Este post es una versión algo abreviada de una entrevista al periodista moldavo Iurie Rosca realizada por Edward Slavsquat. No comparto el enfoque ciegamente religioso del entrevistado, ni algunas de sus exageradas expresiones, pero tal vez su comprensión de la situación geopolítica actual no se aleje demasiado de la realidad.
La caída del globalismo a la tecnocracia global
Una entrevista con el periodista moldavo Iurie Rosca
El periodista moldavo Iurie Rosca ha centrado su trabajo en sacar a la luz la infiltración occidental en el mundo exsoviético y en destacar los peligros que nos esperan a todos a medida que la tecnocracia global basada en el “modelo chino” vaya reemplazando a la hegemonía estadounidense.
Aparte de dedicarse al periodismo, Rosca dirigió el Partido Popular demócrata cristiano de Moldavia y fue diputado en el parlamento de su país durante cuatro mandatos entre 1994 y 2009; fue nombrado dos veces vicepresidente del parlamento moldavo y viceprimer ministro de las agencias de seguridad.
Devoto cristiano ortodoxo, Rosca es un anticomunista convencido y, tras la caída de la Unión Soviética, se convirtió en un antiliberal, hostil al Occidente Colectivo.
Mantuvo varios sitios web que el Servicio de seguridad e información de Moldavia le cerró en marzo de 2022. Actualmente administra un popular canal de Telegram donde publica textos y videos traducidos a varios idiomas. También es autor de varios libros en rumano, ruso y francés.
Su último ensayo, “Pronto en sus pantallas: La fase apocalíptica de la tecnocracia y el transhumanismo”, fue publicado en junio por Technocracy News.
Iurie, cuéntanos algo sobre ti y tu enfoque del periodismo. Organizas una conferencia anual en Moldavia, ¿cierto?
Empecé mi lucha por la libertad contra el imperio soviético hace más de treinta años, y continúo luchando contra el imperio estadounidense hasta el presente. No me permito estar afiliado a ningún centro de poder, pues perdería mi libertad como periodista y no podría hacer análisis políticos honestos. Publico libros escritos por algunos amigos en el extranjero (sobre todo disidentes franceses), así como míos. También trabajo como traductor.
Mi crítica implacable al globalismo y a las redes de influencia occidentales me ha puesto en el punto de mira de Estados Unidos y Bruselas. Ataco abiertamente a la ocupación económica, política, cultural, informativa y, más ampliamente, civilizatoria impuesta por la corporatocracia occidental en el espacio excomunista. Pero, a diferencia de la gran mayoría de los disidentes de la hegemonía occidental, no peco de sovietolatría, no tengo nostalgia del régimen comunista ni padezco de Putinofilia como adoración neopagana y ceguera intelectual. A veces, este tipo de síndromes los promueven personas inteligentes que buscan el patrocinio de grupos afiliados a Moscú. Tales compromisos morales no son para mí. El clientelismo y el espíritu mercenario pueden venir envueltos en nobles intenciones, pero eso no cambia su esencia.
En 2017 organicé, con amigos occidentales y rusos, una conferencia internacional llamada Foro de Chisinau. Esta plataforma se ha convertido en una especie de think tank que ha resultado en una estrecha cooperación con la prensa alternativa internacional. El Foro organiza conferencias abiertas en varios países y ha publicado varios libros de autores soberanistas. Por desgracia, debido a la “pandemia”, en los últimos tres años tuvimos que cancelar nuestra conferencia, pero espero que podamos volver a convocar el Foro de Chisinau en septiembre de este año. El tema del evento será: “La Agenda 21 de la ONU y el Gran Reinicio: La caída del liberalismo a la tecnocracia y el transhumanismo”.
En mayo publicaste un ensayo verdaderamente fascinante titulado “Cómo superar el estancamiento paradigmático”. Lo comienzas con una afirmación muy provocativa: “Pese a los grandes conflictos entre varios países, todos siguen con sumisión la misma agenda globalista”. ¿Puedes explicar cómo llegaste a esta conclusión? ¿De qué forma siguen las potencias mundiales la “misma agenda globalista”?
