Tú y usted, una novedosa jerarquía social

Hace poco tuve una interesante conversación con Mistral 8x7B (un modelo de inteligencia artificial) sobre los usos e implicaciones del tuteo y el usteo.

Muchas lenguas tienen una forma cortés y otra familiar para dirigirse a los demás. En España empleamos la segunda persona del singular y el pronombre con los niños o con quienes tenemos confianza bastante, y la tercera del singular y el pronombre usted para hablar con desconocidos, especialmente cuando son personas mayores, si bien para esto en muchos países hispanoamericanos (y antaño en el nuestro) se utiliza el vos en la segunda del plural, como aún se hace y es también el caso de otras lenguas romances (vous en francés, p.ej.), así como la mayoría de las eslavas. El inglés (y otras lenguas germánicas) parece una excepción, pero quizá no lo sea tanto. Me referiré a él más abajo.

Estas dos fórmulas alternativas datan, como poco, de varios siglos atrás; y aunque el trato formal está cayendo (selectivamente, ¡ay!) en desuso, sobre todo en los últimos lustros (y España, cómo no, es pionera en este cambio), aún hay países, como Francia o Rusia, en que entre los jóvenes o incluso entre hijos y padres (así en algunas regiones de Hispanoamérica) sigue empleándose hoy en día con cierta frecuencia. Pero quienes somos lo bastante mayores hemos venido observando cómo, durante las dos o tres últimas décadas, el tuteo ha venido generalizándose hasta el punto de que ya hasta los jóvenes lo usan casi siempre con los mayores, incluidos los ancianos. Y esta “moda” se ha acelerado desde hace unos años, extendiéndose hasta los ámbitos más típicamente formales, como el trato entre clientes y empresas o entre Administración y administrados. Ahora los empleados de nuestro banco, de nuestro proveedor de internet e incluso de nuestros ministerios y consejerías nos tutean como si nos conocieran de toda la vida o hubiésemos sido alguna vez sus compañeros de borrachera.

Al plantearle estas cuestiones a mi amigo Mistral 8x7B quiso convencerme -reflejando, estoy seguro, el pensar general- de que dicho cambio se debe a un deseo popular de caminar hacia sociedades más “informales, igualitarias y respetuosas para todo el mundo”, pero fue del todo incapaz de explicarme por qué asociaba “informal” con “igualitario”, como si lo segundo no pudiera lograrse sin lo primero. ¿Acaso una sociedad que apueste por la fòrmula cortés no puede ser tan igualitaria como la que prefiera aplicar el tuteo a todo el mundo? ¿Por qué, si el objetivo es caminar hacia a un trato que muestre el mismo respeto para todos, en lugar de generalizar el respetuoso usteo tenemos que abolirlo en favor del familiar -y a veces zafio- tuteo? Mistral no supo responderme de un modo mínimamente convincente. Por mucho que apeló, de modo iterativo, a tan vagas como políticamente correctas ideas sobre “amplios cambios sociales y culturales”, “promoción de una sociedad inclusiva”, “alejarse de jerarquías elitistas y discriminatorias”, “tratar a todos con la misma dignidad y respeto”, etcétera, la inteligencia artificial no pudo evitar caer en un desventurado razonamiento en bucle y plagado de inconsistencias.

