Klaus Schwab y Volodimir Zelenski. (Fuente: flickr.com)
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Los varios canales de información que sigo habitualmente para enterarme del progreso de la guerra en el Donbass y de las vicisitudes políticas que lo rodean coinciden habitualmente en una idea que a mí, en cambio, no acaba de convencerme: la asombrosa estupidez o miopía de los gobiernos occidentales. Esta noción se deriva del desastroso fracaso de las sanciones económicas impuestas a Rusia, que no sólo no le han hecho apenas mella sino que le han servido para robustecer su moneda y desbordar, literalmente, sus arcas públicas con las divisas extranjeras provenientes del exorbitado precio que el gas y el petróleo han alcanzado a causa, precisamente, de esas mismas sanciones; las cuales, además, están resultando ruinosas, en términos económicos y de bienestar social, para los propios países que las han impuesto. Ya hemos comenzado a pader escaseces energéticas y de suministros (includos los alimentos), así como un deterioro de nuestra industria y agricultura, lo cual ha disparado la inflación a unos valores sin precedentes en las pasadas décadas y está provocando un estancamiento general de la economía. Han comenzado ha producirse ya convulsiones en varios estados europeos, con acerbas protestas sociales y debilitamiento de sus gobiernos.
A dichas consecuencias hay que sumar, además, el incremento en gastos de defensa que tendrán que acometer los países europeos de la OTAN, la necesidad de hacernos cargo de millones de refugiados ucranianos, una mayor inseguridad social, el frío que vamos a pasar este próximo invierno y, lo más peligroso de todo, el riesgo de provocar una guerra mundial de impredecibles consecuencias. ¿Y todo por qué? Por alinearnos y apoyar a un determinado bando en un conflicto bélico que ni nos va ni nos viene y que se desarrolla en un país donde nada se nos ha perdido. Y, para colmo, sin fruto alguno, porque Ucrania va a ser derrotada igualmente.
Es indudable -por volver a mi punto de partida- que todas estas repercusiones, acarreadas sobre nosotros mismos, pueden a primera vista sugerir una pasmosa imbecilidad por parte de nuestra clase política; y no digo que esto sea del todo falso: como poco, desde el más necio de nuestros gobernantes hasta el más espabilado, están todos demostrando ser una mancha de lacayos al servicio de unos intereses supranacionales que puentean la democracia y esquivan por completo la declarada soberanía de los pueblos. Pero precisamente por eso me pregunto si las sanciones económicas -y medidas políticas concomitantes- se han adoptado únicamente a dictado de la presunta estulticia de tales gobernantes; si sólo a una incompetencia supina se debe este sufrimiento autoimpuesto, o bien si obedece a otros designios de los que aquéllos son meros ejecutores. Y si se trata de esto último, como yo postulo, entonces hay que descartar la hipótesis de la torpeza, pues no cabría imputársela ni a nuestros subordinados políticos, que no harían más que seguir órdenes, ni a quienes se las dictan, que -es de suponer- saben bien lo que hacen y persiguen. A los poderes globalistas podrá llamárseles todo lo que se quiera: malvados, codiciosos, ambiciosos, faltos de escrúpulos o -en no pocos casos- iluminados mesiánicos con una extravagante y muy particular visión del mundo; pero no puede pensarse que sean tontos. Me niego a aceptar esta última suposición; entre otras cosas porque ningún tonto es capaz de amasar las fortunas y adquirir el poder que ellos detentan.
Por eso, basándome en la certidumbre de que esas castas privilegiadas son un puñado de inteligentes, refinados y maquiavélicos personajes, no puedo evitar formular la tesis de que gran parte de lo que está ocurriendo actualmente en torno al conflicto en el Donbass ha sido deliberadamente planificado y, en buena medida, previsto. Pero hay algo en todo ello que no me encaja. Sirvan estas notas para intentar poner en orden mis ideas, exponer mi visión del presente escenario y formular la aparente contradicción, la incógnita que me estorba una adecuada comprensión de lo que sucede y sus porqués. Sigue leyendo →