Sobre el lienzo noroeste de la muralla de Zamora la bien cercada hay una pequeña puerta a la que llaman portillo de la traición, sugestivo nombre que enseguida despierta mi interés como turista accidental: ¿qué le hizo merecer tal nombre? En sus inmediaciones hay un letrero explicativo que lo aclara: según cuenta la leyenda, por ella regresó a la ciudad el traidor Vellido Dolfos –hijo de Dolfos Vellido, que canta el romancero– tras haber dado muerte al rey Sancho II durante el cerco de Zamora (que, como bien rima el famoso dicho, no se ganó en una hora). Pero la historia tiene algo más de miga, y el letrero estimula mi curiosidad antes que saciarla.
Durante una de mis escapadas por la península Ibérica he recalado en Zamora, ciudad que tanta relevancia tuvo en la historia de nuestra nación y que tan escasa entidad política y económica tiene hoy (gracias sean dadas al Cielo en nombre de la pureza de nuestras localidades), para conocerla por amor que tengo a las capitales pequeñas e históricas y, de paso, por ver cuán bonita es su afamada semana santa. Sigue leyendo