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Crimea no es Cataluña
Publicado en Mundo eslavo, sociopolítica
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Orduña (1ª parte)
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Desde luego, la ciudad de Orduña no necesitaba este capítulo en mi serie Vasconia en dos ruedas para ser conocida por el lector, pues tanto su belleza y diversidad paisajística como su historia, e incluso su clima, ocupan por derecho propio lugares preeminentes en esta región de España. Pero, a su vez, tampoco estaría completo un diario viajero sobre las Vascongadas que no contase con la ruta de Orduña.
En efecto, y usando las siempre interesantes palabras del Madoz, escritas allá por 1840: a siete leguas de Bilbao y seis de Vitoria, Orduña es la única ciudad de Vizcaya. Se sitúa en la vertiente llana de la Peña, donde se extiende una llanura de 3/4 de legua de ancha y 5/4 de larga, hermosa, feraz y de bello aspecto; el clima es templado y muy sano, y las enfermedades más comunes, reúmas y catarros[…] Entre otros, se produce vino chacolí que podría sobrepujar al de Burdeos, si fuese mejor su elaboración. Yo no sé cómo sería por entonces el chacolí de Orduña, pero muy bueno ha de ser hoy en día el de Burdeos para no ser sobrepujado por el nuestro; y es que, como mi pequeña excursión me ha permitido comprobar, la ciudad fermenta unos mostos de excelente paladar. Como ya sabrán quienes me leen con asiduidad (si es que alguien lo hace), el vino forma siempre parte esencial de mis salidas moteras… hasta donde me permite el Código de la circulación.
Pero arranquemos de una vez, pues estamos a punto de comenzar una de las jornadas de moto más bonitas que puedan hacerse por Vasconia: tanto la carretera hasta llegar a Orduña, como la ciudad y sus alrededores, no tienen desperdicio. Saliendo desde Vitoria por la N-622, la idea es abandonar la autovía de doble carril a la altura de Izarra para coger aquí la bucólica carretera local A-2521, donde comienza la verdadera ruta a través de estimulantes parajes naturales. Preparaos también para un viaje con muchas curvas.
Al poco de entrar por la A-2521 paso por una umbría y húmeda floresta de fagáceas y helechos que invita a adentrarse en busca de trasgos y leyendas. Alguien, en aquellos tiempos en que las cosas se hacían para perdurar, jalonó la carretera con postes kilométricos de valor artesanal, como el de esta foto. Un poco más adelante, saliendo de la fresca arboleda, entre fértiles praderas, hay varios caseríos que motean de color teja el verdor de la pequeña y soleada cuenca donde se asientan. Me paro en uno cualquiera de ellos, creo que es Goluri, donde dejo la moto aparcada y doy un paseo para tomar unas fotos. Detrás de la iglesia, los paisanos han hecho construir un bonito bolategui, a lo largo de cuyo costado apilan la leña que los calentará durante sus partidas y reuniones en los meses de invierno.
Un kilómetro más adelante, la añeja torre de una solitaria ermita al borde del camino, descollando entre las copas de los árboles, me hace parar de nuevo. Desde mi juventud, el recogimiento de las ermitas siempre ha despertado mis emociones, y no es sino con cierta reverencia que me aproximo a ellas o las contemplo. Esta de Goluri tiene en su lado norte un pequeño cementerio con las huesas, es de suponer, de quienes fueron vecinos del valle, trabajaron su tierra y talaron sus bosques. Requiescant in pace.
Pero no son caseríos o ermitas las únicas joyas que encuentra el viajero que se encamina a Orduña, sino también soberbios paisajes que, surgiendo tras un recodo, nos hacen contener la respiración. Así, salvando la última recta que corta como un cuchillo aquellas praderas, al volver una curva aparecen de repente las impresionantes murallas rocosas del valle donde nace el Nervión, y en cuya cama se yergue la ciudad objeto de nuestra visita. Por la cuerda de las montañas discurre la linde que separa Vizcaya de Burgos.
Se pierden en lontananza los agudos cortes en la roca que, hace millones de años, produjo el hielo, conformando lo que hoy es la cuenca alta del Nervión.
Y es hora de divertirse un poco con la moto: a partir de aquí se inicia el descenso por las enlazadas curvas de horquilla que llevan hasta la cama del valle, rematando en la armoniosa recta final, flanqueada por árboles, que desemboca en Orduña.
