Resulta increíble que la tarjeta sanitaria de un ciudadano español no surta plenos efectos más que en su comunidad autónoma de residencia, y que no podamos disfrutar de asistencia médica en el resto del territorio nacional sin formalizar antes un absurdo papeleo: el volante de desplazamiento, cuya función real no es otra que levantar fronteras internas y obstaculizar el constitucional derecho al libre movimiento dentro del país.
Mejor dicho: resultaría increíble, en condicional. Lo resultaría si no fuera porque hasta el peor descarrío es posible en esta España desmembrada y apóstata de sí misma, en este engendro de artificiosos regionalismos que hemos creado y, peor aún, que nos hemos creído. Pero como aquí todo vale, así están las cosas. Tanto los reyezuelos de las taifas autonómicas como el gobierno central, en el summum de su inepcia política y ceguera autonomista, son totalmente incapaces de acordar una asistencia sanitaria coordinada y ágil. Por un lado, porque esos reyezuelos se apresuran a colgarle a cualquier medida unificadora el anatema de recentralización, en virtud de una evidente confusión semática, fruto de la ignorancia o la demagogia, entre “centralizar” y “unificar”. Curiosamente –dicho sea de paso– no les importa ceder los datos más personales a Facebook para que Mark Zuckerberg los centralice en sus servidores, pero sí les molesta que las distintas autonomías coordinen y unifiquen sus ficheros y servicios para eliminar trabas al ciudadano. Y por otro lado, porque los sucesivos inquilinos de La Moncloa tienen miedo a que los llamen franquistas centralizadores y, como les importamos un bledo los ciudadanos, se ponen de perfil para no enfrentarse a las taifas.
Pero el colmo del despropósito es Sigue leyendo