IX. Pueblos que sestean sobre el litoral

Continuando hacia el norte junto al Atlántico francés, al cabo de una larga y pesada etapa lluviosa, llego por fin, tras varios intentos fallidos de buscar alojamiento, a un agradable pueblecito llamado La-Faute-sur-Mer, pequeño y tranquilo –no por abandono, sino por aislamiento–, que ofrece tres o cuatro hotelillos y media docena de restaurantes. Junto con L’Aiguillon-sur-Mer, forman prácticamente un único pueblo, separado en dos mitades sólo por un puente sobre una estrecha ensenada donde, con la marea baja, apenas quedan unos charcos de agua. Hay un bonito paseo entre ambos núcleos urbanos, y sospecho que voy a frecuentarlo durante los días que voy a quedarme por aquí.

L'Aiguillon-sur-mer

L’Aiguillon-sur-mer

Parece que, a falta de playa propia, en L’Aiguillon se han ubicado las pequeñas tiendas de la vida local, pescaderías, panaderías y otro comercio por el estilo, más o menos necesario, mientras que en La Faute, más cerca de la playa, están los restaurantes, bistros, heladerías y las tiendas de artículos playeros; pero tanto en un lado como en otro se respira paz y esa lentitud soñollienta de los pueblos que sestean, donde la prisa no encuentra cabida. Sigue leyendo

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VIII. La sorprendente duna de Pilat

El litoral cantábrico oriental es asombroso y muy digno de ser visitado, pero un ser humano sólo puede ingerir ciertaa dosis máxima de vasquismo sin perecer, y yo siento que ya he completado el cupo. Ahora, Francia me llama. Detrás de los Pirineos también hay una Vasconia, aunque en versión francesa: el Pays-Basque, ¡pero dónde va a parar! Aquellos son –o están– más civilizados, mientras que estos cispirenaicos nuestros…

Antes de cruzar la frontera, hay una tarea que no admite demora: parada técnica en San Sebastián para cambiar las gomas de la moto. Dejo los gastados Metzeler, que ya han dado su buen juego, y calzo unos Dunlop blanditos, desconocidos para mí hasta ahora, que una vez probados me catapultan hacia una nueva dimensión en el mundo de los neumáticos: ¡qué agarre! Parece como si los acabaran con una capa de Supergén. Nunca antes había usado unas cubiertas así. Con ellas, me siento como si me hubiesen cambiado la moto por una más fiable y segura. Me enamoro al instante de estos Dunlop, y hasta parece que voy más relajado, más confiado al manillar. Lástima no haberlos probado antes, porque me habría ahorrado muchos sobresaltos. Claro está que hay una contrapartida: a mayor agarre, menor duración; las gomas blandas se las come el asfalto; pero aun así vale la pena, sobre todo para un apocado como yo, y más teniendo en cuenta que me espera, por delante, la lluviosa Irlanda de pavimentos siempre húmedos.

Aprovecho para agradecer al empleado de Neumáticos Iruña en San Sebastián su amabilidad,  franqueza, confianza y buen hacer profesional. ¡Y además me hace un buen descuento! Gente así es la que da gusto encontrar.

Mis primeros días de viaje por las carreteras de la costa atlántica francesa me sorprenden; y es que si, en vista del homogéneo verde con que los mapas la colorean, me la esperaba bastante llana, no imaginé que fuese así de llana: durante varios días seguidos, prácticamente desde el País Vasco-Francés hasta Bretaña, el litoral es una interminable playa, interrumpida aquí y allá por algunas arboledas y –claro está– las localidades costeras.

El llano litoral francés desde la duna del Pilat

El llano litoral francés desde la duna del Pilat

La primera parada y fonda la hago en un pequeño pueblo llamado Lit-et-Mixe, del que poco puedo decir salvo que es muy tranquilo, que casi todo está cerrado a partir de las cinco de la tarde, y que se asienta en la región de Gascuña, que vende patés y mieles como productos típicos comarcales. De lo primero compro una pequeña lata (a precio de oro) que, si bien resulta bastante rico, la verdad es que no es para tanto; y de lo segundo no compro nada porque el tarro más pequeño tiene un cuarto de litro, demasiado grande para mis necesidades y mis limitaciones de equipaje. Sigue leyendo

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VII. Vasconia cántabra, marinera y turística

parroquia

Parroquia del Santo Cristo de San Severino, en Valmaseda

Cambiar los neumáticos de la moto justo antes de cruzar la frontera me va a obligar a hacer una parada logística en San Sebastián o en Irún. Podría evitarla estirando las cubiertas unos cientos de quilómetros más, que pueden aguantar, pero entonces me tocaría cambiarlas en Francia y perdería en precio lo que iba a ganar en rodaje (aparte el inconveniente del idioma), de modo que no vale la pena. Previendo este pormenor trazo mi ruta: desde La Matanza me dirijo a Valmaseda con idea de puentear luego Bilbao antes de retomar el litoral.

