Introducción
Leí esta novela por primera vez hace una porrada de años, en 1986, o sea casi cuatro décadas atrás. Era yo entonces un joven ávido de cosas nuevas y el libro me cautivó por completo; también a mis amigos más cercanos, que lo leyeron poco después. Hasta tal punto nos gustó que se convirtió en una referencia en nuestro reducido círculo, objeto de conversaciones, fuente de frases e ideas compartidas, tal vez elemento de cimentación grupal, como esos acontecimientos que fortalecen la camaradería y hasta modelan el carácter común. También nos sirvió para elevar a Gonzalo Torrente Ballester (GTB), si no hasta el Olimpo mismo, al menos hasta el pedestal literario que bien merece. A partir de entonces, sus obras empezaron a abundar en nuestros anaqueles.
Con posterioridad la releí en dos o tres ocasiones, por el mero placer de disfrutar la prosa de don Gonzalo –como mi madre, que fue alumna suya, afectuosamente lo llamaba– y para sumergirme, sin oponer reparos críticos, en las especulaciones filosóficas y, sobre todo, en las ensoñaciones románticas (¿quizá también en las sugerencias eróticas?) de la historia. Estos días atrás, en cambio, a raíz de una conversación sobre inteligencia artificial (IA) con alguien a quien recomendé el libro y que quedó bastante impresionado por él, se me ocurrió darle otra lectura –¿acaso la última?– con una mirada distinta a la de veces anteriores: una mirada a fondo, analítica y valorativa, que no sólo explorase con detenimiento y elucidase hasta el último rizo de su compleja trama (tarea que, antes, mi impaciencia lectora no me había permitido), sino que ahondase en las cuestones metafísicas planteadas por el autor (y en las no planteadas), proyectándolas hacia una probable realidad futura, aunque no muy lejana, que cada vez más gente va tomándose en serio, dado que a ella parece encaminarnos la deriva tecnológica actual; si bien es razonable dudar de que Torrente Ballester, en su día, considerase esa deriva siquiera posible, salvo como divertimento literario.
Pensé, además, que el acusado cambio social y el acelerado avance de la genética y la informática habidos en la última década, así como mi propio desarrollo personal, eran factores que, al condicionar –unos y otros– mis puntos de vista sobre el mundo, la vida y la humanidad, seguramente modificarían el modo como, hasta ahora, había entendido esta obra, que postula precisamente la existencia de un androide dotado de algo bastante parecido a una IA; cosa que no deja de tener su mérito para un libro escrito en 1983, pues si bien es cierto que GTB no fue el primero en echar mano de una idea semejante, no podemos negarle el acierto profético, aunque acaso no buscado, de proponer una realización verosímil del mito de Pigmalión: insuflarle un espíritu, o al menos una consciencia, a un robot con un procesador heurístico. Quizá el antecedente más inmediato del que yo tenga noticia sea la fascinante obra Golem XIV, escrita un año antes por Estanislao Lem, si bien su protagonista, también consciente, era un superordenador estático no antropoide. Otros autores y guionistas de cine también habían propuesto ideas similares, como la computadora HAL 9000 de 2001, Odisea espacial, o los replicantes de Blade Runner, mas el primero no tiene consciencia propiamente dicha y los segundos son biológicamente humanos.
Pues bien: con tales mimbres me propongo confeccionar este cesto.
Argumento
La narración está escrita en primera persona, por su protagonista, a modo de apéndice a sus falsas Memorias Póstumas, un libro cuya edición completa fue confiscada y destruida, salvo un ejemplar conservado en algún lugar muy escondido de alguna universidad norteamericana. En ese apéndice (es decir, la novela) el autobiógrafo nos cuenta su historia, que es la de un ser absolutamente irreal, imposible de todo punto, improbable incluso como metáfora, dotado de un milagroso poder de metamorfosis, y al que a falta de un nombre –pues carece de él- lo llaman, en ciertos círculos, “El maestro cuyas huellas se pierden en la niebla” (en adelante, Maestro, para abreviar); un ser que puede trasmudarse en cualquier otro con tal de que tenga vida (entendida ésta de un modo tan vago y –lamento decirlo– inconsistente, que conduce a GTB a numerosas y serias incoherencias). El relato se sitúa durante la época de la guerra fría y en un mundo del espionaje-ficción, por el cual pululan también una serie de fantásticos –aunque, al menos, no del todo impensables– androides fungiendo de agentes secretos y construidos según el modelo James Bond I, un prototipo de robot ya superado por la técnica.
En algún momento de su existencia, y dadas sus milagrosas cualidades, Maestro decidió dedicarse al espionaje, aunque como juego, por el gusto de divertirse confundiendo y desafiando a los servicios secretos de ambos bloques, sin preferencia por ninguno de ellos: carente de lealtades políticas y movido por su clara preferencia por el equilibrio, se limita a realizar, a iniciativa propia, operaciones que desconciertan o dejan perplejo a uno y otro bando. Durante una de ellas conoce a Irina, una poetisa soviética y espía ocasional para la KGB, “educada en el más riguroso marxismo-leninismo”, que vive en París y a quien encomiendan la difícil misión de desenmascarar y eliminar a Maestro. (Quien no haya leído la novela y tenga intención de hacerlo, es mejor que interrumpa aquí esta reseña si no quere que le estropee el desenlace.) Pero, en lugar de eliminarlo, resulta que se enamora de él; y él de ella. Antes, sin embargo, de retirarse ambos del espionaje para ser felices y comer perdices juntos, deberán ayudarse mutuamente: Irina tiene que proteger a la familia de un científico que se ha pasado al bloque del este, y Maestro debe defenderse de una espía robot norteamericana, el prototipo más avanzado hasta el momento, que llega a París con la orden de encontrarlo y matarlo; una orden programada por el propio Maestro.
Tras una serie de complicadas y del todo increíbles peripecias, que transcurren entre París, Berlín y Moscú, ambos logran sus respectivos objetivos, pero en el último minuto a Irina la alcanza un disparo y muere. Entonces Maestro descubre, estupefacto, que ella era también un androide.
El largo epílogo del libro cuenta cómo Maestro incinera el “cadáver” de Irina y acomete la búsqueda de sus creadores, que lo lleva hasta el genio que fue capaz de insuflarle un espíritu –o algo muy parecido– a la androide. Después se retira a vivir a un lugar costero, cerca de un promontorio sobre el mar desde el que se propone, algún día, esparcir al aire las cenizas de Irina y trasmudarse en vilano. “Si escojo bien el instante -dice- quizá nos lleve el viento al infinito”.
Personajes principales
Maestro es un ser completamente inverosímil (de lo cual nos advierte GTB al inicio de la novela). Él mismo cuenta su historia, que comienza en su segunda infancia: de la primera no conserva memoria alguna: “Carezco, pues, de la experiencia de la piel de mi madre, y no sé cómo mi padre me miraba. ¿Existieron?” Esta frase puede querer apuntar, bien a un origen milagroso o divino, bien a una creación artificial humana. Sus primeros recuerdos se remontan a cuando vivía en la selva como pupilo de Yajñavalkya “el santo”, un legendario sabio hindú que descubrió que Maestro había “recibido de los dioses el don divino de la metamorfosis” y podía cambiarse “en lo que quisiera, con sólo mirarlo, a condición de que tuviera vida”, si bien, también según el gurú, “las mismas piedras están vivas, con esa vida propia de las piedras, y no digamos los seres transeúntes, como las nubes, los aires y las sombras” (aunque, al aire, ¿cómo se lo puede mirar?), de modo que, a efectos prácticos, no hay límite alguno a su capacidad de transformación (aunque sería más exacto decir que esos límites son caprichosos y los establece GTB según le convenga). Al cabo de su pupilaje con Yajñavalkya, éste lo envía a estudiar, y ya no volverán a verse. El muchacho le coge afición a las metamorfosis e inicia un larguísimo peregrinaje corporal, pasando de un ser a otro hasta que, al inicio de esta historia, lo encontramos encarnado, o instalado, en la persona del sargento Maxwell, agente secreto. Desde hace años, Maestro se dedica a hacer travesuras en el mundo del espionaje porque es donde más partido le saca a su don. Por cierto, es importante señalar que, al “trasmudarse” en otra persona, ésta (la verdadera) queda arrugada “como la corteza de un árbol” y apenas con vida vegetativa, en una especie de coma profundo (GTB usa indistintamente las palabras “guiñapo” y “gurruño”). No se nos explica qué ocurre, al trasmudarse en aire o en nube, con el aire o la nube “verdaderos”.