En 2020, sobre todo después de que Rusia condenara el golpe de estado de 2014 en Kiev y tomara el control de Crimea, creí que la administración Putin había decidido poner fin al preocupante estatus de Rusia como colonia occidental, como república bananera de la corporatocracia globalista, proveedora de materias primas para los países ricos de Occidente. Incluso esperaba que hubiese una purga de quienes habían controlado el sector económico y financiero del gobierno –incluido el Banco Central– durante más de 30 años, y que Moscú ofrecería al mundo una alternativa geopolítica clara y perceptible.
Pero mis esperanzas se vieron frustradas. La “quinta columna” (la vasta red de agentes respaldados por Occidente) permaneció intacta en la administración estatal, y los oligarcas, organizados al estilo mafia, siguieron explotando los vastos recursos naturales de Rusia para su beneficio personal y en detrimento del país. Moscú dejó tirado al Donbass durante ocho años, continuó el asesinato diario de la población pacífica de esa región, y los acuerdos de Minsk confirmaron mi temor de que Rusia no tenía un liderazgo capaz de manifestarse como una alternativa real y efectiva a Occidente.
El curso de los acontecimientos en Rusia ha demostrado que, de hecho, la administración Putin es sólo una dócil ejecutora de las órdenes de la “plutocracia rusa”. Bajo el régimen actual, el país podría llamarse sin exagerar una xenocracia (gobierno por extranjeros). Y, como en todos los países capitalistas, el factor económico ha subordinado al político y los gobernantes son sólo títeres del capital.
La falsa pandemia lanzada en 2020 ha confirmado sin lugar a dudas que Rusia, como China y los demás países BRICS, están sometidos a un centro de mando único.
A través de centros de mando como la OMS y la GAVI [Alianza global para vacunación e inmunización], este gobierno mundial en la sombra impone directivas vinculantes para todos los estados. Las políticas de despoblación global [asistida por la vacunación], desmantelamiento de la economía mundial, mascarillas obligatorias, distanciación social, encierros y autoaislamiento sólo encontraron resistencia en algunos países africanos, y sus líderes lo pagaron con la vida. Bielorrusia y Suecia, en parte, también resistieron.
En el verano de 2020, Klaus Schwab publicó su infame libro “Covid-19: El Gran Reinicio”, un manifiesto sobre la reorganización de la economía mundial a manos de la tecnocracia, liquidación de la propiedad privada, modificación genética y vigilancia total de la humanidad. A esta nueva realidad a nivel internacional la llamé “el fin de la geopolítica clásica”.
La [epidemia] puso de manifiesto la total sumisión de los supuestos poderes que se proclaman como alternativa al “Occidente Colectivo”. Hay muchos indicios de que los [actuales] conflictos económicos, diplomáticos e incluso militares entre estados no anulan la agenda internacional a aplicar en todos los países del mundo, sino que simplemente desvían de ella la atención del público. El nombre de esta agenda es bien conocido desde la Cumbre del Planeta en Río de Janeiro en 1992, que estableció una estrategia única de desarrollo para todo el orbe. Pero tres décadas más tarde muchos de [los nuestros] aún no saben detectar esta nueva realidad geopolítica.
Desde entonces, los círculos globalistas han impuesto a toda la humanidad el mito del cambio climático, la trampa de la biodiversidad y la distracción tecnocrática llamada “desarrollo sostenible”. Han lanzado contra nosotros todas estas iniciativas con la fuerza de un sunami, sobre todo a partir del 2020. Escribí sobre esta agenda común en mi último ensayo, publicado por Technocracy News.
Pero aunque [estas] fuerzas han subordinado a todo el mundo, promoviendo su agenda a través de la ONU, hay que estar ciego –o ser un mercenario– para no ver que, incluso tras el comienzo de la guerra en Ucrania, la administración Putin no ha abandonado su puesta en marcha de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, [ni tampoco] la digitalización masiva de la sociedad, la supervisión y el control ciudadano total, la supresión del dinero en metálico, la moneda digital, etcétera.