La primera vista de la ciudad nos ofrece el robusto y guerrero perfil de la iglesia-fortaleza de Santa María, que una vez formó parte de las murallas que defendían a Orduña de sus enemigos a lo largo de toda una historia de luchas y batallas.
Publicado en Vasconia en dos ruedas
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La Ucrania que es Rusia
Hay una parte de Ucrania que detesta a Rusia y quiere marcar las diferencias tanto como sea posible. No es -en contra de lo que Occidente se empeña en creer- una mayoría de los ucranianos; quizá ni siquiera la mitad de ellos; pero desde luego sí son, hoy por hoy, los más ruidosos. Ahora bien: irónicamente, esa Ucrania que detesta a Rusia lo hace movida por un sentimiento típicamente ruso: la aspiración y el anhelo de ser Europa; esa tan romántica como trasnochada admiración por nuestro Viejo Continente. ¡Qué cosas! Basta, en cambio, vivir un par de meses entre ucranianos y rusos para comprender que Ucrania es Rusia hasta el tuétano; como Cataluña es España, salvando las diferencias.
Por desgracia, a la mayoría de nosotros sólo nos llegan, de aquellas frías tierras, tanto la información como las opiniones que el chauvinismo europeo es capaz de admitir, y que nos transmiten, de Ucrania, la imagen de un bravo país que lucha con denuedo por salir de la influencia rusa. ¡Ya lo creo, que lucha! Hasta tal punto, que ha llegado a protagonizar, en las últimas jornadas, un verdadero y eficaz golpe de estado para derrocar al gobierno legítimo que salió de sus propias urnas meses o años atrás; un golpe que ha gozado de la aprobadora mirada de Occidente. ¡Qué cosas!: la mismisima Civilización, en pleno, dando el visto bueno a golpes de estado…
Y mientras los rebeldes matan a sus compatriotas a base de adoquinazos y explosivos, a la hora de la verdad Europa se limita a coquetear con Ucrania como una frívola esquiva: sonríe, parpadea y se contonea, pero no se deja besar. Para Europa, esa Ucrania que detesta a Rusia es como un pretendiente, útil para satisfacer nuestra vanidad y alimentar nuestro insufrible narcisismo, pero con el que no pensamos casarnos. Quizá por eso preferimos no saber nada de la otra Ucrania: esa inmensa minoría que anhela volver al idioma -el ruso- y a los lazos que le fueron arrebatados por el extremismo que surgió tras independizarse de la URSS.
Publicado en Mundo eslavo
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El Decálogo de la inmigración ilegal
![Affricans assulting Spanish border's fence](http://es.freelander.es/wp-content/uploads/2014/03/negros.jpg)
Africanos asaltando la valla de la frontera española
1. Para aceptar inmigrantes en España, primero debemos estar seguros de que nos hacen falta. No necesitamos más parados. Que la caridad hacia el prójimo no se convierta en falta de caridad hacia nosotros mismos.
2. Una vez seguros de que podemos mantenerlos, sean bienvenidos; pero únicamente quienes entran por cauces legales. Habría que flexibilizar estos cauces, pero jamás premiar a quienes se los saltan.
3. Agredir a un agente de la Autoridad es, en nuestro ordenamiento, un delito. Cualquier inmigrante que cruce la frontera española agrediendo a las Fuerzas de seguridad se convierte, desde ese mismo instante, en un delincuente. No necesitamos delincuentes en España.
4. Culpar de los asaltos a las fronteras a las mafias de traficantes es demagogia gubernamental. La responsabilidad de éstas es secundaria. Quienes destruyen las vallas y agreden a nuestros agentes son los supuestamente exhaustos, hambrientos, débiles y moribundos inmigrantes, no los mafiosos.
5. Es fácil ser generoso con el dinero ajeno. Quienes, en nuestra sociedad, se sientan más humanitarios y estén a favor de compartir nuestra riqueza con los inmigrantes, deberían acogerlos en sus casas y mantenerlos a sus expensaas hasta que fueran capaces de hacerlo por sí mismos; sanidad y educación inclusive; pero no imponer a los demás contribuyentes esa carga. El altruismo no se puede imponer.