Irina Chernova es una bella muñeca de producción soviética, modelo B3; la réplica de Moscú al proyecto James Bond; pero su “educación” la hizo tan humana e independiente que parece tener alma propia, por lo cual resultó no ser idónea para el servicio para el que fue creada. Desde hace un tiempo vive en París, escribe poesía y, ocasionalmente, la KGB le encarga misiones.
Eva Grudner es otra muñeca, modelo erótico con tendencias de mantis, culminación del proyecto norteamericano Andrómaca, dotada con la técnica más refinada, una programación heurística muy eficaz y un olfato excepcional que le permite identificar a sus “presas” por el olor.
Gastón De Blacas, francés de raza, elegante y distinguido caballero, es el jefe del servicio de inteligencia de la OTAN en París, con empleo de capitán de navío.
Peers, coronel norteamericano destacado en el servicio de inteligencia en París, el homólogo de De Blacas.
Yuri Etvuchenko, coronel del servicio secreto soviético, a la sazón enviado a París para comprar la copia clandestina del Plan Estratégico elaborado por la OTAN. Es amante de Irina.
Max Maxwell, sargento norteamericano, alto gosco y concupiscente, también con destino en París.
Familia Fletcher. Él es un científico británico que trabaja en el desarrollo de la tecnología láser, huido al Berlín rojo (con las manos vacías) para evitar que la OTAN lo fuerce a concluir peligrosas investigaciones. Ella ha quedado en Berlín Oeste, con su hijo. Poseedora de una memoria prodigiosa, se sospecha que ha memorizado los planos y cálculos desarrollados por el marido. Está estrechamente vigilada por ambas potencias: la OTAN, para que no se reúna con el marido; el Pacto de Varsovia, para que no la eliminen los otros.
Ernst Von Bulov, profesor de historia que vive en la RFA, neutral, muy estimado en ambos bloques geopolíticos.
Gunter Wagner, profesor de historia, “uno de esos germanos a los que no ser ingleses les estorba la plena realización de sí mismos y se engañan recurriendo a la decoración”. Vive en Berlín Oeste y es amigo del profesor Fletcher, cuya esposa e hijo tiene acogidos en su casa.
Vladimir Siffel, judío ruso, marxista escéptico. El educador que logró realizar con Irina el milagro de Pigmalión.
James Bond III, la última y más avanzada serie de espías robot en circulación que, entre otras cualidades, se guían –como Eva– por el olfato.
Desarrollo y fallos argumentales
Esta sección es un extracto cronológico, a modo de guía de lectura, de los episodios más relevantes del relato, cuya complejidad es casi diabólica: a la dificultad inherente a las historias de espionaje se suma la milagrosa y caprichosa naturaleza del protagonista. Allá donde procede, voy indicando en cursiva y entre paréntesis cuadrados los fallos argumentales que encuentro. Los más notables los precedo de uno o dos signos de admiración.
Antecedentes o planteamiento (prólogo)
Última década de la guerra fría. Desde hace unos años y sirviéndose de su increíble don, Maestro ha venido realizando una docena de operaciones de espionaje en uno y otro bando que han dejado a todos perplejos, lo cual le ha ganado fama de agente excepcional, misterioso y ambiguo, de nombre e identidad por completo desconocidos, a quien –por su capacidad para desvanecerse– han dado en llamar “El maestro cuyas huellas se pierden en la niebla”. (La niebla es elemento esencial de la novela. Por eso GTB ha escogido el otoño como época del año en que se desarrolla.) Su última operación ha sido elaborar, desde el E.M. del Pacto de Varsovia, un Plan Estratégico de Defensa (PE) para (no contra) la OTAN, a modo de caballo de Troya.
Estamos en París. Encarnado a la sazón en Maxwell, Maestro se metamorfosea en De Blacas para mejor completar la operación anterior. El guiñapo del verdadero De Blacas es enviado a un sanatorio mental y queda al cuidado de su hija, que, no teniendo muy claro cuál de los dos es su padre, se apiada del enajenado. El falso capitán de navío defiende ante el mando supremo la adopción del PE, el cual, no obstante, revela una vulnerabilidad estratégica en el bloque atlantista. Como contramedida, Maestro sugiere que la OTAN elabore, a su vez, otro PE pensado para el Pacto de Varsovia; pero les queda tan perfecto que el mando se asusta ante la posibilidad de que caiga en manos del enemigo y lo adopte, lo cual lo haría invulnerable; así que deciden destruirlo. Pero De Blacas (Maestro) le ha hecho una copia clandestina y la ha ofrecido a los soviéticos.
Entretanto, Eva está a punto de viajar a Europa para encargarse de dos misiones: localizar y eliminar a Maestro, e impedir que Mrs Fletcher se reúna con su marido en Berlín Este y le pase los supuestamente memorizados cálculos del láser.
Trama y desenlace
Día 1. El falso De Blacas ordena su propio secuestro, que se produce ante las barbas del general segundo jefe del cuartel general de la OTAN. Siguiendo, sin saberlo, sus instrucciones, los captores lo llevan a un chalet en las afueras de París y lo dejan allí sin maniatar. A ese mismo chalet, unas horas antes, alguien a sus órdenes había llevado también, maniatado, a Yuri Etvuchenko. Maestro lo desata y le roba la personalidad. Al apoderarse de sus recuerdos, se entera de que dentro de un rato tiene una cita con Irina, cuya misión sólo ella conoce. Ni Yuri ni Maestro saben que Irina pertenece al servicio secreto. Ella, en cambio, sabe que Yuri es un espía y cuál es su misión en París. Durante la cita, que es breve, en una cafetería, Maestro se ve atraído por ella en el aspecto personal.
Al separarse, él acude a una reunión en la embajada rusa, donde entre otros –y además del embajador– está Yussupov, un arrogante jefe del espionaje soviético que “pertenece a esa clase de genios cuya comprensión de la realidad es tan superior a la realidad misma, y sobre todo tan perfecta, que acostumbran a provocar toda clase de catástrofes.” Yussupov teme que Yuri le haga sombra si se encarga de la adquisición del PE, pero, tras mucho debate, éste consigue vencer la oposición de aquél y parte enseguida a concluir el intercambio: entrega el dinero, recoge los documentos y regresa con ellos a la embajada.
Allí, para su sorpresa, encuentra a Irina, dotada de bastante autoridad. [No obstante, él no muestra ningún asombro, que es lo que habría esperado ella, pues sabe que Yuri ignora su vinculación con el servicio.] Al acabar la reunión, ambos van al apartamento de Irina, y al bajar del auto alguien dispara a la joven, pero no acierta. Los amantes se ponen a salvo en el piso. Ella lo felicita por el éxito de la operación [Tampoco aquí Yuri le pregunta cómo sabía que él es agente secreto.] Durante la conversación que mantienen en la cama, Maestro pronuncia la palabra, y esto, a ojos de Irina, lo delata inmediatamente, pues el Yuri que ella conoce no entiende nada de metáforas, ni sabe siquiera lo que son. Por una [inverosímil] asociación de ideas hecha a velocidad de relámpago, Irina se da cuenta de que ese hombre es precisamente el que le han ordenado eliminar, e intenta matarlo con un puñal, pero él se lo arrebata a tiempo. Maestro, entonces, le cuenta su increíble historia, y ella la cree sin mayor dificultad. [! Aunque el lector acepte al milagroso Maestro como tesis de partida, no es de recibo que Irina, supuesta persona de la vida real, se crea semejante disparate. Aparte, tampoco es verosímil que Maestro (un ser mucho más cerca del Olimpo que de la Tierra, que puede transformarse en viento y en sombra, en río y en nube) pueda llegar a interesarse sentimentalmente por una mujer “normal”.] Acuerdan la paz entre ellos e Irina lanza su puñal contra la pared, donde se queda clavado. [Esta floritura, pese a su innegable simbolismo, es muy mejorable, pues un puñal lanzado desde la cama por una mano femenina, aunque sea muy diestra, no se queda clavado en una pared de obra. Lanzarlo contra un mueble o una viga de madera habría sido mucho más plausíble y no habría desmerecido. Esta falta de cuidado en los detalles parece sugerir ciertas prisas de don Gonzalo en concluir esta novela.]
