Derogar la Ley de Protección de Datos y desmantelar la Agencia

Como tantos millones de españoles, he recibido estos días la clásica correspondencia de propaganda electoral para las elecciones: el mismo despilfarro presupuestario de siempre, aunque con un importantísimo agravante: esta vez las cartas, en lugar de ser simple buzoneo, van dirigidas a mi nombre y domicilio. O sea, un atropello más de la Ley de Protección de Datos (LPD); atropello especialmente intolerable y escandaloso, porque en esta ocasión cuenta con el beneplácito de las autoridades gubernamentales o judiciales, si no de ambas.

La verdad es que llega uno a hartarse de que aquí, en España, todo el que le da la gana, si tiene poder político o influencia económica, se salta la LPD por el arco del triunfo e impunemente. La última tomadura de pelo, vergonzosa, fue el presunto blindaje de nuestro “derecho a la privacidad”, adoptado por iniciativa europea, respecto a los datos personales que almacenan los sitios web; blindaje cuya medida estrella de cara a nuestra protección era la taxativa e inapelable prohibición de enviar spam -o cualquier tipo de correo electrónico no deseado- sin el previo consentimiento consciente y expreso del destinatario. Con anterioridad, se nos podía enviar correo comercial sin más requisito que incluir en él un enlace para desuscribirse; pero ahora, en teoría, nadie debería enviarnos tales mensajes sin que antes lo hayamos solicitado intencionadamente. Y lo mismo cabe decir de las cookies.

Pues bien: no sé a mis lectores, pero a un servidor le llegan ahora ¡entre cinco y diez veces más mensajes de spam! que antes de esa “nueva protección”. O sea, que sesudos equipos de técnicos (a quienes sin duda pagamos un sueldazo) deliberan durante semanas o meses para parir una normativa que nos proteja del incesante bombardeo de spam, y lo que resulta es que dicho bombardeo se quintuplica. Vamos: para ponerse a mear y no echar ni gota. Por cierto que la burla más descarada que he sufrido al respecto es el caso de Yahoo, donde, para configurar el rechazo a las cookies, se redirige al usuario a sucesivas páginas de terceros, a cual más engorrosa y pesada de leer, para llegar finalmente a una inacabable lista de “socios comerciales” cuyas respectivas páginas de rechazo deberemos abrir y configurar una a una si no queremos que esos pequeños duendecillos espías llamados cookies se almacenen en nuestro navegador para vigilar cada uno de nuestros clics. En fin: la más descarada y abusiva inocentada cibernética que he tenido ocasión de ver. Sigue leyendo

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El centro político como equívoco espacial

El principal inconveniente de trabajar con metáforas espaciales es que conducen demasiado fácilmente a deducciones sin fundamento ni rigor lógico y a equívocos que son, a la larga, difíciles de identificar y más aún de corregir.

Y es que cuando a uno lo bombardean por todos los flancos, desde que tiene uso de razón, con la idea de que el repertorio de opciones políticas se distribuye a lo largo de una línea que va de izquierda a derecha -o viceversa-, resulta que la existencia de un centro aparenta ser no sólo la cosa más natural del mundo, sino una exigencia del principio de continuidad del espacio euclídeo.

Pero lo cierto es que, cuando hablamos de política, la denominación “izquierda” y “derecha” es totalmente figurada y, por ende, muy poco afortunada.

A mí -que nunca estudié ciencias políticas- me ha llevado muchos años, hasta bien entrados los cincuenta, darme cuenta de esa trampa semántica; y esto por pura casualidad, el día en que escuché a un polémico periodista decir: Pero, vamos a ver, eso del centro, ¿qué es? El centro no es nada. Y gracias a estas palabras me planteé la pregunta, en cuya respuesta, tras pensarlo detenidamente, no pude sino coincidir con él.

Para quien algo recuerde de las matemáticas, la situación puede visualizarse así: dados dos conjuntos distintos, A y B, compuestos por algunos elementos comunes y otros disímiles, nada obliga a postular la existencia de un tercer conjunto C que, sin ser la mera intersección algebraica de los anteriores, sea “intermedio” entre ellos. Resulta hasta difícil imaginar en qué podría consistir dicho C.

