Bielorrusia. Cap. 13: Sísifo

ÚLTIMOS DÍAS EN VICIEBSK

Cuando viajo, el tiempo pasa aún más deprisa que en casa. No me parece que haga ya casi cuatro semanas que estoy en Bielorrusia, y el momento de la marcha se aproxima a ritmo acelerado: tanto más rápido cuanto más cerca está. Pese a que aquí he conseguido levantarme antes de lo habitual, los días se me hacen igual de cortos; y por la noche, cuando quiero darme cuenta, ya es bien pasada la hora de acostarme. Pero discurra como discurra el tiempo, ¡qué absurdos me parecen siempre este transitar hacia ninguna parte y esta soledad desesperanzada! En ausencia de una meta, el movimiento no tiene sentido. Mi escritura es como esas señales de radio que los astrónomos envían al espacio vacío con la huera ilusión de que algún día las reciba una vida que pueda entenderlas… y responderlas.

A medida que se acerca el final de mi viaje va inundándome una cierta melancolía y esa decepción de vagas espectativas frustradas que sólo el alma conoce y la razón apenas intuye: la quimera de que un incierto mañana traiga lo que mil ayeres no trajeron. ¿Pero qué hacer, sino seguir vagando? Es el mito de Sísifo: “eso, o”. No hay más alternativas. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 12: Arquitecturas

HOTEL VITEBSK

Mi casera de Suvórova había quedado molesta conmigo a raíz de la multa que le pusieron las chinovniks de migración. Me culpaba a mí por no haberle dicho que no tenía “el registro en regla”, pero no hubo manera de hacerle comprender que, por un lado, yo mismo lo ignoraba y, por otro, ella también ignoraba que le incumbía la obligación de pedírmelo (suponiendo, como queda dicho, que eso no se lo hubiesen sacado de la manga allí mismo los de la udelenie): de haberlo hecho, no la habrían sancionado. Pero la casera porfiaba, desconfiada, en que yo quise eludir la ley y había actuado con ella de mala fe; y la larga discusión que tuvimos al respecto (por chat, claro está) llegó en algún momento a rozar lo absurdo. De manera que, aunque estaba bastante a gusto en ese piso y la mujer en ningún momento se opuso a que prorrogase mi estancia, al finalizar la semana que había pagado por adelantado me mudé al hotel Vitebsk; no sólo por este desencuentro sino también para cambiar un poco de aires y vivir la experiencia que el nuevo hospedaje prometía ser. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 11: Suvórova

EL CASCO ANTIGUO

La calle Suvórova (genitivo de Suvórov) es el eje peatonal del centro histórico de Viciebsk: un sector oblongo de ochocientos metros de largo y trescientos de ancho flanqueado, como ya apunté, por el río Dvina al oeste y la avenida Lenin al este; aunque la parte propiamente turística -si llega a merecer tal adjetivo- es apenas su mitad sur, el barrio de la ciudad con mayor densidad -sin ser mucha- de restaurantes. Salvo la vistosa catedral de la Asunción de Nuestra Señora y un par de iglesias menores, no hay en la zona grandes monumentos ni majestuosos edificios; pero el área no deja de tener encanto, con su plácido paseo arbolado, un enorme parque, varias zonas ajardinadas y bonitas vistas sobre el río principal y su afluente, el Vitsba. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 10: La registratsia

EL AUTOREGISTRO

Pasados los tres días en el segundo apartamento decidí mudarme a otro más céntrico aún, y para un período más largo: una semana. Encontré uno idealmente ubicado en Suvórova, la calle peatonal del casco antiguo. Estaba en un bloque residencial de tres o cuatro plantas y quedaba a dos manzanas (o sea, seiscientos metros) del centro histórico de la ciudad, pese a lo cual me salió aún más barato que los anteriores: tras un fácil regateo, cincuenta y cinco rublos al día. No sé si es que aquí esa zona no se cotiza, o es que sencillamente el piso era más viejo y estaba menos cuidado; aunque en su día debió de ser un bloque residencial de primera, a juzgar por la amplitud de los apartamentos y los espacios comunes. Constaba de un enorme salón, un dormitorio también bastante grande, cocina y baño; y las ventanas daban sobre un patio trasero arbolado y plácido. Ahora bien: el colchón no era tan cómodo como los anteriores, el mobiliario y electrodomésticos estaban más deteriorados y la limpieza dejaba algo que desear. Pero a mí me venía de perlas. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 9: Viciebsk