6. El problema de las fronteras españolas es un problema español, no de la Unión Europea. No necesitamos el permiso de otros países para defenderlas. La mayoría de los ilegales que entran a España se quedan aquí; no se dispersan por toda Europa. En España el clima les es más favorable y, sobre todo, ¿en qué otro país europeo iban a estar más protegidos y mimados?
7. Si de verdad quisiéramos ayudar a los subsaharianos, empezaríamos por aliviar la presión sobre sus recursos naturales. Lo demás es hipocresía. Menos consumo y menos derroche en occidente; esta es la única forma coherente de ayudar al tercer mundo. ¡Pero entonces no hay crecimiento económico! Ambas cosas a la vez no pueden ser.
8. La filantropía y solidaridad con los agresivos inmigrantes que asaltan nuestras fronteras es gravísima y contradictoria falta de filantropía y solidaridad hacia aquellos otros que, precisamente por más débiles y necesitados, no pudieron ni siquiera emprender el camino.
9. Si tenemos que aceptar inmigrantes y de verdad queremos ser humanitarios, deberíamos ir nosotros a sus países de origen y traernos a los más necesitados, en lugar esperar que vengan los más brutos y premiar su osadía de querer entrar por la fuerza.
10. Por último, quitémonos la máscara de la hipocresía. Confesemos la verdad: a poca gente le importan los negros muertos en Ceuta, los que se ahogan en pateras, los que perecen por el desierto… Poca gente quiere a esos inmigrantes aquí. Dejemos de fingir compasión por sus tragedias. Quisieron entrar por la fuerza. Perecieron. Mala suerte.
Publicado en sociopolítica
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Western Union: prácticas fraudulentas
Si estás pensando en enviar dinero a través de Western Union, ¡CUIDADO! Puede convertirse en una trampa indignante. De hecho, en un timo muy sutilmente diseñado.
Digamos, por ejemplo, que quieres enviar 300 € a Alguien que vive en Paisextranjero. Vas a la web de Western Union y haces clic en su enlace “enviar dinero ahora”. Buscas Paisextranjero en el desplegable de países, rellenas los campos del formulario, eliges el servicio “dinero en minutos” y, tras proporcionar los datos de tu tarjeta bancaria, completas la transacción. Aquí es donde empieza la fiesta.
Lo primero que hace Western Union, antes que ninguna otra cosa, es adeudar el cargo en tu tarjeta, los 300 € más el coste del servicio; y sólo después hacen ciertas comprobaciones TOP SECRET… tras las cuales te devuelven un mensaje algo así como: Nuestro sistema no ha autorizado su envío, y alegremente te sugieren que intentes enviar el dinero otra vez. ¡No lo hagas!: volverán a hacerte el cobro en la tarjeta, pero desautorizarán de nuevo el envío.
Puesto que al cliente-victima no le proporcionan As ninguna información sobre las razones para no autorizar el envío, yo llamé a su número de atención al cliente, y el empleado me dijo: lo sentimos, pero no tenemos el servicio ‘dinero en minutos’ para Paisextranjero. Pero en ese caso, si su web te deja pagar un servicio que luego no suministran, a eso se le llama engaño. Western Union debería eliminar la opción ‘dinero en minutos’ para aquellos países donde no facilitan ese servicio; pero, en vez de eso, te lo dicen sólo tras cobrarte el dinero de la tarjeta (y únicamente si llamas a atención al cliente). Pero, como verás si sigues leyendo, hacer el cargo en tu tarjeta es precisamente lo que quieren.
Así que le pregunté al empleado: “Entonces, ¿cómo puedo enviar dinero a mi amigo Alguien, que vive en Paisextranjero?” Le puede hacer una transferencia online con Western Union a su cuenta bancaria, contesta. “¿Está seguro de que eso funcionará?” Totalmente seguro, señor: una transferencia a una cuenta bancaria sí se autorizará. “¿Y qué pasa con el cargo que ya han hecho Vds. en mi tarjeta?” ¡Oh!, no se preocupe, señor: se lo devolverán entre tres y cinco días laborables.
Entonces el ingenuo cliente-víctima repite el proceso, salvo que esta vez elige la opción “transferir el dinero a una cuenta bancaria”. ¿Pero qué ocurre? Que Western Union te hace un nuevo cargo en la tarjeta para devolverte de nuevo al lugar de partida: “envío no autorizado”, y te sugiere que intentes enviar el dinero por tercera vez.