Día 2. De madrugada, Maestro vuelve al chalet y le devuelve su ser a Yuri, recuperando él la personalidad de De Blacas. Durante el “trasvase” va diciéndole al ruso lo que ha hecho el día anterior: la cita en la cafetería, la operación PE y la noche pasada con Irina (salvo los detalles de su conversación con ella, claro está). Cuando el ruso vuelve totalmente en sí, se halla frente a frente a De Blacas tal como lo vio al llegar el día anterior, por lo cual cree que se trata del mismo instante. Sin embargo, también cree recordar lo que Maestro acaba de soplarle al oído, de manera que ambas “realidades” no casan. Pregunta a Maestro: “¿No es de día? Me raptaron a las doce y no ha pasado tanto tiempo.” De Blacas responde que, cuando se despeje, “podrá reconstruir lo sucedido desde ese momento de ayer en que sitúa su rapto”, y acaba felicitándolo por el éxito de la operación PE. Se trata de la confusión habitual en que quedan los personajes a los que Maestro suplanta, una vez los reintegra a su ser [cosa que no siempre hace, lo cual significa que va dejando por el mundo un reguero de gurruños babeantes en coma profundo].
Antes de tomar su vuelo de regreso a Moscú, el verdadero Yuri, aún perplejo, se despide de Irina. Entretanto, el falso De Blacas vuelve a su despacho [!! y nadie se extraña de verlo allí, pese a que lo habían raptado ante los ojos del general 2º jefe]. Hace una llamada para enterarse de quién está persiguiendo a Irina y por qué intentaron matarla: ha sido orden del mayor Clay, desde Washington. También recibe una llamada de su colaborador en Nueva York, que le dice que Eva vuela hacia París para interrogarlo. Eva ha identificado –correctamente– a De Blacas con el misterioso y hábil Maestro (aunque no sepa que es un ser milagroso) y además lo cree responsable –también correctamente– de la filtración del PE.
A las 11:00 acude a una reunión del consejo de seguridad. Para asegurarse de que el mayor Clay deja en paz a Irina, ordena a sus agentes en EE.UU. que lo secuestren. Después va a una nueva cita con Irina, a quien resulta que un James Bond III está siguiendo los talones. Como estos JB III se orientan por el olfato, Irina y De Blacas logran despistarlo arrojando al suelo un frasco del mismo perfume que usa ella. [Este recurso literario, además de mediocre, resulta aquí poco acertado, pues si basta con ponerse una colonia para poder despistar el olfato de los perseguidores estallando un frasco contra el suelo, o pulverizando el perfume sobre un objeto cualquiera, resultaría muy fácil sustraerse al seguimiento de los sabuesos.]
Una vez le han dado esquinazo a JB III se refugian en el apartamento-fortaleza permanente de Maestro. (En ese instante Eva llega al aeropuerto de París-Orly.) Maestro le explica a Irina que él, al metamorfosearse, adopta la forma y materia de los suplantados, pero en el fondo siempre es él mismo. [! Si, al trasmudarse, lo único que conserva de sí mismo es su consciencia, su yo, ¿cómo puede ser detectado por el olor? Cada cuerpo huele diferente.] Almuerzan juntos y, después, De Blacas va a su despacho, donde lo espera una Eva plenipotenciaria para interrogarlo. Como resultado, ella le comunica que queda bajo arresto, pero él, sirviéndose de un fiel colaborador y mediante signos en clave, se las arregla para que traigan al gurruño del verdadero De Blacas (había quedado, recordemos, en un sanatorio mental). En cuanto llega, también mediante una estratagema, consigue devolver a De Blacas su ser, recuperando él la forma de Maxwell, su anterior “huésped”; de modo que el auténtico De Blacas queda arrestado, pero Maestro no consigue engañar al olfato de Eva, así que ésta grita a los guardias “¡Cojan a De Blacas!”, pero señalando a un Maxwell que, gracias a la lógica confusión que se produce, logra escabullirse.
Maestro vuelve a su refugio, junto a Irina, a quien el nuevo aspecto físico de nuestro protagonista le desagrada bastante. Al cabo de un rato, Eva logra llegar hasta allí, pero no encuentra la puerta, disimulada en la pared del corredor. Maxwell e Irina están viéndola por las cámaras de seguridad que Maestro tiene instaladas. De pronto la agente empieza a tantear en busca de un enchufe: está quedándose sin batería; pero, como no encuentra ninguno, se le agota la energía y se queda sentada, inerte, a la espera de que cualquier JB III, al recibir el SOS automático que emite el robot en coma, venga a rescatarla. [! Los ojos del muñeco Eva no son sólo para darle apariencia humana, sino auténticos dispositivos de visión, así que es absurdo que busque a tientas un enchufe en un corredor iluminado. Al intentar subrayar, con este efecto dramático, la naturaleza mecánica de Eva, GTB no titubea en incurrir en tontas incoherencias. Peor aún: no es creíble que un androide tan avanzado como Eva, o los JB III, carezcan de un algoritmo que los alerte de “batería baja” y les permita buscar recargarla sin riesgo de protagonizar ridículas escenas junto a un enchufe.] Maxwell e Irina, de momento a salvo, se acuestan, si bien cada uno por su lado.
Día 3. Maxwell lleva a Irina al piso de ella [! Al salir del refugio no hay ni rastro de Eva, que no obstante debería estar, desde hace horas, en pleno funcionamiento y acechando su salida] y luego se reúne, en el cuartel general, con el coronel Peers, a quien suplanta momentáneamente para acudir como tal (y con el objeto no muy claro de alejar las sospechas que pesan sobre Maxwell) a una reunión de jefazos en el salón de la chimenea, donde –entre otros– se encuentra el verdadero De Blacas (Eva, al comprobar que no era Maestro, le había levantado el arresto), aún incapaz de salir de su turbación y de casar sus recuerdos con los acontecimientos de los pasados 80 días (el tiempo durante el cual Maestro ha usurpado su personalidad). También está el general segundo jefe. [Hay una notable y no deliberada confusión, en la novela, con los generales en jefe 1º y 2º. No se nos aclara cuál es cuál, quién fue el que dimitió, ni cómo se llama cada uno. Otra muestra del descuido en los detalles.] Maestro (ahora Peers) les explica a todos que hay un suplantador, nada menos que El maestro cuyas huellas se pierden en la niebla, lo cual daría cuenta de las varias paradojas producidas. Les dice tambéin que, al parecer, ese misterioso espía está ahora planeando ayudar a Mrs Fletcher a pasar al Berlín rojo, cosa que reestablecería el equlibrio de amenazas mutuas a ambos lados del Telón, y acaba informándolos de que él, “Peers”, va a ir a Berlín para encargarse del tema. Tras la reunión, Maestro restituye al coronel su ser, él vuelve a ser Maxwell y de nuevo se escabulle.
Al regresar a su refugio, se encuentra allí una carta de Irina junto a un curioso anillo, con valor familiar para ella, que le había llamado la atención (a él) cuando la conoció. Piensa –aunque la joven no le ha dicho nada– que quizá le han encomendado la misión de proteger a Mrs Fletcher, así que decide viajar a Berlín Oeste con la esperanza de encontrarla allí. A tal fin, y dado que ahora lo persiguen como Maxwell, se trasmuda en Paul, el portero de su edifidio. Mete al guiñapo resultante en una maleta [estas maletas con cuerpos dentro son un recurso peliculero muy pobre, pues un bulto de semejante volumen y peso se transporta con enorme dificultad y, además, no pasaría desapercibido a las autoridades fronterizas], lo factura a Berlín con idea de devolverle allí su personalidad y reenviarlo a París, y como falso Paul toma un vuelo ese mismo día. Antes, ha estado deliberando sobre alguna persona idónea en quien transmudarse de manera permanente y que pueda gustarle a Irina: se ha decidido por el profesor de historia Von Bulov.
