Fe de vida

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Aunque en principio nadie lo diría, la Fe de vida es el documento administrativo más extraordinario y valioso que burocracia alguna haya concebido jamás; y no me extrañaría enterarme de que sólo existe en España, o de que lo hemos inventado nosotros. La idea fundamental que subyace tras una fe de vida, y la causa de que pueda coexistir, en aparente paradoja, con un certificado de defunción del mismo individuo, es probablemente la naturaleza dual que el sistema jurídico español reconoce al hombre, igual que la física hace con la onda-corpúsculo o con el principio de incertidumbre de Heisenberg: que somos a veces una cosa y a veces otra, y que, como el gato de Shroedinger, podemos estar vivos o muertos con la misma probabilidad, sin que tal circunstancia pueda conocerse de antemano ni ser predicha con seguridad. De aquí la necesidad de tener algún modo para demostrar un extremo u otro, según se trate.

Pero gracias a la fe de vida podemos acreditar documentalmente nuestra existencia ante el más incrédulo funcionario o el más receloso agente de seguros, con mucha mayor eficacia y certeza que nuestra mera, y probablemente engañosa, presencia física ante él.

Más interesante aún, sin embargo, que el fundamento de la fe de vida y que su objeto principal como utilidad burocrática, es una sorprendente consecuencia beneficiosa que tal documento se deriva: y es que al certificar, con validez de tres meses posteriores a su expedición que el titular está vivo, resulta que no existe mejor garantía, durante dicho plazo, contra una posible muerte sobrevenida, ya que el Ministerio de Justicia, con toda la fuerza de la ley, así lo avala. De modo que con una fe de vida en el bolsillo podemos arrostrar cualquier peligro, intentar arriesgadas proezas o exponernos a las peores condiciones de salubridad, con la certeza de salir con vida siempre que no hayan transcurrido tres meses tras su expedición.

Ahora bien: con mucho, lo más extraordinario e insólito de la fe de vida, lo que la hace un instrumento tan sorprendentemente singular, es que puede obtenerse… ¡incluso estando muerto!, pues en efecto, para su expedición no es necesario personarse en oficina alguna, sino que es suficiente con que cualquier otra persona acuda al Registro Civil portando el DNI y un certificado médico reciente del difunto.

¡Esta es mi España!

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Etiología de la gripe

En este capítulo de mi pequeña enciclopedia médica ilustraré la etiología y evolución de la gripe o resfriado común, para lo cual voy a utilizar un símil mecánico; uno, por cierto, muy adecuado a la ocasión: el gripaje de un motor. En efecto, ambas palabras, gripe y gripar, tienen la misma etimología (no confundir con etiología): provienen del proto-germánico gripiana y se incorporaron al español a través del francés grippe, que significa “agarrar”.

El famoso gripado de un motor, que no es sino un agarrotamiento de sus piezas, tiene lugar cuando, falto de lubricación, a causa del rozamiento se produce una fuerte elevación de la temperatura y consiguiente dilatación de los elementos metálicos (principalmente el pistón y el émbolo) hasta el punto en que, siendo mínima la holgura entre ellos, se comprimen unos contra otros y llegan a impedir por completo el movimiento.

Pues bien: con la gripe ocurre lo mismo: los microbios del resfriado tienen el efecto de provocar una sobreproducción de mocos en las fosas nasales, donde, a falta de espacio, se extienden tanto hacia abajo (la molesta mucosidad que todos sabemos) como hacia arriba, invadiendo el cerebro y desplazando en su avance al líquido encefálico. Esto da lugar al conocido “cerebro nadando en moco”, síntoma principal de la gripe. El moco, que tiene mayor viscosidad que el líquido encefálico, amortigua la oscilación natural de las neuronas y llega a congestionarlas por completo, o griparlas, exactamente igual que sucede con un motor. Es por esto que, ya con las neuronas gripadas, experimentamos ese agarrotamiento mental cuando estamos resfriados. De aquí el galicismo gripe que se ha usado para nombrar esta enfermedad.