Una percepción superficial del conflicto entre Occidente y Oriente invita a apoyar a los países del este, pero es importante recordar que Occidente, al colonizar al mundo entero, se ha hecho global. Los estados se hallan actualmente en un dramático proceso de pérdida de soberanía, y los verdaderos líderes del mundo se concentran en torno a entidades extraterritoriales (el gran dinero, las grandes tecnológicas, las grandes farmacológicas, los grandes medios, etcétera).
Por eso sostengo que estamos en un estancamiento geopolítico del que sólo una guerra podría sacarnos. Nadie desea la guerra, pero los globalistas han concentrado un arsenal tecnológico tan grande que, con él, podrían controlar fácilmente a todos los países y seres humanos del mundo. Sólo una grave crisis puede brindarnos la ocasión de destruir el actual sistema de dominación mundial. Cualquier otra cosa no es más que propaganda para bobos y facilidades para que los especuladores ganen más dinero.
En el mismo ensayo describes a Pekín como potencia económica y política emergente, pero avisas que China es “un proyecto piloto, un modelo de sociedad a imponer en todos los Estados.”¿Cómo describirías el “modelo chino”?
Para comprender el papel que la élite globalista ha asignado a China debemos fijarnos en la visita secreta de Henry Kissinger a Pekín en julio de 1971 y la subsiguiente visita oficial, en febrero de 1972, del presidente Richard Nixon.
No es sin razón que a Kissinger se lo considere el fiel aliado de uno de los personajes más siniestros del siglo XX, David Rockefeller. Fue éste quien fundó el famoso Club de Roma en 1968, de donde salió, en 1972, el odioso informe “Los límites del crecimiento”. Este documento es clave para entender tanto la estrategia maltusiana de la despoblación como la desindustrialización de los países occidentales. Al penetrar los globalistas en China comenzó una colosal operación para destruir la fuerza económica de Occidente mediante la famosa política de desregulación.
La fuga de capitales e industrias desde los países occidentales hacia China y otros países asiáticos, resultado de grandes transformaciones en las políticas económicas, ha debilitado a Occidente y ha producido el “milagro chino”. Recordemos que las élites globalistas no profesan lealtad a ningún Estado, son extraterritoriales por excelencia y persiguen una estrategia única: la dominación mundial. El imperio británico, y después el estadounidense, se utilizaron para este mismo propósito; y ahora ha llegado la era del triunfo mundial de China.
Para comprobar cómo este país es un instrumento geopolítico en manos de las élites globalistas de la “marca Rockefeller” basta con consultar un documento clave: el informe anual 2010 de la Fundación Rockefeller, excelente ejemplo de programación predictiva que profetizó con precisión –y con una década de antelación– la epidemia de Covid-19.
Dicho informe, “Escenarios para el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional”, tiene un capítulo muy interesante titulado Lock Step [al unísono, al pie de la letra], expresión que se ha citado miles de veces desde el comienzo de la estafa Covid-19 (léanse las páginas 18-26). Este informe describía hasta en sus menores detalles la mayor parte de lo que hemos presenciado diez años después, incluida la aparición del “virus” en China, y pronosticó correctamente que la tiranía médica china (mascarillas, confinamientos, cuarentenas, etc.) sería elogiada por su “eficiencia”.
Las alabanzas del sindicato criminal Rockefeller a la gestión china de la “emergencia médica” pueden considerarse como la apoteosis de Pekín. China fue y sigue siendo la herramienta más importante para marcar el comienzo de la gobernanza global y del Nuevo Orden Mundial (NOM).
Otro ejemplo de la “utilidad y eficiencia” del régimen llamado comunista, pero en realidad tecnocrático, de China es el siguiente: ¿Recuerda el Evento 201? Fue un “ejercicio pandémico” de alto nivel organizado en Nueva York el 18 de octubre de 2019 por el Centro John Hopkins para la seguridad de la salud –herramienta del clan Rockefeller durante el siglo pasado– en asociación con el Foro Económico Mundial (FEM, la principal entidad de los globalistas) y la Fundación Bill y Melinda Gates (actor clave en el exterminio masivo internacional mediante vacunas y actor principal de la industria farmacéutica, incluida GAVI). Fue el último ensayo de la élite globalista antes de la operación especial Covid-19. Casualmente, asistieron a él las autoridades sanitarias tanto de EE.UU. como de China.