A su llegada a Berlín, tras alojarse en una pensión, Paul acude a echar un vistazo al domicilio donde residen Mrs Fletcher e hijo (y donde, por tanto, espera encontrar también a Irina), pero no sabe cómo colarse en él. [! No resultan convincentes las explicaciones según las cuales no le serviría trasmudarse en viento (“las ventanas están cerradas”) ni en lluvia (“podría no haber ninguna gotera”), ya que bien podría trasmudarse en hormiga que pasa bajo la puerta, por ejemplo. Habría quedado mejor no intentando explicarlo.] Tras algunas averiguaciones, se entera de que ese domicilio es de Gunter Wagner, el amigo del Sr. Fletcher que tiene acogida a su esposa e hijo. Luego recupera de consigna el gurruño del auténtico Paul, hace el trasvase de personalidades inverso y queda una vez más como Maxwell. Al portero, totalmente aturdido, le entrega un billete de vuelta a París y lo despacha.
Recurre entonces a Mathilde, una puta (la mítica puta de buen corazón, personaje frecuente en las novelas de GTB), vieja amiga de la que Maxwell es cliente hace tiempo. Acude a su casa y ella le dice que lo andan buscando cien sabuesos. [¿Cómo lo sabe? Debe de habérselo escuchado, muy oportunamente y pese al poquísimo tiempo transcurrido, a algún otro militar cliente suyo. Sencillamente, esto no cuela..] En efecto, Eva ha llegado ya a Berlín [aunque no se nos dice cómo ha recuperado su pista, que perdió al quedarse sin baterías junto al refugio de Maestro] con su cohorte de cien JB III, y van pisándole los talones. Llama a su pensión y confirma que sus perseguidores ya han estado allí, así que no puede volver ahí. Comprende que ha subestimado a Eva y empieza a tener miedo de que lo maten. [!! Un ser que puede trasmudarse en niebla o en sombra es invulnerable. ¿Miedo? Él mismo, en otro pasaje, dice que “cambiarme en niebla es una bonita manera de escaparme a cualquier persecución.”] Maxwell y Matilde van a un bar y trazan un plan: para escapar del olfato de los sabuesos, él se meterá en un canal, nadará un tramo y emergerá en un punto donde ella estará esperándolo con ropa seca. [Esta escena barata copia ce por be las películas de Hollywood en que un recluso huido se mete en un río para que los perros policía que lo persiguen pierdan su pista olfativa. Resulta tan mediocre que cuesta creer que a GTB no se le ocurriese nada mejor. Peor aún: al incidir con tanta insistencia en la idea de que están siguiéndolo casi sólo gracias a su olor corporal, se pone más de manifiesto el sinsentido de que conserve un olor propio a través de sus metamorfosis.]
La estratagema resulta exitosa. Mathilde lo lleva a una habitación en las traseras de un garito de confianza [esta abundancia de los garitos de confianza, deus ex machina de la literatura y el cine, resulta siempre de lo más conveniente, pero poco plausible], donde lo deja temporalmente a salvo. Se despiden. Ya es medianoche.
[Todo esto ha ocurrido en el transcurso de un sólo día. Sorprendente.]
Día 4. De madrugada, Maxwell toma un vuelo a la RFA para suplantar a Von Bulov. Tras buscarse un hotelillo, llama a casa de Mathilde, pero descuelga el teléfono Eva, que está interrogándola con modales de gángster. Le dice (a Eva) que deje a la puta en paz, que no sabe nada de Maestro, y cuelga. Luego llama a Von Bulov y, contándole una historia cualquiera, quedan para entrevistarse en la universidad. Lo hacen. Tras conocerse y charlar un rato, Maxwell vuelve al hotel y llama otra vez a Mathilde, esta vez al cabaret donde trabaja. Ell le cuenta que Eva la dejó tranquila, y también que ha conseguido alguna información sobre Irina [otra vez, ¿cómo? ¿En sólo una noche, gracias a su profesión de puta con clientela del mundo militar? Poco creíble]: se ha colocado de niñera residente, en casa de Gunter, para cuidar del hijo de Fletcher. Maestro decide precipitar la suplantación de Von Bulov, lo llama de nuevo, le dice que tiene que marcharse inesperadamente y le pide que hablen otro rato esa misma noche. Metamorfosis y gurruño al sótano. Luego, en lugar de tomar un avión, para más seguridad coge el auto de Von Bülov y conduce de vuelta a Berlín Oeste. Gracias a sus contactos no le ponen obstáculos en ninguna frontera, ni los de allá ni los de acá. Llegado a Berlín, se aloja en un hotelito. [GTB siempre tiene bajo la manga uno de estos hotelitos discretos y tranquilos, que quizá abundaran en sus tiempos pero que yo, viajero impenitente, nunca encuentro por ningún lado. ¿Existen?]
Día 5. Por la mañana temprano llama a Gunter y se entrevistan a las 10:00 en el despacho de éste. [!! En la conversación, Gunter se refiere a la nueva niñera del hijo de Fletcher (Irina) en términos de “suele hacer”, “siempre va”, los cuales indican una prolongada convivencia; pero ella lleva escasas 48 horas viviendo en esa casa. Fallo garrafal.] Tras asegurarse Gunter, en lo posible, de que Von Bulov es de fiar, lo invita a comer a su casa y van los dos para allá.
Encuentro cordial y amena sobremesa. Están todos: Gunter, la Fletcher e hijo, Irina y Von Bulov. Comida, música y canciones. Ambiente cálido y familiar. Al final, para que Irina lo reconozca, Von Bulov se pone el anillo que ella le regaló a Maestro. Con una disculpa cualquiera, acabada la reunión salen juntos los tortolitos, van a un café y allí se comprometen. [! Sólo han transcurrido cuatro días desde que se conocen, y se han visto apenas otras tantas veces, usurpando Maestro tres personalidades diferentes. Las probabilidades de que Irina se haya enamorado de él son nulas.] A todo esto ven llegar a Eva y, por los pelos, Von Bulov logra escabullirse a Berlín Este, dejando a la androide con dos palmos de narices junto a la barrera, manoteando, pero sin autorización para cruzar. Maestro busca alojamiento –nadie lo adivinaría– en un hotelito discreto y tranquilo del Berlín rojo.
Día 6. Por la mañana, a las 9:30, se entrevista con el coronel Herr Wieck, jefe del servicio secreto del Pacto de Varsovia en Berlín, y le dice que esa misma tarde Mrs. Fletcher e hijo se presentarán en la Puerta de Brandenburgo para pasar a este lado del Telón y reunirse con su marido, así que deberán estar prevenidos. Así mismo, le dice que va a entregarle a una espía norteamericana, la cual acudirá a la barrera en pos de los Fletcher, para lo cual necesita que le extienda un pase a nombre de Eva.
Regresa a Berlín Oeste y acude a una nueva cita con Irina, a mediodíá, en el parquecillo donde ella pasea con el niño de los Fletcher. Arrumacos y conversación sobre sí mismos, sobre su futuro. Pero cien sombras van emergiendo de la espesa niebla y acercándose lentamente a ellos, como el bosque de Sherwood, desde todos los rumbos de la rosa. Ante el peligro inminente, Irina y el niño vuelven a casa de Gunter mientras Maestro, sin escapatoria [! pese a la niebla en la que podría haberse trasmudado], es arrestado por Eva y conducido al cuartel general. Allí, los mandos están esperando a que la espía les traiga por fin al famoso, astuto y misterioso espía.