Espero haberos aclarado las cosas, y que en adelante sepáis que la gripe no es más que eso: el bloqueo neuronal producido por una excesiva acumulación de moco en el cerebro. Así, pues, no os preocupéis: una vez que la enfermedad se va curando, el líquido encefálico vuelve a su lugar y los síntomas desaparecen sin mayor secuela que haberos hecho perder unos días de vuestra vida sonándoos la nariz… salvo aquellos de vosotros que estéis entrenando para la competición interanual de expectoración y flema, en cuyo caso los constipados suponen ocasiones excepcionales para entrenar.

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Beatlemanía, medio siglo después

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He aquí un excelente artículo que bien vale la pena los diez minutos de lectura y hacer el esfuerzo de traducir el inglés; no sólo por mor de una sana nostalgia, sino como una valiosa referencia para muchos acontecimientos sociales de nuesros días:

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¿Quién lo diría? Apenas una semana antes de este inmortal acontecimiento que sacudía el mundo, otro -infinitamente menos importante- tenía lugar en un rincón perdido de una España casi medieval: entre los olores del ganado y la alfalfa, de las boñigas y las colmenas, entre el sonido de las herraduras sobre el pedernal y el canto de los gallos al dilúculo, nacía un niño que había de crecer para convertirse en un fiel devoto de aquella misma banda musical.

En efecto, de adolescente los Beatles significaron para mí el mundo mágico de la música, el misterio del amor, el viaje de las emociones. Y muchas, muchas cosas más. Me evoco a mí mismo en la soledad del serio salón familiar, poniendo una y otra vez los pocos discos que mis pobres ahorros me permitían comprar. Con la cabeza entre los altavoces para no perder ni una sola de sus palabras (en ese idioma, el inglés, tan nuevo y extraño para mí), ni uno solo de sus acordes, ni el más pequeño matiz de sus mensajes, más de una vez se me escaparon por los ojos la emoción y el sentimiento.

Años después, los Beatles se convirtieron en el símbolo de identidad de mi generación. Me aprendí de memoria sus canciones, su discografía y sus vidas. Me estremecía y me extasiaba con el llanto, los gritos y los desmayos de sus fans, al verlos en la tele. Los admiraba a la vez que envidiaba aquella beatlemanía. Lamentaba infinitamente que no existieran ya como un grupo (corrían los años 70) porque no podría verlos alguna vez en directo, y en este sentido el asesinato de John Lennon me contrarió menos por su muerte que por significar un fatal punto irreversible.

Y, pese a todo, aún no comprendía lo que los Beatles supusieron. Todavía hubieron de transcurrir dos décadas más (¡dos décadas!) para, ya la cabeza bien asentada sobre los hombros, aprehender yo la verdadera sustancia de aquel fenómeno que había tenido lugar en los 60, todo el alcance de su influencia, el pleno sentido y significado de su música y, sobre todo, el mérito único y colosal del logro de aquellos cuatro chavales que, a la edad que tienen ahora mis propios sobrinos, protagonizaron lo que tal vez haya sido la mayor y más verdadera revolución social espontánea de todos los tiempos; y, sin lugar a dudas, la beatlemanía supuso un momento en la historia que no habrá de repetirse jamás… algo que ocurrió apenas una semana después del día en que yo nací.

Hoy, todo aquello no es ya más que nostalgia y añoranza; un recordatorio agridulce del despiadado transcurrir del tiempo…

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¿Qué fue del condicional?