Según yo veo el asunto, si de igualdad hablamos, tanta mostraremos tuteando a toda la gente como usteándola, ¿no? Ambas opciones estarían, en este aspecto, empatadas en puntos. Ahora bien: si de lo que hablamos es de respeto, ¿no lo manifestaremos mejor con el usted, pronombre cortés por definición, que con el ? Permítaseme invocar en defensa de este argumento el paradigmático ejemplo del inglés. Es bien sabido que en esta lengua, hoy día, no se utiliza más que una forma apelativa, you (engañosamente traducida al español como ), que los angloparlantes emplean tanto para dirigirse al mismísimo rey de Inglaterra como para hablarle al último de sus súbditos; y esta unicidad parece, en efecto, indicio o reflejo de una consagrada igualdad, al menos en principio. Pero lo que casi nadie sabe es que ese you no equivale, en rigor, a nuestro , sino a nuestro usted. En inglés antiguo había dos pronombres de segunda persona, thou en singular y ye en plural, usado también como trato de cortesía. Así, para decir “tú amas” los ingleses decían antiguamente “thou lovest“, mientras que “vosotros/vos amáis” era “ye loveth“. Pues bien: fue este plural ye (y no el singular thou) el que, por evolución fonética, se convirtió en you, que después empezó a usarse también para el singular, reemplazando paulatinamente al thou hasta hacerlo casi desaparecer. De manera que la actual hegemonía del you en inglés es fruto de una evolución “igualitaria”, en el sentir de ese pueblo, hacia el empleo de la forma más educada, no de la más familiar (como estamos haciendo nosotros). Aquellos angloparlantes que protagonizaron dicho cambio a lo largo de los pasados siglos tal vez sentían que todo el mundo merecía el trato cortés antes que el informal. Así, y en contra de lo que mucha gente piensa, no es que en inglés todos se tuteen, ¡sino que todos se tratan de usted! Nuestro sentir, en cambio, parece ser a la inversa. Pero… ¿lo es, en realidad? Pues resulta que no: a ciertos colectivos seguimos concediéndoles el vocativo de cortesía.

Como digo, estoy persuadido de que la mayoría de la gente en nuestras cambiantes sociedades occidentales piensa como los programadores de Mistral 8x7B, y de que casi cualquiera a quien le pregunte por esta cuestión me saldrá con las mismas monsergas sobre la igualdad, la inclusividad, la democracia (esta palabra que no falte, aunque no venga a cuento) o la abolición de las jerarquías. Pero aun suponiendo que, para todo ello, fuese mejor generalizar el tuteo que conservar el ustedeo… ¿de veras lo estamos logrando?

Cuando tratábamos de usted a casi todo el mundo no lo hacíamos en función de su rango social (que a menudo desconocíamos), sino por educación, de modo que dicho trato no suponía discriminación o desigualdad alguna. Ojo: no es que la sociedad careciera entonces de tales flaquezas; por supuesto que adolecía de ellas, igual que ahora, pero no tenían su origen en el empleo de la segunda o la tercera personas para dirigirse a los demás. Ni el tuteo ni el usteo son causa de desigualdad social; como mucho, en ocasiones, pueden ser consecuencia de ella. Al hablar educadamente con desconocidos o personas mayores las tratábamos de usted lo mismo si estábamos frente a un campesino que frente a un almirante; todos éramos acreedores a esa misma cortesía y deudores de esa misma educación. Hoy, en cambio, y pese al -dizque igualitario- abandono del ustedeo, sí que implica cierto grado de sumisión. Así, sólo los más osados (a quienes, en cierto modo, uno no puede menos que admirar) se atreverían a tutear a personas que están en alguna posición de poder respecto a ellos: la nobleza, altos cargos políticos, ejecutivos de corporaciones, jueces y fiscales, aristócratas, jefes militares, guardiaciviles, médicos e incluso, a veces, cualquiera ataviado con chaqueta y corbata. Casi todo el mundo encuentra natural que a todos estos personajes sigamos concediéndoles la vieja y consagrada cortesía; ¿pero por qué lo vemos tan lógico, si de verdad pensamos que el tuteo es herramienta para abolir las jerarquías y conseguir una sociedad más igualitaria?

