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Ella iba un poco bebida, como solía. Yo andaba un poco disperso, como de costumbre. En la parada de taxis, nos fundimos en un largo, cálido y fuerte abrazo. Pude leer su emoción en el tacto de sus manos sobre mi espalda. “Me gustas –dijo–. Nunca desaparezcas de mi vida.” “Sabes que no lo haré”, fue mi respuesta.
Caminé de regreso a casa. Bajo el incierto color del cielo, no podría decir –como siempre en aquel lugar– si era aún el crepúsculo o apuntaba ya el alba. Ni siquiera podría decir si era la luz de un firmamento real o la de un gigantesco escenario. Sólo sé que la bóveda celeste añadía un tinte fresco y natural que contrastaba con el neón y el mercurio del alumbrado callejero, y que mis pisadas sobre el asfalto no hallaban eco alguno en las casas vecinas.
Sí, pero ¿qué pasó con ella?
Apostaría doble contra sensillo a que cogió un taxi. :)
En fin, yo soy un mero descriptor. Ara bien, si piensas que en esos dos párrafos hay material para un relato, te los regalo.
Qué cachondos estamos hoy :)