Así es: ¿dónde quedó el condicional? Recuerdo que, hace muchos años, cuando hacía yo mis pinitos en un animado foro literario hoy difunto, uno de los contertulios me comentó en cierta ocasión: “tus contribuciones me resultan fáciles de reconocer porque eres casi el único en el foro que utiliza bien los condicionales”. Aquello era algo en lo que yo nunca había reparado con anterioridad, pero desde entonces empecé a prestar más atención al uso de este tiempo verbal, y vengo observando (aunque por supuesto no dispongo de datos estadísticos que avalen esta observación) que, quizás cada vez con más frecuencia, la gente utiliza el pluscuamperfecto de subjuntivo en lugar del condicional. Sobre todo los así llamados profesionales de la comunicación; tal vez no porque cometan este error con más frecuencia que el resto de los españoles, sino porque se les note más. Sea como fuere, y dado que el uso que ellos hacen del lenguaje encuentra tan directa y -casi siempre- nefasta réplica en la población, desearía con todas mis fuerzas que se aplicaran un poco a repasar esta regla del idioma y corrigieran tan frecuente vicio. El Periódico de Extremadura ha tenido la deferencia de hacerse eco de este deseo.

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Represión en Ucrania: el lengüicidio del ruso

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Estos son algunos hechos:

A) Según encuestas anuales llevadas a cabo por el Instituto de Sociología de la Academia Nacional de Ciencias (Ucrania), entre 1994 y 2005:
1.- Por término medio, el ruso es la lengua materna del 36% de la población ucraniana.
2.- En torno al 34% de la población habla principalmente ruso en el ámbito familiar, mientras que el 26% habla indistintamente ruso o ucraniano. Es decir que un 60% de los ucranianos hablan con frecuencia el ruso en casa, más de la mitad de los cuales hablan sólo el ruso.
3.- Aproximadamente un 47% de los encuestados creen necesario que el ruso sea también lengua estatal en Ucrania, mientras que el 34% se opone.

B) Según el censo oficial de 2001, el ruso es el idioma materno del 29.3% de la población total. Sin embargo,

C) Según una encuesta del Instituto Internacional de Kiev para la Sociología, realizada en 2004, el número de gente que habla ruso en familia es netamente superior al que refleja el censo: en torno a un 45% de la población hablaría ruso en casa; una cifra similar a la obtenida para el ucraniano.

D) Según un reciente estudio realizado en 2012 por RATING (una ONG ucraniana), el 40% de los encuestados mayores de edad (> 18 años) afirman que su lengua materna es el ruso, frente al 55% del ucraniano.

E) En 1991, cuando Ucrania se independizó, el nuevo Gobierno decretó que el ucraniano fuera el único idoma estatal. Desde entonces y hasta nuestros días, la población rusoparlante de Ucrania es el grupo lingüístico más grande en la Europa moderna cuya lengua no es oficial en el Estado.

Esta es mi opinión:

A eso lo llamo yo un lengüicidio; represión; pura y absurda venganza sobre millones de personas que no son culpables de la previa rusificación de Ucrania por la URSS. Esto merece una tajante reprobación, condena, e incluso la lucha. El hecho de que Ucrania haya estado oprimida por Rusia no es excusa para la represalia sobre otros. Esto pone a los ucranianos al mismo nivel que los rusos, y pierden toda solvencia moral.
Por eso, a la vista de los últimos acontecimientos en Ucrania y a falta de información no sesgada, no puedo evitar preguntarme quiénes son los opresores y quiénes los oprimidos.

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Religiones y evolución social

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Premisa nº 1: Las religiones no son nada más que un calmante. Nos ayudan a soportar la vida y, al final, a confrontar la muerte. En este sentido, actúan como sedantes, anestesiando nuestra mente e incluso, en algunos casos, nuestros sentidos también. Por esto todas las religiones predican algún modo u otro de continuidad en la existencia. Es más fácil aceptar la muerte sabiendo que nuestra alma, energía, espíritu o lo que sea, son millonarios en eternidad.
Esto lo sabe todo el mundo.

Premisa nº 2: También es obvio que las religiones son evolutivamente ventajosas. Más que un hecho, es una tautología. No imagino el modo por el que las religiones sean beneficiosas para las naciones, pero han de serlo a la fuerza, pues de otro modo no habrían sobrevivido hasta nuestros días. (Me refiero, claro, a evolución social, no genética.) Por eso tiene que haber alguna ventaja para un pueblo en el hecho de que sus individuos sean religiosos; pero cuál sea esta ventaja es algo que ignoro.

