En el prefacio a esa especie de broma absurda de Estanislao Lem que es Vacío perfecto, una recopilación de reseñas sobre varias obras literarias inexistentes, el prologuista nos dice que Lem intenta así dar vida a (o quizá librarse de) algunas de sus numerosas ideas argumentales, en vista de que tiene muchos más proyectos literarios que vida biológica para llevarlos a cabo. Recurriendo a ejercer de supuesto crítico de unas novelas apócrifas que, atribuidas a autores igualmente ficticios, habría escrito él mismo si la vida pudiera alcanzarle para tanto, el ensayista polaco logra al menos ofrecernos los argumentos o las tramas que su ubérrima imaginación le propone, junto con su “análisis” (es decir, su verdadera explicación) correspondiente. Y para rizar el rizo, al final del prólogo se nos insinúa que éste también, el prólogo mismo, está escrito por el propio Lem. Malabarismo literario.
Vacío perfecto es una obra excelente; un alarde de destreza dialéctica e inteligencia, calculado absurdo e iguales dosis de fantasía e imaginación, y algunos de sus pasajes no pueden dejar de resultarle soberbios incluso al lector más crítico.
He escogido cuatro párrafos para comentarlos aquí; quizá no los mejores, pero sin duda notables, sobre todo teniendo en cuenta la década en que fueron escritos (los 70 del siglo pasado), cosa que debería bastar para hacernos una idea de las impresionantes dotes proféticas de Lem. Las cuatro citas pertenecen a Pericalipsis, una de las “reseñas” que contiene el volumen.
I. Se puede hacer una obra creativa de valor cuando hay resistencia, bien del medio, bien de la gente a quien la obra se dirige; pero, dado que tras el colapso de las prohibiciones religiosas y de la censura uno puede decir lo que le dé la gana, y dado que, con la extinción de esa audiencia que estaba atenta a cada palabra, uno puede gritarle lo que quiera a quien quiera, la literatura y toda su afinidad humanista es un cadáver, cuyo avanzado estado de descomposición lo oculta tercamente el pariente más cercano. Por tanto, uno debería salir en busca de nuevos terrenos para la creatividad, ésos en los que puede encontrarse una resistencia que le confiera algún elemento de amenaza y riesgo –y con él importancia y responsabilidad– a la situación.
Con esta interesante teoría Lem propone que sólo hay mérito en el arte cuando se opone a algo o a alguien (prohibiciones, ceusura, poder), cuando la actividad creativa implica algún riesto para el artista, y que la impunidad actual (de ese tiempo, la Polonia socialista) para las humanidades no puede producir nada que valga la pena.
Por supuesto, podemos argüir que no hay motivo por el que la creación artística exenta de peligro no haya de rendir nada bello ni de valor, pero debemos admitir que hay algo –si no mucho– de verdad en la afirmación de Lem. Por ejemplo, ahora mismo no se me ocurren muchos libros (u obras de arte en general) valiosos cuyos autores no se enfrentasen a nada cuando los crearon; no muchas películas –digamos– o novelas cuyo demiurgo no estuviera intentando romper esta o aquella regla, derribar un mito o contrarrestar un poder; que no intentara ir en contra de, sea una opinión dominante, un prejuicio común, una arraigada corriente de pensamiento, un mantra cultural, etc. Después de todo, ¿no es el arte cambio?; la propuesta de nuevas ideas, ¿no significa casi siempre algún tipo de desafío? Y si es así, ¿qué desafío hay donde todo se permite, tolera y acepta? Uno debería salir en busca –nos dice Lem– de nuevos terrenos para la creatividad, donde alguna ameneza le dé importancia y responsabilidad a nuestro trabajo. Y esto me suena razonable, porque si escribimos lo que todo el mundo quiere leer, decimos lo que todos quieren escuchar o mostramos lo que todos quieren ver, estaremos –seguro– complaciendo a la gente, pero quizá no creemos nada de notable valor.