Aquí es cuando ya empiezan a entrarte ganas de estrangular a alguien. Les llamas otra vez a su atención al cliente, te quejas y les preguntas por qué esta vez tampoco han autorizado el envío, pero ahora te darán la respuesta más insultante que se haya podido inventar: Lo sentimos, pero por razones de seguridad, para SU protección, no podemos ‘divulgar’ esa información. ¿¡Qué coño!? No estás pidiéndoles que “divulgen” nada; sólo quiere saber por qué te llevan ya cargados más de 600 € en la tarjeta y Western Union no va a enviar ni un céntimo al destinatario. Pero si insistes en que te den explicaciones, el empleado empezará a comportarse como un autómata, repitiendo una y otra vez: para su seguridad, no podemos divulgar esa información, señor; y entonces te rindes, porque te das cuenta de que es inútil hablarle a un robot.
Western Union nunca te dará ninguna información en absoluto sobre el motivo de rechazar tu envío; pero lo que es más importante, no serán capaces de explicar por qué verifican-desautorizan la transferencia DESPUÉS de adeudarte la tarjeta bancaria, en lugar de ANTES. ¿Por qué diablos no comprueban lo que tengan que comprobar antes de hacerte el cargo, y no después? Ni siquiera mi fantasía es capaz de concebir una razón para no llevar a cabo sus malditas verificadiones Top Secret previamente a darte la opción de continuar con la operación. Pero, como leerás pronto, aquí es donde se esconde el fraude.
Después de ocurrirme esto, escribí una queja en el muro de Facebook de Western Union. Su encargado me respondió con celeridad, pero su contestación fue tan amable como inservible. A lo largo del “diálogo” que se estableció entre ellos y yo en su muro, les pedí hasta tres veces que me dieran una explicación creíble, que no ofendiese mi inteligencia, para no hacer sus comprobaciones ANTES de adeudar las tarjetas de sus víctimas. Pero las tres veces ignoraron por completo mi pregunta, exactamente igual que si no la hubiese escrito. Pocos días después, eliminaron todo rastro de esa conversación en su muro, para que nadie pudiera leerla.
También escribí a su departamento de atención al cliente, haciéndoles tres preguntas:
P 1: ¿Por qué no autorizaron mis envíos, si Vds. ya habían hecho el cargo en mi tarjeta y tenían el dinero asegurado?
R 1: Por razones de seguridad, no podemos divulgar esa información, etc.
P 2: ¿Por qué no desautorizan el envío antes de adeudar los 300 € en mi tarjeta? Sin respuesta. Pregunta ignorada.
P 3: ¿Cuándo me devolverán el dinero a la tarjeta?
A 3: ¡Oh!, pregunte a su banco. Debería obtener una devolución total en diez días laborables.
Un mes después de adeudarme 600 € en la tarjeta bancaria, Western Union no ha realizado el envío ni me ha devuelto el dinero.
Así es como funciona su estafa: Western Union carga la tarjeta de la víctima y luego desautoriza el envío. El banco emisor de la tarjeta retiene el dinero todo el tiempo que le dé la gana, con lo cual obtiene crédito gratis por valor quizá de algunos millones, y Western Union se lleva una comisión por hacerles este “pequeño favorcillo” a los bancos. (Echa las cuentas: si desautorizan mil o dos mil transferencias diarias en todo el mundo, el crédito gratis que pueden obtener es del orden de las seis cifras.)
Además, cuando Western Union te remite a tu banco para el tema de la devolución, están echando balones fuera. No se trata de un asunto entre el cliente y su banco, sino un asunto entre la víctima y Western Union. Es esta compañía la que ordena el adeudo en tu tarjeta, y por tanto ellos tienen la obligación legal de responder por el dinero retenido a consecuencia de una operación que, para colmo, han rechazado por razones que ni siquiera te explican.
Y así es como Western Union le pone la guinda al pastel: Cuando comprendes este engaño, tal vez se te ocurra denunciarlos o pleitear contra ellos; pero cuando te pones a buscar quiénes son en realidad, y dónde tienen su sede social, resulta que la tienen en el apartado postal 7850 de Atenas, Grecia.
