Satisfecho, ufano en su flamante B&W descapotable del 87, Pedro Hernández va trazando con inigualable maestría, fruto de su destreza natural a dosis iguales con su práctica, las numerosas, enlazadas y ágiles curvas de la carretera local que separa, o tal vez une, los pueblos de Olivera y Arsa. El aire que por la ventanilla derecha, semiabierta, se cuela y arremolina en el habitáculo, trae restos de aromas de jara, lavanda y romero. Y si no fuese ya noche; si la tímida luz del cuarto creciente lunar alcanzase a sustituir la luminosidad del largo ocaso estival que acaba de morir, definitivamente, unos minutos atrás y nos permitiese distinguir el semblante de Pedro, podríamos alcanzar a ver cómo al cabo de cada curva, al extremo de cada recta, a la coronación de cada repecho, a cada hectómetro dejado bajo los anchos, demoledores neumáticos de su poderoso bólido, se torna más y más firme la resolución que su rostro expresa, reflejo de otra interior: “está decidido; son ya más de seis meses de trabajo, sin que los magros resultados justifiquen el esfuerzo invertido.”
La gráfica imaginaria, espacial, en que Pedro representa el progreso de su labor en función del tiempo apenas tiene, con sus altibajos, una leve pendiente global positiva sin que sobre ella influya significativamente el que en las abscisas figure, en lugar del tiempo, el esfuerzo, puesto que éste ha sido, a lo largo de aquél, tan constante como el jalonado métrico de la carretera que conduce al conductor a su destino: salvando los primeros días, en que se pusieron boca arriba tan rápida e inesperadamente las cartas, el resto del tiempo ha visto un trabajo regular, semana tras semana, de permanente presencia en el escenario, de palabras y sonrisas, de preguntas y respuestas. Esfuerzo y tiempo, tiempo y esfuerzo. De hecho, Pedro ni siquiera sabe dónde acaba uno y empieza otro o cuál es la frontera entre ambos. Puede que no haya hecho grandes derroches energéticos, lanzado dinámicas ofensivas ni desarrollado audaces maniobras, pero a cambio ha consumido considerables cantidades de ese valioso combustible, precioso, limitado e insustituible que es el tiempo. Su tiempo. ¿Acaso eso no supone ya un esfuerzo? ¿No se requiere, a veces, tanta o más voluntad para reprimirse que para actuar? Durante meses Pedro ha realizado, cuando menos, el esfuerzo de mantenerse allí constantemente disponible, absteniéndose de otras inversiones más rentables, reprimiéndose de buscar otras hogueras en que inmolar su tiempo; demostrando, en definitiva, que su disposición y voluntad hacia el negocio eran tantas como, en su particular visión de la vida, podían esperarse del más serio y honesto pretendiente.