Bajos de la casa consistorial de Valmaseda

Bajos de la imponente casa consistorial de Valmaseda

Elongado como un pez y acostado a la orilla izquierda del río Cadagua, sobre una calzada romana, Valmaseda es una localidad pequeña cuyo núcleo central lo forman media docena de calles peatonales, más bien anchas, en las que -quizá por ser día festivo- veo bastante movimiento. El pueblo fue fundado al final del siglo XII con título de villa, la primera en el Señorío de Vizcaya, y pronto se convirtió en una importante plaza comercial y aduanera que, durante la baja Edad Media, alojó a una numerosa comunidad judía. De él destaco cuatro cosas: Sigue leyendo

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La pericalipsis de Lem

vacioPerfectoEn el prefacio a esa especie de broma absurda de Estanislao Lem que es Vacío perfecto, una recopilación de reseñas sobre varias obras literarias inexistentes, el prologuista nos dice que Lem intenta así dar vida a (o quizá librarse de) algunas de sus numerosas ideas argumentales, en vista de que tiene muchos más proyectos literarios que vida biológica para llevarlos a cabo. Recurriendo a ejercer de supuesto crítico de unas novelas apócrifas que, atribuidas a autores igualmente ficticios, habría escrito él mismo si la vida pudiera alcanzarle para tanto, el ensayista polaco logra al menos ofrecernos los argumentos o las tramas que su ubérrima imaginación le propone, junto con su “análisis” (es decir, su verdadera explicación) correspondiente. Y para rizar el rizo, al final del prólogo se nos insinúa que éste también, el prólogo mismo, está escrito por el propio Lem. Malabarismo literario.

Vacío perfecto es una obra excelente; un alarde de destreza dialéctica e inteligencia, calculado absurdo e iguales dosis de fantasía e imaginación, y algunos de sus pasajes no pueden dejar de resultarle soberbios incluso al lector más crítico.

He escogido cuatro párrafos para comentarlos aquí; quizá no los mejores, pero sin duda notables, sobre todo teniendo en cuenta la década en que fueron escritos (los 70 del siglo pasado), cosa que debería bastar para hacernos una idea de las impresionantes dotes proféticas de Lem. Las cuatro citas pertenecen a Pericalipsis, una de las “reseñas” que contiene el volumen. Sigue leyendo

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VI. Comillas y un exclave cántabro en Vizcaya

Desde Cos hasta el litoral sólo hay, como quien dice, un paseo. El cielo está encapotado y de vez en cuando chispea; cosas del Cantábrico. De todas formas, la jornada motera de hoy va a ser así de corta: desde Cos hasta Comillas, la “villa de los arzobispos”, donde me quedo un par de días alojado en un hotel bastante agradable y tranquilo, estilo clásico, a cinco minutos caminando desde el centro.

Este antiguo pueblo pesquero, aparte de ser famoso en la Edad Moderna por sus hábiles arponeros y la industria ballenera (aún abundaban los cetáceos en el Cantábrico), no tenía más mérito que lo hiciera particularmente acreedor a la distinción de que gozó durante la Edad Contemporánea, y que se derivó tan sólo de la merced que le hizo Alfonso XII al visitarlo con su familia un par de veces, lo cual, de algún modo, lo puso de moda entre la aristocracia y, con el tiempo, devino en una localidad destacada por sus ensayos arquitectónicos.