¡Grecia! Esos bandidos de Western Union tienen su sede social en Grecia, sin representación legal alguna en tu propio país. No tienes la más mínima posibilidad de emprender acciones legales contra ellos en Grecia. El cliente-víctima está por completo indefenso.
Así es Western Union: una empresa deshonesta. Un fraude. Una estafa impune.
Publicado en Consumo
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Los ucranianos sin voz
Durante las últimas dos semanas, desde que brotó todo este problema en Ucrania cuando su primer ministro se echó atrás de unos tratados comerciales con Europa, al parecer bajo la influencia rusa, y los ultra nacionalistas organizaron las revueltas y tomaron las calles (con o sin razones legítimas, eso lo ignoro), arrastrando a los suyos hacia predecibles, casi suicidas muertes, y a su país al borde de una guerra civil, mi Facebook se ha visto abarrotado, casi tomado, por los posts de mis contactos ucranianos, que son unos cuantos.
En efecto, a lo largo de los tres meses que pasé en Ucrania conocí a mucha gente, la mayoría estupendos y amistosos muchachos; gente variada, de diversas partes del país, distintos antecedentes y, por supuesto, diferentes credos políticos. Y entre estos conocidos raro es el que no se definía a sí mismo como pro-ruso o pro-europeo. Pese a compartir, según yo los percibí, el mismo carácter y cultura (con algunas excepciones), me quedó la impresión (espero que acertada) de que sus opiniones políticas dividen a los ucranianos claramente en dos grupos básicos: los que creen en la nueva Ucrania surgida tras la independencia, absolutamente diferenciada de Rusia en cualquier aspecto, sobre todo en el idioma (pese a ser tan similar al ruso que, estudiando yo éste, podía entender igual aquél), y los que añoran la era soviética y no les importaría, o incluso querrían, volver a formar parte de Rusia, o al menos aliados mucho más cercanos.
Pero había también una diferencia esencial, aunque sutil, entre mis amigos de un tipo y del otro: en general, se contaban más estudiantes y gente joven entre los nacionalistas acérrimos y más trabajadores y gente mayor entre los nostálgicos, por así decir. En consecuencia, también había más gente que hablaba buen inglés entre los primeros, que a su vez también estaban más conectados a internet y las redes sociales, que entre los segundos, con quienes la comunicación era con frecuencia difícil, y que por término medio eran más ajenos a las nuevas tecnologías; los ucranianos del oeste tenían quizá el tiempo, la edad y los recursos para estar en el “mundo global”, mientras que los del este estaban acaso demasiado ocupados trabajando en sus feas ciudades industriales.
Esta exposición puede parecer muy simplista, pero no lo es tanto: de hecho, me llegaron entre diez y veinte veces más “friend requests” al Facebook desde los pro-europeos que desde los pro-rusos (si se me permite la generalización).
¿A dónde quiero llegar con esto? Mi planteamiento es sencillo: según mi propia experiencia, aventuraría la tesis de que la percepción que estamos teniendo en Europa de los acontecimientos que agitan a Ucrania estos días, está muy lejos de ser una muestra representativa de la realidad ucraniana. La información que nos llega está demasiado sesgada, o mejor dicho incompleta. Casi sólo escuchamos la voz de Ucrania occidental, los independentistas más convencidos (cuando no radicales); los del otro lado no llegan hasta nosotros, no hablan inglés ni usan Facebook o Twitter, al menos no en inglés, ni en alemán. Los europeos, y occidente en general, no podemos escuchar sus voces.
Son ucranianos sin voz; pero yo también quiero escuchar y conocer sus opiniones; de lo contrario, no podré ni acercarme a tener una idea acertada y fiable sobre lo que está ocurriendo en Ucrania.
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Bernedo
El cielo azul de la tarde, asomando entre los cúmulos, me sonríe invitándome a dar un paseo en moto. Bien, pero, ¿a dónde ir? En esta época del año, el sur es casi siempre el rumbo más seguro; así que cojo la indumentaria y, en un periquete, ya voy a dos ruedas sobre la carretera que lleva al condado de Treviño, ese trozo de Burgos que quedó apresado entre términos municipales alaveses. Como he salido algo tarde, se alargan ya las sombras sobre el asfalto cuando llego a la taberna Dulanto, parada idónea para un cafelito que me atempere el cuerpo.