Pues bien: yo creo que la política se asemeja más a esta comparación que no a ese hipotético espectro izquierda-derecha que, no obstante, casi todos damos por sentado porque nos lo enseñan desde jovencitos y nos lo remachan cada día. Según mi ejemplo, A podría ser el modelo económico-cultural socialistoide que hoy sostiene un partido como el PSOE, y B sería el liberaloide que propugna el PP; sendos representantes de esos dos sistemas políticos en que se basan la mayoría de países actualmente. De modo que, en este esquema, ¿qué predica Ciudadanos de original que no esté ya en los programas de alguno de los otros? ¿Cuáles son los elementos, las ideas, los valores, principios o propuestas que identifiquen de manera unívoca y den personalidad propia a ese partido? Si Ciudadanos es el conjunto C, ¿qué de nuevo aporta?, ¿qué tiene que no tengan los demás? Sigue leyendo

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No estamos cabreados, Cayetana

Dice Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, ahí es nada, con esa suficiencia dialéctica -o acaso soberbia intelectual- que la caracteriza, que los partidarios de Vox votaremos este partido porque estamos cabreados; es de suponer que con el partido Popular. Según la número uno de Pablo Casado por Barcelona, venimos a ser algo así como peperos echados al monte, sin más razón para votar a Vox que el puro cabreo; y parece querer transmitir una imagen nuestra como de unos cimarrones temperamentales, dominados por las emociones y los instintos básicos, con intelecto quizá inferior, introduciendo en las urnas nuestras papeletas del partido verde mientras hacemos cortes de manga a los interventores populares, o vaya usted a saber. Estamos enfadados -dice-, pero cuando nos hayamos desahogado -se entiende- volveremos al rebaño. Será por mí, tan cabreado que mi temperatura ha subido desde -0 ºC a +0 ºC.

Y en esta idea que la marquesa esboza, soslaya -no por ignorancia, sino acaso por malicia o picardía- el hecho de que entre PP y Vox se han abierto ya brechas ideológicas y programáticas casi insalvables. Que Abascal y conmilitones creasen su partido como una escisión del Popular no significa, en absoluto, que hayan de refundirse nuevamente en él (errónea tesis ésta, en la que muchos periodistas porfían) como pelota que, lanzada al aire, ha de volver a tierra. Al contrario: usando un símil darwiniano, Vox es como una nueva especie que muta a partir de otra y que divergirá de ella, como una rama de árbol, merced a las leyes evolutivas; aunque me temo que “evolución” sería lo último que mi admirada hispano-porteña nos concedería, pues su rechazo a la verdadera derecha se lo impide y, además, la estrategia electoral se lo desaconseja.

Cierto es que hay similitudes entre ambos partidos. Escucho con frecuencia -y con mezcla de agrado y enojo, confieso- a esta brillante periodista y me parece imposible que cualquier persona sensata no esté de acuerdo con ella en la mayoría de temas. Pero también es cierto que las divergencias en bastantes aspectos fundamentales (organización territorial, inmigración, hembrismo, aborto, adoctrinamiento “gay”, memoria-revancha histórica, inmersiones lingüísticas, ETA, actitud frente al franquismo, posicionamiento hacia Europa, legítima defensa, etc.) son demasiado grandes como para que pueda preverse una convergencia ni a corto ni a medio plazo; y, si se produjera, antes sería por acercamiento del PP a Vox que no a la inversa, creo. Sigue leyendo

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Yo también quiero

De entre los cuatro valores superiores del ordenamiento jurídico que propugna nuestra Constitución, el más importante es la igualdad, pues de ella se derivan los demás y sin ella no pueden existir. Por su virtud, basta con que haya un ciudadano libre para que todos lo sean, que alguien tenga un derecho para que lo tengan todos o que exista una opción política para que otras puedan existir. La igualdad es el meollo, la condición necesaria y suficiente para toda justicia, libertad y pluralismo.
Por eso a la hora de abordar cualquiera de las cien cuestiones sociales que nos salen al paso cada día no hay como hacerlo desde el punto de vista de la igualdad para darse cabal cuenta de cuáles son las raíces de cada problema en particular, pues si, frente a los mil desafueros que se perpetran en España impunemente a cada hora, en lugar de exigir el cumplimiento de la ley exigimos igualdad, salta a la vista la autodestrucción a que nos llevaría. Véase, si no:

Yo también quiero asesinar no a veinte, sino a un sólo policía nacional a sangre fría, y que al cabo me salga el crimen prácticamente gratis y, encima, por pueblos y ciudades me hagan homenajes, otorguen cargos públicos, elogien y ensalcen como gran demócrata.
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Sobre vuestras conciencias caerá