En un gran salón, ante el estupor de los altos oficiales, se presenta Eva escoltando a Von Bulov. Como el profesor es amigo de todos ellos, hay una protesta general y tiene lugar un grave debate. Allí está, por cierto, el coronel Peers. Maestro convence al cotarro de que le permitan una breve entrevista privada con Eva en un cuartito adjunto, y aprovecha para suplantarla. La falsa Eva sale un momento del cuarto y, plenipotenciaria, ordena a los jefazos que suspendan inmediatamente la vigilancia de la Fletcher, pues de ese asunto va a encargarse ella en persona (por más señas, les muestra el pase expedido por Wieck). Regresa al cuartito adjunto y, durante el proceso de devolución de la personalidad a la androide, la instruye para que vaya esa tarde a la puerta de Brandenburgo y que, una vez al otro lado, pregunte por Wieck. De vuelta ambos en el gran salón, Von Bulov revela a los jefazos, y a la propia Eva, que ella es un androide. Para demostrarlo, pronuncia una frase mágica, especie de abracadabra, que dispara en Eva el “modo erótico”. En efecto, ésta les hace un striptease [! Ese abracadabra no podía de ningún modo conocerlo Von Bulov, pero a nadie parece extrañarle]. En mitad de la función, ya muy escasa de ropa, Eva se queda también, de nuevo, escasa de batería; se recarga en un enchufe cercano, se viste y se marcha como si tal cosa. Los demás, perplejos, disuelven la reunión sin haber decidido nada sobre el arresto de Von Bulov, que por tanto queda libre. Sólo entonces, cuando ya camina por la calle charlando con Peers, Maestro se trasmuda en niebla y desaparece ante el estupor de aquél.
Tal como estaba planeado, a las 16:45, en la puerta de Brandenburgo, Irina acude con Mrs. Fletcher e hijo para acompañarlos a cruzar la frontera. Unos minutos después llega Von Bulov y se reúne con Irina para ver cómo Eva cruza también, sin saberlo, hacia su propia perdición. A las 17:00 pasa Eva en el coche y, al ver a Maestro, le dispara. Irina se interpone, recibe el balazo y “muere” invocando a Dios. Unos cablecitos asoman por el orificio creado por el proyectil.
Epílogo
Maestro se queda atónito, incapaz de encajar el golpe. Cuando se recobra, comprende que lo más perentorio es decidir qué hacer con la muñeca que tiene en los brazos. Primero piensa en enterrarla, pero descarta la idea porque –dice– un día alguien podría encontrar esa maquinaria incorrupta bajo tierra y, entonces, “¡qué historias!” [! Esto es una bobada monumental. Por un lado, Irina enterrada en un lugar bien elegido no tiene por qué ser hallada en cien años. Por otro, caso de encontrarla alguien un día, ¿qué podrían importarle a Maestro esas hipotéticas “historias”?] Piensa también en repararla, pues el fin y al cabo se trata de un mecanismo, pero lo descarta porque no tendría sentido estar casado, a sabiendas, con un robot. De momento, lo mete en el coche y, sin saber qué hacer, pasa la noche recorriendo las calles.
Día 7. De madrugada intenta que la incineren, pero el encargado del horno al que acude no está de acuerdo. [! No hay razón por la que Maestro no pueda trasmudarse en ese encargado e incinerar a Irina él mismo.] Finalmente decide meterla en una maleta y facturarla a París, a nombre de Maxwell. [De nuevo una maleta con un cuerpo dentro viajando por los aires.] Conduce de regreso a casa de Von Bulov, en la RFA, y le devuelve su ser, tras lo cual, una vez más como Maxwell, coge un avión nocturno hasta Berlín Oeste y se presenta en casa de Mathilde (día 8), en cuyos brazos halla un magro consuelo la noche siguiente. [No sé muy bien el porqué de este viaje a Berlín, sin aparente valor ni utilidad para la historia.]
Día 9. Vuela a París, recupera la maleta con Irina y, sobornardo a un funcionario (“Un funcionario latino –explica Maestro– es siempre peor que su colega alemán, pero bastante más humano, aunque sólo sea con la humanidad de lo pecaminoso y lo venal.”), consigue por fin incinerarla. Después acude al apartamento de Irina, recoge su lencería y la mete en una caja, junto el cofre de las cenizas, que a continuación deja en custodia a un pope ruso en la catedral ortodoxa. Le escribe una carta a Peers explicándole absolutamente todo [¿para qué?] y regalándole todas sus pertenencias, tras lo cual se marcha de nuevo a Berlín Oeste, donde se despide de Mathilde para siempre.
A partir de ahí, comienza un largo periplo (espacial y corporal) en busca de los creadores de Irina. Al cabo, llega hasta Siffel, el judío que la educó (tras lo cual fue internado en un sanatorio mental). Tienen una larga conversación pseudo-filosófica que, en resumidas cuentas, no saca a Maestro de su perplejidad. [Entre otras cosas, Siffel le cuenta que no le gustó el resultado de Irina, pero siendo ésta un robot nada habría impedido un vaciado de memoria y una reeducación desde cero. Distinto sería si en lugar de un robot se tratara de un replicante a lo Blade Runner.] Así que vuelve a París, recobra las cenizas y se trasmuda en un británico que estaba a punto de suicidarse (y tira piadosamente al río al guiñapo resultante). Por último, se retira a Ibiza a meditar y a escribir este apéndice a sus Memorias. Incapaz de descartar la posibilidad de que él mismo sea también un androide, no se atreve, en cambio, a comprobarlo; pero sabe que algún día lo hará, y entonces se convertirá en vilano y se irá con Irina al infinito.
Fin.
Crítica, interpretación, paralelismos y consideraciones filosóficas
A la hora de abordar una crítica de esta novela, cabe en primer lugar preguntarse si GTB aspiró a algo más que contar una bonita historia de amor. Entre las muchas frases brillantes atribuidas a Salvador Dalí, una decía algo así como: “El hecho de que yo no entienda lo que significan mis cuadros no significa que no tengan sentido.” ¡Cuánta tinta se ha derramado intentando encontrar sentidos ocultos, significados arcanos, en obras donde no había ninguno! GTB era muy inclinado a divagaciones poéticas, equívocas, misteriosas, pero nunca estuve seguro de que, en general, tuviesen otro fin que el mero jugar con la semántica y la gramática, lo vago y lo equívoco. Es, pues, del todo posible que con esta novela no tratase de decir nada especial y que, por tanto, cualquier intento de interpretarla sea estéril o, peor aún, me conduzca a ideas que él no pretendió comunicar, que tal vez ni siquiera pensó. Aún así, la materia que este libro proporciona se presta a interesantes divagaciones y, lo quisiera GTB o no, tampoco hay razón para renunciar a ellas.
Respecto a la naturaleza de Maestro
De todos los personajes que GTB creó en su carrera, Maestro es quizá el más inconsistente e inasible desde un punto de vista literario. De hecho, me cuesta trabajo imaginar por qué se complicó la vida con él de esta manera, es decir, por qué lo dotó de cualidades tan confusas y caprichosas. Para el desarrollo de su relato, sobre todo teniendo en cuenta la dinámica de las metamorfosis que describe, le habría bastado con que fuera capaz de trasmudarse en cualquier otro individuo del reino animal o –si se me apura– otro ser vivo. Pero lo de convertise también en viento, niebla o sombra, además de ser innecesario, conduce a serias contradicciones. Ejemplo: al trasmudarse en otra persona tocándola y mirándola a los ojos, adquiere su figura y también sus pensamientos, al tiempo que el suplantado queda no muerto, sino hecho un pelele vegetativo para los restos (a no ser que lo restituya después a su ser por el mismo procedimiento); bien; pero si se trasmuda en viento o en niebla, ¿qué ocurre con el viento o la niebla “reales”? ¿Con qué cerebro o sistema nervioso actúa el Maestro hecho sombra? ¿Dónde se halla, empieza o acaba el aire? ¿Cuáles son sus límites? Para que tal cosa fuera aceptable (literariamente, claro está) Maestro tendría que ser no ya un ser humano con un don divino, sino la propia Divinidad. Y no es que haya ningún impedimento en aceptar a un dios como personaje literario (que, como después razonaré, no es el caso) que deambula por una novela en forma de hombre, árbol, arena o lluvia, pero si así fuera, entonces ninguna de las peripecias que se narran en la novela, ninguno de los peligros que arrostra Maestro tendría el más mínimo sentido.
