El portillo de la traición

portilloTraicionSobre el lienzo noroeste de la muralla de Zamora la bien cercada hay una pequeña puerta a la que llaman portillo de la traición, sugestivo nombre que enseguida despierta mi interés como turista accidental: ¿qué le hizo merecer tal nombre? En sus inmediaciones hay un letrero explicativo que lo aclara: según cuenta la leyenda, por ella regresó a la ciudad el traidor Vellido Dolfos –hijo de Dolfos Vellido, que canta el romancero– tras haber dado muerte al rey Sancho II durante el cerco de Zamora (que, como bien rima el famoso dicho, no se ganó en una hora). Pero la historia tiene algo más de miga, y el letrero estimula mi curiosidad antes que saciarla.

Durante una de mis escapadas por la península Ibérica he recalado en Zamora, ciudad que tanta relevancia tuvo en la historia de nuestra nación y que tan escasa entidad política y económica tiene hoy (gracias sean dadas al Cielo en nombre de la pureza de nuestras localidades), para conocerla por amor que tengo a las capitales pequeñas e históricas y, de paso, por ver cuán bonita es su afamada semana santa. Sigue leyendo

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Serranía de Cuenca en moto; ¡lo tienes aquí!

No hace falta ir a Norteamérica para encontrar asombrosos cañones ni a Sudamérica para disfrutar de un insuperable chuletón de buey: en el centro de nuestra sufrida piel de toro, en la serranía de Cuenca, hay parajes que envidiaría el foráneo más chauvinista, y se cría una carne para satisfacer el paladar más exquisito. ¿A qué buscarlo fuera? ¡Lo tenemos aquí!

Los embalses de Entrepañas y Buendía formaban parte del “cancionero” geográfico en mis tiempos de escolar, cuando aún se estudiaba geografía de España en todos los colegios de la provincia o región que fuesen. Hoy, habiendo pasado la noche en Pastrana, apenas a veinte quilómetros de los pantanos, ¿qué más natural que acercarme a visitarlos y, de paso, seguir disfrutando la moto y el buen tiempo? Así conoceré de primera mano lo que hace cuatro décadas era sólo una aburrida letanía.

Pastrana, calentándose hacia el sol del mediodía

Pastrana, calentándose hacia el sol del mediodía

La mañana, soleada y hermosa, saca resplandores moriscos a un Pastrana que mira hacia el sur. Pese a este cielo sin nubes, aún no ha entrado la primavera y sobre la moto hace rasca. Sigue leyendo

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Don Segundo Sombra

gauchoPocas novelas he leído tan profundamente conmovedoras, de ésas cuya alma lo es todo; y si la del lector armoniza con ella, sentiráse tocado en la médula misma del ser, en su fibra más natural y salvaje. Es una historia que susurra al oído del hombre indómito y libre que algunos llevamos dentro, y sólo por él –por este hombre primitivo, algo supersticioso e ingenuo– puede esa voz ser escuchada y aprehendida.

Escrita en un estilo sencillo y poético, con un lirismo cautivador lleno de metáforas que ligan el hombre a la tierra, al campo sin más dueño que quienes de él viven y en él trabajan, y en un tono algo autobiográfico que nos acerca los personajes, haciéndonos sentirlos familiares y próximos, Ricardo Güiraldes recoge la antorcha del Martín Fierro y ensalza aún más la figura del gaucho; despojándolo de sus atributos más pedestres, y visto a través de los  ojos de su ahijado, hace de Don Segundo Sombra un mito que quizá no tenga parangón ni entre los héroes de las tragedias clásicas. “Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre.” Hasta ese punto el autor confiesa su idealización del personaje del gaucho, ya de por sí romántico. Sigue leyendo

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Escapada a Pastrana, villa ducal

Muere febrero, el único mes sensato del calendario (salvo en los años bisiestos), y el fin de semana no tiene más remedio que poner un pie en marzo si no quiere quedarse cojo. Estos días soleados a finales del invierno suelen ser soberbios para la moto, quizá los mejores del año, así que echo una camisa en la mochila, el portátil que no falte, y pongo rumbo al este sin otro criterio que alejarme del mundanal ruido. Ya en ruta, Dios dirá.

Es la carretera, antes que mi voluntad, la que nos guía a Rosaura y a mí, la que nos lleva e indica el rumbo en cada cruce. Me desvío de la N-II en Alcalá de Henares, donde contribuyo a luchar contra los abusos de las petroleras repostando en la gasolinera cercana más barata (hay varias apps para eso, muy recomendables), y la primera cerveza cae en Pozo de Guadalajara, en un soleado bareto junto a la carretera. Desde allí, Armuña de Tajuña y luego hacia el sur, hacia Pastrana, porque el nombre me ha sonado familiar; ¿no hay una calle así en Madrid, Duque de Pastrana? ¿O es una estación de metro cerca de mi barrio?

