Luces y sombras de Letonia; ¡bendito atraso!

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Una gasolinera. Lleno el depósito y me acerco a pagar. Al tenderle mi tarjeta a la cajera, la mira con susto y retira un poco el cuerpo, escondiendo las manos a la espalda; como si le hubiesen mostrado un alacrán y temiese una picadura. Parece que no ha visto una Mastercard en su vida; quizá por aquí no se estilan, y se niega a aceptarla. Pago en efectivo y me largo. Son desconfiados estos letones, sobre todo en las gasolineras. Ya otra vez hube de marcharme sin haber repostado.

Es una mañana espléndida, soleada pero no calurosa: un tenue velo de nubes medias resta fuerza a los rayos solares. Veintiún grados. Aunque estamos a primeros de septiembre, el otoño ya ha llegado a esta tierra. Los árboles empiezan a desprenderse del foliaje y algunas de las carreteras por las que vengo –interminables rectas de diez o quince quilómetros– lucen soberbios paisajes. Atraviesan bosques y sembrados, pasan junto a granjas y arboledas, arados y barbechos, una campiña pintoresca y variada que ameniza el trayecto y aligera el ánimo. A trechos, ruedo bajo una lenta nevada de hojas amarillas, que caen a mi alrededor rozándome el casco o arremolinándose al paso de Rosaura. De cuando en cuando, un caserío. Por aquí aún utilizan, para la agricultura, una maquinaria que, en la otra Europa, sólo puede encontrarse ya en los museos etnográficos; tan anticuada es; y eso le da aún mayor atractivo a este agro letón. Sigue leyendo

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¡Letones, abrazad el consumo!

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Dejo atrás la bella Viljandi y me dirijo al sudeste de Estonia, donde las carreteras –dicen– no son tan aburridas como en el resto del país: tienen curvas e incluso pendientes. Y así reuslta ser, en efecto; pero como siempre cojo las de segundo orden, al final he acabado en un tramo de obras, bastante largo y frontero con Letonia, del que ya veremos si Rosaura sale indemne. Demasiado estoy tentando a la suerte durante este viaje, y milagro es que, entre obras y carreteras de grava, no haya tenido todavía un percance; o a lo mejor los neumáticos son mucho más resistentes de lo que parece.

Esta región entre Viljandi y la frontera sudeste, eminentemente rural y agrícola, está poco poblada y desarrollada. Quizá por esa misma causa es tan bonita: las granjas y los sembrados se alternan con bosques y arboledas en un sugerente mosaico natural de colores y texturas; las casas, los galpones, almacenes y graneros, siempre de madera y a veces de alegres colores, son muy pintorescos, y algunos pueblos o caseríos parecen el decorado de una película del oeste. Sigue leyendo

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Balance de Escandinavia e impresiones de Estonia

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Aquí estoy, casi un mes después, en el ferry que cruza el mar Báltico entre Finlandia y Estonia. A la ida navegué con Eckerö y en esta ocasión será con la Viking Line, que va a llevarme desde Helsinki a Tallin por 54 €. Es el problema de no ser madrugador: que todo sale más caro. El barco de la mañana, con Eckerö, cuesta sólo 35 €; y también hacen un viaje por la tarde, pero llega de noche y tendría que pernoctar en Tallinn, que no me conviene.

Un mes de Escandinavia. Así dicho parece poco, pero ha dado mucho de sí, y tengo la sensación de que fuera el doble: he atravesado toda Finlandia de sur a norte, recorrido un arco considerable de la costa noruega, estado en muchos fiordos e islas islas, Cabo Norte inclusive; he cruzado luego Suecia y de nuevo parte de Finlandia, he conocido gente, visitado amigos, y hasta me he tomado algunos descansos de moto durante días. Quizá por eso se me hace raro que sólo haya transcurrido un mes. Sigue leyendo

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Porvoo, asombrosa ciudad medieval en Finlandia

Viejas casas del Porvoo medieval

Viejas casas del Porvoo medieval

En lo más escondido del casco medieval de Porvoo, en el corazón de sus viejas calles empedradas, hay un pequeño y recóndito callejón sobre la roca viva, y en ella unos escalones naturales llamados Pirunportaat, o Escaleras del Diablo, por los lugareños porque, según una leyenda, los talló el mismo demonio. A un lado de ese callejón apenas frecuentado, hay un minúsculo parquecito y, tras de unos arbustos, una plataforma natural de roca. Sobre la plataforma, un banco de madera desde el que se ven un pequeño mar de tejados. Rodeado de árboles y sin otra entrada alguna, este parquecito es quizá el lugar más tranquilo y solitario de la ciudad: alejado de ruidos, a salvo de miradas y a resguardo de transeúntes. Apenas un par de ventanucos traseros de las casas aledañas dan sobre él, y eso a través del ramaje de los árboles. Si alguien en Porvoo desea no ser molestado, he aquí dónde.