Otro ejemplo: dado que puede trasmudarse en cosas imperecederas, como las piedras o el viento, así como en cualquier otra persona, como por ejemplo un niño, ¿debemos entender que es inmortal? Si llegara a envejecer, ¿no le bastaría con suplantar a un joven? O a la inversa: si se trasmuda en una sombra y en ese momento el cielo se encapota, ¿desaparecería Maestro para siempre? Y si puede convertirse lo mismo en hombre que en mujer, ¿cuál es su sexo?
Por otra parte, la tesis de un origen artificial (otro androide) en lugar de divino tampoco resolvería ninguna de las incoherencias apuntadas. Cierto es que, siendo una novela de ciencia ficción, donde los seres artificiales tienen especial protagonismo, y dado que Maestro no tiene recuerdo alguno de su primera infancia (como si lo hubiesen echado al mundo siendo ya un niño de 5 ó 6 años), eso podría apoyar la idea (sugerida, además, por él mismo como duda en varios pasajes) de que sea una creación de la técnica, un “objeto” con capacidad para tomar la apariencia de otros, como ese hombre líquido en Terminator 2. Pero esto sigue sin explicar el absurdo de las metamorfosis en sombra o en nube. Irina, en una ocasión, le sugiere que, tal vez, él sólo ha imaginado dichas metamorfosis, o que le han programado creerlas, pero el relato nos cuenta lo contrario: que son “reales”, y no parte de unos recuerdos implantados.
En alguno de sus libros biográficos, no recuerdo cuál, Torrente Ballester escribe que lo importante de un relato de ficción no es tanto la verosimilitud del planteamiento como que, una vez establecido éste, por más fantasioso que sea, todo lo demás ocurra con arreglo a las leyes de la lógica y la coherencia. Él, por tanto, tenía que saber mejor que nadie que Maestro era un personaje mal definido y que su capacidad de metamorfosis estaba concebida con notable descuido. De hecho, en cierto momento el protagonisa dice de sí mismo: “Sería inteligente que se me entendiera como un sistema de paradojas en equilibrio inestable del que no me siento autor”, y en otro pasaje le dice a Irina: “Tus poemas me parecieron los actos incoherentes de un personaje literario mal hecho; pero, aun incoherentes, pueden tener sentido”. Pienso que estas frases pueden ser una sutil una confesión, en la que GTB nos dice que es consciente de que también su protagonista, como los poemas de Irina, es un personaje literario mal elaborado. Acaso, por las razones que fuera, sencillamente no se tomó la molestia de redondearlo, de darle más consistencia.
Cuestión distinta es: ¿por qué ese descuido? Para esto, sólo se me ocurren dos hipótesis, no necesariamente excluyentes. Una es que tuviese gran premura por escribir esa historia y no le importase que su falta de consistencia, contra la que él mismo alertaba, redundase en una menor calidad del relato. Como ha quedado ya patente, la novela contiene numerosos fallos argumentales, y bastantes de sus episodios están elaborados con evidente incuria. La otra es que empezase a escribir esta novela por el final: es decir, por esa evocadora frase con la que el libro acaba, que además le da título –fruto acaso de un momento de especial inspiración– y a la que no estuviese dispuesto a renunciar, aunque tuviera que sacrificar a ella la lógica del protagonista; y es que sólo pudiendo convertirse en vilano era posible dejarse llevar por el aire, hasta el infinito, en compañía de las cenizas de Irina.
Interpretación del personaje
Una cosa es su naturaleza y otra es cómo interpretarlo. ¿Qué significa Maestro y qué quiere representar GTB con él? A don Gonzalo le obsesionaban las metáforas: fueron un concepto recurrente que impregnó toda su obra. No sé si habrá uno solo de sus libros en el que no aparezca esa palabra; así que tal vez convendría empezar por ahí. Aunque sólo sea por la curva de Gauss, lo más probable es que Maestro sea una metáfora. Ahora bien, ¿una metáfora de qué?
Dado su origen ex nihilo, su don milagroso, su capacidad de trasmudarse en casi cualquier cosa, ¿se trata de una divinidad, como apunté más arriba? Desde luego, bien podría serlo, aunque tal vez sólo una divinidad del politeísmo pagano; pero, aun así, me parece que no. No era su estilo. Cuando en sus novelas introducía GTB la idea de Dios, cosa que hacía con asiduidad, abordaba la cuestión o en serio o en un tono inequívocamente humorístico. Pero me parece claro que Maestro ni es una broma ni un dios medianamente serio. Dicho sea entre paréntesis, la verdad es que nunca supe si don Gonzalo era creyente o agnóstico. Aunque a Dios lo menciona, como a las metáforas, en casi todos sus libros, no le recuerdo ninguna frase clara en un sentido u otro. Puede que fuera uno de esos creyentes que dudan, o bien un agnóstico con un fuerte sentido del misterio, lo insondable y lo espiritual, con especial atracción por lo mágico, gallego como era al fin y al cabo. Acaso lo más probable es que tuviese una idea de Dios que no se ajustara a los cánones establecidos, al dogma eclesiástico. Siffel, el educador de Irina, dice lo siguiente de los científicos que la fabricaron: “Son materialistas de la peor especie: lo son porque se creen en la necesidad de serlo. En el fondo, todos creen en Dios, pero le tienen miedo, no a Dios, sino a su propia creencia. Viven como si tuvieran en casa un huésped al que no quieren ver, y le cierran las puertas. Les da vergüenza y lo esconden.” Interesantes palabras, ¿no es cierto? A más de un ateo le convendría meditar sobre ellas.
En cualquier caso, me parece que no es esta una novela protagonizada por la Divinidad, ni siquiera en forma de metáfora. El propio Maestro se pregunta por Dios en una de sus frases, lo cual resta fuerza a la idea de que él lo fuese: “¿Qué sabemos de Dios? Hay quienes lo entienden como Razón, pero también quienes lo temen y acatan como Capricho. Pero no debemos descartar la posibilidad de que Dios se haya manifestado como Azar. Quizás el azar infalible, cuyo secreto sólo conoce el que lo crea, puede servirnos de metáfora.”
Pero si descartamos la interpretación divina, entonces ¿qué representa Maestro? Los pasajes donde se describe o refiere a sí mismo, como el siguiente, no ayudan gran cosa: “El que me hizo me lanzó al mundo como experiencia, como burla o como juego. No se le ocurrió pensar que me apeteciera ser feliz, como un hombre cualquiera. Me dio, en cambio, esta conciencia incansable que me pregunta ‘¿Quién eres?’ Aquí no tengo a nadie que, como Irina, me diga ‘eres tú’, de modo que estoy a punto de dejar de ser yo.” Aun así, esto quizá nos dé una pista.
Se me viene a las mientes, por ejemplo, una de las novelas de GTB que se titula, ni más ni menos, “Yo no soy yo, evidentemente”. Y es que otro de los elementos presentes a lo largo de su trayectoria literaria es el de las personalidades múltiples. En bastantes de sus relatos aparecen personajes con más de una personalidad (quizá el ejemplo más destacado sea La saga/fuga de J.B., en que el protagonista es siete J.B. diferentes), y él mismo “padecía” ese trastorno (aunque más bien habría que decir que se lo imaginaba), como cuenta en su libro autobiográfico Dafne y ensueños. Un mismo individuo en el que pugnan varias identidades, que pelean por prevalecer, por adueñarse del cuerpo y la conducta. Ésta fue, junto con las metáforas, otra de sus obsesiones. Por eso me parece verosímil que Maestro sea, simplemente, uno más entre sus protagonistas con este “síndrome”, el alter ego de don Gonzalo.