La villa de Pastrana

La villa de Pastrana

Nueve siglos hace ya que el rey Alfonso VIII entregaba la que por entonces era sólo una pequeña aldea a la naciente y guerrera Orden de Calatrava, cuyos monjes-caballeros engrandecieron aquélla con donaciones y privilegios hasta que, dos siglos más tarde, consiguieron que se le otorgase el fuero de villazgo. A partir de ahí, se comienza en 1369 la construcción de una muralla que rodeará y fortalecerá la población, que hoy conserva aún su color de piedra y un fuerte sabor castellano. Ciudad medieval, instantánea del tiempo pasado, diría de ella Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria. Sigue leyendo

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De vanidad, fonética y paraísos árticos

Marisma en Balsfjord, al sur de Tromso

Marisma en Balsfjord, al sur de Tromso

De todas las regiones de Noruega, rebosantes de una naturaleza sorprendente y soberbia, quizás el archipiélago de Lofoten sea el que ofrece una mayor riqueza panorámica, tan variada que parece casi inagotable: por su orografía, por su intrincado laberinto de lagos y fiordos, islas y canales, por la abrumadora abundancia de paisajes, por sus pueblos, la actividad humana, la alternancia de los climas… por todo. No cabe sorprenderse de lo muy turístico que es este país pese a su desorbitado nivel de precios, pues el viajero que aquí llega por vez primera se siente enseguida llamado a volver: para explorar más a fondo este ubérrimo paraíso de belleza o por más tiempo disfrutar los hermosos lugares ya visitados. Sigue leyendo

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Tromsø, la indiscutible capital del Ártico

Panorámica de Tromso

Panorámica de Tromso

Sobre la isla de Tromsoya, en mitad de un estrecho y conectada al continente por dos puentes y un túnel nuevo, Tromso es la segunda ciudad más grande por encima del círculo polar ártico (después de la rusa Murmansk) y un verdadero centro cultural para todo el norte de Noruega. Famosa, entre otras, por sus viejas casas de madera y por su moderna catedral Ártica, alberga a varios festivales internacionales durante el verano y es un excelente observatorio de auroras boreales durante el invierno.

Durante la baja edad media este área hubieron de compartirla sus habitantes autóctonos, los lapones, con los escandinavos, que llegaron colonizando por el sur; pero aunque la herencia de aquéllos está bien documentada, llevaron en la historia la parte del ratón y hoy día están casi extintos. En el año 1252 los advenedizos europeos eregían sobre Tromsoya la iglesia más septentrional del orbe, llamada Sancta Maria de Trums juxta paganos (es decir “junto a los paganos”, los lapones); un asentamiento que no sólo fue avanzada escandinava en territorio sami sino que también hizo de frontera a cuyos lados Rusia y Noruega imponían tributos a los pobladores nativos, si bien durante el medio milenio que siguió el límite fue desplazándose hacia el este y Tromso dejó de ser ciudad fronteriza. Sigue leyendo

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Avatares moteros: por el hechizante litoral de Troms

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Los casi trescientos quilómetros que separan Alta de Tromso suponen, con diferencia, la etapa más larga en los ochenta días que dura ya este viaje en moto; y una de las más sorprendentes también. Aunque no lo digo, desde luego, por Talvik, un poblado sami que encuentro a la orilla de la carretera apenas quince minutos tras emprender esta jornada en Kvenvikmoen, y que se reduce a una docena de cobertizos donde la pequeña comunidad de mestizos que aún conservan alguna sangre de los antiguos sami exponen, armados hasta las cejas con terminales inalámbricos de cobro electrónico, sus artesanías, amuletos y otros productos supuestamente tradicionales a precios exorbitantes para corazones sensibles y bolsillos poderosos. Una turistada.

talvikRosaura

Rosaura en Talvik, un mercadillo sami

Nada más lejos de mis sentimientos que regodearme en la desaparición de pueblos y culturas; soy un nostálgico incurable; pero quizá por eso prefiero no llevarme a engaño, pues la realidad es que, al igual que tantas otras minorías étnicas, los sami han desaparecido casi por completo del globo; los últimos habitantes de estas tierras del norte con pura raza indígena y modo de vida tradicional debieron morir hace bastantes décadas y, con ellos, su folklore y medios de subsistencia. Los que quedan hoy son apenas buenos para justificar algún documental sensacionalista o poético. Sigue leyendo

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Olderfjord, puerta de entrada al cabo Norte

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Porsanger es la más occidental de las grandes penínsulas de Finnmark y también la más conocida, ya que alberga el famoso Nordkapp o cabo Norte, que suele pasar por ser el lugar más septentrional de Europa, aunque la realidad es ligeramente distinta; primero porque Nordkapp no está, en estricto rigor, en el continente, sino en una isla al extremo de Porsanger llamada Mageroya, separada un kilómetro de la península por una estrecha lengua de mar; y además porque ni siquiera es el punto más septentrional de dicha isla, honor que le corresponde al cabo Knivskjellodden, una milla más al norte que el otro. ¿Por qué, entonces, recibió Nordkapp el nombre y la fama? Pues no sólo porque es un promontorio más alto e imponente que su vecino, sino porque quienes quiera que le pusieron nombre no disponían de instrumentos de medida tan precisos como en la actualidad, y entonces no era fácil determinar la latitud con precisión. Al fin y al cabo, una milla más o menos cerca del polo, que está a 2000 km de distancia, es una diferencia despreciable. Así que cabo Norte fue el que se llevó la carretera y el tinglado turístico, que incluye, quizá como nota más llamativa, un bar de hielo situado dentro de una cámara frigorífica, y donde vasos, mobiliario y otros elementos son de hielo.

O al menos eso es lo que me han contado quienes han llegado hasta allí. Por como yo ya estuve en faro Slettnes –que aún gana como punto continental más extremo– y como me desagradan las turistadas, decido obviar Nordkapp y, en su lugar, dirigirme hacia el suroeste ajustándome a la línea de costa en tanto la carretera me lo permita. Sigue leyendo

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