Antes había consumidores; consumidores y usuarios. No parece probable que mucha gente se sintiera ofendida por ser consumidor, aunque por supuesto siempre habría quien, ignorando o despreciando las reglas del español, gritase aquello de: “¡oiga, es que las mujeres no son consumidores, sino consumidoras!” Bueno, nunca falta gente que cree poder cambiar una sociedad mediante el simple método de cambiar las reglas del lenguaje. En fin, para casos como ése, ya algunos políticamente correctos empezaron a utilizar la redundante fórmula de “los consumidores y usuarios y las consumidoras y usuarias”, e incluso algunos se adhirieron a la impronunciable y punto menos que estúpida fórmula de “l@s consumidor@s y usuari@s”. Todo ello bastante ridículo y poco práctico, amén de perfectamente incorrecto, habida cuenta de que las normas del español no han cambiado.
Ahora, sin embargo, la Junta de Andalucía, en su afán por congraciarse con todos los progresistas del mundo, por darles satisfacción y por erigirse en números uno de la corrección política a costa de lo que sea, caiga quien caiga, han sacado el último berrido en circunloquios feministoides: “las personas consumidoras y usuarias”. Bueno, esto ya roza la cretinez. Con tal de no utilizar el masculino (en su muy legítima e igualitaria función inclusiva), y probablemente con la “noble” intención de evitar la cacofónica repetición de los géneros, se han sacado de la manga este esperpento lingüístico, esta aberración de la palabra.
“Personas consumidoras y usuarias”. Claro, muy bien traído a colación lo de “personas”, no vaya uno a confundirse con las jirafas consumidoras y usuarias o con los escarabajos consumidores y usuarios (eso, por no mencionar a los jirafos y a las escarabajas). ¡Faltaría más!
Eso sí: cuando les envías una consulta a través de su página de atención al cliente online, tardan en responder, por término medio, un mes. O sea, la ineficacia al servicio de la corrección política.
Patético.