Y, hablando de alter ego, hay un par de datos más que parecen confirmarlo. Por una parte, acaso Maestro venía a expresar, en parte, lo mismo que ya dijo Saint-Exupéry en El Principito: que “no se ve bien sino con el corazón” y que “la verdadera belleza está en el interior”. Lo esencial del ser humano es su espíritu, la apariencia es lo de menos. GTB no tenía lo que se dice una estampa gallarda: era un hombre más bien feote, de gruesa nariz, miope, con gafas de culo de vaso y –a partir de cierta edad– además oscuras, a causa de su hipersensibilidad a la luz. Tal vez estas circunstancias lo hiciesen más proclive a desechar la apariencia física como medida de la belleza. Por otro lado, Maestro es, también como él, un pacifista realista: las operaciones en las que interviene como espía revelan ambigüedad ideológica y van encaminadas, en general, a mantener el equilibrio de poder entre ambos bloques, sin tomar partido por ninguno. Tales inquietudes quedan de algún modo expresadas en este pasaje de la novela:
“¿Existe hoy alguien en el mundo capaz de resistir la tentación del poder universal y absoluto? El mundo está regido por hombres íntimamente menoscabados que sólo se sienten seguros y grandes si se asientan sobre infinitas, irresistibles armas. El equilibrio del terror, segunda solución, ofrecía las fáciles ventajas de cualquier equilibrio, siempre precario y con la tremenda amenaza del aniquilamiento mutuo como añadidura. La tercera solución, la paz, me parecía de momento utópica, y la esperanza de que surgiera una tercera fuerza con más poder que las actuales sumadas, capaz de imponerles el buen sentido, por mucho que fuese deseable, no dejaba de ser una esperanza estúpida.”
Por último, igual que a don Gonzalo, a Maestro también le gusta el juego: para éste, rizar el rizo era encargar a otro de su propia persecución, que es lo que encargó a Eva en esta historia: porque le parecía “de todos los juegos posibles, el más peligroso”; lo hizo “como jugador imaginativo, de gran clase, a quien no importa el triunfo sino los caminos que llevan a él.” Esto, por cierto, podría en parte explicar (aunque nada le habría costado a GTB decirlo expresamente) por qué no quiere huir de Eva convirtiéndose en niebla: habría sido demasiado fácil, y a Maestro le gustan los desafíos. Se propone humillar a los creadores de Eva entregándola al Pacto de Varsovia.
Pese a todo lo dicho, me temo que debo dejar abierta la interpretación de este personaje, porque no alcanzo ninguna conclusión que me resulte del todo convincente.
Irina
No obstante, el personaje que más me fascina, el que más juego filosófico y especulativo da, el de más actualidad, el causante de que haya vuelto a releer esta novela precisamente ahora, en los tiempos que corren, es Irina. Una androide a quien se le inventa una infancia (como a Eva), se le implantan unos recuerdos, y llega a adquirir una consciencia de sí misma o, cuando menos, se comporta como si la tuviera. Pues, ¿qué separa la inteligencia humana de la artificial? Sabemos que la segunda está aún en pañales, pero seguramente se desarrollará mucho más, y ya no es impensable que algún día haya androides con un cerebro inorgánico cuyas respuestas intelectuales (y acaso emocionales), cuyas capacidades cognitivas y de aprendizaje, no desmerezcan ante las nuestras, si es que no las superan. El llamado Test de Turing estudia precisamente esta proximidad. En él, un evaluador humano entra en conversación ciega, por escrito, con otro para que determine si está interactuando con una máquina u otro ser humano. Los resultados son llamativos: algunas IA han logrado engañar al evaluador en el 33% de los casos. Es probable, o casi seguro, que este porcentaje de éxito vaya aumentando en los años venideros. Cuando esté cercano al 100%, ¿qué nos separará ya de la máquina? ¿La consciencia de existir? ¿Y cómo podemos estar seguros de que el programa de IA no la tiene? ¿Acaso sabemos lo que es la consciencia, o para qué sirve?
Uno de los enigmas que más intrigan a los biólogos evolutivos es, precisamente, para qué sirve la consciencia. ¿Cuándo aparece a lo largo de la evolución, y por qué? De hecho, se cree que el ser humano podría haber sobrevivido perfectamente sin ella: no es necesaria para conseguir alimento, ni para procrear, defenderse de los depredadores, construir herramientas, guarecerse de la intemperie… Claro está que las sociedades actuales no habrían podido surgir si no tuviésemos consciencia, pero ésa no es la cuestión. El homo sapiens existe desde hace medio millón de años, y las sociedades de entonces, pequeños grupos tribales, habrían sido viables sin que sus componentes tuviesen consciencia.
Aparte, si –como digo– tampoco sabemos exactamente lo que es, dónde reside o cómo se adquiere, ¿podemos afirmar categóricamente que la IA no la tiene, o que no la tendrá nunca? Si no me equivoco, hasta donde sabemos los recién nacidos no tienen consciencia, sino la capacidad para adquirirla. Si la consciencia es algo indefinible que se desarrolla con la interacción con los demás, el lenguaje, los procesos intelectivos que van desarrollándose al crecer, la asociación de ideas adquiridas, ¿no podría un androide desarrollarla también? Maestro dice: “Los mismos que construyen los ordenadores imitando el cerebro humano intentan ahora explicar el cerebro humano por mera comparación con las computadoras, pero esto no es más que una prueba de estupidez.” Quizá –digo yo– fuese una prueba de estupidez en 1983, cuando don Gonzaloescribió esta novela, pero a lo mejor cada vez lo es menos.
Y aun si la IA no tiene consciencia, ni alma, ni espíritu, ¿de verdad importa? Imagínese el lector que un día descubre que su pareja, de la que está muy enamorado, con la que lleva viviendo bastante tiempo y con quien tiene una saludable, edificante y duradera relación en todos los aspectos, es un androide. ¿Se separaría de ella? Supongamos, para salvar la objeción inmediata que va usted a hacerme, que no tienen hijos ni quieren tenerlos. ¿Se separaría? ¿Pensaía: “Es un robot y ya no la amo, o no puedo seguir amándola”?
Cuando Maestro consigue dar con Siffel, éste compara a Irina con un personaje literario, y me parece una comparación de lo más acertada: “¿Qué más da una imagen viva en las palabras o una muñeca en acción? Yo inventé a Irina como a un personaje literario, eso es todo.” Si podemos empatizar con los personajes ficticios, y sin duda lo hacemos, no parece haber impedimento para que veamos a un androide, siempre que esté lo bastante bien diseñado y “educado”, como a una persona de verdad.
Al atormentado Maestro, no obstante, le importa mucho más el aspecto espiritual, porque no deja de preguntarse si la muñeca llegó a tener alma. Por eso le dice a Siffel: “Cuando Irina salió de sus manos, ¿sabía usted que acabaría escribiendo poemas, dejándose arrebatar por lo Inefable, y llamando a Dios al morir?”
La respuesta que obtiene es hermosa y solemne, quizá un punto teatral, pero no por eso menos filosófica y profunda: “Cuando la tuve hecha, le soplé en la frente. ¿No lo había imaginado? Soplé en su frente y un alma le creció dentro. Cuando salga de aquí, llenaré el mundo de mujeres más grandes y más profundas que las de Shakespeare y les encomendaré la misión de engendrar una Humanidad distinta. ¿Qué más da que tenga sangre o alambres? Lo importante es el soplo, amigo mío.”
En efecto, lo importante es el soplo, amigos míos. Vale la pena preguntarse si Siffel es un orate que se cree Dios, un cuerdo que finge creerlo, o un auténtico demiurgo. Ya hemos inventado la IA. Cuando seamos capaces de soplarle un espíritu, cuando la IA nos dé muestras de haber adquirido una consciencia, ya nada nos diferenciará de Dios. Por mal que me caiga Yuval Harari, me temo que en esto tiene razón.
A menudo me pregunto hacia dónde nos lleva la tecnología y si los seres artificiales llegarán un día a sustituirnos, cosa que me parece cada vez más factible. Casualmente, hace unas semanas, antes de releer esta novela, escribí un artículo titulado “¿Soñarán los androides con bebés eléctricos?“. En él formulaba exactamente la misma pregunta que Siffel le hace a Maestro.
Paralelismos
Este libro me ha recordado a dos obras. Una de ellas por pura asociación; la otra, ya apuntada, podría haber tenido alguna influencia en GTB.