He dicho de ir hacia el sur, pero aún no sé, en realidad, hacia dónde en concreto me dirijo. Como otras veces, me dejaré guiar por la inspiración, o más bien por el capricho. Donde vea una aldea que me llene la vista, acaso la torre de una iglesia entre la arboleda o algún pueblo que dormite entre sembrados, ahí guiaré la moto.
Tras cruzar el río Ayuda, que es el corazón de Treviño, en un bajío a mi izquierda, destacando sobre el campo verdegrís bajo un sol que ya declina, los tejados de Pariza me tientan; pero los dejo pasar: tengo más ganas de carretera, de divertirme tomando las curvas de algún puerto.
Al cabo, pasados otros pueblos castellanos, es Baskonia de nuevo y ahí encuentro lo que busco.
A seis leguas de Vitoria, al pie septentrional de la cordillera de cerros que dividen Álava de Navarra, donde las aguas de los ríos Ega e Inglares unen las tierras de una y otra región, se encuentra la villa de Bernedo, que fue cuartel general de las Provincias Vascongadas a finales del siglo XIX: un medieval enclave fronterizo, paso obligado para mercaderes y viajeros entre Castilla y la llanada Alavesa, puerta al desfiladero de Roñes y paso muy frecuentado de arrieros de Aragón, Navarra y Castilla hacia el Cantábrico.
La sierra de Cantabria, que así se llama, deja ya en sombras el valle y dibuja su perfil en los cerros del lado opuesto, que lo protegen del frío norte. Sobre éstos, un estrato de nubes plomizas le da a la tarde una luz azulada y húmeda, de granito y acero.
Ruedo muy despacio, ascendiendo por la empinada cuesta que lleva a la plaza, y me hace sentir pequeño el imponente flanco norte de la iglesia-fortaleza, que no puede disimular su función defensiva original.
Aparco a Rosaura en la amplia y silenciosa plaza, junto al pórtico de la iglesia, cabe una hilera de árboles recios y ñudosos, recién podados. Miro a mi alrededor: algunas columnas de humo blanquiazul, destacándose contra el bosque desnudo, delatan vida en los hogares; pero no se ve ni un alma.
Rodeo la iglesia y me adentro en las calles desiertas y umbrías. Los antiquísimos orígenes de Bernedo se remontan a los focenses, colonos griegos que la fundaron con el nombre de Velia, y así figura entre las ciudades del convento jurídico de Clunia. Muchos siglos después, aunque en fecha incierta, sobre Velia se fundaría Bernedo, cuyo nombre aparece por primera vez en la historia cuando, en 1182, Sancho de Navarra –apodado el Sabio– le otorga fuero de población, como a tantas otras villas que ya he visitado. Y a semejanza de ellas, se construye también como plaza amurallada, con tres calles horizontales paralelas a la falda de la sierra comunicadas entre sí por callejas y cantones, y dominada por un castillo, ahora desaparecido.
Una inscripción casi insólita, sobre la fachada de una casa céntrica y aislada, junto a la plaza, llama mi atención y me tiene allí clavado unos minutos. La leo una y otra vez: “En la casa del que jura no faltará desventura. La maldición de la madre abrasa y destruye de raíz hijos y casa.” Es la primera vez que me encuentro ante una casa maldita. ¿Qué tragedia esconderán esas palabras? ¿Qué leyenda hay tras de ellas? Pero nadie veo a quién preguntar, y me quedo con la intriga.
A lo largo de su historia, gozó Bernedo de singulares gracias y privilegios, como la interdicción de los desafíos o la prohibición de usar las pruebas vulgares de agua caliente y hierro hirviendo, así como la exención de pagar derechos de aduana; y, aunque el rey navarro Carlos II les impuso la gabela de portazgo, los villanos apelaron al rey de Castilla para que intercediese por ellos, con éxito.
Mis pasos pronto me encaminan a la puerta de la Sarrea, única de las tres entradas que se conservan de la antigua muralla que defendía a la villa. Puertas afuera, continúo un trecho por el camino hacia la ermita, que va ascendiendo en suave pendiente la ladera y desde donde voy ganando una bonita vista sobre el pueblo. El sol ya únicamente alcanza a iluminar las crestas de los cerros fronteros.