Muy al contrario, mi impresión es que con la generalización del tuteo no sólo no hemos dejado atrás desigualdad alguna, sino que hemos creado una nueva donde antes no la había. Ahora que hasta nuestras Administraciones tienen el mal gusto -por no decir la impertinencia- de dirigirse a nosotros en segunda persona; ahora que incluso nuestros cargos públicos nos mandan de vez en cuando alguna carta tuteándonos (señal, al parecer, de que aprueban y se suman a la abolición del usteo), ¿nadie repara que nuestros políticos y representantes en salas de cortes y asambleas, la casta judicial en sus sesiones, siguen tratándose entre ellos de usted y esperando de nosotros otro tanto? ¿Por qué en sus apariciones televisivas o radiofónicas, en sus manifestaciones en prensa, los capitostes continúan deparándose mutuamente esa tradicional cortesía que a los demás nos niegan, que entre nosotros mismos nos negamos? Hemos renunciado, para el pueblo llano, a una norma elemental de educación hasta hace poco universal, pero se la mantenemos como privilegio o forma de sometimiento a las élites y a quienes tienen cierto poder, de iure o de facto, sobre nosotros. ¿Dónde queda esa dignidad de la que me hablaba Mistral 8x7B? Quisiera yo ver a un ciudadano corriente tuteando, por ejemplo, de primeras en un juicio al magistrado que puede condenarlo a prisión; y quisiera también ver a algún juez aceptando ese tuteo sin dirigirle una reprimenda al encausado. “Cuando se dirija a esta Autoridad haga el favor de mostrar el debido respeto” –exigiría.

Y lo que es aún peor: este cambio en nuestro modo de dirigirnos a los demás podría no ser, como pareciera, un “democrático” impulso natural de las masas, sino que quizá venga de algún modo promovido o alentado precisamente por los beneficiarios de la nueva categoría social que de dicha moda resulta. Se me ocurre, porque soy así de conspiranoico, que acaso ellos quieren consolidar esta novedosa jerarquía para que cuaje en nuestras dóciles testas la sensación… digo mal: la convicción de que hay -y está bien que haya- dos clases de ciudadanos: por un lado los poderosos y las castas privilegiadas acreedoras al usted, y por otro la plebe, entre la que debe cundir y a la que debe depararse el desenfadado . (Cierto es que, tal vez, la plebe no merezca otra cosa, pues ha sido la primera en abrazar este nuevo modo de desigualdad.) Y si bien admito que esta idea pueda resultar un poco disparatada, aduciré que, en mi opinión, el primer deber cívico de toda persona responsable y con mente crítica es otorgar credibilidad, salvo clara prueba en contrario, a cualquier teoría conspiratoria mínimamente plausible. Las conjuras existen; y es una constante histórica el hecho de que las élites no titubeen en confabularse contra los pueblos para conservar sus privilegios. En el presente caso, sin ir más lejos, ¿no es significativo, o hasta sospechoso, que la generalización del tuteo esté dándose -como tantos otros cambios sociales de nuestro siglo- simultáneamente en bastantes países del mundo? En los últimos tiempos he observado este mismo fenómeno en mis contactos con personas de varios puntos distantes del globo, incluida Hispanoamérica, donde el usteo estaba incluso más arraigado que en España. Que una serie de pueblos, a veces sin apenas relación entre sí (como Chile y Rusia, pongamos por caso), decidan a la vez abandonar el uso habitual de la fórmula de cortesía debería cuando menos hacernos meditar un poco, porque no parece puramente casual.

Por último, creo necesario señalar que nada de lo anterior significa que esté yo de acuerdo con las ñoñas y a menudo rimbombantes fórmulas -ésas sí jerárquicas y clasistas- del tipo “Su Excelencia”, “Ilustrísimo”, etc., que se empleaban en la mayoría de instancias oficiales. Desde muy joven me reventaba su obligatoriedad en dichos escritos por parecerme que evidenciaban una gran desigualdad, así que -con esa rebeldía y acendrado sentido de la justicia que caracterizan a los adolescentes- siempre me resistí a usarlas. Pero si la teoría es que todos merecemos idéntico respeto, creo que el usted ejerce esta función mucho mejor que el . En cualquier caso, aunque soy un abierto defensor del ustedeo, estaría mucho más dispuesto a aceptar su desaparición si, al menos, ésta fuese total e incluso formal; si todo el mundo hubiera de tratarse de tú: príncipes y campesinos, generales y reclutas, diputados y ciudadanos del común. Pero mientras eso no suceda seguiré desconfiando de la inocencia y espontaneidad de esta nueva moda.

