Mucho se ha discutido sobre la propiedad, corrección e incluso conveniencia de escribir con x o con j el nombre del país de los aztecas (México versus Méjico), y existe al respecto una inacabable polémica que empezó hace dos siglos, cuando los mejicanos decidieron convertir ese concreto detalle ortográfico en un frente bélico más del proceso secesionista. Y a pesar de que quienes optamos por la j hemos quedado reducidos a un mínimo grupo de coherentes racionalistas conscientes de la inutilidad de enfrentarse a la visceral -pero fuertemente patrocinada- alternativa antiespañola, el debate continúa aún vivo y muy activo, si bien de modo casi unilateral: los partidarios de la x siguen publicando con regularidad, cada cierto tiempo y siempre repitiéndose a sí mismos, triunfalistas artículos explicando que se debe escribir México porque les da a ellos la gana, que vencieron en las dos primeras batallas, cuando la RAE (que desde Méjico se observa con enorme desconfianza y desdén, como una institución que supusiera una potencial amenaza a su soberanía nacional) aceptó en 1992 la correccion de la grafía con x y cuando después, en 2001, la recomendó como preferible; y que la iracunda masa indigenista no descansará hasta lograr -como sin duda ocurrirá- ganar la última, a saber: que dicha academia finalmente desautorice por completo la versión con j, reputándola error ortográfico y decretando excomunión para quienes nos obstinemos en dar prioridad al sentido común sobre la manipulación política.
Pero, como digo, hoy por hoy esta contienda se libra de un modo puramente artificial, pues a ella concurre sólo un bando, ya que el opuesto tiró hace tiempo la toalla y ahora sus adeptos nos limitamos, como mucho, a seguir escribiendo Méjico pese a que nuestro corrector editorial -quien lo tenga- nos afee el gesto imperialista, racista y, en fin, fascista.
Y no seré yo, desde luego, quien con este artículo pretenda ni aspire a dirimir ese tema de una vez por todas, pues ya los autorizados árbitros del español han dictado veredicto contra sí mismos y, sobre todo, porque en realidad hay muy poco que dirimir, ya que los hechos son enormemente simples, claros e indiscutidos. Mi objetivo aquí, lo único que al escribir estos párrafos deseo resaltar, es el manifiesto y confeso carácter antiespañol -e, indirectamente, negrolegendario- de la grafía con x.
En cuanto a “las generales de la ley”, son sencillas y bien conocidas a uno y otro lado del Atlántico: a fecha de hoy, la RAE admite como correctas ambas escrituras, Méjico y México, si bien recomienda la segunda variante por ser -dicen- la preferida en el país afectado (argumento que tácitamente admite la precedencia de las emociones sobre los criterios lingüísticos y que, en cierto modo, confunde los efectos con sus causas).
Y en cuanto a los hechos, me remito al estudio elaborado por Juan Nadal, doctor en filología de la Universidad nacional autónoma de Méjico (y, por lo visto, única fuente versada en este asunto, pues raro es el artículo sobre el tema que no lo cite o -peor aún- lo plagie directamente).
Dice el señor Nadal que los indígenas de aquella tierra, para nombrar su famosa ciudad en mitad del lago Texcoco, utilizaban un vocablo náhuatl que a los españoles que llegaron a aquel mundo les sonó al oído como /meshiko/; y para adaptar esa /sh/ al lenguaje escrito echaron mano -como era habitual en la época- de la norma alfonsí, que prescribía el uso de la x para transcribir tanto dicho sonido como el /ks/. Así, pues, tenemos a los españoles de principios del siglo XVI escribiendo “Mexico” para transcribir una palabra que pronunciaban /meshiko/ (al principio no llevaba tilde).
Pero los idiomas evolucionan en el tiempo, y ya durante ese siglo el castellano oral estaba poco a poco sustituyendo el fonema /sh/ por el /j/ hasta que, llegado el XVII, el primero desapareció por completo en favor del segundo; aunque, ¡ojo!, en el lenguaje escrito siguió transcribiéndose mediante una x. De manera que ahora ya tenemos a todos los hispanohablantes usando el sonido /j/ en muchas palabras que contenían la x, como Quixote (/kijote/), Ximena (/jimena/), axedrez (/ajedrez/) o México (/méjiko/).
