Vox, con la paguita universal

Vamos mal, y de nuevo hay malas noticias para los librepensadores.

Pues sí: hace dos o tres años, quienes creemos en la libertad como segunda piedra angular (por detrás de la igualdad) de una sociedad mínimamente respetable, nos alegramos mucho del repentino salto al escenario político español de un partido que no comulgaba con piedras de molino, que se apartaba de casi todos los postulados inducidos -cuando no directamente impuestos- por la agenda ideológica global, que desdeñaba la corrección política y que defendía un modelo de nación sensato, cohesionado, independiente y próspero. Y durante este tiempo los más ingenuos entre nosotros -o quizá los más desesperanzados- hemos podido seguir más o menos aferrados a esa tibia ilusión en torno a la fuerza de resistencia que Vox suponía frente al marxismo ideológico y a los ‘enemigos del comercio’ (por usar la expresión de Antonio Escohotado). Por supuesto José Abascal y los suyos no han estado exentos de errores y pasos en falso, pero hasta ahora -al menos, en lo que yo conozco- no habían hecho nada que desmintiese su manifiesto programático y los valores que dicen defender.

Pero se conoce que les han bastado apenas unos meses de ocupar medio centenar de escaños en el Congreso para que su ardor guerrero y su oposición erga omnes los hayan abandonado, bien porque el sueldo y las prebendas de diputado supongan una fuerza de atracción irresistible a corta distancia (como un campo gravitatorio, inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre diputado y sillón), bien porque la influencia del pensamiento único y del discurso político dominante sea tan intensa en las proximidades de las Cámaras (como lo es el ruido electromagnético junto a un transformador) que no haya mente capaz de permanecer inalterada, sin deformar, víctima de un fenómeno que podríamos llamar ‘histéresis ideológica’. Sea como fuere, el hecho es que Vox no se ha opuesto a la aprobación de la paguita universal (lo que llaman el “ingreso vital mínimo”) suscrita por el resto de fuerzas políticas en España. Pese a no creer en esta medida económica -y de hecho estuvieron atacándola con saña hasta el último minuto-, Abascal y sus diputados no han sido capaces de votar en contra, quedándose en una abstención tan meliflua como, en mi opinión, desacertada.

Desacertada porque no satisface casi a ningún posible votante: ni a los adeptos, que la consideramos una cesión inaceptable a la filosofía de la sopa boba, ni desde luego a los detractores, que además no han desperdiciado la ocasión para intensificar su permanente bombardeo al fascismo reaccionario. Pero es que, aunque hubiese una fracción mínimamente apreciable del electorado español a la que acercarse con este gesto (digamos, un hipotético votante del PP medio descontento con la tibieza ideológica de sus líderes que pudiera considerar pasarse del centro a la derecha), tal cosa seguiría pareciéndome un desacierto, y en cualquier caso es para mí una buena decepción, pues hasta ahora yo había considerado a Vox como el único partido político nacional que no anteponía el pastoreo de votos a la perseverancia y el sostenimiento de unos principios, el único que defendía sus valores sin pararse primero a calcular el número de electores a los que éstos podrían agradar o disgustar. Para andar moviendo las redes a ver dónde se pescan más peces y cambiar el programa según de dónde soplen los vientos, ya están los demás partidos, mucho más viejos y consolidados; y Vox resulta innecesario.

La excusa esgrimida ante la opinión pública para desdecirse de sus críticas feroces al ‘ingreso mínimo vital’ y no votar en contra es que “nuestros compatriotas necesitan ayuda”, pero dicha excusa es peor aún que una soplapollez: es un insulto a la inteligencia. Porque si la paguita universal es nefasta para la economía, la inmigración ilegal y otros varios aspectos sociales, y lo es, lo que hay que hacer es oponerse sin medias tintas ni excusas de mal pagador. Imagino que el equipo de Abascal podrá aportar, fuera de micrófono, razones estratégicas para no haber votado en contra; razones -supongo- de oportunidad o táctica difíciles de rebatir una vez se acepte la premisa mayor: “no interesaba electoralmente”. Pero es que a mí ese tipo de razones tampoco me valdrían, porque opino que el fin no justifica los medios: para eso ya están los comunistas con su siglo y medio de antigüedad y cien millones de muertos a sus espaldas. Sí, ya sé que es muy difícil jugar limpio cuando el oponente juega sucio; pero esa ha sido siempre la característica distintiva de la lucha entre el bien y el mal (con perdón del maniqueísmo): la desigualdad en los métodos y en las armas, la inferioridad de condiciones en la batalla. No seré yo quien dictamine qué filosofía es “la mejor” o la más práctica; yo mismo lo ignoro con certeza; pero sé que Vox no nació para esto -o al menos eso nos contaron-, y si a partir de ahora, por aquello de que la estrategia lo recomienda, van a empezar a darme un sucedáneo etiquetado como “patriótico” de lo mismo que me dan otros partidos, entonces preferiré el original a la copia.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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4 respuestas a Vox, con la paguita universal

  1. Pedro dijo:

    Buscar otro partido que os satisfaga si ese os ha fallado

  2. Permíteme que hable por mí mismo.

  3. Nicolás Lezcano. dijo:

    Una vez me identifiqué con algunos (no todos) de los argumentos de Vox y hasta sentí simpatía por Abascal, pero después de haber visto como en esta guerra contra el coronavirus, en su obsesión por hacer ciega oposición, se pasaron al bando enemigo, ya no solo no siento afinidad alguna con sus postulados sino autentica repugnancia hacia un partido que ha priorizado el desgaste de sus rivales políticos al interés general de la población.
    Gracias.

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