Náufragos en la memoria

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Náufragos en la memoria, los recuerdos más antiguos que conservo de mi infancia se remontan a un tiempo sin crónica; son desvaídas instantáneas sin leyenda ni inscripción al dorso, carentes de toda referencia histórica–cuando no también geográfica; son las piezas huérfanas de un rompecabezas ya desaparecido que emergieran un buen día del fondo de un cajón. Fotogramas borrosos, deslucidos por el uso o el olvido, como las páginas de un manoseado volumen que hubiera sido luego abandonado a la humedad de un oscuro sótano. Recuerdos imprecisos e inciertos, hijos legítimos de la memoria o bastardos de la imaginación–allá donde ambas convergen, se funden y confunden: algunos reales, de difuso contorno y desfigurados por los años; otros quizá tan sólo memorias de recuerdos, distorsionados por la tradición, parcheados y deformes como una prenda en exceso remendada que no conservara ya apenas nada de su género original; y otros, por último, impostores, inducidos por voces ajenas (¿te acuerdas de cuando hiciste..?) o por viejas fotografías (¿es el momento, o la imagen lo que evoco?). Y a todos los he visto con los años languidecer, he ido sintiendo cómo se marchitan, cómo algunos se agostan y desvanecen hasta que no queda en mí más de ellos que el anhelo de poder evocarlos, la constancia de una nada, un vacío a cuyo interior ya no me puedo asomar. ¡Ah, si en aquellos años de mi adolescencia en que conservaba intacta su memoria alguien me hubiese advertido de la importancia de conservarlos! Los habría recogido con escrupulosa precisión en el papel para acompañarme y enriquecer mi vida ahora que los necesito. ¡Ah, si durante mi juventud y temprana madurez hubiese yo imaginado el papel que juegan antes o después en la vida! Aún habría estado a tiempo de contárselos a mi pluma con razonable acierto. Pero cuando comprendí la riqueza que unas nítidas remembranzas nos aportan y hasta qué punto estamos hechos de la sustancia del pasado, era ya -pensé- demasiado tarde para intentar evocarlo.
¿Demasiado tarde? No, quizá nunca sea demasiado tarde para contar una historia, si unos ojos inteligentes y atentos la escuchan.

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Acerca de The Freelander

Trotamundos, apátrida, disidente y soñador incorregible
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