(Nótese, no obstante, que Estanislao Lem era un consumado granuja que gustaba hacer de abogado del diablo por el mero placer de probar sus dotes oratorias o el alcance de caprichosas falacias; y muchas de sus chocantes aserciones deben leerse con una buena dosis de escepticismo, cuando no de desconfianza. De hecho, en otra de las “reseñas” compiladas en Vacío perfecto viene a afirmar casi lo opuesto a lo que dice en Pericalipsis (a saber, que “los profetas de la aridez inventiva” son ” perversos criptonihilistas”) con argumentos tan sólidos como los que aqui emplea.)
II. Nuestra poderosa civilización se esfuerza en producir mercancías lo más perecederas posible en embalajes lo más duraderos posible. El producto fungible ha de ser reemplazado enseguida por uno nuevo, y esto es bueno para la economía; la durabilidad del embalaje, por otra parte, dificulta su eliminación, lo cual redunda en nuevo desarrollo de tecnología y organización. Así el consumidor lidia personalmente con cada consecutivo cachivache inútil, mientras que para la eliminación de los envoltorios se requieren programas antipolución especiales, ingeniería sanitaria, coordinación de esfuerzos, planificación, plantas de purificación y descontaminación, etcétera.
Palabras más ciertas nunca se han dicho. Pero sobre todo encuentro meritorio el hecho ya mencionado de que esto fue escrito allá en 1971, lo que evidencia el excepcional talento de Lem para identificar y señalar fenómenos que sólo han resultado obvios para mucha más gente (y aún hoy la mayoría parecemos incapaces de comprender esas feas realidades) unas cuantas décadas después, así como para describir y definir lo que es el consumismo, y hacia dónde nos lleva. Pues, ¿no es acaso éste el punto donde nuestra socioeconomía se halla ahora? La obsolescencia programada y los envases imperecederos, ¿no han inundado literalmente tanto el comercio como los vertederos, al desplazar a los productos duraderos y a los envoltorios degradables? Por muy adoctrinados que estemos, o mejor dicho engañados, por la moderna y falsa cultura “verde”, la verdad es que, tal como Lem nos dijo hace casi medio siglo, cada vez producimos más y más residuos indestructibles: el subproducto de un ciclo auto-amplificado, agotador de recursos y destructivo, del cual esa patraña del re-cicle no es sino otro insumo, un engranaje de la misma maquinaria: los programas antipolución, la ingeniería sanitaria, las plantas de purificación, etc, de las que habla. Se nos lava el cerebro para creer que, con objeto de ayudar al “Planeta” (como si el planeta fuese en sí mismo un ser dotado de sentidos) y poder considerarnos “ecológicos”, lo que debemos hacer no es (esta posibilidad ni siquiera se menciona) dejar radicalmente de comprar productos obsolescentes en embalajes imperecederos, sino continuar comprando mucho, siempre y cuando el artículo vengan etiquetado como “respetuoso con el medio ambiente”, porque así es como alimentamos el insaciable ciclo del consumismo y hacemos feliz al mercado.
III. Si hallar cuarenta granos de arena en el Sáhara significase salvar al mundo, no se encontrarían con más dificultad que otros cuarenta libros mesiánicos, escritos hace ya mucho tiempo, pero perdidos bajo estratos de basura.
En línea con la primera cita de más arriba, ésta parece implicar –o más bien, claramente afirmar– que todo lo que vale la pena escribir ha sido ya escrito con anterioridad, y que lo demás, el resto de la literatura a lo largo de su historia, no es más que basura que sólo sirve para estorbar la búsqueda y lectura de esos pocos buenos libros.
Está claro que se trata de una exageración; una idea en la que el propio Lem no podía honestamente creer, o de lo contrario no habría podido escribirla; pero debemos admitir que tiene su miga. Porque, ¿cuántos de esos libros mesiánicos -como él dice, refiriéndose a trascendentales, entiendo yo- existen? O pongámoslo al revés: ¿qué porción de la sabiduría universal, digna de ser leída y asimilada, no cabría en una buena selección de cuarenta textos? (O cien, o incluso mil, que poco va a variar la validez del argumento.) ¿Cuántos libros realmente meritorios quedarían fuera de una tal selección? No muchos, seguramente. El problema es (y en esto tengo que coincidir con Lem, exagere o no) que hay tanta basura sofocando y enterrando a aquellos cuarenta libros como hay granos de arena en el Sáhara.