EL APARTAMENTO

Aun así, llegué al apartamento antes que mi anfitriona y me tocó esperarla aún unos minutos en la calle. Estaba ubicado en el piso 6 de un bloque aislado que no formaba parte de ningún conjunto, y era relativamente espacioso, con salón-cocina, dormitorio y baño; limpio, muy luminoso, decorado con buen gusto, decentemente amueblado y sobradamente calefaccionado. La cama era grande y el colchón muy cómodo. Las vistas, sin ser espectaculares, no estaban mal, ya que las ventanas daban sobre una zona ajardinada. Por los dos días que había reservado pagué doscientos rublos, incluido un pequeño extra por ocuparlo tan temprano. La dueña era una mujer de unos cuarenta años, agradable y servicial, con la que no me resultó difícil comunicarme: igual que Tatiana, tenía esa habilidad, no muy común, de saber escoger palabras sencillas, vocalizar bien y acompañarse de gestos. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 8: El expreso

EL TREN EXPRESO

Aunque la distancia entre Brest y Viciebsk es sólo de seiscientos veinte quilómetros, el tren nocturno emplea trece horas y media en recorrerla: va despacio y hace varias paradas. Aunque, ¿quién necesita un expreso de medianoche que vaya a toda velocidad? Si el objeto de los coches-cama es que puedas dormir durante el trayecto, flaco favor harían a los pasajeros si no les dieran tiempo a conciliar un buen sueño.

Mi tren salía a las seis de la tarde. Tenía billete para una litera superior en un compartimento de cuatro. Estos trenes de la antigua URSS tienen dos o tres tipos de coches-cama: los más económicos, de tercera clase, son vagones corridos, subdivididos en secciones abiertas con tres literas dobles cada una: dos transversales enfrentadas y una longitudinal al otro lado del pasillo. Los vagones de segunda tienen compartimentos cerrados y cuatro plazas por cada uno. Estos dos son los más habituales, y todos los trenes de larga distancia llevan vagones de ambos tipos. Algunos llevan, además, vagón de primera clase, con sólo dos plazas por compartimento. En segunda y tercera hay que pagar un pequeño extra por la ropa de cama; y es que no todo el mundo la necesita: hay quienes llevan la propia, o quienes hacen un trayecto corto y no tienen pensado dormir. Aquí, por cierto, todo el mundo prefiere las camas inferiores (a juzgar por lo rápido que se agotan), pero a mí me gusta más arriba, porque durante las primeras horas de viaje las de abajo hacen de asiento común y tienes menos libertad para tumbarte cuando te dé la gana. Sigue leyendo

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Bielorrusia. Cap. 7: Nuevos preparativos

