El rey de España al servicio de poderosos intereses privados

El rey de España haciendo publicidad de la casa Seat

El rey de España haciendo publicidad de la casa Seat

Cuando he visto las portadas de la prensa de este seis de diciembre de 2014 no me lo podía creer: el rey de España, máximo representante del Estado, a quien se supone símbolo de moderación y equidad, patrón de conducta; el único español que goza el privilegio de un rumboso puesto vitalicio por la sola razón de su nacimiento, que los españoles generosamente consentimos y financiamos con el sudor de nuestra frente; el rey de España se dedica oficialmente a hacer publicidad de la casa Seat. Y, cómo no, casi todos los medios de comunicación le hacen la ola. Me quedo a cuadros. Sigue leyendo

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Pensaba estos días que…

¿Opinión o criterio?

Mucho más que tener opiniones es importante tener criterio. Las opiniones, nuestras ideas sobre los temas sociales o políticos, son fácilmente manipulables y pueden habérsenos inculcado desde fuera; podemos haberlas tomado de nuestros mayores, de la prensa, de nuestros amigos, con excesiva frecuencia de las redes sociales. El criterio, en cambio… la capacidad para discernir lo verosímil de lo falaz, lo fidedigno de lo demagógico, para ser crítico con la información que recibimos y cuestionar sus fuentes… el criterio es propio de cada uno, e inalienable.

Un buen criterio es casi garantía de unas saludables opiniones. Pero las opiniones del que no tiene criterio no son más que el eco de otras voces. Sigue leyendo

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Memorias de Tampere, añoranzas de sauna

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Mi estancia en Ranta-Hölli, que al final se alargó hasta cuatro días, me sirvió a modo de cortas vacaciones para renovarme física y espiritualmente, como si de un balneario se tratase. Allí coincidí con un ciclista que venía haciendo un largo viaje, pedaleando en una de esas bicis que arrastran un pequeño carrito sobre dos ruedas, donde se lleva el breve equipaje, tienda y saco. Llegó un día después que yo y coincidimos en el embarcadero flotante del B&B, sobre el lago Kirkköjarvi, a un centenar de metros del edificio principal. Yo había bajado para nadar un poco, si bien al final sólo me di un chapuzón, porque amén de negruzca el agua estaba turbia, con cantidad de materia orgánica en suspensión, y de su fondo limoso se elevaba una melena de algas cuya caricia suele producirme una repulsión que nunca he sabido superar. Él venía para usar la sauna, que –como es habitual– se ubica cerca del embarcadero, y me invitó a acompañarlo, pero decliné porque el día era caluroso y el lago parecía una sopa. No obstante, encendido que hubo la estufa con la leña que allí había preparada al efecto, estuvimos conversando mientras esperaba a que se calentase la sauna. Sigue leyendo

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Primeros pasos en Finlandia a dos ruedas

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Aunque la sensación de haber pisado el umbral de Escandinavia la tuve ya, como en su momento dije, al entrar en Estonia, no ha sido sino hasta cruzar el Báltico en ferry y desembarcar en Helsinki que he sentido comenzaba en mi viaje una nueva etapa: la escandinava (o quizá sólo finlandesa, ya se verá), de la cual mi primer objetivo es Tampere, ciudad en donde aún conservo algunos buenos amigos. Pero lejos de dirigirme allí por la autovía directa y salvar de un tirón los 175 km de distancia, he preferido mantenerme fiel a mi costumbre, cuando viajo en moto, de usar rutas secundarias en cuanto me sea posible, pues al fin y al cabo de eso se trata: de conocer por el contacto directo los países o las regiones por donde se transita, en lugar de pasar por ellos a toda prisa, como quien va en avión; y para eso es importante mantenerse al margen de las vías rápidas; amén –de sobra está decirlo– de que conducir en moto por autopisas es aburrido e insípido hasta decir basta. De modo que, desde Helsinki, puse rumbo más o menos norte y fui zigzagueando de una carretera a otra, a lo largo de unos doscientos quilómetros bien servidos, hasta desembocar, bien entrada la tarde de mi segundo día sobre suelo finlandés, en la pequeña localidad de Sahalahti. Sigue leyendo

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Treviño, el bastión castellano en Vasconia

 

Muchas rutas tengo ya hechas por Euskal Herria y aún estoy por ver, de Vitoria hacia el sur, algo que no sea castellano; y por eso digo: el hecho de que la llanada alavesa pertenezca al País Vasco y, más aún, que sus municpios se alineen con el anhelo independentista euskaldún, son cosas que causan maravilla.

Hoy visitaré con la moto el muy disputado y polémico Condado de Treviño, que encaja en la serie Vasconia en dos ruedas no por ser vascuence, sino precisamente por no serlo: se trata de un exclave burgalés en Álava, un anacrónico –y también simbólico– último reducto que Castilla se resiste a perder. Invito al lector a que me acompañe en este recorrido. Sigue leyendo

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La fraternidad motera

Esperando para embarcar en el ferry a Helsinki.

Esperando para embarcar en el ferry a Helsinki.