Hasta aquí, ningún problema: todos, a uno y otro lado del océano, pronuncian /j/ donde antes pronunciaban /sh/, aunque sigan escribiendo “x“; y esta situación permanece invariable durante dos siglos más. Pero en el año 1815, en la octava edición de la Ortografía de la Lengua Castellana, la RAE estimó, con laudable criterio, que todas las palabras cuya x se pronunciaba /j/ deberían pasar a escribirse conforme a este sonido, o sea con j (Quijote, Jimena, ajedrez, Méjico). Y aquí es cuando surge el conflicto; no por sesudas discrepancias lingüísticas ni por un cambio en la fonética popular que desaconsejara aplicar la nueva norma, sino por motivos puramente políticos: Resulta que la guerra por la secesión mejicana había comenzado en 1810 (y se prolongó hasta 1821), así que al publicarse aquella edición de la ortografía del castellano los separatistas estimaron que hacer caballo de batalla de esas regla en concreto, presentándola como “impuesta” por la explotadora España, serviría para avivar el sentimiento secesionista, de manera que convirtieron en “cuestión de identidad nacional” el preservar la grafía México contra el muy razonable criterio de la academia.
Así lo admiten, sin ambages, tanto el propio Juan Nadal como prácticamente todo el que haya escrito sobre este tema; y el lector curioso puede comprobarlo en los varios enlaces que incluyo en este artículo.
Así, por ejemplo, lo expresa Joaquín López-Dóriga Velandia, periodista español naturalizado mejicano: “[L]a norma no sentó bien en [Méjico], en pleno proceso de independencia, por lo que la escritura México tomó incluso un carácter de identidad nacional.”
Lo mismo sucede con otros medios de comunicación y autores, como por ejemplo en este sitio web:
“[E]n la Nueva España no fue bien recibida dicha instrucción, ya que para entonces había comenzado el movimiento independentista. Como resultado, escribir el nombre de nuestro país con equis se transformó en un símbolo de resistencia y nacionalismo“
O bien, según El Estandarte:
[…] no tiene ningún sentido utilizar la forma arcaizante Méjico, aunque la RAE no la considere un error. Si entendemos el español como el idioma que emplean más de 400 millones de personas, resulta muy corto de miras y suena a nacionalista español seguir recurriendo a una forma sin uso en el propio México y en toda Latinoamérica. Por lo tanto, escribe siempre México, nada de Méjico…
Al parecer, el autor de ese artículo revoluciona el concepto de lo arcaico, pues considera arcaizante la forma más moderna (con j) en lugar de la más antigua (con x), y aunque desaprueba el “corto de miras” nacionalismo español, el equivalente mejicano, sin duda muy amplio de miras, le resulta de obligada adhesión. Compárese con lo que dice la RAE en su políticamente correcta Gramática de 2010: “Quedan algunos restos del antiguo valor de la x como representante del fonema /j/ en ciertos topónimos y antropónimos que mantienen una grafía arcaica […]” (Muy eufemísticamente, por cierto, se refieren los académicos a los “restos del antiguo valor de la x“, pues si hoy en día continúa usándose en unos pocos casos no se debe a su antigüedad, sino a la baza político-lingüística que el secesionismo mejicano utilizó contra España.)
Otro ejemplo más puede encontrarse aquí: “[E]s un asunto casi de identidad nacional“.
Un poco menos combativo se muestra Rubén Conde Rubio, al admitir que la forma alternativa Méjico, no obstante estar mucho menos extendida que la forma con x, va “más en consonancia con las normas ortográficas actuales”. ¡Y tanto! Es que la forma con x está en frontal oposición a dichas normas, y si se mantiene la excepción es por la patológica debilidad de los académicos frente a la presión de los gobiernos y los medios de comunicación.