Ahora bien: mi duda, al conectar ambas premisas, es la siguiente: ¿cómo es posible que los ateos no hayan poblado las naciones? Puesto que un ateo sabe que no vivirá para siempre, se le puede presumir, razonablemente, un mayor impulso para permanecer con vida, con lo cual tendrá más probabilidades de sobrevivir y diseminar sus creencias (igual que esparciría sus genes). Por la misma razón, es de esperar una mayor incidencia del suicidio entre los creyentes que entre los ateos, ya que éstos “tienen más que perder”. Así que, ¿por qué estos últimos no son mayoría en las poblaciones humanas?

¿O es que, pese a ser espiritualmente perennes, el impulso para lograr su “misión” en la vida les otorga a los creyentes una ventaja comparativamente mayor que la que hemos comentado para los ateos?

Por favor, escribe un comentario si tienes la respuesta a esta pregunta, o recomiéndame alguna lectura sobre el papel de la religión en la evolución social.

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Belén de Galilea, ¿la cuna de Jesús?

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Cuando buscaba “Belén” en internet, me llamaron la atención un par de resultados que hablaban de una curiosa teoría: a saber, que Jesús podría no haber nacido en la famosa Belén de Judea, sino en una mucho más pequeña (y cercana a Nazaret) Belén de Galilea (Beit Lehem Haglilit). Una búsqueda más en profundidad me mostró abundancia de otros resultados, aunque todos parecen llevar hacia el mismo personaje, un arqueólogo judío llamado Aviram Oshri. Así, según la Wikipedia, Belén de Galilea

“se llamó originalmente Belén de Zebulón […] Descubrimientos arqueológicos del período romano temprano muestran que era una ciudad próspera. A causa de su proximidad a Nazaret, Aviram Oshri, un arqueólogo de la Autoridad de Antigüedades Israelíes, cree que este es el Belén donde Jesús nació.

Mientras, con un excesivo fervor turístico, la web IsraelTraveler.org dice que

“es quizá uno de los lugares más pintorescos de todo Israel […] un lugar de predominante atmósfera europea, con sus elegantes casas de piedra, los impresionantes tejados de tejas y la amplia calle principal hacia la que todo fluye. Aquí puede uno encontrar Zimmers, un Centro de Visitantes único, restaurantes y cafés, pequeñas tiendas, galerías de arte y un gran semillero de hierbas rico en aromas. Se recomienda visitar la histórica Casa del Pueblo y la impresionante torre redonda de agua en cuyo tope hay un depósito de agua.”

Así que decidí hacerle una visita. Me resultaba curioso este descubrimiento y, puesto que pasaba esos días en Nazaret, no quise perder la oportunidad de pisar la misma tierra que quizá fue donde verdaderamente nació el Salvador.

Esta empresa, sin embargo, no era tan sencilla como parecía sin tener vehículo propio, pese a estar el pueblo sólo a diez kilómetros en línea recta de Nazaret. Para empezar, ninguno de los lugareños a quienes pregunté parecía conocer el lugar, e incluso un hombre que pasaba por allí a diario con su coche nunca había advertido su existencia. Esto me sorprendió un tanto, ya que di por sentado que alrededor de Nazaret todo el mundo estaría familiarizado con la cercana ubicación de una localidad que competía por el honor de, nada menos, haber sido la cuna del hijo de Dios. Pero yo estaba resuelto a ir, y tuve que trazar mi propia ruta. Con el GPS en la mano, cogí primero un autobús que iba hacia Haiffa y le pedí al conductor que me dejara en el cruce con la carretera 7626, desde donde podía intentar ir a dedo o incluso caminar hasta Belén, a sólo cinco quilómetros del cruce. Un joven judío, lo bastante honesto como para admitir que era más fácil hacer dedo en esta región porque los musulmanes son más amables, me acercó con su coche hasta la autovía 77, ya a sólo quilómetro y medio de mi destino. Pero aún no había ni una señal de éste.