Ni temprano ni tarde, desde mi hotel en el centro de Tallin me encaminé a los muelles a tiempo de coger un ferry de la línea Eckerö a mediodía, que me costaba treinta y cinco euros por la moto y yo. La competencia entre las compañías que sirven la ruta Helsinki-Tallin es grande, sus horarios flexibles y abundantes, y las tarifas, como se ve, bastante asequibles. Sigue leyendo

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Tallin, la ciudad junto al mar

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Va muriendo el mes de julio; mas los días, lejos de acortarse, vanse alargando porque cada vez soy más al norte. Somos, la moto y yo, yo y la moto, con quien al cabo ya de 4.000 km llega el jinete a integrarse, a fundirse en un centauro híbrido, medio animal medio máquina. Aprendes cada una de sus reacciones, sus guiños y sus rarezas, y –cómo no– de sus ruidos. Buena máquina esta bicilíndrica que gasta como un mechero, aunque tiende a aflojársele la tornillería y, peor aún, ese inquietante ruido en el tren trasero cuando se calienta, que aún no he logrado identificar. Mala cosa para una BMW con apenas un año.

“Más al norte” he dicho y más al norte sigo. En una soleada mañana que presagia otro día de calor dejo atrás la bella Viljandi con el vago propósito de una nueva, más luenga visita –tal vez– a mi regreso. Con el sol a mis espaldas pongo rumbo a la capital del reino; es un decir. Siempre por carreteras secundarias, atravieso las llanuras y marjales de este país cuya densidad de población es tan contenida –un tercio la de España– que apenas paso por pueblo alguno digno de llamarse tal; sólo granjas y más granjas donde jóvenes campesinas, rubias como el trigo en estío, rubias como los rayos del sol, se afanan en labores agrícolas junto a sus mayores acaso sin saber que, allá en el sur, hay países donde los cabellos dorados y los iris color del cielo abren más puertas que la preparación profesional más exquisita.

Al extremo septentrional de estas regiones bálticas llegamos a Tallinn, la ciudad milenaria junto al mar que los daneses vendieron a los Caballeros Teutones en la baja edad media y que éstos, cinco siglos más tarde, perdieron a manos de los zares rusos; y sufrió después igual destino que sus vecinas: dos veces invadida por Alemania y otras tantas recobrada por Rusia, hasta la reciente independencia del país. Hoy día es la capital europea con mayor proporción de rusoparlantes,  lengua materna de casi la mitad de su vecindario. Lástima de lenguas minoritarias que decaerán en las décadas futuras frente a la imparable pujanza de alternativas mucho más internacionales. Tarde o temprano, el estón morirá sofocado por el peso del finés y el ruso, como ocurrirá con el gallego y el vascuence respecto del Portugués y el Español. Sigue leyendo

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Entre dos mundos

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La primera impresión que tuve al entrar en Estonia, subiendo desde Letonia, fue que aquí comenzaba en realidad Escandinavia; que esta, y no el golfo de Finlandia, era la verdadera frontera norte de la Europa oriental; y que Estonia no es, en el fondo, un estado báltico sino un país nórdico; o al menos a caballo entre uno y otro mundos.

Por una parte, cruzar esa frontera supone dejar atrás la pobreza post-comunista que en el área de la vieja órbita soviética resulta aún tan palpable. El contraste entre Estonia y Letonia es sensiblemente mayor que entre ésta y Lituania, que a su vez se lleva poco con Polonia. Ello en seguida se advierte en el estado de las carreteras, de los edificios, las calles y las casas, en la maquinaria agrícola, los vehículos, las señales de tráfico, el formato del comercio, la oferta de productos y –desde luego– los precios; pero también en la educación de la gente, su carácter no tan pueblerino, en la forma más respetuosa de conducir, el nivel de inglés y –cómo no– en su idioma materno, ya que el estón es familia muy cercana del finlandés. Incluso las gasolineras de este país, pese a su ubicación geográfica más continental, están ya abanderadas por las petroleras de sus vecinos del norte, al otro lado del mar, y el logotipo de Lukoil deja paso al de Neste Oil, el gigante petrolero finés.

En el capítulo anterior me había quedado pasando la noche en la apacible localidad de Mazsalaca, ignorante de si al día siguiente tendría que afrontar un nuevo tramo de carretera sin pavimentar hasta la frontera estona o incluso más allá, pues en mi mapa todas las rutas hacia el norte en treinta quilómetros a la redonda venían dibujadas en blanco, o sea de grava. Pero a la mañana siguiente un curioso hombrecillo que andaba por las traseras del hotel atareado en labores de albañilería y que se mostró conmigo extremadamente servicial, pese a no hablar una sola palabra de inglés se las apañó para explicarme, con gestos y profusión de sonrisas, que el camino hacia la frontera estaba todo asfaltado; así que en esta confianza, tras despedirme del amable peón con un agradecido apretón de manos, me aventuré directamente y sin más rodeos hacia el país vecino.

 

Bienvenidos a Estonia, la puerta de Escandinavia.

Bienvenidos a Estonia, la puerta de Escandinavia.

Con cierta tristeza dejé atrás el pequeño y entrañable estado de Letonia, su tranquilo pueblo fronterizo de Mazsalaca, para enseguida comprobar que mi informador no se había equivocado: Sigue leyendo

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