Los nuevos mesías

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En esta España nuestra parece que siempre ha de haber alguien salvando a alguien. Durante siglos, se adjudicaron esta función la iglesia católica y sus fieles: devotos laicos y aplicados religiosos se han afanado durante décadas sin fin, aquí y allende los mares, por convertirnos a la fe o regresarnos a ella, siempre para guardarnos de las trampas del Maligno, alejarnos del pecado y salvarnos de la condenación eterna, amén.

Pero en estos albores del siglo veintiuno corren malos tiempos para los evangelios: la ciencia ha acorralado a la fe -si bien en menor medida de lo que se piensa- y, dejándonos desamparados frente al absurdo, le ha abierto de par en par las puertas al consumismo, ese nuevo opio que los tahúres de la mercadotecnia se han apresurado a explotar. Cuando ya no podemos creer en Dios, ni en la otra vida, tenemos que buscarle un nuevo sentido a esta.

Sin embargo, curiosamente, no nos hemos quedado huérfanos de salvadores; nuestro quijotesco carácter siempre empuja a algunos al histrionismo. Y ahora, proliferando como lo hacen, ante la presencia de un herbicida que elimine las especies dominantes, las plantas que han estado sometidas por ellas, ha venido a aparecer en nuestra sociedad una iluminada casta de salvadores: son los ociosos descreídos y los filisteos, los resentidos y los envidiosos, los que se dicen ateos y se erigen en paladines de la igualdad (sin saber que sólo aclaman al igualitarismo), en cruzados de una dudosa Constitución y una paupérrima democracia, quienes ahora han venido a salvarnos… ¡de la Fe!

 

Un hábil fotógrafo ha logrado reunir en una instantánea a varios manifestantes adultos.

 

Estos son los nuevos mesías. Bien los hemos visto con ocasión de la visita a Madrid del Papa Benedicto XVI, protestando y manifestándose, tras la tísica disculpa de un gasto desmesurado o una discriminación frente a otros credos, contra una mayoría aún religiosa y católica. Ahí estaban estos salvadores en plena función, elevando sus gritos y alzando sus pancartas hacia todos aquellos que aún tiene la bendita fortuna de poder creer en Algo.

 

¿Se trataba de derogar la ley del aborto?

 

Pero esta atolondrada oposición no buscaba, en realidad, salvaguardar nuestra economía en crisis, ya que sólo un necio puede pensar que el balance económico de la visita papal vaya a ser negativo para el país; ni buscaba tampoco defender (dando la espalda a la verdadera realidad de nuestra sociedad) el supuesto -y muy controvertido- laicismo oficial español, ya que estos mismos títeres que se manifiestan contra la acogida gubernamental para Benedicto XVI no se habrían atrevido a levantar una voz, a proferir un susurro, si el visitante hubiera sido el caudillo de cualquier otra religión; antes al contrario, habrían sido los primeros en declararse a favor y, de paso, colgarse las medallas de la tolerancia y de la pluralidad.

 

O cómo confundir la velocidad con el tocino.

 

No, nada de esto. Se ha tratado de algo mucho más tragicómico; mucho más carpetovetónico: estas protestas, reflejo de nuestra patria ignorancia, de nuestra secular intransigencia, en realidad no buscaban nada grande ni elevado, nada noble, sino que han brotado al son y al Sol del Madrid estival, abonadas por una varia casuística: muchos, para dar salida al resentimiento incubado durante generaciones; otros, por la envidia que siente el agnóstico del creyente; muchos, para desahogar frustraciones personales; quién, para alcanzar el dudoso crédito de «haber luchado contra el sistema», pero sin discriminar objetivos; no pocos, para amenizar el caluroso ocio de las noches veraniegas, o por simple esnobismo; algunos, por último, porque cualquier excusa les vale para reivindicar su homosexualidad o enseñarnos las tetas. En cualquier caso, la mayoría de estos confundidos progresistas, de estos eruditos a la violeta, se han cultivado en el caldo de la desinformación, el dogmatismo o el rencor.

 

¡Quién fuera bicicleta!

 

Pero son ellos, estos nuevos mesías que quieren salvarnos del catolicismo, los verdaderos intolerantes de esta incorregible España nuestra.

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Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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