Y también casualmente (aunque predicho al menos dos veces, en 2010 y en 2019) fue en China donde comenzó la siniestra estafa del Covid-19. Como era de esperar, globalistas como Soros, Gates y Schwab elogiaron a dicho país por su efectividad en la lucha contra la epidemia.
Otro ejemplo de la supuesta soberanía china y su milagro económico: Recientemente Pekín ha recibido la visita de un querido amigo del pueblo chino, Bill Gates. Como informó Reuters:
El presidente chino Xi Jinping, en su primer encuentro desde hacía años con un empresario extranjero, calificó a Gates de “viejo amigo” y dijo que esperaba que pudiesen cooperar para el mutuo beneficio de China y EE.UU.
Pero en realidad el evento más reciente que confirma el papel principal de Pekín en la agenda globalista fue la Reunión anual de nuevos campeones del FEM, celebrada del 27 al 29 de junio en Tianjin, China.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es indispensable comprender el papel asignado a China en el NOM por la élite globalista. China es el proyecto piloto de la tiranía tecnocrática que esperan establecer sobre absolutamente todos los países del mundo, bajo un único centro de poder, muy probablemente para 2030 (como se estableció en la Agenda de la ONU adoptada en 2015 en París) y que en última instancia impone el mito del cambio climático, la idea draconiana del “desarrollo sostenible” y el fin de cualquier resto de soberanía nacional o de libertades personales. Control total de todos los ciudadanos, fin de cualquier tipo de libertad política, económica o ideológica, transhumanismo, totalitarismo digital, vacunación obligatoria, manipulación climática y modificación genética de la humanidad. Será un régimen distópico a escala internacional, dominado por fuerzas que pretenden organizar mejor nuestras vidas.
El lado cómico de este inquietante plan de felicidad estilo chino para todas las naciones –y aceptado por los gobernantes y los propagandistas rusos– es el llamado proyecto One belt one road (Iniciativa de la franja y la ruta).
¿Puede algo de esto ser motivo de alegría para un patriota, para un intelectual familiarizado con el proceso de dominación económica como paso previo a la dominación política, cultural y civilizacional? Que sea China, y no Estados Unidos, el vehículo para imponer un nuevo orden global, ¿significa que debamos renunciar a nuestra independencia, identidad nacional, cultura y tradiciones? ¿Debemos abandonar la esperanza de una soberanía nacional, de crear bloques regionales enfocados hacia ideas comunes de civilización arraigadas en una misma tradición religiosa?
En vista de esta tragicomedia sin precedentes en la historia de la humanidad, compadezco a quienes afirman que China sería una alternativa válida a la hegemonía estadounidense y occidental, que obviamente encarna uno de los mayores males que el mundo ha conocido. Pero piensa en lo que se nos avecina: un GULAG digital mundial basado en el modelo chino, con vigilancia total, puntuaciones individuales de calificación social, terrorismo de Estado y cárceles llenas de disidentes; no creo que esta sea una alternativa deseable para una persona normal que no se haya vendido a los globalistas de Occidente, Rusia o China.
De hecho, tiene gracia que el Kremlin pretenda seriamente ser “aliado” de Pekín. Sería más preciso describir a Rusia como una vasalla de China. Basta simplemente ver el comercio entre los dos países. Bien podemos decir que Rusia ha dejado de ser una semicolonia occidental para pasar a serlo de China y, en parte, también de India y Turquía.
¿Cuál es la situación actual en Moldavia respecto a la tecnocracia y la tiranía médica introducidas por la “pandemia”? ¿Hay algún esfuerzo oficial o popular para resistir a las iniciativas defendidas por la OMS, el FEM y otras organizaciones globalistas?
