Vilnius, la Jerusalén del Norte

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Me levanto con la optimista idea de que hoy, por fuerza, ha de ser mejor día que ayer; porque no puede ser peor: la aventura con el Diablo sobre ruedas ha supuesto un mínimo del que no creo vaya a bajar en el resto del viaje; que por cierto va siendo ya poco: estoy a las puertas de Polonia y supongo que en un par de semanas llegaré a casa.

Para asegurarme el descanso y vencer mi deplorable estado de ansiedad, anoche me metí un chute de pastillas artillería pesada; y cuando los golpes de la limpiadora en la puerta me han despertado era ya pasada la una. Un poco tarde para ponerme en carretera y, además, el día está lluvioso. Decido quedarme hasta mañana y hacer algo de turismo por la ciudad.

La casa de las placas, un rincón en el casco antiguo de Vilnius

La casa de las placas, un rincón en el casco antiguo de Vilnius

Pero hoy no me apetece comerme el coco buscando rincones poco frecuentados, y me conformo con la ruta que me propone el mapa oficial de la ciudad. Como primera providencia, agasajo mis sentidos tomándome, en una pastelería, un té infundido con gengibre y endulzado con miel (costumbre regional), acompañado por un sabroso volován.

En esto que entra una anciana a la pastelería y, sin mirar a nadie, sin saludar ni responder a las dependientas, con toda su calma se pone a observar los productos que hay tras la vitrina del mostrador. Lo recorre de un extremo a otro, despacio, escudriñando los dulces, bollos y pasteles a la venta; y cuando decide que ninguno le interesa se da la vuelta y sale del local, también sin decir adiós, sin un gesto de la cabeza y dejando la puerta abierta; tal como lo habría hecho un gato: totalmente a lo suyo.

Una vieja rara que, no obstante, me provoca una reflexión: envidio cómo la gente mayor afronta la vida. Quizá sean las únicas personas entre las que quepa encontrar comportamientos genuinos y sinceros. Poco esperan ya del mundo y a poco aspiran. No pretendiendo conquistar a nadie, les importa un bledo el qué diran. Ya dejaron atrás el tiempo de vanidades y coqueteos, la competencia o el alarde. Cualquiera que fuese su papel en la vida, o bien ya lo cumplieron o bien tienen asumido que se les pasó el momento. Pueden, por tanto, darse el lujo de no mostrarse simpáticos, de no agradar. Desde luego, no todos los viejos responden a esta descripción, pero creo que sólo entre ellos puede darse la expresión del verdadero libre albedrío, ajeno a las pulsiones primarias, reproductivas en su mayoría. Todos los demás, los “jóvenes”, estamos en mayor o menor grado bajo el dominio del instinto o la ambición; y esto nos impide ser nosotros mismos.

Entrada a un viejo patio interior

Entrada a un viejo patio interior

Vilnius, pese al creciente turismo, ser ciudad universitaria y patrimonio de la humanidad, conserva aún el encanto de lo antiguo y muestra frescas las huellas del fracaso socialista.

En muchos de sus rincones aún se ve la decadencia

En muchos de sus rincones aún se ve la decadencia

Se detiene junto a mí un renqueante tranvía y, al abrir sus dislocadas puertas, veo a la maquinista: una preciosa joven de grandes ojos azules, rubia como el trigo, blanca y lozana. Una mujer así, en mi país, sería quizá actriz o, como poco, recepcionista en un hotel de lujo. Aquí las bellezas conducen tranvías.

Una anciana a la entrada de un patio interior que alberga un aarboleda

Una anciana a la entrada de un patio interior que alberga un aarboleda

Esta Jerusalén del Norte –como la nombró Napoleón por los muchos judíos que la habitaban en aquella época– está hoy casi tomada por polacos y rusos: junto con el  lituano, son los idiomas que más escucho por la calle. De hecho, se los tres pueblos se disputaron la ciudad durante siglos, y no están aún muy lejos los tiempos (años 60) en que, entre habitantes rusos y polacos, superaban a los lituanos.

Tras haber sido, desde la baja edad media hasta nuestros días, uno de los emclaves más carismáticos de esta región europea, hoy Vilnius se moderniza con rapidez, seducida por las multinacionales, las franquicias y los centros comerciales. Como en cualquier otra parte, en realidad. Pronto será sólo un baluarte más del consumo… para alegría, eso sí, de sus ciudadanos.

vilniusProgreso

Las inevitables grúas, símbolo de crecimiento y progreso, afincan en Uzupis, el corazón de Vilnius

Rodeando a este barrio de Uzupis, separándolo como un pueblo casi independiente del resto de la capital, está el apacible y tranquilo río Vilnia, que da nombre a la ciudad. Y al ver este casi idílico río, rodeado de verdor al pie de las siete colinas, no puedo evitar pensar: si en nuestra infancia o juventud hubiésemos tenido algo así los chicos del barrio, ¡ay, lo que habríamos disfrutado! ¡Lo que habría dado yo por semejante escenario para correrías y aventuras de la primavera!

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Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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