Cien habitaciones y una cena

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Al despertar, tardo unos instantes, como siempre, en saber dónde estoy. ¿En cuántos lugares diferentes he dormido ya durante este viaje? Tal vez cien, apenas una noche en cada uno. Cien camas distintas, cien mesillas y lámparas, cien techos, puertas y ventanas, también aseos; cien habitaciones extrañas, desconocidas, sin llegar a familiarizarme con ninguna. Supongo que eso, de algún modo, ha de pasar factura al espíritu y quizá también al corazón.

Esta vez es un hotel de Munster, comarca del Alto-Rhin, región de Alsacia. ¿Fue ayer cuando me caí de la moto? Ni siquiera un día ha transcurrido y me parece que haga una semana. Palpo el lugar de la contusión: ya me duele menos; sólo molesta al presionar la base del pulgar. Muy bien; podré continuar viaje. Sigue leyendo

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Caminos en el aire

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Tras una semanita con un amigo recargando las pilas en Bamberg, confieso que me da pereza retomar la carretera para emprender esta última etapa del viaje. Pero estoy en el principio del fin; la última etapa de este viaje a Ninguna Parte.

La mañana está de nubes y claros, agradable, otoñal; pero a medida que avanzo y gano altitud voy encontrándome algunos parches de niebla y la temperatura desciende. En Uffenheim me paro a tomar un té en una tranquila pastelería mientras estudio la ruta a seguir. Luego, la tarde se viste por completo de gris y refresca aún más: doce grados. El paisaje, en cambio, va haciéndose más bonito, más rural, moteado de viejos caserones que albergan hermosas hospederías y restaurantes, donde el otoño está más avanzado y donde el monte ofrece llamativos contrastes de ocres y verdes, junto a ese evocador olor a humo de leña al pasar por los pueblos…

Acercándome a la selva Negra

Acercándome a la Selva Negra

A las cuatro y media, óptima hora para dar la jornada por concluida, me paro en Wüstenrot, donde hay una agradable pensión a buen precio. Es un pueblo más bien soso, pero sus alededores son bonitos. Una vez instalado, me doy una larga caminata por los sembrados y un bosquecillo no lejano de pinos y secuoyas, donde el camino se desdibuja hasta desaparecer. El suelo en las umbrías está húmedo, y cuando regreso al hotel tengo los tenis llenos de barro. Me toca andar de limpieza. Por cierto que la encargada es muy agradable, y hay además otra empleada, una joven morena, que me mira de ese modo en que saben mirar las mujeres traviesas… ¡Lástima que últimamente no estoy para esos trotes! Sigue leyendo

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La conexión cósmica

Fue años antes de que mi curiosidad y mis estudios me llevasen a recorrer los caminos de la ciencia; antes de tener inquietudes de conocimiento; en la temprana adolescencia, cuando todo está aún por descubrir y cuando el mundo, como un prestidigitador anticuado, nos hace guiños desde detrás de sus trucos viejos, ésos que ya sólo cautivan a los niños.

Me ocurrió sólo en dos ocasiones; dos veces nada más; pero aunque han pasado cuatro décadas desde entonces, ¿cómo olvidarlo?

Era el verano; uno de esos veranos de la mocedad, tan largos que nos veían crecer y tan llenos de eventos que marcaban épocas. Íbamos al pueblo de mis abuelos durante tres meses y allí el tiempo, la luz, el espacio, cobraban otra dimensión. La monotonía de las clases, que marcaban las horas y los días en la ciudad con su reloj didáctico; o la geometría de los bancos y las aulas, las calles y los edificios, que cuadriculaban el entorno con sus perspectivas oblicuas, se interrumpían en el pueblo para dar paso a un espacio cambiante y heterogéneo, donde el espíritu parecía expandirse en la libertad sin límites que el campo y las vacaciones nos ofrecían. Sigue leyendo

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Sucesos que cambian vidas

Naumburg, donde Nietzsche se crió

Naumburg, la ciudad de Nietzsche

Ciento setenta años después de que naciera Nietzsche, Rosaura y yo llegamos a Naumburg (en el estado alemán Sajonia-Anhalt), donde transcurrió la juventud del que se convertiría en el filósofo más importante del siglo XIX. Por aquella época, Naumburg era un pueblo de 13.000 habitantes. Hoy es una pequeña y bonita ciudad de 33.000 almas que -cosas de la suerte- me brinda por azar un agradable hotel y un acogedor restaurante de barrio cuya camarera, guapa y amable, pese a no hablar una palabra de inglés hace lo posible para que mi cena resulte satisfactoria; y lo consigue. Sigue leyendo