También en la misma línea razona un editorial del MXCity al decir que “El nombre de nuestro país se ha escrito en español con x desde hace cinco siglos“, sin caer en la cuenta de que, para ser coherentes, el criterio de la antigüedad secular debería extenderse a todo el idioma, y no limitarse a media docena de palabras. Durante siglos se escribió “axedrez” y “Quixote”, pero no por eso el MXCity cree que deba seguir haciéndose. El editorial cae, además, en otra contradicción al admitir, acto seguido, la connotación política de la negativa a adaptarse a la nueva grafía: “La independencia reafirmó la defensa de los mexicanos de escribir el nombre de su país como siempre lo habían hecho“; como si la atroz dictadura gramatical de la RAE hubiera sido una de las razones para la secesión, cuando lo cierto fue lo opuesto: que el preexistente sentimiento separatista abonó la rebeldía gramatical. (Amén de que quienes “siempre” venían escribiendo México eran súbditos de la Corona Española, no mejicanos, pues tal país no existía hasta entonces.) Y por último, tras celebrar que “En el siglo XIX se fundan las Academias de la Lengua de las naciones de América Latina, [que] eran las que dictaban la norma dentro de estos países“, acto seguido admite tácitamente su subordinación (al menos subconsciente) a la academia española al añadir: “No fue hasta 1992 que la RAE reconoció que podría escribirse con x, pero siempre prefiriendo Méjico con j. Finalmente, en 2001 fue cuando la institución estableció la recomendación de que se escriba con x: México.” Aquí parece ponerse de manifiesto cierto complejillo de inferioridad, o quizá aflore la consciencia de la debilidad de su propio argumento, pues si las naciones de Hispanoamérica ya tenían sus respectivas academias de la lengua, ¿qué les importaba lo que pudiese decir la RAE?
Finaliza ese editorial con una cursilada digna de mejor causa pero que, una vez más, revela la auténtica razón que los impulsó a preservar la anterior grafía: “México se escribe con X porque remite a nuestra cultura, identidad, historia, raíces.” Es decir, que la cultura, identidad, historia y raíces de Méjico no tienen, al parecer, absolutamente nada que ver con España. (Hay que admitir, eso sí, en honor al autor del artículo que en esa última frase no se dejó atrás ni uno solo de los comodines de la corrección política.)
Por su parte, la web argentina Tusclases no desperdicia la ocasión para meter baza y hacer gala del antiespañolismo típico de la burguesía y la oligarquía rioplatenses, contando la misma historia pero acentuando los tintes dramáticos y negrolegendarios, así como recreándose en el vapuleo moral infligido a la metrópoli:
Ocurrió que la nueva normativa ortográfica impuesta desde Madrid no pudo llegar en peor momento. Hacía cinco años […] que los mexicanos luchaban por su independencia y la defensa de la X en el nombre de su país se convirtió en un símbolo más de la reafirmación de su identidad. ¡México jamás aceptó cambiar el nombre de su país y escribirlo con jota! [¡No pasarán! ¡Viva Méjico, cabrones! — Freelander]
[…] la RAE, tozuda, se mantuvo firme en defensa de la jota […] hasta 1992.
[E]n aquel año […], en Sevilla […] se celebró una espectacular Exposición Universal […] en la que cada país participante construyó su propio pabellón.
México levantó para la ocasión una equis gigante [que] hablaba por sí sola sin necesidad de más explicaciones. Fue todo un sopapo en los morros.
La RAE claudicó y aceptó por primera vez ese mismo año que ambas formas de escribir México eran correctas, pero manteniendo todavía la preferencia por la jota.
Hubo que esperar nueve años más, hasta 2001, para que la institución recomendara por fin que México y mexicano se escribieran preferentemente con equis mejor que con jota.
El vocabulario que emplea Tusclases no deja el menor lugar a dudas respecto a la naturaleza bélica, hostil a España, de la batalla por la x: “impuesta”, “tozuda”, “sopapo en los morros”, “claudicó”. Por lo demás, el hecho de que el pabellón mejicano en la Expo ’92 consistiera, entre mil posibles diseños, precisamente en una X gigante da una idea del desproporcionado interés que Méjico, so pretexto de la grafía de su nombre, tiene en mostrar su rechazo hacia España. Me parece que esto no es ningún detalle menor.
