Inari, historia de un viaje y un regreso

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Está claro que todo el mundo se levanta antes que yo. Al despertarme he visto que muchos campistas ya se han ido y que quienes aún quedan están ultimando sus preparativos para la marcha. De las tiendas que había anoche sobre el césped ya no queda ninguna, y la mayoría de las cabañas están vacías. Quedamos sólo los más perezosos… o quienes no tenemos ninguna prisa.

Aunque esto de la falta de prisa no es, me temo, más que una excusa que me doy para no madrugar, don éste con el que yo no nací; y bien que lo lamento, porque son muchas las cosas que me pierdo a causa de mi pereza matutina: desde contemplar las auroras (algo casi desconocido para mí) hasta disfrutar de esa delicadeza que, en las horas del alba, parece tener la atmósfera, como si fuera a romperse al primer estornudo; o el naciente ajetreo en las ciudades, cuando comienzan a cobrar vida: los empleados municipales regando las calles, la prensa llegando a los quioscos, las tahonas cociendo la primera hornada de pan, la gente desayunando en las cafeterías; en fin, los mil detalles de una sociedad que despierta, normalmente más interesantes y poéticos que cuando se acuesta. Aparte, hay en el madrugar cierta recompensa puramente sicológica, quizá de orden moral Sigue leyendo

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Por el muy vascuence corazón de Vizcaya

Astigárraga o Rentería, Ondárroa o Aizarnazábal, Rigoitia o Bermeo, ¡qué hermosos y sonoros nombres vascuences! Me recuerdan a las novelas de Unamuno y Baroja esos lugares guipuzcoanos o vizcaínos, vascos de verdad, de la tradición pesquera y montañesa. ¡Qué distinta esa Vasconia de esta otra alavesa de mis rutas moteras! Si es verdad que por toda Álava he encontrado hermosísimos parajes y encantadores pueblos, muy poco de lo visto no era, en esencia y en sustancia, Castilla. Salvo en los modernos nombres de sus localidades –modificados para suplantar la historia y tratar de que la provincia parezca vascona, sin serlo– ni un sólo pueblo hay en el tercio sur del País Vasco que se diferencie de sus vecinos en Burgos o Logroño. De modo que hoy, para variar, voy a dirigirme al norte y adentrarme en el corazón de esa tierra brava e ingenua, siempre envuelta en leyendas terribles o románticas. Me pongo por meta Bermeo, sólo porque el nombre me resulta más familiar, pues de allí era un capitán que tuve cuando, ha muchos años ya, andaba yo navegando por esos mundos de Dios. Sigue leyendo

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Facebook intercambia tus datos con Booking.com y otras webs

Hoy, todas mis alarmas sobre privacidad en internet se han disparado.

Estaba mirando mi muro en Facebook cuando me encontré con uno de esos anuncios que el Zuckerberg nos inserta a capón últimamente: era publicidad de Booking.com (una página para buscar y reservar alojamiento) sobre habitaciones de hotel en Nazaré, un minúsculo pueblo perdido en la costa portuguesa que yo había estado mirando la noche anterior. Entonces me entró una tremenda curiosidad al mismo tiempo que nacía en mi mente una gran sospecha: ¿cómo se había enterado Facebook de que yo hice esa búsqueda?, ¿o cómo se había enterado Booking.com de cuál era mi perfil en Facebook? Cuando buscaba alojamiento en Nazaré, yo no había accedido a mi cuenta en Booking.com ni en Facebook, aparte de que mis datos de acceso para ambos sitios son distintos, no están enlazados de ningún modo y hasta pertenecen a proveedores de correo diferentes. Sigue leyendo

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Sodankylä, la puerta del Gran Norte

 

Cualquiera que sea la ruta que el viajero haya elegido para adentrarse en el corazón de Laponia, ha de pasar casi necesariamente por Sodankylä, donde convergen todos los caminos para luego volver a separarse. Tanto quien vaya hacia el popular Nordkapp como quien se dirija al inolvidable Inari, lo mismo quienes suben hacia el encantador Vadso como hacia la hostil Murmansk, o aquéllos que tan sólo buscan perderse en las profundidades de los inmensos parques naturales lapones, todos han de encontrarse aquí, en Sodankylä, la puerta del Gran Norte.

