Reporte de una boda y un entierro

Hace poco me leí el libro Reporte de una boda y un entierro, de Julio Alejandre.

Pese a ser una obra de ficción –es decir, supuestamente inventada–, me ha parecido una historia muy real, es decir muy creíble: consistente y fiel a la naturaleza humana, nace y se narra desde el profundo conocimiento de la sociedad que describe. En un collage de escenas o episodios nítidamente diferenciados, llenos de sabroso y magnético tinte cultural, con experto y colorido lenguaje el autor nos presenta una serie de personajes singulares pero verosímiles, imbuidos de oscuras creencias, herederos de ineludibles tradiciones o esclavos de su propio carácter, que en ocasiones roza lo grotesco; personajes, no obstante, teñidos de matices cómicos y cuyos pasos, tejiendo una trama marcada desde su inicio por los presagios, vienen por último a confluir, convocados por el destino, en un sorprendente y fatídico desenlace que roza lo apoteósico, donde la sumisión y la superchería son los únicos vencedores.

Una novela, en fin, muy recomendable por lo amena y didáctica.

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Invierno en Finlandia

Después de un último paroxismo de rabia, vertida en unos días inusualmente cálidos para la época, este largo otoño, hijo del petróleo, ha dejado por fin paso franco al invierno. Días blancos y brillantes. Veinticinco bajo cero.

Antes incluso de entrar en contacto con el aire, mi aliento se congela instantáneamente en el interior las fosas nasales, creándome una molesta y permanente sensación de mucosidad reseca. Un lagrimeo eventual solidifica en la conjuntiva o en la comisura del ojo con vocación de legaña, y a veces me suelda las pestañas impidiéndome abrir los párpados. Bajo la suela del calzado o el caucho de los neumáticos, la nieve emite su escandaloso crujido de grava pisoteada. Durante la noche, la humedad ambiente sublima sobre las delgadas ramas de los árboles recubriéndolas con un escarchado uniforme, perfecto, de postal navideña. Con el débil calentamiento matutino, si acaso amanece despejado, esa misma escarcha se desprende en una miríada de microscópicos cristales de hielo que los árboles espolvorean por el aire jugando a nevar, y que refulgen al sol como chispitas brillantes. El agua que fluye por el canal o junto al muelle, que por el movimiento nunca se hiela, humea constantemente una niebla fantasmal de puchero hirviente que se disipa en el aire a los pocos metros de altura, evocando un paisaje fabuloso de ciénaga embrujada. Y al ocaso, en el horizonte, el blanco azulado de la nieve y el azul blanquecino del cielo se confunden, sin que sea posible discernir la divisoria.

El lago, definitivamente aletargado, ha acallado sus espectrales lamentos.

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Ese gran Münchhausen

totsamyyDe entre todas las adaptaciones para la pantalla que conozco de las famosas aventuras de Karl Munchhausen, esta versión rusa, cuyo título original podría traducirse como Ese mismo Münchhausen, es con mucho la mejor de todas, y el guión de Grigory Gorin está muy por encima de sus rivales, e incluso del propio libro en que se basa.

El barón Karl Hyeronymous von Münchhausen fue un interesante personaje real de la Alemania del siglo XVIII que, según cuenta la historia, solía entretener a su audiencia con exagerados relatos, o mejor dicho con versiones descaradamente fabulosas, sobre sus viajes y aventuras, aunque al parecer las contaba de un modo tan natural que habría sido injusto tacharlo de vulgar mentiroso. Pues acerca de este barón y sus cuentos, un contemporáneo suyo, no menos interesante personaje apellidado Raspe –por lo visto un auténtico bribón– escribió un libro (cuya autoría nunca admitió, para evitar que el barón lo demandase) bajo el título de Extravagantes aventuras del barón Munchausen, libro que vio un inesperado número de ediciones sucesivas, ampliadas a cual con fantasías más increíbles. Con el devenir del tiempo, esta obra se convertiría en un clásico del género de viajes maravillosos o relatos de aventuras, al estilo de Gulliver o Robinsón Crusoe.