Finalmente, y para concluir, no falta -desde luego- quien se extasíe imaginando el disgusto que a los académicos del siglo XIX les supuso no la pérdida de Nueva España, sino que los separatistas lo habían hecho “con x“. En un verdadero paroxismo de tópicos e incoherencias, la bloguera Gina Flores escribe:
[…] en 1823 se firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano.
Sí con “equis” y no con “jota” para sorpresa y soponcio de la RAE.
[…] La equis en México nos da una identidad propia e independiente de España, pues nos recuerda que una parte de nosotros y de nuestra cultura tiene origen indígena.
En esta perla literaria asoma otro de los ejemplos de lo que yo denomino “la naturaleza esencialmente antitética” de ciertos pueblos (catalanes, irlandeses, ucranianos), que basan su razón de ser en el no ser; en negar, antes que en afirmar; en derruir, antes que en construir; pueblos cuya existencia carecería de todo sentido si, de pronto, desapareciera la tesis a la cual su “antítesis fundacional” se opone. Pues, ¿qué es lo que la señora Flores considera destacable respecto a Méjico? Que no es España.
Aparte, para que la x en México pudiera hacerle recordar a doña Gina su “origen indígena”, tendría ella que pronunciar /méshiko/ como hacían los mexicas, y no /méjiko/ como pronunciaron después los españoles, luego los mejicanos y ahora ella misma. Mas, no satisfecha con semejante pavada y aprovechando que la estulticia aún no se castiga, continúa:
Me gusta la idea de que la palabra México viene de una lengua extranjera, que en este caso es el náhuatl, por lo tanto, no esta obligada a seguir los cambios dictados por la RAE en 1815.
Pero si el origen indígena de Gina Flores es mexica, ¿por qué consiera al náhuatl una lengua extranjera, y no propia? Aparte, esta mujer parece confundir las lenguas con sus hablantes, pues son éstos, no aquéllas, quienes “están obligados” a seguir las reglas ortográficas; y parece desconocer que todas las palabras -incluidos los barbarismos- de un idioma están sometidas a las normas de éste. Pero tampoco estas meteduras de pata la amedrentan, pues sigue escribiendo:
Algunos opinan que los mexicanos somos hipócritas, porque realmente no tenemos interés en nuestras comunidades indígenas y que solo estamos usando el náhuatl como pretexto para no seguir las normas dictadas por la RAE.
Más bien, lo que algunos opinarán es que ese tipo de argumentos son idiotas, no hipócritas. Si bien es cierto que hay quien invoca al náhuatl para elaborar su -manifiestamente erróneo- razonamiento, lo que en el presente artículo va quedando ya meridianamente claro es que el principal “pretexto” para rebelarse contra la famosa modificación ortográfica de 1815 fue el sentimiento antiespañol y secesionista.
***
Me parece que con lo mostrado es suficiente. Llegados a este punto, creo que se comprende la esterilidad de entrar en el fondo del debate: cuando el argumento de un lado es “marcar la diferencia”, “hacer lo contrario” o “crear una identidad nacional”, ya ha quedado todo dicho y no hay nada que discutir. A estas alturas, ningún lector que conserve un mínimo de criterio propio debería albergar duda alguna respecto a la animadversión contra España que encierra la grafía con x de la palabra México (y sus derivados). No se trata de mi opinión, sino de las voces de innumerables mejicanos, sin duda representativas del pensamiento nacional predominante en su país. Basta leer las “razones” que esgrimen para comprender sus sentimientos hacia España, que varían desde la desafección -en el mejor de los casos- hasta la malquerencia o incluso la inquina. No es un pretendido respeto por la lengua náhuatl ni por sus “raíces indígenas” lo que informa el criterio mejicano de “conservar” la x en unos pocos topónimos, sino el abierto y declarado rechazo a España y el subsiguiente deseo de diferenciarse y distanciarse de ella.
Lo que sí es opinión mía es que aceptar sumisa o cobardemente (por una malentendida tolerancia, engañosamente virtuosa) esa grafía por parte de un español equivale a recompensar la antipatía con ofrendas de fraternidad; es la malhadada prédica cristiana de poner la otra mejilla, esa actitud de perdedores y vencidos; y equivale, al menos en parte, a sancionar la Leyenda Negra. Pero usted, amigo lector, tendrá también su opinión.