de Peñacerrada

Tierras al pie de Peñacerrada

Dejo la moto a la sombra de unos árboles, cabe una tapia que asoma sobre un cuidado huerto, y contemplo el horizonte que se ofrece ante mi vista. El pueblo se asienta en lo alto de una loma de estratégica ubicación, dominando los antiguos caminos que, desde Vitoria y Treviño, conducían a La Rioja y Navarra, unión entre este reino y el de Castilla. De hecho, el término municipal de Peñacerrada es en la actualidad el único que aísla, de Burgos, al Condado de Treviño.

Emprendo el ascenso

Emprendo el ascenso hacia la iglesia.

Guiado por la torre del campanario, me adentro por las solitarias calles que ascienden hasta la plaza. El pueblo comienza a aprestarse ya para la siesta y, durante mi visita, apenas veo a algún que otro vecino, que procura buscar las breves sombras del mediodía solar.

El pueblo se presenta medio vacío

El pueblo se presenta medio vacío

Enseguida llego donde la iglesia, dedicada a San Martín. Es adusta construcción de estilo románico erigida en el s. XII, tan antigua como la propia villa. Hay una plaza en cada uno de sus flancos, y ninguna de las casas que las bordean ofrece una nota discordante.

Iglesia de San Martín, en la plaza oeste.

Iglesia de San Martín, vista desde la plaza sur.

...gratamente restauradas.

Otras casas de la plaza sur.

Plaza norte, Ayuntamiento y Casa cural de Peñacerrada.

Plaza norte, Ayuntamiento y Casa cural de Peñacerrada.

Desde aquí continúo mi recorrido por el pequeño pueblo y me recreo en la homogeneidad y armonía de sus casas, magníficamente conservadas o restauradas. Atraen de manera especial mi atención algunas fachadas blasonadas, llenas de historia y de herrumbrosos barrotes seculares; como la casa del Duque de Híjar, señor que fue de aquellas tierras allá por el s. XVII tras haber pertenecido éstas, durante nada menos que dos siglos, a la familia de los Sarmiento; y es que, en el s. XV, el rey Enrique II cedió la villa a su repostero mayor, D. Diego Gómez Sarmiento, “por sus buenos servicios”.

Una de las muchas casas antiguas, bien reformada.

Una de las muchas casas antiguas, bien reformada.

Soy un enamorado de los pueblos antiguos y decadentes, de las paredes de piedra y del romanticismo de los huertos abandonados, y siempre me cautivan la belleza y la quietud de estos pequeños remansos del tiempo, la historia y la vida.

Otra muestra de las viviendas de esta bonita localidad.

Otra muestra de las viviendas de esta bonita localidad.

Lástima que siempre hay algún alcalde o algún artista, o una combinación de ambos, que consiguen burlar el buen gusto de sus vecinos y las ordenanzas urbanísticas, perpetrando el adorno de sus calles y plazas en detrimento de la armonía y en perjuicio de la estética.

Ejemplos de cómo...

Ejemplos de cómo…

...una arquitectura modernista...

…una arquitectura modernista…

...puede estropear un pueblo.

…puede estropear un pueblo.

El calor aprieta dentro de mis botas y pantalones de motorista, así que voy concluyendo la visita antes de que me cierren el único bar del pueblo. Ya me queda poco. Recorro el perímetro del recinto, que aún conserva algunos trozos de la muralla que lo defendió en sus días, y me encuentro con la impresionante mole de la puerta Sur, flanqueada por dos grandes columnas macizas y coronada por un matacán sobre el arco de la puerta. Junto a ella, y obstaculizando parcialmente su vista, una fea construcción de bloque y cemento constituye un verdadero e imperdonable despropósito urbanístico.

Impresionante aspecto de la puerta Sur, con columnas macizas y matacán.

Impresionante aspecto de la puerta Sur, con columnas macizas y matacán.

Vuelvo sobre mis pasos para regresar junto a mi montura, pero antes quiero echar un vistazo al bienintencionado, aunque estéticamente desafortunado, museo etnográfico. Alguien, en este pueblo, ha debido comprar con entusiasmo la dudosa idea de que lo vanguardista hace bello contraste con lo clásico.

museo

Uno de los varios pabellones del pseudo-vanguardista museo etnográfico.