Comprendo que la parte más harinosa –por así decirlo– de la masa ciudadana que vota PSOE se sienta especialmente llamada a las urnas este próximo 28 de abril, habida cuenta el pasado abstencionismo socialista en Andalucía y temerosos del impetuoso avance de Vox en toda la nación. Convencidos seguramente de que a sus conmilitones andaluces se les fue la mano en generosidad cuando se quedaron en casa para dar al Destino, encarnado en oposición, la oportunidad de efectuar el muy necesario cambio en esa comunidad autónoma, muchos de ellos creerán ahora su obligación contrarrestar dicho error y, por tanto, no faltarán a votar.

Comprendo asimismo que los sociatas, e incluso los socialistas de bien, que los hay, entren en pánico ante el riesgo de que un partido como Vox, que no se rinde al groupthink, a la corrección política o al revisionismo histórico –por poner sólo algunos ejemplos–, pueda ejercer una considerable influencia en la sociedad española de la próxima década, en el sentido de defender –o incluso impulsar– a ese peligroso enemigo del socialismo cultural que es el pensamiento crítico.

¡Y cómo no voy a comprender al millón de potenciales opositores que ahora mismo se frotan las manos esperando fiar su futuro laboral a alguna de esas treinta mil nuevas plazas funcionariales que el irresponsable chuleta de La Moncloa, cual magnánimo Rey Mago arrojando caramelos a la chiquillada, nos ha regalado -con nuestros impuestos- para que lo votemos! ¿Quién no desea hacer realidad ese sueño tan español, esa aspiración tan siglo XX –curiosamente, tan franquista– que es vivir con el mínimo esfuerzo hasta jubilarse por el único mérito de haber aprobado un examen un día, varias décadas atrás? Claro que sí: yo también soy funcionario.

Del mismo modo comprendo que a los dos millones y medio de trabajadores a quienes beneficia el desmedido incremento del salario mínimo en 2019 les entre el canguis sólo de pensar que “las derechas” puedan revertir tal medida, y se apresuren a votar a “la PSOE” el 28-A para apuntalar ese inesperado maná cortesía de Narciso Sánchez Bello; a costa, eso sí, del descalabro económico de miles de empresas y del deterioro en las cifras de empleo; pero el que venga detrás que arree. Sigue leyendo

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El silencioso sacrificio del socialismo responsable

Y supongo que, enseguida, algún lector se preguntará: “¡ah!, ¿pero es que un hay socialismo responsable?” Pues, al parecer, haylo. Y me explico:

Si en las elecciones autonómicas en Andalucía se pudo desplazar al PSOE de su hegemonía regional fue gracias a la acción, tal vez sinérgica -aunque esto último no me atrevería a darlo por seguro-, de dos factores simultáneos, concomitantes y creo que también interrelacionados.

El primero, como todo el mundo sabe, fue la inesperada y enérgica eclosión de Vox, que a su vez tuvo un efecto doble: por un lado, galvanizó a muchos votantes del centro y la derecha que se quedaban en casa, bien por carecer de oferta política que los representara (desafectos a un PP que tiempo ha abandonó sus valores para comprar casi todo el discurso progre, o escépticos hacia un Ciudadanos mudable y huero que ni siquiera sabe lo que es aunque sepa lo que no es), bien por haber perdido la esperanza y confianza en sus líderes (pues si el Partido Popular había tirado la toalla lustros atrás y ya descreía de su propia victoria, el llamado centro tenía -y sigue teniendo- más ganas de pactar con el PSOE que de luchar contra él); por otro lado, originó un potente campo gravitatorio en la derecha ideológica que obligó al resto de partidos a desplazar “hacia el verde” sus posicionamientos y discursos e hizo, por una suerte de ósmosis electoral, tal “succión” de votos desde el resto del espectro (salvo el inamovible PSOE, claro) que incluso un porcentaje no desdeñable de radicales de izquierda se mudó al extremo opuesto.

