Vilnius, la Jerusalén del Norte

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Me levanto con la optimista idea de que hoy, por fuerza, ha de ser mejor día que ayer; porque no puede ser peor: la aventura con el Diablo sobre ruedas ha supuesto un mínimo del que no creo vaya a bajar en el resto del viaje; que por cierto va siendo ya poco: estoy a las puertas de Polonia y supongo que en un par de semanas llegaré a casa.

Para asegurarme el descanso y vencer mi deplorable estado de ansiedad, anoche me metí un chute de pastillas artillería pesada; y cuando los golpes de la limpiadora en la puerta me han despertado era ya pasada la una. Un poco tarde para ponerme en carretera y, además, el día está lluvioso. Decido quedarme hasta mañana y hacer algo de turismo por la ciudad.

La casa de las placas, un rincón en el casco antiguo de Vilnius

La casa de las placas, un rincón en el casco antiguo de Vilnius

Pero hoy no me apetece comerme el coco buscando rincones poco frecuentados, y me conformo con la ruta que me propone el mapa oficial de la ciudad. Como primera providencia, agasajo mis sentidos tomándome, en una pastelería, un té infundido con gengibre y endulzado con miel (costumbre regional), acompañado por un sabroso volován. Sigue leyendo

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Maestu, última ruta de Vasconia en dos ruedas

Iglesia y casas de Virgala Mayor, cerca de Maestu

Iglesia y casas de Virgala Mayor, cerca de Maestu

El día de Reyes del 2014 realizo la última ruta de esta serie Vasconia en dos ruedas. Mis días en Vitoria están ya contados. Pronto me marcharé lejos de esta entrañable y hermosa provincia alavesa, oficialmente vasca pero muy castellana en sus raíces históricas y aun en las costumbres actuales; y es que, más allá de los intereses económicos de sus habitantes –que se inclinan, obvio, hacia el cálido sol de la autonomía vascuence– y pese a los grandes esfuerzos e ingentes gastos del gobierno autonómico para euskaldunizar a la sociedad, aquí he podido percibir casi siempre el alma de Castilla.

Me han quedado muchas carreteras por recorrer, aldeas y pueblos por visitar e historia sobre la que hablar, pero creo que he cubierto, en mi moto, casi todas las rutas que pueden hacerse por Álava y también algunas de Vizcaya y Guipúzcoa. Hoy, con una corta visita a Maestu, despido y cierro estos capítulos que he ido escribiendo mientras, durante casi un año, recorría la región a golpe de escapadas domingueras. Sigue leyendo

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Pesadilla en Lituania

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(Continuación de El Diablo sobre ruedas)

El miedo estorba la facultad de pensar, analizar una situación y no digamos usar la astucia. Por eso, al ver que el camionero me persigue a muerte, mi reacción instintiva es acelerar y huir; escapar en línea recta –como hacen las gallinas frente al zorro– pese a que en realidad podría burlar a mi perseguidor, incluso reírme de él, precisamente por la ventaja que me otorga mi vehículo sobre el suyo, y el hecho de no tener prisa por llegar a sitio alguno.

Así que me pongo a 120 km/h, velocidad a la que empieza a ser peligroso circular por estas carreteras y que, a la postre, resulta ser insuficiente: el enemigo sigue pisándome los talones, a unos doscientos metros de mí. Nunca habría imaginado que un camión pudiese correr tanto. Quizá este diablo, como el de la película, también lleve un motor preparado. Y, como aquél, éste también me empuja a hacer adelantamientos imprudentes. Sigue leyendo

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El diablo sobre ruedas

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Este nueve de septiembre quedará señalado en mi cuaderno de bitácora como la peor singladura del viaje, y en mi calendario personal como uno de esos días traumáticos que de cuando en cuando nos propina la vida.

Anoche casi no dormí: a duras penas habré sumado dos horas de un sueño intermitente e inquieto, sin reposo; como si mi subconsciente estuviera presagiando lo que se avecinaba. Cuando, por la mañana, acepto mi derrota frente al insomnio, recojo las cosas, dejo la habitación y me pongo en marcha; pero ya comienzo la jornada cansado; y eso es mal arranque para un motorista; mal agüero también.

Ruta: desde Daugavpils hasta Vilnius, la capital lituana, por las carreteras que bordean la frontera bielorrusa; como siempre, el camino menos transitado. ¡Y desde luego que lo es!: solitario y también –aunque ¿cómo podía yo saberlo?– peligroso, porque ésas son las regiones donde mora y campa a sus anchas, libre y salvaje, el camionero cafre. Sigue leyendo

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Nochebuena entre vagabundos

Es Nochebuena. Una gran luna, muy blanca y redonda, brilla en el cielo negro y puro de la noche polaca. Con el estómago vacío, arrastro mi soledad navideña por las frías y desiertas calles de Bialystok. ¿Qué hago aquí? No importa. Es sólo que me gustaría cenar al calor de mis semejantes.

Todo está cerrado, y ni los turcos abren hoy sus quioscos de kebabs. Tendré que volverme a la habitación en ayunas.

Llega a mis oídos el sonido de unos acordes, y hacia allá dirijo mis pasos. Bajo un pequeño toldo tocan tres músicos y, en unas mesas al lado, un grupo de voluntarios reparten comida y bebida calientes. Los vagabundos de la ciudad se han dado cita aquí; llenan sus panzas, luego repiten, y aún vuelven a por otras raciones para llevárselas en fiambreras a sus guaridas de arrabal.