En la actualidad, el régimen político en Moldavia está totalmente controlado por los estadounidenses, y en concreto por la red de Soros. Nuestros líderes son muñecos sin personalidad, sin biografía, sin capacidad política o administrativa alguna, pero leales al amo occidental, que promueven una política hostil a Moscú haciéndose pasar por fieles aliados del régimen sionista de Kiev.
Cuando se lanzó la falsa pandemia en 2020 estaban en el poder los llamados socialistas liderados por el presidente Igor Dodon, el favorito de la administración Putin. Y así como Putin y su régimen han mostrado una subordinación total a la OMS, también lo ha hecho el régimen títere en Chisinau, imponiendo violentamente el mismo terror, incluida la vacunación forzosa, bajo un pretexto médico.
Después de que el régimen prorruso fuera sucedido por el prooccidental, liderado por Maia Sandu –que llegó a la presidencia en noviembre de 2020–, continuó la misma política del terror médico con la disculpa de la epidemia. No hubo diferencia. En general, todo el espectro político, desde la izquierda a la derecha, ha adoptado la agenda de la OMS. E idéntical homogeneidad existe en las políticas económicas impuestas a través del FMI, el Banco Mundial, la OMC, la UE, etc.
Los políticos de hoy son cautivos irremediables del paradigma económico liberal, con el mito del libre comercio, el control de la inflación, los préstamos, las aduanas, las políticas fiscales y presupuestarias dictadas desde fuera por el “Consenso de Washington”.
Por otro lado, no existe un proceso político en sí mismo. Sólo dinero sucio, proveniente de centros de poder foráneos o grupos mafiosos locales, que se vuelca en exitosos proyectos mediáticos y políticos. Si tienes dinero, triunfas como “político”; si no, eres un perdedor.
Eres bastante crítico con Moscú. ¿De qué “lado” estás en la guerra de Ucrania? ¿Quién es el responsable último de ese conflicto y qué se debería hacer?
Esta guerra es solo un eslabón de una larga cadena de acontecimientos históricos que remonta sus raíces a la conocida obsesión del Poder del Mar (la talasocracia o los anglosajones) por destruir a Rusia como potencia terrestre, como una telurocracia, un Estado cuyo poder deriva del dominio militar o comercial terrestre (Carl Schmitt). Este conflicto es parte de las llamadas constantes geopolíticas, y no importa quién esté en el poder en Rusia: el zar Nicolás II, Stalin o Putin.
Los enemigos de Rusia tienen tres objetivos:
1. Espiritual: destruir la religión ortodoxa.
2. Económico: controlar los vastos recursos naturales rusos
3. Militar: dominar Eurasia.
Como explicó Sir Halford J. Mackinder: “Quien controle Europa del Este controla el Núcleo [del Volga al Yang-tse]; quien controle el Núcleo gobierna la Isla del Mundo [Afro-eurasia]; quien gobierne la Isla del Mundo gobierna el mundo”.
Por supuesto, Rusia está en una guerra defensiva y la OTAN usa a Ucrania en esta guerra proxy [por poderes]. Pero la forma en que actúa la administración Putin muestra que Rusia tiene un liderazgo gerontocrático, inerte y anticuado, dominado por oligarcas y enormemente influenciado por agentes extranjeros. Al chapucear lo que pudo haber sido una exitosa guerra relámpago, Rusia ha quedado atrapada en un prolongado conflicto que está causando colosales sacrificios humanos en ambos bandos.
La sucesión del poder en Moscú mediante elecciones es imposible, un golpe de Estado es indeseable, que Putin y Shoigu despierten de su letargo colectivo es inimaginable, y la aparición de sentimientos patrióticos entre la clase dominante es inverosímil. Así que, como siempre a lo largo de la historia rusa, no queda más esperanza que Dios. Sé que el cielo está lleno de santos, mártires y héroes rusos que rezan por la salvación de su tierra. Sé que Rusia no ha perdido del todo su masculinidad, y esta guerra está dando forma a una nueva generación de héroes, que también tendrán algo que decir en los principales cambios políticos que se avecinan.
Pese a todos estos deprimentes acontecimientos, aún confío en la derrota de los enemigos de Rusia y en el triunfo del espíritu cristiano y patriótico.