Es un pueblo recogido y bien cuidado, como la mayoría en esta tierra; con bonitas casas bien conservadas o restauradas, y ambiente apacible y acogedor aun en esta fría tarde invernal. Un pueblo cuyas piedras tal vez sueñan con viejas glorias pasadas, añorando su muralla y su castillo de Castilla, y que acaso incluso recuerdan su pertenencia a Navarra, aunque ya a finales del s. XIV, por acuerdos y avenencias entre ambos reinos, el navarro Carlos III había dado la fortaleza en tenencia al castellano Enrique II, quien encomendó su guarda a los alcaldes de la propia villa.
Pero no fue sino hasta finales del siglo XV que Bernedo se incorporó definitivamente al reino de Castilla, otorgándole los reyes el mando de la plaza a Pedro López de Ayala, el Comunero, que después (como ya conté en mi visita a Salvatierra) se levantaría contra su rey, Carlos V, en la guerra de las Comunidades, siendo a la sazón alcalde de Bernedo don Diego Martínez de Álava, quien obtuvo para la villa, de los RR. Católicos, los mismos fueros que tenía Vitoria. Mal, en cambio, pagaron los villanos a este alcalde, pues en esa misma guerra apresaron a su hijo y se levantaron contra la Corona. Al terminar la contienda, derrotado el Comunero, la villa volvió a ser gobernada por los Martínez de Álava.
Llena mi imaginación de yelmos y espadas, almenas y portazgos, vuelvo sobre mis pasos hacia la plaza, con su magnífica iglesia. Unos niños desaparecen tras un recodo y los sigo por curiosidad, pero ya no veo ni rastro de ellos, y sólo escucho el eco fantasmal de sus voces. ¿Lo habré soñado? Continúo callejeando y vengo a dar a un romántico rinconcito donde un bebedero con tres caños amonesta, desde hace un siglo y medio, con pena de cuatro reales a quien allí lavare. Tuvo Bernedo, además, cierta importancia cultural en la región, pues en 1608 se fundó aquí la Casa del Latín, una preceptoría laica de gramática al servicio de la Iglesia, que aún funcionaba a principios del siglo XX. Hasta antesdeayer, como quien dice.
Antes de emprender el regreso, bajo a pie hasta la carretera, donde al llegar vi un bar abierto. Es el único lugar del pueblo que muestra alguna vida; pero ya no es hora de tapas ni pinchos, sino que me apetece un cacao calentito que me caldee un poco las carnes antes de subir a lomos de Rosaura y cabalgar por la carretera de vuelta al siglo XXI.
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Vileza europea respecto a Ucrania
La hipocresía de Europa respecto a los recientes acontecimientos en Ucrania es doble y notable.
Por un lado, casi la totalidad de los medios de comunicación -probablemente de la sociedad también- jalea (con enfermizo e íntimo regocijo) a esos ucranianos que están luchando y muriendo por un acercamiento Europa pese a que ningún país de la Unión quiere a Ucrania dentro del club. Desde nuestro insufrible complejo de superioridad, sonreímos bobamente al ingenuo europeísmo de la sociedad ucraniana (¡ojo!: sólo parte de esa sociedad) y amenazamos con sanciones a su gobierno, que no olvidemos fue elegido democráticamente, por hacer lo que España no tiene los redaños de hacer: sofocar la ilegítima violencia con legítima violencia.
Por otro lado, nos felicitamos con no menos insufrible autocomplacencia por nuestra condena hacia todo lo que signifique extrema derecha, y alardeamos de nuestros sistemas protectores y garantistas, defensores de minorías oprimidas, pero al mismo tiempo ignoramos, o preferimos ignorar, que estas revueltas en Ucrania están inflamadas precisamente por la extrema derecha, que suponen un nacionalismo radical y que desde hace veinte años esa media Ucrania discrimina y pisotea el derecho natural que el tercio rusófono de su ciudadanía tendría a que su lengua se reconozca igual que el ucraniano: el ruso -quizá muchos lo ignoren- no es lengua oficial en Ucrania pese a ser el idioma materno de diecisiete millones de ellos.
Y así, según aplaudimos el irremediable romanticismo eslavo y abrigamos el inconfesable, morboso deseo de una revolución bañada en sangre, ellos mueren por docenas sobre los gélidos adoquines de sus ciudades, con la temeridad que sólo los eslavos saben mostrar ante la muerte.
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Publicado en sociopolítica
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