Las Escaleras del Diablo

Las Escaleras del Diablo

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Sysmä; tribulaciones y hallazgos de un motero solitario

Soleada mañana de este postrer día de agosto que me regala una espléndida vista desde el ventanal de la habitación. Lástima que me he levantado tarde y, como de costumbre, la pereza me ha impedido aprovechar el desyuno del hotel. Menos mal que tampoco tengo costumbre de tomar nada recién levantado.

No me importaría pasar un día más aquí, en Ähtari, pero tengo prisa; aunque no sé para qué. ¿Es de verdad que escapo del frío, o es acaso que empiezo a cansarme de este viaje, tan absurdo como mi estéril vida? En fin, dejémoslo estar. Empaqueto mis cuatro cosas, salgo al aparcamiento, me encaramo a la moto, arranco y me largo. Creo que este es, con diferencia, el mejor instante de montar en moto: cuando volteas la pierna para acomodarte en el asiento, agarras el manillar, das al encendido y, recogiendo la pata de cabra, metes primera (¡ah, ese clac de la corona engranando!), sueltas el embrague y te pones en marcha, bajándote la visera del casco a medida que ganas velocidad… Sigue leyendo

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Acaba el verano en Finlandia: Vaasa, Pietarsaari y las kesämökki

Era alrededor de medianoche cuando, diciendo adiós a los otros moteros que conocí en el ferry, desembarqué en Vaasa, cuyas calles estaban, a esas horas, prácticamente vacias. Me llevó más de la cuenta encontrar el alojamiento que había reservado, porque el lugar no tenía letrero, estaba en un barrio sin iluminación ni nombres en las calles, y el GPS insistía en llevarme al sitio equivocado; de modo que, cuando por fin llegué, mi huésped estaba ya algo impaciente. Se trataba de una casa monofamiliar, vacía, que el dueño alquilaba por habitaciones, con derecho a baño, cocina y salón, aunque esa noche era yo el único inqilino. Como el hombre, bastante tiquismiquis, tenía prisa por irse a la cama, fue parco en explicaciones y rápido en solicitar el pago; sólo efectivo, por favor. No bien satisfice el importe, dejó sobre un mueble la ficha de hospedaje para que la rellenase luego, me dio una serie de instrucciones bastante restrictivas y se despidió. Sigue leyendo

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Desolada terminal del ferry en Umea

El enorme contraste paisajístico entre ambos lados de la frontera sueca me ha hecho vago para la fotografía: después de dos semanas por Noruega, donde los paisajes luchan por el protagonismo y no hay que esforzarse para tomar excelentes instantáneas, ¿qué puede luego esperar fotografiarse en Suecia sin  tomarse uno demasiadas molestias? Esto es como agua comparada con el café: incolora, inodora e insípida.

Y la experiencia del Park Hotel, donde he pasado la noche, no ayuda a mejorar esa impresión: la acogida del empleado, un inmigrante de Oriente Medio, fue fría por no decir hostil; como fría era también la habitación que me tocó, sin radiadores. El lugar estaba desatendido, sin recepcionista ni camarero alguno. Luego, el desayuno una basura: la leche se había agriado en el cartón, no había té entre una variedad de infusiones herbales muy poco atractivas, ni más cosa sólida que unas lonchas de jamón york, una tarrina de queso para untar, pan de molde y cereales. Eso para que luego digan del nivel de vida en Escandinavia… Sigue leyendo

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Elciego y comarca, cuna del Rioja

Es pleno verano. Desde el alto que hace de frontera sur a la llanada alavesa se contempla hacia abajo, majestuoso y feraz, cálido y reverberante, el valle del Ebro; en concreto esa parte de la Rioja que cae dentro de la provincia de Álava, en cierto modo un despropósito territorial, pues todo el apéndice sur de Álava es, como Treviño, más castellano que vasco (como castellana ha sido siempre Logroño hasta que llegó la bobada autonómica).

Valle del Ebro al pie de la llanada Alavesa

Valle del Ebro al pie de la llanada alavesa

La carretera que, desde Vitoria, lleva hacia el alto y luego desciende hasta el valle, es una gozada de curvas que ponen a prueba la destreza del motero. A medida que avanzo, el calor de la olla ibérica se hace notar, y ya abajo, en la campiña, tengo que quitarme la chaqueta para no asarme. Sigue leyendo

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