Las piezas que encuentro en el museo hacen que, durante unos minutos, me invada la nostalgia: muchas de ellas no son tan antiguas, o quizá yo soy más antiguo aún, pero el caso es que las he visto utilizar en los dulces años de mi niñez: la desgranadora que tenía mi tío en el galpón de su cortijo, el trillo que usaba mi abuelo en las eras, o incluso la mochila metálica para sulfatar que yo mismo me echaba, trabajosamente, sobre las infantiles espaldas.

trillo

Un trillo como el que tenía mi abuelo.

grano

Máquina para separar el grano de la paja.

mochila

Mochilas con bomba para sulfatar y fumigar.

Es hora de marchar. Me subo a lomos de Rosaura y, sin arrancar el motor, la dejo rodar calle abajo. No quiero rasgar, con el ruido del escape, la gasa del silencio. El bar está aún abierto y unos amigos apuran sus consumiciones. Por mi parte, me he ganado un zurito bien frío y un delicioso pincho de tortilla, que engullo con fruición antes de alejarme de Peñacerrada y darle, ya en el horizonte, el último adiós desde el azogue de mis retrovisores.

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Salud pública en Madrid. ¿Una huelga desinteresada?

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El otro día escribí una carta a los periódicos; una de tantas que les envío. Tengo suerte y, con frecuencia, me las publican; aunque, curiosamente, no siempre escogen las de mayor relevancia. En ocasiones he visto impresas algunas de las más impopulares mientras que otras, de marcado interés común, no han llegado a superar el filtro de los jefes de redacción (pese a que cada una de ellas la envío a unos ciento veinte medios). Esto me ha servido para aprender bastante sobre los periódicos y sus intereses. Pues bien: de todas esas cartas que, enviadas, han quedado sin publicar, en pocos casos me ha sorprendido tanto la falta de eco como en el asunto que a continuación expongo.

Vaya por delante que, en un país europeo moderno como se supone que es España, me parece casi imposible, a nivel personal, no estar en contra de cualquier medida que pueda suponer la más mínima merma en su calidad. Soy el primero en cuestionar las medidas que, en este sentido, está tomando el ejecutivo madrileño, y creo que en esto estamos casi todos de acuerdo (o al menos así lo espero).

Eslóganes

Eslóganes “desinteresados”

Ahora bien: de las huelgas que he visto en mi vida, ninguna he encontrado tan engañosa -por no decir fraudulenta- como la que en estos días llevan a cabo los empleados del sector sanitario público de Madrid. Desde luego, me parece muy legítimo que, quienes teman por sus condiciones laborales o sus puestos de trabajo, acudan a un medio tan democrático como es la huelga para conservarlos; pero, por favor, que no le tomen el pelo a la gente ni quieran encandilarla como a niños: “La sanidad no se vende”, “Los recortes matan” o “Luchamos por tu salud” son el tipo de consignas que están utilizando para ganrantizarse el apoyo popular; pero estos lemas rozan, en mi opinión, lo insultante. ¡Hombre!, no ofendan la inteligencia del pueblo ni exploten el romanticismo de una supuesta cruzada altruista sin precedentes, haciéndonos creer que están inmolando sus economías domésticas (ya que su huelga les pasará factura en las nóminas de noviembre y diciembre) y luchando como mártires con el principal objetivo de salvaguardar “el derecho a la salud de todos”. Vaya por Dios, ¡qué nobleza! No digo que no haya seres humanos capaces de un gran desinterés, pero, si los hay, son -por desgracia- una ínfima minoría; y el colectivo médico, que yo sepa, no destaca especialmente por su bondad; no más que cualquier otro, al menos.

A poco que se piense, pronto se comprende que el personal sanitario no está haciendo más que pelear por lo suyo, como lo haría cualquier hijo de vecino; pero ¿cuántos de ustedes creen, de verdad, que si las medidas de privatización hubiesen venido acompañadas de mejoras salariales y laborales para cada uno de esos empleados, se habrían movilizado en esta huelga?