Como nota aparte, conviene apuntar que la mayoría de la población en el distrito Norte de Israel, cuya capital es Nazaret, son árabes (70% musulmanes y 30% cristianos, ambos en pacífica coexistencia) que se sometieron a la ocupación israelí de su tierra en el 1948 y que, por tanto, detestan a los judíos tanto como pueden. Durante mi breve estancia en Nazaret pude a veces escuchar palabras de animadversión e incluso de odio, y comprendí por qué mi amiga judía de Jerusalén solía decirme que no era especialmente seguro para ella viajar por algunas partes del país.

De modo que ahí estaba yo, de pie junto a la autovía 77 y tratando de encontrar, con el GPS, mi camino hacia un supuesto hito de importancia universal que, no obstante, no tenía ni un letrero que lo indicase. De hecho, al cabo de unos de cientos de metros de camino, para mi asombro tuve que dejar el asfalto y coger por un camino de tierra que, al parecer, llevaba a esta misteriosa Belén. Al principio, todo lo que pude ver de la villa era una especie de gran invernadero de plástico. A ambos lados del camino había algunos barbechos de pobre tierra y unas estacadas de enclenques olivos con riego por goteo. Al final, llegué hasta una valla cuya puerta cerraba el paso a los vehículos. ¿Un pueblo vallado?, me pregunté.


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Pasada la puerta, el camino era de nuevo pavimentado. Dejé atrás algunas casas dispersas, de construcción más bien contemporánea, que en su mayoría tenían algún perro guardián muy poco amistoso. Pude escuchar a uno de ellos gruñéndome tras los tobillos a lo largo de treinta inacabables pasos… Pero aún no se mostró ni un alma ante mi vista. Más adelante, la calle se bifurcaba y continué andando a lo largo de que, ahora, se me aparecía ya claramente como una urbanización, de estructura muy similar a cualquier vecindario norteamericano: parcela, casa, cochera, jardín, juguetes esparcidos por el césped, buzón sobre un poste, pequeña cancela de paso; y luego otra parcela, y otra… Por fin me crucé con alguna gente: un viejo matrimonio que paseaba al perro, gente sentada a la mesa de su jardín delantero, algún que otro gigante 4×4 por la calle, o un grupo en alegre francachela bajo el árbol de algún vecino. De las voces que escuché, unas hablaban en hebreo y otras en inglés norteamericano; y los niños en unos columpios cercanos eran rubios como querubines. Al contrario de lo que ocurría en Nazaret, aquí nadie me hacía un gesto con la cabeza ni me saludaba, como es frecuente entre la gente rica y estirada. Entonces comprendí la valla y la puerta: se trataba de un asentamiento hostil judío-americano en mitad de un territorio hostil árabe; un puñado de familias adineradas que vivían en casas relativamente caras a tan sólo dos quilómetros de poblaciones musulmanas de clase baja. ¿Y por qué aquí? Dios sabrá, porque hay lugares mucho más bonitos en Israel donde construir un chalet, antes que en esta tierra seca, desnuda y fea. ¿Quizá estén subvencionados por el gobierno israelí como lo están los asentamientos dentro de Palestina?

Sea como sea, tras caminar por toda la urbanización, que tendría un quilómetro de largo, no encontré el menor signo de ruinas antiguas ni de excavaciones arqueológicas, ni un cartel informativo respecto a ese tipo de actividad, o relacionado con el nacimiento de Jesús, o un asentamiento anterior. Y no es necesario que diga que, desde luego, tampoco vi ninguna de las cosas “pintorescas” mencionadas en IsraelTraveler.org: ni la menor atmósfera europea, ni casas de piedra elegantes, ni restaurantes ni cafés, ni galerías de artes, ni nada que fluyera hacia la amplia calle principal… Así que, ¿de qué iba todo eso? ¿Se trataba de un chiste malo?

