Oasis de Pica y un faro en el mar de arena

Cementerio de Pica

2 de septiembre, Pica

El lector curioso no tiene más que buscar Pica (región de Arica, Chile) en su herramienta preferida de fotos satélite para comprobar visualmente y con claridad cómo este sitio es un oasis: cien hectáreas verdes en medio del seco desierto. Según me explica el encargado del museo local, un tal Charli, o Ríchar, lo surte un acuífero de considerable caudal que proviene de la cordillera y aflora en dos o tres cochas que el pueblo utiliza a modo de albercas para el baño (de pago) y depósitos que lo abastecen tanto de agua potable como para el riego de sus limonares y naranjales, cuya producción es muy estimada en la comarca. Lo que no me explicó fue de dónde saca esta tierra los necesarios nutrientes para tales cultivos, pues no sólo de agua viven los frutales. Y lo que no acabé de creerme fue esa historia de que la canalización, desde la cordillera, no es natural, sino a través de galerías subterráneas que construyeron los españoles hace cinco siglos. Estando los salares más cercanos sesenta quilómetros al este, no me imagino a cuadrillas de desharrapados españoles empleándose durante décadas en la titánica empresa de perforar semejante acueducto. No sé de dónde el amigo Richarli puede haberse sacado esta idea que -a mi entender- tiene visos de invención o leyenda; pero tal fantasía me obliga, mal que me pese, a poner un poco en entredicho otras cosas que me contó sobre este oasis. Según él, hubo aquí asentamientos desde algunos siglos antes de nuestra era por constituir una idónea estación de paso y aprovisionamiento en la ruta entre la cordillera y el litoral; y más adelante también los españoles lo usaron con tales fines, además del estratégico y militar.

Los límites del oasis son nítidos, sin zona de transición

No obstante, pese a tales antecedentes, parece ser que se desconoce la fecha en que se fundó el municipio de Pica. Por lo visto, no hay ningún registro donde conste ni del que pueda deducirse tal dato. Pero el actual aspecto far west de sus casas y calles más antiguas, ese estilo urbano -por cierto muy estético- típico de las poblaciones de frontera en la Norteamérica del siglo XIX, me sugiere a mí un origen anglosajón para este pueblo, y por tanto -de ser así- no muy antiguo.

Un lateral de la plaza de Matilla

Dicho aspecto de película del oeste es aún más acentuado en la vecina aldea de Matilla (a menos de una legua hacia el este), donde vuelve a aflorar el acuífero en otro oasis. Situada en un altozano y con poco más de doscientos metros de diámetro actualmente, hubo otrora en esa aldea un curioso faro que, desde mediados del XIX a mediados del XX, sirvió de guía a las caravanas de ganaderos y mercaderes que cruzaban estas pampas, y aunque su armazón original de madera ya no se conserva, existe ahora en su lugar una réplica metálica desde cuya plataforma se domina, en efecto, una impresionante extensión: todo el altiplano desde la lejana cordillera occidental hasta la precordillera oriental; o sea, casi toda la anchura del país. Es curioso que siempre asociemos los faros al mar, sin que nos ocurra que puedan ser igualmente útiles en lugares tan inmensos y desprovistos de referencias como este, un mar al fin y al cabo, aunque de arena y no de agua.

Últimamente no sólo el turismo y los cítricos sostienen la economía de Pica, sino que ha entrado en juego la minería. Como en el Torata de mis ya lejanos días en Perú, varios de los alojamientos que hay aquí sólo ofrecen ahora hospedaje a trabajadores de empresas. Los siempre inquietos geólogos, que jamás descansan en su incesante búsqueda de preciados minerales, han encontrado algo por aquí, y ya se nota en estos pueblos la actividad precursora: equipos de científicos, ingenieros y operarios yendo y viniendo, acaparando hoteles y adentrándose por el desierto en sus todoterrenos rotulados; todo lo cual significa que el salvaje aspecto de estos páramos y la pureza de estos acuíferos tienen sus días contados, porque el hiperdesarrollo demanda perentoriamente mayor explotación de recursos naturales, desplazando al cultivo del limonar y a las albercas de aguas termales hacia un lugar muy secundario en la escala de prioridades del “progreso”. El cobre para la absurda electrificación del planeta (so capa de la inverosímil “sostenibilidad”) es impaciencte, no admite demoras ni respeta status quo anteriores. ¿Y qué es Chile sino otra colonia de las grandes finanzas multinacionales y supraestatales?

Matilla vista desde el faro

4 de septiembre, mismo lugar

Últimas horas en Pica. He estado a gusto estos cinco días aquí, y muy tranquilo salvo por los jaleíllos que el fin de semana, dos noches, trajeron una comunión y un bautizo que sendas familias de bolivianos vinieron a delebrar aquí, y que acabaron a las tantas. Es costumbre entre los indígenas de la cordillera celebrar las cosas a lo grande, con mucho relumbrón, mucha música y sobre todo mucha bebida: como ya había visto hacer en Torata, los invitados compran la cerveza por cajas y las ponen en la pista de baile para marcar su punto, en torno al cual bailan. En Pica hay algunos locales que se alquilan para estos eventos, y en tales casos todo el pueblo ha de aguantarse con el molesto ruido. Al decir de uno de los huéspedes del hotel donde estoy, “puro boliviano había”. En efecto, al pasar yo por ahí en la tarde, cuando el sarao comenzaba, vi gente vestida al estilo indígena; y al parecer hay bastantes bolivianos asentados en Chile. Una curiosidad de sus celebraciones es que, aunque particulares, no son privadas, de manera que todo el que lo desee puede tomar parte en ellas pagando una pequeña cantidad o comprando a los organizadores una caja de cervezas.

Pica linda bruscamente con el desierto. Al fondo asoman los picos de la cordillera.

Una buena mañana, en el hostal Parrón, me encontré con que el personal me había abierto las puertas al club de habituales: sin saber muy bien a cuento de qué (tal vez sólo por la familiaridad que nace del trato diario), me sentí acogido con mayor hospitalidad, tuve acceso a la cocina y a las tertulias y, lo más importante, fui agasajado con café gratis al desayuno, detalle éste muy de agradecer si tiene uno en cuenta que aquí no es nada fácil encontrar dónde tomar un café mañanero, porque ni es costumbre beberlo ni los pocos lugares donde lo sirven abren antes del mediodía. En Chile, las cafeterías se conciben como locales a frecuentar por la tarde, acompañando la bebida con una porción de tarta o algo dulce. Ignoro qué suele tomar esta gente por la mañana. En Perú a menudo desayunan con Coca-cola (¡sí, tío, los he visto hacerlo!), pero aquí ni siquiera eso.

También, esa mañana, llegó un grupito de jóvenes que venían a Pica para algún trabajo relacionado con la minería. Estuve hablando un buen rato con ellos y obtuve alguna información interesante. Por ejemplo, me dijeron que los extremos norte y sur de Chile, para compensar el encarecimiento de productos debido a la lejanía, tienen la consideración de zona franca; y me soplaron una forma bastante buena de aprovechar, para hacer turismo, esa exención de impuestos: comprarse un coche en una punta, recorrer el país entero con él y venderlo en la otra sin apenas perderle dinero, con la única condición de que el viaje dure menos de tres meses, período máximo que un vehículo comprado en zona franca puede circular por el resto del país. Me pareció una opción muy a tener en cuenta para un hipotético próximo viaje.

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Trotamundos, apátrida, disidente y soñador incorregible
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