Siendo el principal nudo de carreteras del círculo polar (en Finlandia, se entiende), aquí se dan cita todo tipo de viajeros antes de seguir cada uno su particular rumbo, y con razón abunda esta localidad en bares, hospedajes, kahvilas, tiendas y restaurantes, amén de otros importantes servicios como gasolineras y talleres. Con sus escasos nueve mil habitantes, Sodankylä es algo más que un pueblo y, aunque no llegue a ciudad, tiene más de lo segundo que de lo primero. Está viva, es alegre y activa; pero al mismo tiempo resulta entrañable y cercana, familiar, extrañamente acogedora. Sigue leyendo

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Llegando a Ninguna Parte

 

Sin prisa pero sin pausa mi ruta boreal continúa, y en ella van sucediéndose etapas que, aunque recientes, confundo un poco en la memoria, donde mezclo los pueblos de un día con los paisajes de otro, la cafetería de ayer –que aquí le dicen kahvila— con el supermercado de antier, y sólo con esfuerzo y la ayuda del mapa consigo desliar la madeja y separar los hilos; de Ristijärvi a Taivalkoski es uno, de ésteí a Salla es otro y de Salla a Sodankyla el tercero.

Barca a orillas del Siikalampi, en Taivalkoski

Barca a orillas del Siikalampi, en Taivalkoski

A Taivalkoski llego por la ruta de Suomussalmi, recorriendo 160 km de lo mismo que días anteriores, aunque no exactamente: ahora, cada vez me topo con más renos por las carreteras, donde el tráfico es tan escaso –incluso en plenas vacaciones de verano– que los animales pastan, sin temor alguno a los coches, sobre la misma cuneta; se mueven como Perico por su casa en este país sin vallados ni obstáculos artificiales, y es muy frecuente Sigue leyendo

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Ristijärvi y la epopeya boreal de Artemiev

Puesta de sol subártica

Puesta de sol subártica

No es mera casualidad que, desde hace dos días, una inolvidable música de Artemiev suene a todas horas dentro de mi cabeza: es la banda sonora de Siberíada, uno de esos must-see rusos que –por estar el mercado cinematográfico europeo vendido al capital– nunca llegan a nuestras pantallas. En la película, narra Konchalovski la historia de Yelan, una minúscula aldea en Siberia perdida de la mano de Dios; y a través de una saga familiar que abarca tres generaciones cuenta cómo la revolución de octubre de 1917 y otros acontecimientos sociales del s XX cambian por completo, y deciden, el destino del remoto pueblo. ¿Pero cuál es la relación entre este emotivo drama y el mío personal –mucho más modesto– de los presentes días? Pues los paisajes y las noches subárticas. Estos atardeceres que se prolongan durante horas y estos inacabables bosques de coníferas salpicados de lagos me traen constantemente a la memoria las escenas de Siberíada, cuya música parece anegar mi cerebro con tenaz realismo. Sigue leyendo

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La fantasmagórica niebla de Rautalampi

 

Hace décadas que vengo molestando a mis amigos con la prédica de que una sociedad inteligente debería incluir rudimentos de termodinámica en la educación escolar obligatoria, por razones no sólo de conciencia medioambiental, sino también económicas. Somos, por desgracia, muy pocos quienes nos damos cuenta de la enormidad de recursos (directamente traducibles a pesetas, para el que “pase” de ecologismos) que se pierden a causa de nuestra ignorancia sobre los procesos de transmisión del calor.

