El día de Reyes del 2014 realizo la última ruta de esta serie Vasconia en dos ruedas. Mis días en Vitoria están ya contados. Pronto me marcharé lejos de esta entrañable y hermosa provincia alavesa, oficialmente vasca pero muy castellana en sus raíces históricas y aun en las costumbres actuales; y es que, más allá de los intereses económicos de sus habitantes –que se inclinan, obvio, hacia el cálido sol de la autonomía vascuence– y pese a los grandes esfuerzos e ingentes gastos del gobierno autonómico para euskaldunizar a la sociedad, aquí he podido percibir casi siempre el alma de Castilla.
Me han quedado muchas carreteras por recorrer, aldeas y pueblos por visitar e historia sobre la que hablar, pero creo que he cubierto, en mi moto, casi todas las rutas que pueden hacerse por Álava y también algunas de Vizcaya y Guipúzcoa. Hoy, con una corta visita a Maestu, despido y cierro estos capítulos que he ido escribiendo mientras, durante casi un año, recorría la región a golpe de escapadas domingueras.
Conocemos ya el camino por un viaje anterior, cuando fui a Antoñana: es la A-132 desde Vitoria hacia Estella; una carretera comarcal con buen firme y un ameno trazado que, en torno a Azáceta, se hace divertido gracias a sus curvas enlazadas y rápidas. Igual que otras veces, ni siquiera me fijo un destino concreto: elijo esta ruta porque el día está nublado, algo frío, y el sur suele ser más templado. Al pasar por Virgala Mayor aplico los frenos y hago un par de fotos: me ha encantado el entrevisto perfil de su iglesia contra el fondo gris y tristón del monte invernal.
Media legua más allá, y a cuatro de Vitoria, está Maestu, tradicional cabecera de las aldeas del valle de Arraya, partido judicial de Salvatierra y –en los no tan lejanos tiempos del Madoz— audiencia provincial de Burgos. ¡De Burgos! Eso para que luego apelen algunos a la historia en defensa del independentismo. Maestu fue desde sus orígenes villa castellana.
A la entrada del pueblo me encuentro la hornacina de San Cristóbal (en la que, por ser obra de arte en su conjunto, las directrices antiespañolas han respetado el nombre original de la localidad: con ese; no con zeta).
Dejo a Rosaura en la plaza Mayor, dominada por el elegante palacio de los Samaniego, que fueron segundos señores de la villa desde que, en el siglo XVII, la compraran a la corona; y me pongo a recorrer sus pocas calles, mal alineadas. Por cierto, no sé si muchos saben que al dicho linaje perteneció –y fue por tanto señor de Maestu cuando le tocó en herencia– el fabulista Félix María Samaniego.
Es curiosa, y muy bonita, la fuente-abrevadero de ocho caños que, rodeada por una reja, hay en el centro de la plaza, y que fue construida casi en la misma época en que el geógrafo Madoz (de obligada lectura en mis rutas vascongadas) recorría nuestra piel de toro y, escribiendo de este pueblo que “…es crucero de Vitoria a Navarra y de Guipúzcoa a Logroño. Cuenta con una escuela de ambos sexos dotada con treinta fanegas de trigo y varios réditos de un censo. Los vecinos se surten, para beber y los demás usos, de varios pozos, fuentes y río Erga. El terreno es generalmente de mala calidad y poco fértil. Hay un molino harinero, tres posadas, dos tabernas, seis tiendas y cuatro ferrerías…” ¡Ahí es nada!, enumerando hasta las posadas y las tiendas. Obra de valor incalculable, este diccionario Madoz.
Menos elegante que el palacio de Samaniego, pero también imponente –aunque aún no he decidido si me gusta o no–, es una de las grandes casas que se encuentran junto a la plaza, quizá –a juzgar por su estilo– construida por algún indiano que volvió del Nuevo Mundo con la bolsa llena de plata (arriba).
Maestu es tan pequeño que, en menos de media hora, he paseado ya todas sus calles, donde no faltan viejos caserones decadentes llenos de romanticismo, o atractivos rincones con fuerte sabor rústico.
Pero, aparte el palacio y quizá la estación del antiguo ferrocarril vasco-navarro, reconvertida hoy en ayuntamiento, poco queda ya de las dos épocas de notable prosperidad que conoció este pueblo: con las ferrerías en el s. XVIII y con las minas de cobalto no hace aún cien años.
La última ruta –he dicho antes– de esta serie y, fiel a mi costumbre, también el último ritual de pincho y chacolí, que no ha faltado en ninguno de los lugares visitados durante los meses de mi estancia en Álava. Echaré de menos, cuando esté lejos de aquí, la sabrosa y variada gastronomía de esta tierra.
Y eso es todo.
El día sigue gris, como la machadiana alma mía. Recojo a Rosaura de la plaza –casco, cremallera, guantes– y, con un postrer vistazo en derredor, como despidiéndome de todos los pueblos, emprendo el camino de regreso a la ciudad… y hacia mi exilio.
Pues muy bonito este Maestu en particular y la ruta vasca en general. A ver si algún día me animo a recorrerla.
Fácil. En cuanto te quites de encima el trabajo, la escritura, la política, los olivos y los compromisos sociales, ¡a viajar libre como el viento!
Aunque mucho tiempo después, gracias por tus comentarios sobre Maestu!
Un apunte: la gran casa de piedra que pones en la foto me temo que no es ni tan antigua ni de ningún indiano. Es una bonita casa de piedra construida a comienzos del siglo XX y por mi bisabuelo!
¡Gracias! Me alegro de que te haya gustado. Editaré ese capítulo para incluir lo que me dices.
El Palacio de Samaniego dice que perteneció al linaje Maestu, en donde puedo comprobarlo.