Macao, paraíso fiscal y puerto franco, no es sólo casinos, oro y películas de Bruce Lee, sino un montón de historia de lo más interesante.
Como quien dice hasta antes de ayer, esta ciudad estuvo administrada por Portugal, aunque en realidad nunca fue una colonia propiamente dicha, sino un alquiler, por así decirlo: desde principios del s XVI, Portugal le pagaba un tanto a China por el uso del puerto, si bien los grados de autonomía o independencia de la ciudad variaron con los años. Al principio se trató sólo de un permiso para que los mercaderes portugueses atracaran sus barcos y establecieran un punto de comercio, pero a mediados del s XIX, con el crecimiento de la ciudad y el incremento de los intereses lusos, ambos países acordaron firmaron la ocupación perpetua y gobierno de Macao por Portugal, bien entendido que China no cedía la titularidad del territorio (que, por otra parte, le pertenecía desde hacía dos milenios). Y así ha permanecido Macao durante quinientos años, en menor o mayor medida, bajo la administración portuguesa hasta que en diciembre del 1999 China asumió de nuevo la soberanía de la ciudad, que de este modo ha sido la última colonia europea en Asia.
Por cierto que los portugueses (o, mejor dicho, sus esclavos negros) supieron defender bien a Macao de los varios ataques que sufrió, por parte de los siempre alegres holandeses, para apoderarse a la fuerza de ese cotizado puerto; y aún quedan de ese tiempo una fortaleza y una batería de cañones en perfecto estado.
Hoy en día, Macao es, además de una próspera y rica ciudad, una curiosa mescolanza de economías y culturas; por ejemplo son oficiales el chino y el portugués, y todo está en ambos idiomas (aunque yo no he escuchado a nadie hablar el segundo). De facto, además, el inglés resulta casi oficial también, a causa del turismo y la innegable influencia británica: al igual que en Hong Kong, el tráfico rodado circula por la izquierda y los estándares eléctricos son los de Reino Unido; mientras que la moneda, por su parte, si bien es oficialmente la “pataca”, tiene un cambio fijo casi uno a uno con el dólar de Hong Kong, de modo que el uso de éste predomina. Por su parte, la gastronomía está también dividida entre oriente y occidente, y esto en bastante mayor grado que en Hong Kong, donde la cocina oriental tiene absoluto predominio.
Por lo demás, pese a la tan populista como vacía consigna china de “un país, dos sistemas”, la realidad es que Macao es tan chino como Hong Kong; o sea, muy poco tirando a nada. Mucho más cierto sería decir: “un ejército, dos países”, pues casi lo único que tienen en común China con Macao es el ejército (a cargo de China) y, supuestamente, las relaciones consulares con terceros; pero el hecho de que haya una frontera entre ambos países, y no haya además libre circulación de personas ni mercancías, da una idea de la práctica independencia de Macao (y Hong Kong) respecto a China.
Aunque sólo sea por fotografiar la extravagancia kitsch del colosal hotel Grand Lisboa; por contemplar las hermosas ruinas de San Pedro en la ladera de una loma que domina la ciudad, y en cuya cima se alza la fortaleza defensiva; por la curiosidad de recorrer sus calles de nombres portugueses escritos en chino, o por experimentar el contraste entre dos culturas tan diferentes, Macao bien vale una visita para el viajero que se encuentre en esta parte del continente asiático.