Mundaca: entre el mar y el cielo

¡Y qué vitales contrastes, llenos de luz y color, pone el Cantábrico en los paisajes de este día soleado! Cruzando la provincia de Vizcaya por la montaña, desde Vitoria y por el lado de Amorebieta, los adustos pinares serranos se combinan en la vertiente norte, al bajar ya por el valle del Mundaca, con los azules del mar, salpicados de esas alegres palomitas blancas que son las muchas barcas en la ría fondeadas, y forman vistosos cuadros de amplio horizonte en los que la mirada se distiende y los pulmones parece que se llenan de un aire fresco y nuevo.

Isla de Ízaro frente a la ría de Mundaca

Isla de Ízaro frente a la ría de Mundaca

No me paro en Guernica porque el mar me llama con el poderoso grito de su profundo azul y su salobre promesa de olores costeros. Continúo valle abajo hasta avistar, frente a la ría de Mundaca, la disputada isla de Ízaro, cuya propiedad reclamaban para sí bermeanos y mundagueses en una rivalidad que –según el decir popular– dio lugar a una regata anual en que se dirime la pertenencia de un modo festivo.

Palacete en Sucarrieta desde el islote Chacharramendi

Palacete en Sucarrieta desde el islote Chacharramendi

Me he parado junto al estrecho puente que lleva al islote de Chacharramendi (¡qué hermoso nombre!) para aprovechar esta luz y hacer unas fotos. Mucha gente viene por aquí a pasear al perro o a dar una vuelta, y llegan hasta el extremo del islote, donde se yergue un antiguo hotel balneario de mucho prestigio que, construido justo antes del desastre del 98, fue expropiado por el Gobierno vasco en plena guerra civil para dedicarlo a albergue juvenil, aunque más tarde (medio siglo tras su edificación) cerró las puertas. Ya en tiempos recientes se le ha vuelto a dar utilidad como Instituto pesquero.

Estamos en Sucarrieta, y sólo un quilómetro más adelante, al coronar de un cerro que llaman Portuondo, cuya frondosa ladera cae en fuerte pendiente sobre el mar, se divisa ya la iglesia de Mundaca, llamada de Santa María, que fue monasterio benedictino en el siglo XIV.

Iglesia de Mundaca vista desde Portuondo

Iglesia de Santa María en Mundaca, vista desde Portuondo

Mundaca es un delicioso pueblito de estrechas y pintorescas calles en torno a un pequeño y abrigado puerto natural. Y es una gozada recorrer las reviradas callejuelas de su barrio central, con ese sabor pesquero y rebosante de carácter al que contribuyen las tabernas de personalidad marinera. Hoy, además, el pueblo está de fiesta y lleno de vida: se celebra una regata. Las calles y el puerto tienen la animación propia de los días de feria, y la juventud aprovecha este calor para broncearse sobre las piedras del muelle.

Actividad en el puerto de Mundaca

Actividad en el puerto de Mundaca

A esto Unamuno le daba un nombre

A esto Unamuno le daba un nombre

A juzgar por lo que leo de su historia, Mundaca ha debido de ser un pueblo bravo y peleador: ya desde el año 1500 consta su rivalidad con Bermeo por un conflicto sobre jurisdicción y puertos; un siglo más tarde, junto a otras villas, pleiteó con el Señorío por unos nombramientos de capitanes; pero tal vez el episodio más notable haya sido la insurrección, en 1718, de un contingente de mundaqueses contra el establecimiento de una aduana real en Bilbao, rebeldía que muchos de los amotinados pagaron con la pena capital.

Vale la pena, como digo, explorar su casco viejo y pasearse por el verde recinto de la fortaleza de Santa Catalina, que ocupa todo el promontorio norte que da abrigo al pueblo, al que la planificación urbanística ha respetado milagrosamente, si no es por el enorme y horroroso hotel al que han dado el ridículo nombre de Hostel & Sports Café. Pues vale. A esto de evitar el castellano, y sobre todo a lo de cambiar la grafía de los topónimos (Bizkaia por Vizcaya, Araba por Álava, etc), el muy vasco y muy bilbaíno sabio Miguel de Unamuno –nada sospechoso de haber renegado jamás de su tierra, a la que quería con amor filial– lo calificaba como ridículas tonterías heterógrafas de jebos supersticiosos e ignorantes. Pues ahí queda; no lo he dicho yo. Y aún habrá gente en Bilbao que no sepa lo que es un jebo.

Empieza poco a poco el sol a declinar, retirándose de las estrechas callejuelas y alargando las sombras sobre el puerto, y hay que ir pensando en emprender el regreso. Me había propuesto visitar hoy Bermeo, pero ya no va a darme tiempo: aún quiero hacer unas fotos a las barquichuelas y tomarme, cómo no, a modo de merienda un último vino y tapa en uno de estos bares tan tradicionales antes de emprender el regreso. Si, además, me detengo en Bermeo, se me hará de noche a la vuelta. El pueblo de mi viejo capitán tendrá que esperar.

Las barquitas del pequeño puerto de Mundaca

Las barquitas del pequeño puerto de Mundaca

Movimiento entre las pequeñas barquitas

Movimiento y vida en las pequeñas barquitas blanquiazules

Cumplido el capricho, ya sí que toca marcharse. He dejado la moto un poco retirada, en el extremo sur del pueblo, desde donde me toca dar varias vueltas tontas para salir porque muchas de las calles son de sentido único. Cuando al fin me pongo sobre la carretera por la que he venido hasta aquí, continúo en la misma dirección que traía, para completar el circuito probando un camino diferente. Y me alegro de haberlo hecho, porque las curvas que suben hacia el alto de Sollube son bien divertidas, y no tiene desperdicio el impresionante paisaje que, desde allí, a los pies se divisa, con el valle de Bermeo y el Cantábrico bajo las nubes y el cielo.

Bermeo entre el Cantábrico y el Cielo

Bermeo desde Sollube, entre el Cantábrico y el Cielo

Por cierto, hay en el alto de Sollube un restaurante asador, de nombre Cannon, con una pinta excelente y un montón de coches en el aparcamiento sugiriendo que se debe de comer estupendamente. Me lo apunto para otra ocasión. Por hoy ya ha estado bien. Luego, cuatro o cinco quilómetros más de curvas y se acabó la diversión, porque en Munguía cojo la carretera de doble carril y, como va atardeciendo y empieza a hacer fresco por la montaña, regreso a Vitoria por la vía rápida.

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Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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