Me acerco a curiosear. Me da algo de reparo beneficiarme de la pitanza de los indigentes; pero al ir a darme la vuelta una señora me invita con una sonrisa: ¡zapraszamy, zapraszamy! Jest barszcz, prosze pan. Un poco avergonzado, cojo la taza de borsh caliente y la cuchara de plástico que me tiende, y allí entre los vagabundos apuro el sabroso caldo. De pronto me siento entre iguales. ¿Qué me diferencia de ellos? Quizá que yo podría pagar esa comida y ellos no; pero a la hora de la verdad, aquí estamos, todos en el mismo sitio, gentes sin hogar compartiendo una Nochebuena que ha venido a traernos la Iglesia. Un poco de música y buena comida casera, tradicional polaca: borszcz, pierogi, bigos, herbata.

Sí, es la Iglesia Católica quien organiza el benéfico tingladillo. No el gobierno de políticas sociales, ni los radicales rompefarolas, ni la izquierda “solidaria”, no digamos los anti-iglesia; éstos están todos –todos– pasando la cristiana Nochebuena con sus familias. Sólo la Iglesia –la denostada y atacada Iglesia– es capaz de regalar una Nochebuena a los vagabundos de la ciudad.

Hablo un momento con la señora que está al cargo. Quisiera darles unos billetes, contribuir a su labor, recompensar al menos la comida caliente, el té, la música y el ratito en compañía; pero no me los coge. Esto no se paga –me dice–, pero si quieres puedes darle las gracias al Señor. ¡Ay, señora!, eso es precisamente lo que no puedo…

Al cabo, regreso al hotel. Caminando por las frías y desiertas calles de Bialystok, bajo la luna llena, soy otro vabagundo más que regresa a su guarida; un vagabundo que ha pasado la Nochebuena entre sus iguales.

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Luces y sombras de Letonia; ¡bendito atraso!

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Una gasolinera. Lleno el depósito y me acerco a pagar. Al tenderle mi tarjeta a la cajera, la mira con susto y retira un poco el cuerpo, escondiendo las manos a la espalda; como si le hubiesen mostrado un alacrán y temiese una picadura. Parece que no ha visto una Mastercard en su vida; quizá por aquí no se estilan, y se niega a aceptarla. Pago en efectivo y me largo. Son desconfiados estos letones, sobre todo en las gasolineras. Ya otra vez hube de marcharme sin haber repostado.

Es una mañana espléndida, soleada pero no calurosa: un tenue velo de nubes medias resta fuerza a los rayos solares. Veintiún grados. Aunque estamos a primeros de septiembre, el otoño ya ha llegado a esta tierra. Los árboles empiezan a desprenderse del foliaje y algunas de las carreteras por las que vengo –interminables rectas de diez o quince quilómetros– lucen soberbios paisajes. Atraviesan bosques y sembrados, pasan junto a granjas y arboledas, arados y barbechos, una campiña pintoresca y variada que ameniza el trayecto y aligera el ánimo. A trechos, ruedo bajo una lenta nevada de hojas amarillas, que caen a mi alrededor rozándome el casco o arremolinándose al paso de Rosaura. De cuando en cuando, un caserío. Por aquí aún utilizan, para la agricultura, una maquinaria que, en la otra Europa, sólo puede encontrarse ya en los museos etnográficos; tan anticuada es; y eso le da aún mayor atractivo a este agro letón. Sigue leyendo

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¡Letones, abrazad el consumo!

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Dejo atrás la bella Viljandi y me dirijo al sudeste de Estonia, donde las carreteras –dicen– no son tan aburridas como en el resto del país: tienen curvas e incluso pendientes. Y así reuslta ser, en efecto; pero como siempre cojo las de segundo orden, al final he acabado en un tramo de obras, bastante largo y frontero con Letonia, del que ya veremos si Rosaura sale indemne. Demasiado estoy tentando a la suerte durante este viaje, y milagro es que, entre obras y carreteras de grava, no haya tenido todavía un percance; o a lo mejor los neumáticos son mucho más resistentes de lo que parece.

Esta región entre Viljandi y la frontera sudeste, eminentemente rural y agrícola, está poco poblada y desarrollada. Quizá por esa misma causa es tan bonita: las granjas y los sembrados se alternan con bosques y arboledas en un sugerente mosaico natural de colores y texturas; las casas, los galpones, almacenes y graneros, siempre de madera y a veces de alegres colores, son muy pintorescos, y algunos pueblos o caseríos parecen el decorado de una película del oeste. Sigue leyendo

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Balance de Escandinavia e impresiones de Estonia

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Aquí estoy, casi un mes después, en el ferry que cruza el mar Báltico entre Finlandia y Estonia. A la ida navegué con Eckerö y en esta ocasión será con la Viking Line, que va a llevarme desde Helsinki a Tallin por 54 €. Es el problema de no ser madrugador: que todo sale más caro. El barco de la mañana, con Eckerö, cuesta sólo 35 €; y también hacen un viaje por la tarde, pero llega de noche y tendría que pernoctar en Tallinn, que no me conviene.

Un mes de Escandinavia. Así dicho parece poco, pero ha dado mucho de sí, y tengo la sensación de que fuera el doble: he atravesado toda Finlandia de sur a norte, recorrido un arco considerable de la costa noruega, estado en muchos fiordos e islas islas, Cabo Norte inclusive; he cruzado luego Suecia y de nuevo parte de Finlandia, he conocido gente, visitado amigos, y hasta me he tomado algunos descansos de moto durante días. Quizá por eso se me hace raro que sólo haya transcurrido un mes. Sigue leyendo

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