munchausen Siglo y medio más tarde el libro se llevó al teatro, y luego, a lo largo de las siguientes décadas, se hicieron algunas adaptaciones cinematográficas, entre las que se cuentan una producción alemana de 1943, una versión checa animada de 1961, la película rusa que aquí me ocupa (título original Tot samyj Mjunkhgauzen), del año 1979, y una oscura producción de Hollywood de 1988 (Uma Thurman y Robin Williams en el reparto). Pero, como he dicho, la rusa sobrepasa por goleada a todas las demás desde cualquier óptica: la dirección (a cargo de Mark Zakharov), la escenografía y la interpratación, pero sobre todo el guión: mientras que las otras van dirigidas a una audiencia infantil y se limitan a reproducir, como historietas inconexas, algunas de las fantásticas aventuras del barón, pero sin ahondar en el personaje ni meterse en filosofías, Gorin nos presenta una historia lineal para adultos con un enfoque bastante más ambicioso (que no pretencioso), en el que juega magistralmente con lo absurdo y paradójico, y nos presenta situaciones sorprendentes, hilarantes o dramáticas que tienen por objeto plantearnos interesantes dilemas morales. Sigue leyendo

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Konttori

Konttori era el local de ambiente nocturno más afamado de la ciudad, aunque desde luego no el mejor: siempre lleno de humo, encharcado de cerveza y alfombrado de vasos rotos, con su pequeña y sofocante pista de baile, sus largas colas para entrar, sus elevados precios y las malas pulgas de sus porteros. Sin embargo, por uno de esos caprichos populares, era el lugar predilecto del mujerío y, en consecuencia, también el de los hombres. Después de todo, solía traerme suerte y rara vez defraudaba mis expectativas.

Apostado en uno de los rincones estratégicos de la barra, con mi pinta de stout en la mano, vigilaba la entrada y las evoluciones de todo elemento del género convexo que caía en mi campo de visión. Era mi última noche allí; mi última noche en la ciudad: al día siguiente abandonaba el país para una larga temporada; en realidad para siempre. Sigue leyendo

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Capricho musical

A mi querida Marisol, in memoriam

A veces, cuando estoy estudiando en el aula de Gonzalo, veo cómo junto a mis notas, escuálidas y arrugadas, como si enfermas o malnutridas, se entremezclan otras mucho más regulares, casi perfectas. Las mías salen de la caja de resonancia medio tullidas y no estiradas, quiero decir, no con sus palitos rectos, sino onduladas como cilios en movimiento, desiguales y arrítmicas. Algunas, las más pesadas, se van derechas al suelo y ahí se quedan, sin poder ya levantarse; otras salen disparadas y tropiezan con el techo o las paredes, rebotan y vuelven quizá al piano para engancharse de nuevo en alguna de sus cuerdas. No forman en desfile sino que marchan como en protesta, si acaso en caótica procesión, o qué se yo. De vez en cuando un grupo de ellas salen igualitas, bien parejas, y se quedan en el oído, jugando en la espiral del caracol, para elevar su poquito de armonía hasta el espíritu. Pero esas otras que digo, las que no son mías, llegan como desfile de hormigas en perfecta formación, todas iguales, en columna de a dos o de a cuatro, a veces sueltas, hacia arriba o hacia abajo, y revolotean por el aire de tal forma que no habría modo de asirlas: como golondrinas a la caza de insectos al atardecer, ahora se posan en los cables de la luz, ahora se precipitan por el aire en revuelto torbellino, y las veo pasar raudas o lentas, pero siempre riendo y echando gorgoritos. Cuando se encuentran con las mías corretean a su alrededor, envolviéndolas a veces o dándoles burlona escolta, girando en torno a ellas. Algunas se demoran, flotando, en las ocho esquinas de la habitación mientras otras viajan en hileras a toda velocidad haciendo perspectiva cónica, mayores las cercanas y en disminución hasta las más lejanas. ¿De dónde vendrán? Sígoles la pista como hago con las hormigas que, al principio del invierno, me aparecen en la despensa, y veo que casi todas Sigue leyendo

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Moscú no cree en las lágrimas

cartelEspañolMoskva slezam ne verit es quizá la primera película soviética que veo que no acaba trágicamente; pero no es menos “rusa” por ello, ni menos conmovedora. Al contrario, se trata de una de las historias más cautivadoras que he visto, sobre una mujer sencilla en búsqueda de la felicidad. Por encima de las habituales clasificaciones de género, ofrece una perspectiva sobre la vida en la URSS a un nivel muy humano y desde un punto de vista femenino; y es asimismo un tributo a una época que aún mucha gente de los países que compusieron la Unión Soviética consideran como los mejores años de su vida.