No obstante, la perturbación que el partido de Abascal introdujo en el panorama político andaluz no habría bastado a desbancar al PSOE sin el concurso coadyuvante de un segundo factor, al que -creo- no se ha dado la debida importancia ni se ha ponderado lo suficiente: la abstención de esos a quienes he llamado socialistas responsables. Y es que las cuentas -y el recuento- de esos comicios no me salen de ninguna manera si no introduzco dicho efecto, dado que, pese a los muchos votos que movilizó Vox, el descenso neto en la participación -respecto a anteriores ocasiones- sólo se explica por una enorme desmovilización del electorado tradicional del PSOE. Sigue leyendo

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Los renglones torcidos del juez Marchena

Desde el comienzo mismo de la vista oral por el “procés”, la actuación del presidente del tribunal, Manuel Marchena, ha dejado, a mi entender, bastante que desear.

Para empezar, por permitir -contradiciéndose a sí mismo- que se luzcan lazos amarillos, esos mensajes inequívocamente políticos que desafían su manifestación -en clara pero innecesaria prevención hacia los letrados de Vox- de no consentir que los interrogatorios se conviertan en debates ideológicos; lazos que simbolizan, además, la no autoridad de una Justicia que él mismo representa. Y para tal permiso ha tirado de una jurisprudencia europea de dudosa aplicación en este caso, más por denegar -tengo para mí- la petición del letrado Javier Ortega Smith que por garantizar un cuestionable derecho de los imputados.

Igualmente, un día después se opuso a la pretensión del mismo letrado de formular preguntas a Junqueras, impidiendo así toda oportunidad de valorar los concretos silencios de éste y, por tanto, en posible menoscabo del esclarecimiento de los hechos. Adujo Marchena que el silencio no tiene ningún valor probatorio, pero eso no es rigurosamente cierto y contradice, de hecho, la propia doctrina y jurisprudencia del TS. Pero quizá la derivada más perniciosa de dicha oposición sea que, no habiendo rehusado los “golpistas” contestar a otros letrados sino sólo a los de Vox, y esto con el peregrino argumento de que es un partido político racista, franquista o fascista, al desautorizar acto seguido el interrogatorio, implícitamente el juez da carta de naturaleza a tales infundios y respalda el consiguiente descrédito y ninguneo de la acusación particular; grave error, desafuero donde los haya.

Aparte, y pese a sus advertencias en contrario, ha consentido no sólo a los acusados despacharse a gusto con discursos ideológicos y usar el Supremo como púlpito para difundir al mundo entero la letanía victimista y falaz del separatismo catalán, sino además a algunos testigos largar soflamas y consignas políticas, creciéndose éstos hasta el desacato y negándose uno a su obligación de contestar también las preguntas del señor Ortega. Y si patético fue prestarse a hacer de intérprete para que los testigos no se contaminen al contacto verbal con el letrado de Vox, permitir que, encima, lo difamen y descalifiquen me parece ya una innegable dejación de funciones. Sigue leyendo

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Mossos y mossas

Habida cuenta los tiempos y vientos de ultrafeminismo que corren, me parece totalmente indefendible que Cataluña no le haya cambiado aún la denominación a su cuerpo policial autonómico: Mossos d’Esquadra. ¿Mossos? Y entonces, ¿dónde quedan ellas?

Veamos, porque aquí hay dos cuestiones. Primero está el tema del término a utilizar para referirnos a las mujeres de dicho cuerpo. En catalán, mosso es –a juzgar por el número de acepciones– una palabra fundamentalmente masculina, que describe varios conceptos: un niño grandullón, un soltero, un criado, un dependiente, etc. O sea, más o menos igual que el castellano mozo. La mossa catalana, en cambio, es básicamente una sirvienta. Mossa también significa “muesca”.

De modo que hay una clara asimetría de género en las acepciones, entre las cuales también figura, claro está, mosso d’esquadra, que se define, históricamente, como un miembro de las fuerzas policiales de Cataluña, y hoy día como un miembro de la policía autonómica de esa región. Es de notar que esta última acepción, según el propio diccionario catalán, no existe en su versión femenina: mossa d’esquadra; lo cual, por lo demás, parece bastante natural, porque antaño las mujeres se dedicaban a otros menesteres y no se metían en cosas de hombres. De modo que cabe legítimamente preguntarse: a ellas, a las mujeres que pertenecen a ese cuerpo, ¿cómo nos referimos? ¿Cómo las llamamos? Decirles “oiga, moza” suena algo burlón, pero decirles “oiga, mozo” no parece tolerable desde un punto de vista feminista.

Pues bien, la segunda cuestión se refiere precisamente Sigue leyendo

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