(Aparte, en los tiempos de graves recortes presupuestarios que corremos, con las arcas públicas bajo mínimos, no me parece de recibo que estos huelguistas hayan empapelado sus batas, los centros y los hospitales con decenas de miles de folios impresos a costa del contribuyente, agravando aún más nuestra carga tributaria. No es el montante de ese gasto, sino el gesto, lo que en este caso destaco.)

Los médicos ganan, los contribuyentes pagan.

Los médicos ganan, los contribuyentes pagan.

Pues bien: de este punto de vista no se ha hecho eco la prensa esta vez; y no por falta de gente que opine como yo, me consta. Opiniones bastante más impopulares he visto publicadas. Por eso me pregunto: ¿a qué temen ahora los medios? ¿Conservamos aún, en el siglo XXI, los restos de un temor primitivo, subconsciente y reverencial a la medicina? ¿O es que el colectivo médico tiene un poder fáctico mucho mayor del que yo le atribuía? Nunca deja uno de aprender cosas sobre la prensa y, también, la sociedad en la que vive.

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¿Español o catalán? Tauromaquia y circo

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nacionEspañolaCon todo este lío que han montado por lo de la enseñanza del español en Cataluña, me da la sensación de que el ministro Wert no ha hecho sino entrar como un Miura al rojiamarillo trapo del independentismo catalán, hábilmente agitado por el “lendakari” Mas, cuya ofensiva supuestamente soberanista puede bien concebirse, no obstante, como una serie de provocaciones, bien para llamar la atención (que es objetivo común de una buena parte de la sociedad), bien para ganarse al electorado más facilón o, quién sabe, tal vez para vengar afrentas familiares. Todo muy humano. En cualquier caso, creo no equivocarme al sospechar que las aspiraciones reales de una mayor parte del pueblo catalán no pasan por la soberanía. Los catalanes, por mucho que los engañen al enseñarles historia, son un pueblo listo e indiscutiblemente pragmático y saben lo que les conviene: el independentismo sí –en tanto que herramienta indispensable para un lucrativo chantaje moral– pero la independencia no –por razones también económicas, de sobra conocidas. Por eso, llegado el hipotético caso de un referéndum vinculante, no votarían por la independencia; más aún: no la querrían ni aunque el resto de España estuviera a favor de ella.

Por eso creo que, en buena medida, la persecución del idioma español en Cataluña es parte del mismo espectáculo circense: algo que se hace sobre todo de cara a la galería, una medida populista, una reclamo publicitario (casi más enfocado a la atracción turística extranjera que al espectador español), pero nada más. ¿Qué político inteligente permite que sus hijos se eduquen sólo en catalán, o cree que Cataluña quiera de verdad separarse de España? En política es muy interesante observar los acontecimientos con cierta perspectiva histórica y, sobre todo, de futuro, en lugar de quedarse bizco mirando al trapo que nos agitan frente al hocico. Y, a poco que miremos con un poco de perspectiva, comprenderemos que el español no corre ningún peligro mientras que el catalán, de aquí a unas décadas, será ya sólo un objeto de investigación lingüística en oscuros departamentos universitarios; así que ¿por qué agitarse?

Sin embargo el misnistro Wert, desde mi punto de vista, con su proyecto de ley de educación lo que ha hecho es dar una respuesta a esas provocaciones; una respuesta muy carpetovetónica y tal vez valiente, sí; pero más que nada quijotesca y, en el fondo, algo ridícula–amén de ineficaz. Una machada taurina, muy española ella; pero quizá sea, también, sólo un poco de circo para contentar a su propio electorado, a esa derecha tan alterada por los ataques de que -muy cierto- es objeto el español en Cataluña. Mas no olvidemos que el propio Partido Popular es directamente responsable de idéntica inmersión lingüística en Valencia y en Baleares: durante años el PP ha promovido, en esas dos comunidades, las mismas políticas de regresión del español que ha habido en Cataluña a manos de los presuntos independentistas. ¿Y ahora quieren combatirlas? ¡Qué gran contradicción!

¡Y qué modo más torpe de hacerlo, además! Si de verdad quisieran proteger el derecho de las familias más indefensas (las otras siempre sabrán cómo educar a sus hijos bilingües) a aprender español en Cataluña, harían más trabajo de juzgado y menos de televisión; harían cumplir la Constitución y las leyes en lugar de dictar otras nuevas–que tampoco se cumplirán. Es a los jueces a quienes hay que meter en vereda, y eso se hace con discreción, sin entrar al trapo mediático de las provocaciones. Y en último caso, si se trata de responder a las bravatas antiespañolistas, ¿no es cierto aquello de que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio?

