A lomos de mi fiel cabalgadura me dirijo hacia el norte, en busca del mar, junto al que discurrirá este viaje la mayor parte del tiempo. Siempre por carreteras locales, dejo Covarrubias atrás, rodeo Burgos y tomo la paisajística N623, por aquí llamada “la carretera de Santander”, que en su variado curso atraviesa desolados páramos y pintorescos cañones, bordea pantanos y salva cordilleras. Apenas a cincuenta quilómetros de Burgos, un pueblecito me inspira una parada y algunas fotos: es Tubilla del Agua, pequeña localidad sobre el estrecho valle del río Homillo, cuyas rápidas aguas se despeñan por entre las rocas en llamativos saltos de una altura regular.
Feudo de la orden de Santiago y lugar solariego de los Villalobos, que andando el tiempo emigrarían a América, destaca hoy en Tubilla del agua la existencia de tres parroquias. Muchas son, para pueblo tan pequeño, que ni en sus mejores tiempos pasó de trescientos y pico habitantes. Ahora, apenas sesenta almas quedan en él, al haber ido desapareciendo poco a poco –y sobre todo a finales del siglo XX– lo que mantenía la vida de estos lugares, que eran la agricultura y la ganadería de pequeños propietarios.
Una cerveza y una tapa en El Rincón, cuya terraza da sobre una apacible acequia, me sirven de tentenpié hasta la hora de la cena.
Carretera adelante, pasados unos baldíos altozanos que el viento barre inmisericorde, Sigue leyendo