De vuelta a Nazaret, que corrió a cargo de tres conductores árabes, iba yo meditando. ¿Tal vez había alguna esquina escondida en la urbanización con los restos de las excavaciones que se hubieran hecho? ¿Puede que hubiera ruinas de un asentamiento de hace dos mil años, ya del todo extinguido, yaciendo tres metros bajo el suelo? ¿O acaso esta pretensión sobre el verdadero lugar donde nació Jesús no pasaba de ser la fantasía de un entusiasta judío con demasiado interés en quitarles a los palestinos la relevancia de su Belén? No creo que llegue a saberlo, salvo que en un futuro se reabran las investigaciones al respecto y nos lleguen nuevas noticias en un sentido o en otro. Mientras tanto, permanece la incógnita sobre la autenticidad de este sitio.

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El desarme de ETA

imperioFarsaDesde que el tribunal de Estrasburgo resolvió en contra de la polémica doctrina Parot (con bastante justicia, hasta donde se me alcanza) y la Audiencia Nacional empezó a excarcelar etarras con sospechosa y desusada celeridad, no me cupo la menor duda de que el gobierno de Rajoy estaba detrás de ello; y cada vez que escuchaba o leía en los medios la repetida pregunta: ¿por qué tanta prisa?, no dejaba de cuestionarme si era posible que los profesionales de la información no fueran capaces de apuntarnos la obvia respuesta: porque la excarcelación forma parte de la línea de acuerdos con ETA para llegar a su disolución.

Parece ser del dominio general que la obligación de acatar las resoluciones del Tribunal de Estrasburgo es más que dudosa, y ya sabemos que miles de ellas no han sido ejecutadas, teniendo España varias aún pendientes de ejecución. Pero incluso admitiendo que tuviésemos el compromiso de hacerlo, lo indudable es que nada nos obligaba a darles curso acelerado y cauce prioritario a las excarcelaciones resultantes de la “desautorización” de la doctrina Parot; de modo que, si así se ha hecho, ha tenido que ser con la total aquiescencia del gobierno del PP.

Pero, ¿por qué la derecha española se presta a una medida tan impopular, no sólo entre sus votantes, sino entre la mayoría de la población? ¿Qui prod est? Nada en política es casual. Sin duda planearán sacarle rentabilidad electoral y -¿quién sabe?- quizá también, de rebote, pueda resultar un beneficio para la nación. Mas, de momento, sólo hay un grupo social a quien la colectiva excarcelación de etarras beneficie: ETA y su entorno sociopolítico, que no es pequeño. De manera que tenemos ya dos elementos esenciales para llegar a la conclusión, puesto que una jugada del Gobierno que beneficia a ETA y al movimiento abertzale ha de estar compensada por una jugada recíproca que beneficie al Gobierno. ¿No huele el lector ya a desarme?

Pues precisamente ahora se anuncia un desarme parcial de ETA para, al parecer, finales de año. ¿Hace falta más evidencia? Parece claro que nuestro Gobierno actual cede ante algunas reivindicaciones de la banda terrorista (o de su brazo político) para acercarse, a cambio, a un desarme electoralmente rentable y, desde luego, socialmente deseable. Si el PP ha estado detrás de esta línea de negociación desde sus mismos inicios, codo con codo con Zapatero, o si sencillamente la está continuando de motu propio, es cuestión a la que mis conjeturas ya no llegan; pero lo que me resulta indudable es que todo forma parte de la misma historia.

Por lo demás, no es que yo sea un convencido detractor de las negociaciones con los terroristas: comprendo que frente a un problema social tan grave un Gobierno ceda a la tentación de pactar acuerdos en lugar de aniquilar al enemigo a riesgo de espirales de violencia; pero lo que me parece inaceptable es que el PP monte la farsa de las condolencias y la empatía hacia las víctimas, de los golpes de pecho y de las solemnes declaraciones de impotencia respecto a la resolución de Estrasburgo. Todo lo que el Ejecutivo lleva diciéndonos desde que comenzaron las excarcelaciones hiede a podrido. Y lo irónico es que, con el desarme de ETA, Rajoy va a colgarse la única medalla que, dado el caso, podría haberle correspondido a Zapatero en sus ocho años de nefasto gobierno.

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