Dice Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, ahí es nada, con esa suficiencia dialéctica -o acaso soberbia intelectual- que la caracteriza, que los partidarios de Vox votaremos este partido porque estamos cabreados; es de suponer que con el partido Popular. Según la número uno de Pablo Casado por Barcelona, venimos a ser algo así como peperos echados al monte, sin más razón para votar a Vox que el puro cabreo; y parece querer transmitir una imagen nuestra como de unos cimarrones temperamentales, dominados por las emociones y los instintos básicos, con intelecto quizá inferior, introduciendo en las urnas nuestras papeletas del partido verde mientras hacemos cortes de manga a los interventores populares, o vaya usted a saber. Estamos enfadados -dice-, pero cuando nos hayamos desahogado -se entiende- volveremos al rebaño. Será por mí, tan cabreado que mi temperatura ha subido desde -0 ºC a +0 ºC.
Y en esta idea que la marquesa esboza, soslaya -no por ignorancia, sino acaso por malicia o picardía- el hecho de que entre PP y Vox se han abierto ya brechas ideológicas y programáticas casi insalvables. Que Abascal y conmilitones creasen su partido como una escisión del Popular no significa, en absoluto, que hayan de refundirse nuevamente en él (errónea tesis ésta, en la que muchos periodistas porfían) como pelota que, lanzada al aire, ha de volver a tierra. Al contrario: usando un símil darwiniano, Vox es como una nueva especie que muta a partir de otra y que divergirá de ella, como una rama de árbol, merced a las leyes evolutivas; aunque me temo que “evolución” sería lo último que mi admirada hispano-porteña nos concedería, pues su rechazo a la verdadera derecha se lo impide y, además, la estrategia electoral se lo desaconseja.
Cierto es que hay similitudes entre ambos partidos. Escucho con frecuencia -y con mezcla de agrado y enojo, confieso- a esta brillante periodista y me parece imposible que cualquier persona sensata no esté de acuerdo con ella en la mayoría de temas. Pero también es cierto que las divergencias en bastantes aspectos fundamentales (organización territorial, inmigración, hembrismo, aborto, adoctrinamiento “gay”, memoria-revancha histórica, inmersiones lingüísticas, ETA, actitud frente al franquismo, posicionamiento hacia Europa, legítima defensa, etc.) son demasiado grandes como para que pueda preverse una convergencia ni a corto ni a medio plazo; y, si se produjera, antes sería por acercamiento del PP a Vox que no a la inversa, creo.
A la señora Álvarez no se le puede escapar -le sobran conocimientos e inteligencia- que, lejos de ser electores cabreados, los seguidores de Vox, algo más cultos y mejor informados que el elector medio, vienen en general no de un enfado con la formación donde ella milita y que ahora intenta salvar mi tocayo Casado, sino de una prolongada abstención tras años de carecer de opción política que los represente, o bien decepcionados de otros partidos. Mas decepción no debe ser confundida con cabreo, aunque este término sirva mucho mejor a efectos de crear la desdeñosa caricatura que la ex diputada popular ha concebido para los voxeros. ¡Claro que no faltan enfadados en nuestras filas!, pero de ésos los hay en todos los credos; y, contra lo que ella dice opinar -aunque quizá en su fuero interno no lo opine-, lo cierto es que quienes vamos a votar a Vox no sólo no estamos cabreados sino que, más bien, bastante ilusionados, relativamente optimistas e incluso -dentro de lo que cabe y el desastre que se nos avecina- alegres.
¿De dónde, pues, esta indisimulable animosidad hacia Vox que lleva a la preclara franco-argentina al punto de distorsionar la realidad? Pues me parece que, aparte la comprensible -e incluso exigible por la campaña- rivalidad entre dos partidos contiguos del espectro político que pugnan por una zona común del gran caladero electoral moderado, dicha antipatía se reduce esencialmente a dos causas o, al menos, puede resumirse en ellas: por un lado, la frontal oposición de Vox hacia esa progrez feminista a cuyo influjo no han podido escapar, del todo, ni siquiera muchas de las mujeres más lúcidas de nuestro tiempo, Álvarez de Toledo incluida; por el otro -y ahí es donde más le duele-, una frase de Santi Abascal en que abogaba por retirar el pasaporte español a advenedizos como mi otro tocayo, el rosarino Echenique, por intentar destruir España desde dentro pese a beneficiarse de una cobertura sanitaria que ni en sueños podría disfrutar en su país natal… si es que no vino aquí ex profeso para tal cosa.
¡Ah, amigo! En este escollo varan la racionalidad y templanza de doña Cayetana, aun con su disciplinada e imperturbable serenidad: porque ella también es medio extranjera, medio argentina, y aunque se halle en las antípodas políticas del impedido podemita se siente igualmente alcanzada por la supuesta afrenta y amenazada por el correspondiente juicio subjetivo. Entre reos y paisanos -pensará- tenemos que defendernos.