De cómo logré cruzar a China

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Esta aventurilla tiene un final feliz. O, bueno, algo por el estilo. Feliz, si no tenemos en cuenta el daño emocional causado por la pérdida del visado, por la imposibilidad de conseguir otro igual y por la desaparición de Sauce.

Tras el fracaso del trámite en la oficina consular para el visado exprés (me remito al capítulo III), comprendí que, por poco que me apeteciera, no me quedaba otro remedio que sacarme el visado Shenzhen de 5 días en la frontera. Pero ya no estaba de ánimo para ir ese mismo día, sobre todo porque Sauce me dijo que ese cruce fronterizo se ponía hasta las trancas de gente y que las esperas podían durar cuatro o cinco horas. Además, había aún muchas preguntas por hacer, muchos lados del viaje a tener en cuenta y muchas pegas a prever. Por último, ya había reservado una cama en un hostal para esa noche; otro hostal, con mi propia celdilla y una conexión a internet de verdad. Dedicaría el viernes a relajarme y a planear la invasión a China.

Si bien la información que había encontrado en internet sobre el visado normal era más o menos claro y consistente, no pasaba lo mismo con el visado Shenzhen. No parecía que muchos occidentales hubiesen tomado ese camino y escrito después sobre ello en sus blogs. Por eso tuve que hacer una investigación a fondo y, cogiendo detalles de aquí y de allá, intentar hacerme una idea global de cómo iba el tema.

Sólo hay, al  parecer, tres puntos fronterizos donde pueda obtenerse el visado Shenzhen; y, pese a estar muy lejos del apartamento de Sauce, el más fácil para un viajero que no sepa chino, como yo, era Lo Wu, donde el metro de este país conecta con el de Hong Kong; y sabido es que para un extranjero casi siempre es más fácil desenvolverse en el metro que con los autobuses. De modo que me tocaba viajar a Lo Wu, la última estación de una de las líneas subterráneas de Hong Kong, salir de este país, solicitar el visado en una esquina algo escondida de la Tierra de nadie, pasar con él a China y por último coger el metro hasta mi destino.

Pasé la mayor parte de ese viernes intentando conseguir información para no dejar nada a la improvisación. Déjame hacerte partícupe, lector, de una particularidad sobre moverse por China en la normalmente no caes hasta que no viajas allí: no sólo en China, sino en cualquiera de esos países asiáticos, hasta la tarea más sencilla no es tan fácil com parece; por ejemplo, la simple indicación: “coge el metro hasta Shekou” esconde varios problemas: ¿Cómo compras un billete de metro? Las máquinas expendedoras están slo en chino. No sabes si las tarifas van por distancia o si son una cantidad fija. Por supuesto, no tienes la menor idea de cómo se escribe “Shekou” en chino. Cuando te subes o cambias de línea, no sabes cuál de las dos direcciones has de tomar, y el hecho de que la mayoría de ellas se llamen Algo-Wan no ayuda, porque además casi todos los Algo se parecen…

De modo que ese día le puse varios correos a Sauce para que preguntara y me informase de detalles sobre cómo obtener el visado, cuánto costaba, cómo pagarlo, cómo llegar hasta su trabajo desde la frontera o cómo avisarla cuando llegase; pero sus respuestas eran del tipo: “aquí tienes el número de la oficina de visados” (como si ahí alguien hablara inglés), o bien “el metro desde tu hostal a la frontera tarda 37 minutos”, o “usa el GPS de tu móvil”, “pide un mapa del metro”, “conéctate a internet en cualquier Starbucks”, “cómprate una tarjeta de teléfono prepago al llegar”, etc. Mi favorita fue: Voy a ir hasta la estación de metro y les digo a los empleados que vienes”. ¡Pobre Sauce!, es tan inocente…