IV. El cultivo moderado del talento, su innata maduración lenta, su cuidadoso desbroce, su selección natural en el ámbito del buen gusto, son fenómenos de un tiempo pasado que murió sin descendencia. El último estímulo que aún funciona es un poderoso aullido; pero cuando más y más gente aúlla, empleando más y más potentes amplificadores, nuestros tímpanos estallarán antes de que el alma llegue a aprender nada.
Esta cita vuelve un poco sobre la primera. Al leerla, me he preguntado: ¿estaba Lem pensando en el Renacimiento, ese período de la historia en que, al parecer, el talento crecía, maduraba y envejecía lentamente como un buen vino? Es innegable que el ser humano tiene cierta propensión a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero… ¿quiere esto decir que tal pensamiento es erróneo?, y en cualquier caso, ¿no es al menos cierto referido a nuestro tiempo? Y si el superdotado escritor polaco pensaba, en 1971, que ya entonces el último estímulo que funcionaba era “un poderoso aullido”, el cual más y más gente estaba en posición de emitir con potentes amplificadores, ¡Dios mío!, ¿que habría pensado el hombre si hubiese podido ver la sociedad de ahora? En cualquier caso, hay que admitir que fue un auténtico visionario y futurólogo. Hari Seldon no lo habría hecho mejor. Porque no se negará que la situación que Lem describe se adapta perfectamente a nuestros días: uno de cada dos ciudadanos parece tener mal gusto, opiniones atolondradas y, en posesión de los dispositivos “amplificadores” necesarios (un ordenador y una consxión a internet), está dispuesto a emitir su poderoso aullido hacia el mundo. Pero, inmersos en todo ese ruido, es verdad que nuestros tímpanos estallarán antes de que nuestra alma pueda aprender nada.
El artículo está muy bien, pero no sé si reuniré audacia suficiente para zambullirme en él :)
Iba a ser una breve cita, pero ya sabes lo que pasa: se pone uno a escribir, y se le sale de las manos. :)
Gracias por el artículo. Me ha servido cuando intentaba saber qué es eso de Pericalipsis. El artículo está bien escrito y cumple su función que es comunicar. No cejes en el empeño ni en tu blog. No estoy de acuerdo completamente con la afirmación de que todo lo que vale la pena escribir ha sido ya escrito con anterioridad. No. A pesar de que, como dices, uno de cada dos ciudadanos parece tener mal gusto, opiniones atolondradas y, en posesión de los dispositivos “amplificadores” necesarios (un ordenador y una consxión a internet), está el otro uno de cada dos (entre los que sin duda te encuentras. Yo al contrario, veo que la progresión geométrica de la información ha dado lugar a una explosión como de supernova, un infinito de bloggeros y escritores magníficos que da gusto leer y de los que se aprende aunque nunca pasarán al parnaso profesional de los escritores, filósofos o comunicadores consagrados. Se trata de perlas efímeras, belleza y utilidad de un segundo que encontramos por casualidad vagando por la inmensidad de la bloggosfera (o internetesfera), pero así es el Universo inagotable en su sucesión de maravillas. Modestamente, lectores y autores (y cada vez la mitad que no tenemos mal gusto ni opiniones atolondradas), debemos adoptar con alegría el adagio clásico de Ars longa vita brevis.
Gracias por el comentario. ¡Cómo se agradece una opinión sensata de vez en cuando!
Si lo que digo en mi artículo fuera sólo mi parecer, quizá tus palabras me harían dudar de él. Pero como también lo opina Estanislao Lem, uno de los más sabios seres humanos del último siglo, siento que mi opinión viene reforzada por su autoridad. :-)
Es cierto que hay por la red auténticas gemas escritas por totales desconocidos. Como bien dices, un infinito de blogueros y escritores; pero de ese infinito yo veo que sólo una pequeña porción son magníficos, y eso me devuelve al argumento original: encontrarlos es más difícil que hallar cuarenta granos de arena concretos en el desierto. Si alguna vez me he topado (y reconozco que así ha sido) con uno de esos granos de arena, ha sido, en efecto, por casualidad. El problema es, pues, la falta de tiempo para poder navegar más horas a la busca de esas perlas efímeras.