Trafalgar Square. Ensayo de traducción

Es difícil traducir de un idioma a otro. Asumimos las traducciones como algo habitual y casi obvio sin pararnos a considerar la violencia que casi siempre hay que ejercer sobre el mensaje original para que permanezca inalterado tras la traducción; como si una lengua no fuese en buena parte el resultado de un modo de pensar, de sentir, de vivir; cosas éstas que no pueden trasladarse lindamente al receptor escogiendo una serie de palabras más o menos equivalentes que éste entienda sin que eso conlleve una pérdida de información a menudo considerable y a veces fundamental.
Nos dicen con frecuencia que cuando ya hablamos bien una lengua extranjera empezamos a pensar directamente en ella. Yo, al revés, más bien creo que pensar en determinado idioma no es el resultado de hablarlo bien, sino su causa; lo que significa, de algún modo, que sólo hablaremos bien una lengua cuando seamos ya un poco como las personas que la mamaron. Habremos tenido que volvernos un poco “extranjeros”, habremos tenido que incorporar en parte sus procesos mentales y sus valores, para que empecemos a pensar en otro idioma.

Un ejemplo: la frase you have been warned se traducirá, por cualquier inglés que -sin pensar como nosotros- quiera pasarla a nuestro idioma, como has sido advertido. Y cualquier hispanohablante lo entenderá a la primera, sin que nada pueda reprochársele a la traducción salbo el pequeño detalle de que nosotros casi nunca diremos has sido advertido, sino más bien quedas advertido. ¿Por qué? Pues quizá porque en nuestra idiosincrasia consideramos que cuando alguien advierte de algo a otro, lo importante, el elemento a destacar, es que el receptor tiene conocimiento de la advertencia; es el protagonista de la frase, sobre quien recae la atención, mientras que el inglés tal vez concede mayor importancia a la acción de advertir y, de forma indirecta, al actor que la lleva a cabo. Ambas formas de decir una misma cosa son consecuencia de diferentes caracteres y modos de pensar, pues hay una serie de rasgos comunes del carácter que comparten de forma general los pertenecientes a un pueblo o cultura y que los diferencian de otros.

¿Cómo traducir, entonces, la frase sobre la que se erige la estatua de Nelson? England expects every man will do his job. Inglaterra espera que cada hombre haga su trabajo podría servir como primera aproximación; pero el mensaje que esta última frase nos transmite no es, sin duda, el que un inglés recibe al leer aquélla. No, porque expect no es simplemente “esperar que”, sino también “confiar en”, “contar con”, o incluso “prever” o “requerir”, lo cual ya no está demasiado lejos de “exigir”; de manera que lo que en principio parece la inocente manifestación de un deseo resulta tener, al final, casi la fuerza de un mandato: Inglaterra no sólo espera, sino que cree necesario y no aceptará otra cosa sino que cada hombre haga su trabajo. Bueno… ¿que lo haga? Y aquí de nuevo encontramos lo intraducible, porque en inglés no existe el subjuntivo; no hay, para ellos, diferencia entre decir que yo haga y decir que yo hago. Pero es que, además, en esta frase utilizan el verbo will, que se emplea no sólo para construir el futuro (lo cual, en realidad, es sólo una consecuencia de su significado original, primitivo), sino para indicar tantas cosas (aunque se deriven todas casi de un único concepto) como una resolución, una voluntad, una orden, una capacidad o una probabilidad. Por último, job, además de una ocupación (que no un oficio, como se traduce normalmente, puesto que un oficio es algo permanente, inherente a la persona e inalienable -el carpintero lo es por más que pase años sin trabajar la madera-, mientras la ocupación, que es el sentido de job, es algo que se caracteriza más bien por su carácter temporal), es, decimos, en primer lugar una tarea, pero también una obligación o una responsabilidad. Por todo lo cual me siento inclinado a creer que cuando un inglés pasea su vista por la inscripción al pie de Nelson lo que percibe, el mensaje que le llega, es más bien algo así como que Inglaterra espera, a la vez que requiere y confía en ello porque no concibe que pueda ser de otra manera, que todos y cada uno de sus hombres harán con toda probabilidad, porque pueden, saben y así se les ordena, harán resuelta y voluntariamente, cada uno, su tarea y obligación. Nada que ver, pues, con la sencilla frase que habíamos apuntado al principio.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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