Es un pueblo bonito y muy turístico, que se deja recorrer bien a pie incluso hasta los barrios más retirados, aunque resulta sumamente difícil orientarse en él, por el peculiar trazado de sus calles, casi laberíntico, que no parece obedecer a lógica alguna. Destaca, por supuesto, dominando sobre el pueblo en lo alto de un otero, con su inconfundible arquitectura, el soberbio y emblemático edificio de la Universidad Pontificia (actualmente un campus de la de Cantabria). Sigue leyendo

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El villancico del Tiempo pasado

villancicosAl pasar junto al salón de actos del Instituto Ortodoxo, el hombre escucha un coro de voces infantiles, y, curioso, se asoma tras los vidrios de la puerta cristalera. Ve un grupo de niños ensayando villancicos bajo la dirección de una joven profesora; no tan joven, en realidad -dice el hombre para sus adentros-, pero hace ya tiempo que todo el mundo se lo parece, y eso sólo puede significar una cosa…

Con un gesto inconsciente desecha este inoportuno pensamiento, y procurando no hacer ruido abre la puerta y se cuela a hurtadillas en la amplia estancia, toma asiento en una de las últimas sillas y se queda a escuchar el ensayo. La atmósfera es cálida, acogedora y envolvente como un seno materno. Fuera, tras las ventanas, unos tímidos copos de nieve descienden en silencio y ponen en la noche una blanca pincelada navideña.

Cuando, tras otras melodías, brotan de las bocas vírgenes y puras de los niños (¡ellos sí son jóvenes!) las notas algo tristonas del Noche de Paz, al hombre se le escapan dos lágrimas que ruedan mejillas abajo. Pero no es la tristeza del villancico, por sí misma, lo que las hace brotar, Sigue leyendo

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Tres ermitas

De la ermita vieja, la auténtica ermita vieja, construida en granito, hace mucho que no quedan ni las ruinas… y apenas la memoria: algunos de mis coetáneos no llegaron a conocerla, mientras que otros la han olvidado; y confieso que yo también, un poco: con mis años, ese recuerdo se remonta a una infancia tan lejana que ni el mayor esfuerzo de la memoria me permite evocarla con nitidez, y si tengo la certeza de que existió es porque durante lustros tuve conciencia de ella como parte del nutrido conjunto de mis recuerdos de niñez.

Y si de aquella vieja ermita no queda un sólo resto fue porque justo sobre ella se edificó una nueva: también de piedra, pizarrosa y pardusca como la tierra de la que parecía haber brotado; una ermita artesanal, recia y duradera que, no obstante, habría de jugar un papel muy breve en la vida social y la tradición religiosa del pueblo: como aquellos terrenos no eran comunales, sino que formaban parte de El Álamo, el cortijo de una familia local acomodada, cuando apenas un lustro tras su erección llegó la modernidad de la mano del cambio político y el ayuntamiento adquirió la finca El Quinto para emanciparse de un caciquismo que sólo fue reemplazado otro peor, en el recién adquirido terreno se construyó otra nueva ermita, esta vez de obra, con las paredes enlucidas y encaladas, sin gracia ninguna… ¡pero del pueblo!

Y dado que a ésta, como es natural, se la llamó la ermita nueva, muy pronto la otra pasó a ser la vieja -aunque ni por su edad ni por su uso lo fuera-; y no es improbable que este capricho de los nombres -aparte el cambio de ubicación, claro está- contribuyera decisivamente a que, con el paso de los años, en la memoria popular se difuminara hasta desaparecer todo recuerdo de que alguna vez existió una construcción anterior, una verdadera ermita vieja que, si hubiésemos dado en llamar la antigua para evitar confusiones, acaso no hubiéramos olvidado. Aunque, en realidad, ¿qué confusión puede haber?

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El luchador (The wrestler)

wrestler1Si hace diez años alguien me hubiese dicho, a la vista de Sin City y otras joyitas por el estilo, que Mickey Rourke llegaría a conmoverme en la pantalla, no me lo habría creído. Pero sea bienvenida la novedad: a estas edades (la suya, pero también la mía) reconforta un poco comprobar que el otoño de la vida puede aún ser muy productivo, e incluso brillante.

Pero no siempre es así, claro; como por desgracia le ocurre al protagonista de El luchador, Randy ‘The Ram’ Robinson, un decadente profesional del wrestling (ese espectáculo norteamericano de “falsa lucha”) ya algo entrado en años que, en el ocaso de su carrera, recorre los cuadriláteros del estado participando en combates de segunda categoría. Cuando los muchos golpes recibidos durante quizá demasiado tiempo ejerciendo el oficio empiezan a pasarle seria factura, intenta darle un cambio de rumbo a su vida; pero comprobará que no es tan fácil compensar por lo que hasta entonces no ha hecho, o ha hecho mal. Sigue leyendo

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