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El otoño del viajero

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Tres días después del equinoccio de otoño; doce horas justas entre aurora y ocaso; catorce horas de luz diarias, y menguando. La estación llegó con puntuales chubascos, aunque hoy está soleado. Lugar: Kostrzyn, un pueblo a orillas del Oder, que hace de frontera con Alemania. Atrás quedó Gorzów Wielkopolski con sus antisociales bastardos; por delante, la monótona perfección germana. Aunque confieso que esta vez, entre las experiencias del diablo sobre ruedas lituano y el corazón de las tinieblas polaco, me siento aliviado cambiando el Bloque del Este por una Europa más cívica. Sigue leyendo

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Gorzów Wielkipolski: el corazón de las tinieblas

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Se cuenta que, cuando los polacos comenzaron a llegar a Landsberg para repoblar la abandonada ciudad, encontraron las viviendas tal y como las habían dejado los alemanes en su repentina y apresurada evacuación: mobiliario, ajuar, enseres, despensas, y en ocasiones hasta la comida servida en la mesa, a medio consumir; como en una ciudad fantasma cuyos habitantes se hubiesen evaporado de pronto. A la llegada de las tropas soviéticas, miles de alemanes habían tenido que huir con lo puesto.

Gorzów Wielkopolski, antes Landsberg

Gorzów Wielkopolski, antes Landsberg

En efecto, acabada la S.G.M., los gobiernos de EE.UU., la U.R.S.S. y Reino Unido, arrogándose el derecho a redibujar las fronteras europeas, generosamente decidieron, en la conferencia de Potsdam, regalar a Polonia una gran franja de tierra del este alemán. Entre otras ciudades, en dicha franja (que sigue perteneciendo a Polonia hasta la fecha) se encontraba Landsberg, que el gobierno polaco rebautizó como Gorzów Wielkopolski. Sigue leyendo

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Szeroka droga

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Atrás queda Torun; adiós, vieja amiga, hasta la vista. Yo sigo dejando millas bajo las ruedas de Rosaura, camino de Alemania.

Llanuras polacas, campos otoñales

Llanuras polacas, campos otoñales

Hoy, 21 de septiembre, llega el otoño muy puntual con un primer chaparrón –o mejor dicho una tromba de agua– que me obliga a buscar abrigo bajo unos soportales, en Szubin. Suerte que no me ha pillado en mitad del campo. Aprovecho el diluvio para almorzar en una pequeña pizzería, donde por cuatro perras me ponen una ensalada que no se la salta un gitano. Pasada la tormenta y saciado el apetito, continúo viaje.

Ya empieza a caer la tarde cuando llego a un deprimido pueblo de aspecto deprimente: Oborniki, donde mis gadgets telefónicos indican la presencia de varias hospederías. 170 km llevo hechos hoy, más que suficientes para un día. Aquí me quedo. Sigue leyendo

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Hotel Przystanek

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Salgo de Piecki una buena mañana motera, soleada y fresca, por una carretera con curvas y colinas (muy de agradecer en este llano país) y uno de los peores asfaltos que he sufrido nunca: tan rugoso y bacheado que descoyuntan el esqueleto.

Al llegar a Novy Miasto Lubawskie hago una parada para almorzar algo rápido en una posada. Al otro lado de la barra, ca camarera pasa diez veces frente a mí sin atenderme ni molestarse siquiera en decir: “buenos días, espere un momento que en seguida le atiendo”. ¡Ah, estas sombras de Polonia! Pese a que las nuevas maneras han calado ya en muchos barrios de las principales ciudades y en los sitios más turísticos, a los polacos todavía les falta por aprender casi todo sobre atención al cliente, y en casi todas partes aún se respira esa atmósfera de gris república soviética. Camareros, dependientes y empleados de cara al público padecen el síndrome de visión selectiva, un mal hábito que llega a hacerle sentir a uno invisible: no es que te vean y disimulen, sino que ni siquiera te ven. Sería interesante experiencia interponerse en mitad de su camino. ¿Qué ocurriría? Igual pasarían a través de uno como los fantasmas atraviesan las paredes.

Pierogi con espinacas, uno de mis platos favoritos

Pierogi con espinacas, uno de mis platos favoritos

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