Al ver que por ese lado no podía contar con mucha ayuda, procuré obtener toda la información por mí mismo. Primero cambié algo de moneda para poder afrontar pequeños gastos al otro lado. Luego fui a un Seven Eleven para comprar una tarjeta prepago, pero en esto no tuve éxito, porque la dependiente no hablaba ni papa de inglés (¿quién dijo que en Hong Kong todo el mundo sabe inglés? ¿Fui yo mismo? Entonces aquí y ahora rectifoco y apostato) y no supo decirme si esas tarjetas funcionaban en China, ni cómo activar el roaming. De todos modos, Sauce me había dicho que había varios Starbucks cerca de su trabajo, todos con wi-fi abierta, así que con eso me bastaba para hacerle una llamada con Viber o Skype. Luego traté de familiarizarme con el mapa del metro de Shenzhen, intenté aprenderme las indicaciones que había encontrado en una web, or the rest, y por último recé un par de oraciones que recordaba de mi infancia, antes de que supiera que no era creyente.

Todos estos preparativos me llevaron tanto tiempo que ya pasaba largo de la medianoche cuando me acosté, así que no era especialmente temprano cuando me levanté la mañana del viernes. Lo que más me inquietaba era la aglomeración: como era festivo en Hong Kong, era muy probable que la frontera estuviese más abarrotada que de costumbre. Pero, como ya dije anteriormente, nada se resolvía preocupándome, así que traté de mentalizarme con la situación.

Eran sobre las 8:30 cuando me puse en marcha. Al principio no había demasiada gente en el metro, pero cuanto más me acercaba a Lo Wu, más gente había, hasta que estuvo hasta las trancas de gente con maletas. Al llegar al final, la gente empezó a apresurarse hacia la salida, y pronto se formó un tapón. A lo ancho del corredor había colgados del techo algunos letreros en inglés y en chino: Nationals, Mainland visitors, Visitors other than mainland. Me pregunté: ¿qué diablos era yo? ¿Un mainland visitor?, ¿O un visitor other than mainland? Aparte, ¿mainland visitor significaba un visitante originario de China “mainland”, o alguien que visitaba China  “mainland”? (Aquí le dichen “China mainland” a lo que en realidad es simplemente China, para mantener la ilusión popular de que Hong Kong también es China.) Si es lo primero, entonces ¿quiénes eran los nationals?; y si lo segundo, entonces ¿cómo podía alguien cruzar una frontera China para visitar algo que no es China? (Other than mainland.)

Como ves, un poco confuso. Yo, a todo el que veía con uniforme, le hacía la misma pregunta: ¿Shenzhen visa? Todos me indicaban que siguiera avanzando, que no estorbara. Al parecer, eso sí, no importaba en qué cola te pusieras. Y luego me di cuenta de por qué no importaba: ¡es que aún no habíamos salido de las instalaciones del metropolitano! Aquella cola era simplemente para salir del metro. Una vez pasados los tornos, había otro ancho corredor con letreros similares: “Handicapped and foreigners”, “Nationals”, “Diplomats”. No me extrañó que agruparan a los discapacitados y a los extranjeros en las mismas colas, porque siendo forastero en China te sientes discapacitado. En este corredor la multitud se espesó y avanzaba con mayor lentitud aún, como si fuera un líquido de extraordinaria viscosidad. Y aquí quedaba uno literalmente enlatado como una sardina, moviéndose a una media de dos pasos por minuto. Muy poco recomendable para claustrofóbicos. Una vez quedabas atrapado en esta masa (bien digo: era como una masa antes de meterla al horno) formabas parte de ella, y no podías más que fluir con el río humano, llevado por él. Yo procuré ponerme hacia el lado de los Handicapped and foreigners; al fin y al cabo soy un discapacitado. Tengo un certificado médico que así lo dice. Por eso me dieron el retiro anticipado.

De todos modos, según me acercaba a los puestos de control, me daba cuenta de que nadie prestaba atención a los letreros: todo tipo de gente iba desembocando en cualquiera de ellos. Comprendí que, viendo cómo se ponía aquello de gente, no podía ser de otro modo, porque una vez te integras en la masa no puedes derivar lateralmente. Pese a todo, no era tan lenta. Al cabo de más o menos una hora me vi por fin en uno de los puestos, y ya estaba en la Tierra de nadie, donde inmediatamente me puse a busccar unas escaleras mecánicas escondidas, hacia la izquierda, como había leído en una de las páginas web. Y, en efecto, allí estaban. Subí y me hallé en una habitación con varias ventanillas, rotuladas con Solicitar, Pagar, Retirar. Parecía bien claro. Tan claro como un letrero que decía: PARA EL PAGO DE LA TASA SÓLO SE ACEPTAN RMB (yuan). La tasa eran 168 yuan, pero yo sólo tenía ciento sesenta porque -muy atolondradamente- había confiado en que aceptaran también dólares de Hong Kong, ya que forma parte de china, como todo el mundo sabe. Por suerte, había allí un extranjero con pinta de veterano que fue lo bastante amable como para cambiarme algunos de mis dólares por algunos de sus yuanes.