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Errores y maledicencias

(Artículo publicado en Estrella Digital el 25/11/2012)

Deberían los jueces poner un cuidado exquisito en su trabajo y guardarse mucho, muchísimo, de cometer errores que permitan la puesta en libertad de criminales con la capacidad de soborno de las mafias chinas del blanqueo de dinero. Delincuentes de esta catadura pueden permitirse pagar el cohecho de medio gobierno, media policía y medio poder judicial; y ya se leen en internet maldicientes comentarios sugiriendo que lo del “error” es un cuento chino -¡je!: chino-, y que los jueces están untados con manteca. Por eso yo, convencido de la inquebrantable pulcritud moral de Sus Señorías, les recomendaría -si me aceptaran el consejo- que a la hora de lidiar con tan pudientes malhechores pusieran la misma diligencia que -me consta- saben poner cuando se trata de procesar a un pobre desgraciado que osa mirar mal a un juez, o a un antidisturbios que pega un mamporrazo desafortunado en una manifestación. Así, y para acallar los nacientes -aunque infundadísimos- rumores de deshonestidad y dejar limpia mancha y polvo a la casta judicial, podrían por ejemplo empezar suspendiendo de funciones a los Señorías que resulten responsables de la libertad de tan influyentes detenidos. ¿Qué les parece?

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Decretos por error

  Siempre me ha resultado curiosidad idiosincrática el hecho de que los españoles, que solemos ir tan de listos por la vida, nos dejemos engañar con tanta facilidad en política y en muchas otras facetas del día a día. Por ejemplo, los chicos del PSOE, que llevan un año y medio vilipendiando a IU Extremadura por no haberse aliado con ellos contra el PP y permitir así, con su abstención, el gobierno de Monago en la Comunidad, van ahora y sancionan la convalidación del decreto presentado por éste, para su aprobación en el parlamento extremeño, que suprime a los funcionarios la extra de Navidad e introduce descuentos salariales en caso de baja médica. En efecto, el diputado del PSOE Rafael Lemus, junto con los 32 diputados del PP, ha votado SÍ a dicho decreto, permitiendo sacarlo adelante con su indispensable voto. Lemus dice que ha sido una equivocación; y yo, por supuesto, no me permito dudar de la palabra de un honorable diputado (aunque ayudaría mucho a mi fe si lo viera dimitir, que es como pagan sus errores los políticos honorables, sin tener que cortarse el dedo a lo yakuza). Por eso, lo que me pregunto ahora es si este hombre se ha equivocado por su cuenta y riesgo, o si se ha equivocado con el consentimiento de su grupo parlamentario.

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El nazismo y la culpa

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(Artículo publicado en Estrella Digital el 08/11/2012)

De los muchos documentales sobre el nazismo que he visto durante las pasadas décadas (y que, a decir verdad, ya van resultando cansinos) ninguno ha habido con tanta carga de subjetividad antihitleriana como el del pasado lunes en la 1 de RTVE: Apocalipsis: el ascenso de Hitler. Y es que, pese a estar producido por la National Geografic (con toda su fama), tiene pasajes tan teatrales y fantasiosos, tan infantilmente ridiculizadores y demonizadores del führer y sus secuaces, que la manipulación no pasaría desapercibida ni al judío más rencoroso. Me temo que, a fuerza de querer ganarse a un público que ya está más que convencido de la iniquidad de Hitler, a los realizadores (o los financiadores) se les ha ido la mano esta vez. Pero quizá lo que más curioso me resulta de esa proyección en un canal ahora controlado por el PP es que sea la derecha tan diligente en predicar un antifascismo que parece más propio de las izquierdas. Y no es, ni mucho menos, que yo iguale al fascismo con los del PP ni que éstos no puedan condenar a Hitler; pero como es notorio que las derechas en España nunca han tenido, ni de cerca, la astucia mediática y panfletaria de sus rivales políticos, me pregunto si ahora los guía un prurito de honrada ecuanimidad, o bien un complejo de culpa.

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