Bielorrusia. Cap. 9: Viciebsk

EL APARTAMENTO

Aun así, llegué al apartamento antes que mi anfitriona y me tocó esperarla aún unos minutos en la calle. Estaba ubicado en el piso 6 de un bloque aislado que no formaba parte de ningún conjunto, y era relativamente espacioso, con salón-cocina, dormitorio y baño; limpio, muy luminoso, decorado con buen gusto, decentemente amueblado y sobradamente calefaccionado. La cama era grande y el colchón muy cómodo. Las vistas, sin ser espectaculares, no estaban mal, ya que las ventanas daban sobre una zona ajardinada. Por los dos días que había reservado pagué doscientos rublos, incluido un pequeño extra por ocuparlo tan temprano. La dueña era una mujer de unos cuarenta años, agradable y servicial, con la que no me resultó difícil comunicarme: igual que Tatiana, tenía esa habilidad, no muy común, de saber escoger palabras sencillas, vocalizar bien y acompañarse de gestos.

Quedaba a más de dos quilómetros del centro y había pocos servicios en las proximidades, aunque no faltaba lo imprescindible: un par de supermercados y un Batkova Jata (jata quiere decir “choza”, y presumo que comparte raíz con la hut inglesa, pues significa lo mismo), que es una cadena de comedores económicos, de aceptable calidad y bastante prácticos para un turista. De hecho, se han convertido en mi opción preferente durante todos estos días: nunca hay uno demasiado lejos, son originales, acogedores, espaciosos y tranquilos, y tienen una limitada pero más que suficiente variedad de platos de comida nacional que puedes elegir sin necesidad de pelearte con un menú en caracteres cirílicos, pues está todo a la vista y basta apuntar con el dedo a lo que te decidas pedir; hay también postres, té o café, cerveza y otras bebidas blandas; están abiertos hasta las once de la noche y por unos veinte rublos de media has comido.

Un detalle, por cierto, que me llamó mucho la atención la primera vez que viajé a Ucrania y que he encontrado después también en Rusia y Bielorrusia es que en este tipo de comedores (stolóvaya, como ya mencioné) te cobran los platos según la cantidad que te hayan echado (a cuyo fin en el mostrador hay siempre una báscula); costumbre que, presumo, debe de ser una herencia del comunismo, pero que me parece de elemental justicia, la verdad: tanto comes, tanto pagas; ni más, ni menos.

CONOCIENDO LA CIUDAD

Durante esos dos días me dediqué a ubicarme y familiarizarme con Viciebsk. Tiene más o menos la misma población que Brest, pero es bastante distinta. No en su concepto ni en su urbanismo, pero sí en su aspecto y ambiente. Aquí tiene uno cierta sensación de periferia: las calles están algo menos cuidadas, peor mantenidas, con un aspecto más vetusto, sin modernizar (por ejemplo, no hay paneles informativos de las próximas llegadas en las paradas de autobús); el peatón está menos mimado (en aquélla hay bastantes más pasos de cebra y las esperas en los semáforos son sensiblemente menores), aceras y pavimentos presentan baches y desniveles donde se forman grandes charcos; hay más avenidas anchas, de las que -como he dicho- subdividen la ciudad en distritos inmiscibles; los espacios son inmensos, pero no tiene una larga “Calle Mayor” peatonal, como sí Brest, que las mujeres usen de “pasarela” para lucir sus trapitos y sus curvitas y que haga, en fin, de zona donde se pueda concentrar la vida social. La única zona peatonal está en el casco histórico, pero apenas tiene ambiente y en gran parte es residencial. Quizá una de las causas -si no la principal- de esto sea su aislamiento físico, pues se encuentra delimitada en tres de sus lados por dos grandes avenidas y por el río Dvina. Aparte, el clima es francamente más frío y no invita a andar paseando.

Al cabo de mi estancia en la calle Mir (lexema que significa tanto “mundo” como “paz”, así que no sé a cuál de ellos obedece el nombre) me mudé de apartamento, con idea de estar un poco menos alejado del centro. El nuevo, en la calle Charniajóvskaia, era más antiguo y algo menor, pero aun así suficiente. Pertenecía a la misma mujer, estaba igual de limpio, decorado y amueblado que el otro y salía algo más económico, cosa de setenta rublos diarios, así que en principio lo alquilé por tres días. Pero el cambio no me satisfizo mucho porque, aunque el lugar era un poco más centrico, esa manzana estaba toda enfangada a causa de la nieve y el suelo de tierra: a cualquier dirección hacia donde quisiera uno dirigirse había que mancharse el calzado, lo que suponía una incomodidad a la hora de salir o volver. Eso sí: en este sector había algo más de comercio y ambiente, y el río quedaba mucho más cerca, aunque -¡ay!- al otro lado de una de estas malditas avenidas.

Viciebsk está fundada sobre la confluencia de dos ríos: donde el Vitsba, que le da nombre a la ciudad, vierte sus aguas en el Dvina, cuyo larguísimo curso (unos mil quilómetros) comienza junto a una laguna equidistante entre San Petersburgo y Moscú para acabar en el mar Báltico a la altura de Riga. Y en esa confluencia se encuentran la iglesia principal de la ciudad y el pequeño centro histórico con la ya mencionada calle peatonal. Como la cuenca del Vitsba a si paso por Viciebsk es relativamente honda, está flanqueada a ambos lados por zona de parque con algunos senderos. La del Dvina, en cambio, es muy amplia y le han dedicado generosos paseos fluviales. En la otra margen de este río hay un enorme barrio que constituye casi una ciudad aparte, pero cuando esto escribo aún no lo he explorado.

Definitivamente, esta no es la ciudad de mis sueños, pero me parece un buen lugar para una inmersión lingüística (aquí tienes la garantía de que casi nadie habla inglés) y para familiarizarme con el carácter y los usos de este país. Durante unos días estuve pensando conocer aún otra localidad más, por ejemplo Polatsk, pero el problema de la registratsia, el infame registro -sobre el que pronto me extenderé- me disuadió de ello. Así que aquí me quedo hasta que expire mi visado.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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