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Sin duda alguna, estamos siendo testigos — ¿qué digo?, estamos participando de los peores tiempos que la humanidad haya conocido jamás.
Porque, hasta donde sabemos -y no creo que haya nunca pruebas que indiquen lo contrario-, desde la aurora de nuestra especie, todo a lo largo de la historia humana, cada civilización o cultura, cada tribu o pueblo, cada sociedad o raza, pequeña o grande, débil o poderosa, sabia o ignorante, siempre ha creído en el más allá, de un modo u otro. Durante un millón de años no ha habido ciencia o conocimiento lo bastante avanzado para proporcionar respuestas a las cuestiones fundamentales de la vida, y la gente se volcó en la fe y las creencias. Creían en dioses, espíritus, animismo, naturaleza como un ente superior, reencarnaciones o cualquier recurso similar, todos ellos con el mismo factor en comun: una explicación para la vida, basada en otra vida tras la muerte. Cualquiera de estas creencias que analicemos apunta en la misma dirección: la vida no acaba totalmente cuando morimos.
Por tanto, para todos y cada uno de los humanos que han existido antes de nosotros (y han sido unos cuantos) la vida tenía sentido, de modo que en realidad no tenían que preocuparse por ese tema y podían así concentrarse en las rutinas diarias de “verdadera importancia” para no morir demsiado temprano: cazar, recolectar comida, reproducirse, cuidar a la prole, vestirse, ponerse bajo techo… Hasta nuestros días, lo unico de lo que teniamos que preocuparnos era, simplemente, de vivir; y esto de la mejor manera posible, sin poner cuidado a cuestiones relacionadas con el mas allá porque de esos asuntos se encargaban poderes superiores e inalcanzables para nosotros: el Sr. Trueno y el Sr. Rayo, el Sr. Sol y la Sra. Luna, Mr. Terremoto, Mr. Volcán, Madre Naturaleza, y por supuesto todo el elenco de dioses mayores y menores, espiritus, diablos, ángeles, musas de todas clases. ¿Que no habíamos podido cazar un búfalo para almorzar? Mala suerte, pero no un problema demasiado grave, porque esos hombres tenían un propósito y por tanto una fuerte motivación para seguir intentando la caza. ¿Que no se han podido recolectar raíces suficientes para la cena? Mala suerte, quizá lo hayan querido así los dioses; intentémoslo con más ahínco mañana. ¿Que un hijo murió de algunas fiebres? Otro tanto de lo mismo. Y así sucesivamente.
Pero hoy en día “sabemos mucho mejor” que antes. Llegaron los científicos, llegó ese mentado Darwin, doctores, sabios e investigadores de todo tipo llegaron que nos dejaron tan diáfanamente claro que no hay vida tras la muerte, y que la propia vida es tan absurda y por completo carente del menor sentido, que no podemos seguir ignorándolo durante mucho más tiempo. Y ahora es cuando tenemos un problema. Por primera vez en la historia de los hombres; fíjate, lector: por primerísima vez, tenemos que ocuparnos personalmente de un asunto que hasta ahora habíamos alegremente, y con éxito, delegado en criaturas imaginarias. Y no es un problema trivial, que se diga. De hecho, es el mas difícil con que cualquier persona podrá nunca enfrentarse, ya que atañe al resto de las facetas de su vida, hasta el día de su muerte.
Cierto que aún somos minoría y, a pesar de que la información está ahí para quien quiera echarle mano, todavía la mayor parte de la poblacion en la mayor parte de las sociedades escogen ignorarlo, y se aferran a las viejas creencias (por mucho que algunos locos se crean ateos). Pero esa situacion no durará mucho. ¿Cuánto, uno o doscientos años quizá? Eso no es nada ¿Cuánto tardará la humanidad al completo en trabar conciencia de tan desastroso hecho: el absurdo de la vida? De momento, quizá la juventud sea la más expuesta, no sólo porque se ha librado de una educación religiosa en muchos casos, sino sobre todo porque los jóvenes son demasiado listos y no se les puede engañar tan facilmente respecto a esas cuestiones. Están en internet, dominan los ordenadores y pronto este conocimiento: cuando un ser vivo muere, es su final absoluto y definitivo. Punto. Nada de almas en pena vagabundeando por ahí, nada de espíritus cogiendo la lanzadera hacia el Purgatorio, nada de vírgenes esperando ser desfloradas en la otra vida si no las desfloraste en esta; nada de nada.
Y este es el peor drama que los humanos hayan podido jamás imaginar, y estoy seguro de que nunca pudieron predecirlo: el derrumbe de las creencias y los valores. Porque ahora que la vida no tiene ningún sentido, bueno… ¿pues qué sentido tiene ninguna otra cosa? ¿Para qué seguir viviendo, en primer lugar? Ningún valor consistente podrá perdurar porque los valores se arraigan en creencias más o menos persistentes; pero si no hay creencias, entonces ¿qué nos impide las conductas más grotescas? Estamos perdidos, terrible y patéticamente perdidos. Ahora sólo somos unos cuantos, pero creceremos en número y pronto todos los seres huanos estaran perdidos igualmente. Y entonces, ¿que? En nuestros días, nuestro único Dios parece ser el dinero. Y no es que antes a la gente no le importara el dinero, ni mucho menos; por supuesto les importaba; pero el dinero y el poder servían al mismo propósito que la vida misma: ad majorem gloriam de la memoria que aquí se dejaría, y para asegurarse una buena acogida allí. ¿Pero ahora? Es el dinero por el dinero, sin que sepamos realmente para qué. Pronto, estoy seguro, el dinero tampoco será suficiente a cubrir el enorme vacío dejado por el fin de las creencias.
Así, este nuevo conocimiento sobre nuestras vidas sin significado llevará, en el mejor de los casos, al hedonismo o al suicidio (sí, cuento al suicidio entre los mejores casos porque es indudable que resulta la manera más rápida y eficiente de acabar con el problema); y en el peor de los casos, nos abocará a una vida de absoluta e inevitable infelicidad.
Que Dios se apiade de nosotros, entonces.
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Parece mentira que un tipo al que no le gusta “seven”, se encargue de sermonearnos sobre la españolidad. Patético. Querido John Doe, vete a cagar.
Te avisaré cuando lo haga, para darte tiempo a poner el gañote bajo el chorro.