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La Serena y el valle del Elqui, despedida y cierre

Misma fecha y lugar

Fue así cómo a media tarde de ese largo día, sin haberlo planeado, di con mis huesos en La Serena, una ciudad que tres meses antes, en mi camino hacia el norte, había evitado por suponerla muy turística. Y lo es, pero ahora estábamos ya en temporada baja y, además, resulta que la zona de mayor turismo es la costanera, a lo largo de la playa, donde se ubican las torres de apartamentos, los hoteles o bungalós caros y los restaurantes subiditos de precio. El casco urbano, mucho más antiguo, se halla dos quilómetros tierra adentro, al final de un recto y largo bulevar, de suerte que ambas zonas son relativamente independientes una de otra. Aquí es donde, salvo el faro, se encuentran todos los atractivos históricos, y tampoco escasea la oferta hotelera.

Valle del Elqui, cerca de La Serena

La primera noche, para no equivocarme, me quedé en un hostal con buenas referencias y cercano a la estación de autobuses; pero al día siguiente, como quiera que mi habitación resultó más bien fría, me mudé a un económico albergue bastante informal, situado prácticamente en el centro y con mejores referencias aún. Esta vez acerté de lleno, ya que no sólo me tocó una habitación muy acogedora y con calefacción, sino que el anfitrión, Víctor, resultó ser un tipo fenomenal: Sigue leyendo

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Iquique bajo una duna y frustrada estancia en Vallenar

Iquique, encajonada entre el Pacífico y el Cerro Dragón. (Foto: tourweek.ru)

10 de septiembre, Santiago de Chile

Aeropuerto internacional Arturo Merino Benítez, matando mis últimas horas en Chile. Me sorprende que ya haya transcurrido casi una semana desde que escribí el capítulo anterior; señal de que los eventos viajeros se han sucedido con rapidez, sin dejarme un momento para actualizar el diario. Ahora mismo, en cambio, no tengo nada que hacer durante las nueve horas que faltan para coger el avión, salvo poner mis notas al día y derrochar mi dinero pagando cervezas a diez dólares en cualquier restaurante aeroportuario; así que vamos a ello; a ambas cosas.

Dejé atrás Pica con algo de pena, ya que era mi última etapa en el desierto, lejos del mundanal ruido. Pero todo tiene su fin, y a mis días en ese pequeño pueblo les llegó el suyo. Era un lunes al mediodía cuando desalojé mi habitación, me despedí de mis hospitalarios anfitriones y me fui a paso tranquilo hacia el cruce del que salen los transportes a Iquique, la ciudad más cercana donde podía coger un bus con dirección sur. Sigue leyendo

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Oasis de Pica y un faro en el mar de arena

Cementerio de Pica

2 de septiembre, Pica

El lector curioso no tiene más que buscar Pica (región de Arica, Chile) en su Sigue leyendo

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Hacia Pica por la ruta de las quebradas

Fondo parcelado de una quebrada

Misma fecha y lugar

Estoy sentado a una mesa en un agradable restaurante de Pica, en mi segundo día de estancia aquí, valorando si quedarme otros tres o cuatro para matar la semana y pico que aún me falta hasta tomar el vuelo de regreso a España. En vista de lo ya conocido, no sé si encontraré mejor lugar para esta última etapa del viaje. Pero no adelantemos acontecimientos y prosigamos el relato donde lo dejé el capítulo anterior.

La Panamericana Norte faldea la quebrada de Vitor

Inicio del descenso a la espectacular quebrada de Camarones

Había comprado con bastante antelación el billete de Arica a Humberstone porque dicho trayecto es aquel que la tribu de inmigrantes que se adueñó del bus me había impedido disfrutar cuando lo recorrí a la ida, y tenía muy presente mi frustración por tal pérdida, en especial la de los paisajes que el paso por las quebradas ofrece. Ya entonces me impuse como ineludible objetivo el tener la ocasión de fotografiar a placer esas vistas a la vuelta, de modo que ahora me procuré el mejor asiento posible a tal fin, y tenía puestas muchas espectativas en esta nueva ocasión. Sigue leyendo

