La llegada

Empecé Ucrania con buen pie: en el aeropuerto de Katowice, en Polonia, conocí a una guapa, simpática y despabilada ucraniana cuya compañía disfruté durante varias horas, hasta que nos despedimos en la estación central de Kiev. Pero, antes me proporcionó valiosa y práctica información y me invitó a unos pastelillos en la estación, de grandiosa arquitectura estalinista, con altísimos techos bellamente decorados en rojo y oro, vidrieras, amplias y majestuosas escaleras, y enormes puertas de rica madera labrada. El comedor es inmenso, decorado más como un restaurante de lujo que como un buffet de estación, y da gusto sentarse a alguna de sus innumerables y casi siempre desiertas  mesas, al amparo de la cálida iluminación y de la extraña pero innegable intimidad que otorga la propia amplitud del ámbito. Allí tuvimos nuestra última animada charla Katia y yo, para despedirnos poco después, poniendo cada uno rumbo a su destino.

El mío era el número diez de la calle Popova.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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