La primera es La Casa Rusia, novela de espionaje de John Le Carré publicada en 1989, es decir, posterior a Quizá… Como es impensable que un anglosajón, británico nada menos, se haya copiado de un latino, español para más inri, no hay más remedio que atribuir a la pura casualidad el parecido que pueda haber entre estas dos novelas; lo cual, por cierto, debería servirnos –cuando menos– para sospechar de las coincidencias que observemos en la vida y pensar si determinadas asociaciones no serán sólo un producto de nuestra imaginación o nuestro deseo: lo que queremos ver, más que lo que está ahí; aunque también podría servirnos para preguntarnos hasta qué punto los personajes de ficción se ajustan a una serie limitada de patrones que se repiten en toda la literatura. Y quizá no sólo los de ficción: como dice Maestro en algún punto de esta historia: “En ruso o en francés, con diferencias meramente folclóricas y música de distintas claves, los hombres son de una insoportable monotonía.”
Aún más insoportablemente monótonas sean, tal vez, las tramas de espionaje, vistas las similitudes entre estas dos obras. Ambas comparten bastantes elementos comunes: unos documentos estratégicos que un idealista desafecto de un bloque entrega al otro y respecto a los cuales (documentos) el servicio de inteligencia receptor alberga dudas sobre su valor real, la permanente coordinación entre el Cotarro norteamericano y el Cotarro europeo, un intelectual escéptico (Blair-Maestro) que se enamora de una guapa ciudadana soviética con ansias de libertad (Katya-Irina), un interrogatorio del que el mentado intelectual sale bien parado y hasta burla a sus interrogadores, una animada reunión en donde reina la armonía y se toca música, un caballeroso espía europeo (Ned-De Blacas), un tosco espía norteamericano (Russel-Peers), cierta admiración por el alma rusa…
Es curioso –¿verdad?– comprobar cómo en dos novelas sin ninguna conexión entre sí puede encontrarse, con un poco de voluntad, un notable número de coincidencias.
La otra obra que se me vino a la mente es Blade Runner, que sí podría, teóricamente, haber servido como inspiración a GTB. La película se estrenó en 1982, un año antes de que se publicase Quizá…, y la obra de Philip K. Dick en que se basa el film es bastante anterior, del 1968. En este caso, los replicantes de Dick equivaldrían a los robots de Torrente, con la notable diferencia de que aquéllos son seres orgánicos y, éstos, mecánicos. Aun así, Irina sería claramente Rachel, la replicante “sin fecha de caducidad” a quien le han implantado unos recuerdos y es indiferenciable de un ser humano. Eva sería quizá Zhora o Pris, muñeca erótica e implacable. Siffel podría ser Tyrell, el genio que les sopla en la frene a sus criaturas y les infunde un alma. Los James Bond III equivaldrían a Roy y León, también incansables y certeros. Y Maestro, salvando las diferencias, hallaría su contraparte en Deckard, el cazador que, pudiendo eliminar a Irina-Rachel, se enamora de ella, y que en ocasiones se pregunta también por su propia naturaleza: si él mismo es un ser artificial.
Aparte, el parecido entre ambas historias no se agota en a los personajes, sino que las dos plantean la misma cuestión (aunque sus tramas sean por completo diferentes): una vez que hemos creado un ser a imagen y semejanza humana, ¿dónde está la frontera? ¿Por qué no enamorarse de un androide o de un replicante? Repitiendo la frase de Siffel: “¿Qué más da que tenga sangre o alambres?”
Citas
Aparte las muchas ya insertadas donde me han parecido más relevantes en lo que va de este artículo, he entresacado otras pocas que me han parecido valiosas en sí mismas o que reflejan ciertos aspectos del pensamiento de GTB. Seguramente se me han quedado atrás algunas más, acaso mejores.
“Es asombrosa la perfección en la entrega de algunas mujeres inteligentes, porque ellas solas saben anular la inteligencia y meterla en la carne en el momento preciso. Aunque quizá en aquella sabiduría erótica de Irina interviniese la intuición musical que le decía el lugar donde poner a los verbos el acento.”
“Se convenció a las clases dominantes del Caribe de que el catolicismo tradicional favorecía al pueblo y de que convenía abandonarlo e inscribirse en cualquiera de las religiones exportables para países tercermundistas.”
“La intuición no es más que un camino abreviado, fulgurante, hasta una afirmación o un punto a los que también puede llegarse por el razonamiento.”
“La mayor parte de los hombres se sienten desgraciados porque los demás no actúan como a cada uno le hubiera gustado.”
Conclusión
Como dedicatoria en el ejemplar que yo guardo, la joven que me lo regaló escribió lo siguiente:
Un libro que hay que tener, ¿verdad? Inolvidable.
Pese a las insalvables contradicciones que presenta su protagonista y a los muchos fallos argumentales que el relato contiene, se trata de una novela en verdad inolvidable. Pocas he releído tantas veces en mi vida.
Una novela, además –como creo haber dicho ya–, profética, sin que esto quiera decir que le suponga yo a su autor la intención de haber profetizado nada. De hecho, en su día, la idea de un androide que cobraba humanidad como Pigmalión, o como Pinocho, me pareció simplemente un recurso literario válido y una bonita disculpa para proponer al lector elucubraciones metafísicas, pero nunca se me ocurrió pensar que pudiera convertirse en una realidad alcanzable. Ahora, en cambio, ya no estoy tan seguro.
Me parece que vale la pena añadir una observación a las varias ya hechas: ese trepidante dinamismo que GTB le imprime a este relato, con cómputo de días e incluso de horas, es justamente lo que lo hace incurrir en muchos de los fallos argumentales. Si, en lugar de sucederse los acontecimientos con tanta precipitación (todo ocurre apenas en el transcurso de nueve días), su ritmo hubiera sido más lento, entonces el amor surgido entre Maestro e Irina habría sido mucho más creíble, como también lo habría sido que Mathilde se enterase de la información que necesitaba Maxwell, o que Gunter hablase de las costumbres de la niñera de los Fletcher. Ninguno de esos detalles habría resultado tan chocante y, a cambio, la novela no habría perdido ni un ápice de su encanto. Bastaba que Torrente no hubiese ido marcando con precisión de mecanismo suizo el paso de las horas y las hojas del calendario, que hubiese introducido la suficiente vaguedad (él, siempre tan aficionado a lo vago y lo ambiguo) en el tiempo transcurrido entre un episodio y otro. ¿Por qué ese ritmo contrarreloj? No me lo explico.
Para concluir, sólo me queda volver un poco, a modo de resumen, sobre lo que ya he ido apuntando. A pesar de todos mis esfuerzos, no he sido capaz de desentrañar, con un grado de certeza mínimamente aceptable, cuál es la metáfora (o las metáforas) que representa esta novela. Don Gonzalo era un guasón y le gustaba tomarle el pelo a la gente. ¿Quién sabe? Tal vez la escribió, como Nabokov las suyas, porque sentía la necesidad de desprenderse de ella y dedicarse a otra cosa. Puedo buscar consuelo a mi torpeza con el pensamiento de que acaso, pese a invocar el autor la Metáfora en varias ocasiones del relato, Quizá nos lleve el viento al infinito no sea más que la trágica –y, por tanto, hermosa– historia de un amor imposible, sin recónditos significados.
Trágica pero inevitable y, aunque vaya a contradecirme, hasta puede que feliz. ¿Qué atormentado futuro habrían tenido Maestro e Irina, juntos? “Si Irina es inexplicable, yo también lo soy”, se dice él en cierta ocasión. A un robot que no envejece ni puede tener hijos y un ser milagroso que, para no envejecer, ha de trasmudarse cada pocos años en otra persona, tal vez no les esperase un futuro muy esperanzador… Tal como ideó y describió a sus protagonistas, Torrente los condenaba inevitablemente, a ella, a la muerte, a él, a la soledad; no era posible de ningún modo un final de cuento infantil. En sus dos dispares naturalezas estaba inscrito el drama, la tragedia griega. Si por lo menos hubiese creado a Irina como mujer de carne y hueso, pues a lo mejor… Pero, entonces, ¡ah, qué historias!