visaShenzhen

Diez minutos después ya tenía la pegatina del visado Shenzhen en mi pasaporte. ¡Bien! A partir de aquí, cruzar la frontera china fue cosa de otros diez minutos: la multitud se había dispersado como por arte de Birli y Birloque, y las colas eran mucho más pequeñas. ¡Por fin estaba en Shenzhen… de nuevo!

Ahora, ¿cómo contactar con Sauce? Por suerte, los nombres de las estaciones de metro estaban en cristiano además de en chino. Lo que ocurre es que hay, básicamente, dos clases de señalizaciones de metro: las que parten del supuesto de que el pasajero se conoce de memoria todas las estaciones y líneas de la red, y las que no. Madrid es un ejemplo de lo segundo, mientras que Shenzhen es un ejemplo de lo primero; y al hacer el único trasbordo que tenía que hacer me llevó un buen rato dilucidar cuál de las direcciones tomar. Pero finalmente, tras una hora larga de metro, salí a la superficie en la estación Sea World.

Probé a ver si alguna de mis SIM funcionaba: la polaca lo hizo, pero me había quedado sin crédito por los excesos de los días anteriores. Para recargarla necesitaba internet, pero sin crédito no tenía internet. Entré a un McDonald’s y probé la wi-fi: era una red abierta, pero sólo para los poseedores de un teléfono chino: tienes que enviar tu número de teléfono, ellos te envían un código por SMS, y con ese código te conectas. Si no tienes un número chino, no hay código. Un poco xenófobo. Para los clientes extranjeros, entonces, ¿nada de wi-fi? Probé en un Starbucks, como me había dicho Sauce, pero tenían el mismo sistema. Gracias a dios, una de las camareras fue simpatiquísima y se prestó a darme su número para conseguir el código.

desdeArribaAhora que ya tenía una conexión funcional a internet, ya sólo tenía que llamar a Sauce, que estaría impaciente y expectante aguardando mi llamada, con todos sus radares girando. Pero estaba bien equivocado: su teléfono estaba desconectado. ¡Qué gran bienvenida! Así que nada que supusiera red móvil: ni SMS, ni llamada, ni Whatsapp, Viber o Skype; así que le escribí un breve email con un ultimátum, pedí un té en el mostrador y me puse a leer un libro. Media hora más tarde, la sonriente cara de Sauce asomó por la puerta…

El resto, lector, ya no tiene interés viajero. Ahora estoy en el 31º piso de un rascacielos, contemplando Shenzhen a mis pies, inmerso en la contaminada calima. Sólo puedo quedarme aquí cinco días; luego tengo que salir de China otra vez… a menos que convenza a algún funcionario de fronteras de que me amparan los treinta días de estancia que me garantizaba el visado original, el que me saqué en España. Pero eso, si  llega el caso, será materia para otra historieta.

¡Ah! Por si acaso te has preguntado cómo pudo Sauce regresar a Shenzhen dos días antes si no llevaba ni un duro encima, me dijo que el personal del metro había sido tan amable que la habían dejado viajar más allá de donde su billete le permitía. Pero también fotocopiaron su documento de identidad y le hicieron firmar y prometer que volvería a Hong Kong para pagar la diferencia de billetes: 15 yuan (ni 20 céntimos). ¡Ah, sí, qué amable esta gente de Hong Kong! Pero eso no es lo bueno: lo bueno es que Sauce es tan honesta que piensa ir a pagar su deuda…

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Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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2 respuestas a De cómo logré cruzar a China

  1. P.J. MARTY dijo:

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