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Feria agrícola de Tacna y regreso a Chile

Viejo edificio en el centro de Tacna

Chile, misma fecha y lugar

Mis dos últiimas noches en Perú antes de regresar a Chile las pasé en Tacna. Mediante el clásico sistema de patear las calles (es decir, prescindiendo de internet) encontré una pensión más o menos céntrica y de aceptable calidad donde me dieron una habitación amplia y muy soleada, cosa de agradecer en el clima más bien fresco de esa región, en la que los días, debido a la influencia del litoral, suelen amanecer nublados. Precisamente al llegar yo estaban celebrándose dos eventos en la ciudad: uno, el aniversario de su reincorporación al territorio peruano (durante un tiempo estuvo en disputa no sé si con Chile o con Bolivia), y el otro una feria anual agrícola, ganadera y de productos artesanales, cuyo recinto ocupaba una gran explanada en las afueras, y que me acerqué a visitar. Ahí pasé una mañana entera (cinco soles por entrar) curioseando todo lo que se exhibía, degustando chocolates y cafés y comprando algunos regalitos para traerme de vuelta a España. En una caseta que anunciaba “churros valencianos auténticos” me pedí, por curiosidad, una porción; pero no fui capaz de acabármela: estaban hechos con harina de maíz, fritos con sepa Dios qué aceite y, como era de esperar, no tenían nada que ver con nuestros churros, valencianos o no. Sigue leyendo

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Más sobre Ilo y última evaluación del Perú

Flotilla pesquera de Ilo desde la playa

31 de agosto, Pica (Chile)

Hace varios días que no actualizo el diario. Ya quedaron atrás Ilo y el Perú, país que me ha dejado una mezcla de impresiones positivas y negativas un poco desconcertante; y es que, puestos a calificar los rasgos de su sociedad, me resulta difícil establecer una clara distinción entre los favorables y los desfavorables; no sé cuáles debo considerar virtudes o defectos. De momento enumeraré algunos y dejaré para después un esbozo de análisis.

En general, me han parecido gente muy modesta, tirando a tímida, poco o nada expresiva, parca en palabras y directa al grano, como quien no tiene necesidad ni ganas de decir más que lo imprescindible. Aparte, como ya he repetido a lo largo de este relato, parecen carecer del sentido de la estética y desconocer la vanidad (quizá ambos rasgos tengan una íntima relación); más bien ignorantes, en el sentido menos negativo del término; poco cívicos, en referencia a su desprecio por el medio ambiente o  la contaminación acústica. Pero, en realidad, ¿son disociables esos rasgos? Es decir: ser presumido, por ejemplo, ¿es del todo independiente de tener buen gusto? O bien, ¿puede el respeto cívico casar con la ignorancia? Al fin y al cabo todo se aprende. En principio, uno tendería a creer que Sigue leyendo

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Ilo sobre el Pacífico

Atardecer en Ilo

20 de agosto, Ilo

Han pasado ya dos semanas largas desde que tomé alojamiento en el hostal torateño que pagué para un mes entero, si bien, como el cuarto que me dieron resultó ser bastante inhóspito (austero, sucio, frío, ruidoso y con poca luz) finalmente sólo me quedé allí el tiempo suficiente para considerar amortizado el alquiler; o sea, poco más de diez días. Tiempo de sobra, no obstante, para llegar a conocer Torata del derecho y del revés. Un pueblo tan pequeño tiene pocos secretos, y durante esos días pude recorrer todas sus calles y explorar todos sus caminos. Me habría gustado también entrar en todos sus comedores, pero sus horarios resultaron incompatibles con mi hábito de alimentarme sólo cuando tengo hambre (y no cuando “es la hora”), puesto que -salvo uno- abrían sólo para el almuerzo. No es que Torata tenga un desproporcionado número de restaurantes (como tales, sólo tres), pero hay bastantes casas particulares que, sin pauta fija, abren de ordinario sus puertas al público para Sigue leyendo

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