ÚLTIMOS DÍAS EN BREST

A medida que iban transcurriendo mi estancia en Brest iba haciéndose necesario tomar una decisión respecto al alojamiento: en el Energía había reservado cinco noches y, pese a sus varias ventajas, no pensaba quedarme allí más tiempo. Entre otras razones, porque su clientela -sobre la que ya dije algo- tiene tendencia a ser algo ruidosa: esos tipos ponen la tele o se lían de charla en las habitaciones a partir del véspero, disfrutan (y esto parece un rasgo de la cultura eslava) dando portazos y se levantan temprano con las mismas ganas de hablar alto y molestar a los vecinos. El ambiente me recuerda un poco, salvando las distancias, al que había en la academia de policía: estupendo si formas parte de él, pero incómodo si eres un turista insomne y amante del silencio. Mi duda, por tanto, no estaba entre si seguir en ese hotel o no, sino entre buscar un apartamento en Brest o en irme a otra ciudad. Inicialmente tenía idea de pasar ahí al menos un par de semanas, pues contaba con resolver el asunto de la estancia temporal (o incluso, si salía una buena oportunidad, comprar alguna choza tirada de precio) con la ayuda de mis conocidos, y esperaba además poder quedar con ellos varias veces; pero viendo sus nulas muestras de interés por pasar algunos ratos juntos, esta idea empezaba a perder sentido; y como otro de mis propósitos al venir a Bielorrusia era el de conocer la región diametralmente opuesta a Brest (que yo suponía, por su vecindad con Rusia, más “auténtica” y menos europeizada), así como disfrutar un poco de lo que pudiese quedar de invierno, empecé a planificar un viaje al nordeste, donde el clima es algo más septentrional. Y como ya había pasado un mes entero en Brest el verano anterior y nada interesante ni productivo parecía esperarme ahora ahí, no vi razón alguna para obstinarme en permanecer. Así que, con el mapa delante, comencé a estudiar las opciones. Sigue leyendo

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Esto se desploma

(NOTA: Este texto fue escrito en enero del 2022, pero se me olvidó darle al botón de “publicar”. Por tanto, ha perdido actualidad. Pero como creo que no me quedó mal y, además, algunas de las cosas que digo continúan teniendo validez y alguno de mis pronósticos se ha cumplido, lo publico ahora.)

Durante las últimas fechas empiezan a menudear, cada vez con más frecuencia, una serie de señales premonitorias de que la mal llamada “crisis del coronavirus” está a punto de desplomarse. Como los pequeños parches de cielo azul que dejan entrever las nubes un rato antes de que comience a amainar la tormenta, algunas noticias sueltas, escuchadas aquí o allí, le indican al ciudadano atento que la borrasca covidiana tiene todos los visos de escampar pronto. Primero se oyó que Israel e Italia estaban considerando suspender la campaña de vacunaciones; después, que la Justicia francesa había desautorizado la mascarilla obligatoria por las calles de París; acá, una taifa española abandonaba la exigencia del pasaporte covid; allá, tal o cual país relajaba sus medidas restrictivas de libertades; hace poco se dijo que Alemania iba a dejar de vacunar masivamente; en casa, Pedro I El Guapo sale con que, para proteger al sobrecargado sistema sanitario -excusa inverosímil donde las haya-, se va a relajar el seguimiento del número de infectados; y ahora hasta la propia Agencia Europea del Medicamento desaconseja las dosis sucesivas del elixir mágico más allá de la llamada “de refuerzo”. ¿Y quién no ha oído durante las últimas fechas la nueva palabra fetiche: gripalizar?, que es el modo disimulado, en neolingua, de admitir que la covid no es otra cosa que una gripe, sólo que más virulenta. Por todas partes surgen “expertos” pronosticando el fin de la epidemia o incluso proclamándolo; quizá los mismos expertos a quienes antes no se permitía hablar, o quizá los que nunca han sido censurados y que ahora han modulado su mensaje; pero, en cualquier caso, portadores de un mensaje que hasta ahora estaba prohibido, y esto es lo significativo. Empiezan, además, a llegar reveladoras noticias del origen del SARS-CoV-2 que ponen de manifiesto que fue una creación artificial encaminada a conseguir el mayor negocio farmacéutico de la historia. Hay ya, pues, bastantes indicios de que esta colosal estafa no puede colar por mucho más tiempo ni siquiera en las estupefactas sociedades del siglo XXI, y aunque todavía muchos gobiernos y medios de comunicación persisten en mantener sus campañas del pánico, como últimas cortinas de lluvia desprendidas del cumulnimbo que a ojos vista se disipa, cada vez son más los que prefieren no rezagarse, para su futura vergüenza, en abandonar una causa que se hunde irremisiblemente. Sigue leyendo

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