En el Moscú de 1958, tres provincianas veinteañeras que comparten habitación en un dormitorio de trabajadoras (típico del sitio y la época) se esfuerzan por ganarse la vida en la metrópoli, persiguiendo sus metas. De un modo cercano y entrañable se nos muestran algunos de los clichés populares sobre Rusia, como la ropa pueblerina pasada de moda, el paraíso laboral que no era tal o el marcado contraste entre los urbanitas y la gente del campo. Aparte, las personalidades de las tres protagonistas están escogidas con esmero de forma que prácticamente cualquiera de nosotros pueda sentirse identificado con alguna de ellas: la modesta Antonina, la atrevida Lyudmila y la responsable Katerina, caracteres sencillos pero verosímiles que, para cuando acaba la historia, nos hemos encariñado con sus personajes y nos producen esa sensación de familiaridad, como si las hubiésemos conociésemos en la vida real. Sigue leyendo

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La dialéctica en Pablo Iglesias

pablo-iglesiasDe algún modo intuitivo, me da la sensación de que soy capaz de comprender y profundizar, quizá algo mejor que otros, en la personalidad y la psicología de mi tocayo Pablo Iglesias, porque en algunos aspectos del carácter me siento bastante reflejado en él: al verlo y escucharlo, identifico algunos rasgos que comparte conmigo y algunas pautas de conducta que también me son propias. Siento como si estuviera mirándome en un espejo, y es desde ahí que tal vez puedo leer en él con mejor acierto.

Uno de esos rasgos es nuestra común debilidad por los retos que ofrece la dialéctica. ¿A quién no le ha ocurrido que, llevado de un impulso, al calor de un debate o por mera ligereza de pensamiento, ha hecho cierta afirmación que luego el orgullo le ha obligado a tener que mantener contra toda lógica o razón? Pues hay algunas personas -entre las que nos contamos mi tocayo y yo- que hacemos esto mismo no ya de modo ocasional o accidental, sino por mera diversión, por el instinto de lucha y rivalidad, por mor del desafío dialéctico que supone, por deporte, como ejercicio de la mente para evaluar nuestra propia capacidad y alcance. Hacer eficazmente de abogado del diablo, conseguir que los demás comulguen con ruedas de molino, tiene una gran retribución para la autoestima. Es excitante ver a nuestro oponente trastabillar y caer, o quedarse indefenso, frente a audaces afirmaciones que -por lo demás- desafían la coherencia y las rigurosas (aunque siempre escurridizas) leyes del razonamiento; verlo morder el anzuelo de un falso silogismo sin que, incapaz de darse cuenta de la trampa deductiva, acierte a refutar determinado argumento. Como un combate de boxeo en que uno de los púgiles fuera inducido a pelear bona fide contra la imagen proyectada del otro sobre una pantalla, pasaría de ser combate a burla, divertído espectáculo circense. Sigue leyendo

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Regreso a Ninguna Parte

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Béhasque, Sauveterre de Béarn, Jaureguia… Familiares topónimos de prehistóricos matices y resonancias montañosas: es la Vasconia francesa, que se parece y no se parece a la española. El urbanismo y la arquitectura de sus pueblos guardan cercana semejanza, como también la gastronomía y algunas costumbres: se ve, por ejemplo, más gente en la calle y ese tapear e ir de chiquitos tan típico español; o la tipografía de los rótulos, que delata las raíces comunes con nuestro País Vasco. Pero el homo vascus parece aquí más domesticado, menos silvestre, y no oigo hablar vascuence por la calle. Parece que esta gente tiene más clara la diferencia entre folclore y Estado, y no mezclan ambos conceptos. O quizá es que este país no se anda con tonterías con el francés, que para ellos es sagrado, y parece que las señales en ambas lenguas fuesen la única concesión que le dan al vascuence.

Mi noche en Navarrenx fue inmejorable, gracias a Dios. Un respiro al insomnio. Frente a Rosaura y a mí, las Pirenaicas, como decía una mi bisabuela. Y al atravesar la cordillera (por una de las rutas más reviradas y menos frecuentadas, por cierto) observo una notable diferencia a ambos lados de la frontera: por la vertiente francesa encuentro mucha menos industria y el entorno está más cuidado; lo cual no es ninguna sorpresa conociendo el admirable respeto que Francia tiene por su medio ambiente, frente a lo secundario que es en España. La riqueza del País Vasco francés parece basarse en el campo antes que en las fábricas o la minería, y si acaso hay polígonos industriales, deben de estar fuera de la vista o mucho mejor integrados en el paisaje. Sigue leyendo

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