Esta reflexión, que parece fuera de lugar en la crónica de un viaje en moto, me ha venido a las mientes tras visitar a mi amigo Jussi en Kuru (a unos cincuenta quilómetros al norte de Tampere), donde tiene su casa; una casa que diseñó y construyó él mismo con criterios a un tiempo prácticos, estéticos y de optimización energética, poniendo especial énfasis en el aislamiento y otras medidas conducentes a minimizar las pérdidas térmicas; y los resultados son asombrosos: Sigue leyendo

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Lucentum, el cava catalán que engaña al consumidor

A mí lo que me gusta es el champán francés, ¿para qué nos vamos a engañar? Lo que pasa es que no siempre lo encuentro en el súper, y cuando lo hay suele tener un precio abusivo. Después me gusta el champán ucraniano, pero ése no se comercializa en Europa Occidental. A falta de esos dos…

Buscaba yo un vino espumoso que no fuese catalán y compré uno llamado Lucentum, en cuya etiqueta decía ser “cava valenciano”; pero al llegar a casa y leerla mejor resultó que en realidad no era valenciano, sino producido con vino procedente de la Comunidad Valenciana, que es cosa distinta. En el súper me había despistado el engañoso diseño de la etiqueta, que destaca en letra grande las palabras necesarias (Cava Comunidad Valenciana) para que a parezca leerse lo que no es. Al advertir el truco, tuve el pálpito de que la cosa catalana estaría detrás, y en efecto, al escrutinar a fondo la etiqueta, el registro alimentario me reveló el verdadero origen comercial: Cataluña. Pero para poder verlo tuve que echar mano de una lupa, porque el astuto diseñador puso especial esmero en que la letra B (Barcelona), y únicamente ella, fuese prácticamente ilegible, pues está impresa en un finísimo trazo, delgado como un filamento. El único carácter en toda la etiqueta con esa microscópica tipología.

La etiqueta desinformativa de Lucentum. Adviértanse los engañosos tipos de letra.

La etiqueta desinformativa de Lucentum. Adviértase el tamaño relativo de las palabras.

Aquí se describe la

Aquí se describe la “procedencia”. Al primer golpe de vista parece leerse “Cava de la Comunidad Valenciana”.

Detalle del número de registro. La B es apenas legible con lupa.

Detalle del número de registro. La B es apenas legible con lupa.

Resulta que este cava lo produce la bodega catalana Jaume Serra. ¿Hasta dónde no llegarán las argucias de los empresarios de esta región para ocultarnos la verdadera procedencia -o propiedad- de sus productos? Cada lector extraerá sus conclusiones, pero a mí me parece que tal artimaña roza lo fraudulento, pues si bien la etiqueta cumple con el requisito formal de información, su diseño no tiene otro objeto que el de despistar al consumidor acerca del origen del vino. De manera que, independientemente de su calidad -que me pareció muy normalita-, el Lucentum queda en adelante prohibido en mi cesta de la compra; por tramposos.

Por lo demás, no tengo reparo alguno en opinar que los productos catalanes suelen ser regulares; y no por su origen, sino porque con frecuencia me parecen de calidad mediana. En toda una vida de consumidor (y mucho antes de este auge del secesionismo) he venido observando que en Cataluña se prioriza el aspecto comercial sobre la calidad, muy a menudo superada -y a precios más asequibles- por alternativas procedentes de otras partes de España. La sociedad catalana ha tenido, desde tiempo inmemorial, excelentes dotes mercantiles; eso hay que aplaudírselo: son imbatibles en comercializar y en vender (bien a la vista está, pues sus productos inundan nuestro mercado y sus eslóganes se compran hasta en el extranjero), pero ahí se acaban sus virtudes productivas, porque en cuanto a calidad se quedan, salvo excepciones, un poco cortos.

Sea como sea, no tengo problema en admitir que a mi más o menos objetivo criterio de compra basado en la relación calidad/precio ha venido a sumarse últimamente ese otro criterio, irracional, que surge dentro de mí como reacción al rechazo que la Cataluña visible y audible se empeña en demostrar hacia el resto de España. Como un novio despechado, no quiero cuentas con aquellos que cuentas no quieren conmigo.

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